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Fernanda Hansen: «No quiero que manoseen mis sentimientos»

A pesar de la pena, de la muerte de su pololo, Felipe Camiroaga, a pesar de una espalda que nunca volvió a ser la misma desde que se cayó del caballo en el año 2009, lo que la obligó a operarse dos veces y convivir con el dolor, la periodista está de pie.


Son las 6:45 de la tarde de un martes de invierno. Hace frío. Mucho frío. Fernanda Hansen cruza la puerta del Duoc en San Carlos de Apoquindo, donde da clases de locución a los niños con discapacidad cognitiva de la Fundación Miradas Compartidas.

Saluda con toda naturalidad y se sorprende al ver al fotógrafo.

-Tengo una cicatriz en la cara -advierte.

-Te la borramos.

Piensa un segundo y responde:

-¿Saben qué? La cicatriz es mía: déjenla, no importa. Esto es lo que soy.

Así es Fernanda, natural y directa. “De verdad sé que hay mucha curiosidad por saber, pero hace mucho tomé la decisión de no hablar más de mi vida afectiva. Y no lo haré. Lo digo con todo el respeto y humildad posible”.

Dice tener muchos motivos para haber tomado esa decisión, pero principalmente “porque no quiero que mis sentimientos sean manoseados. Llevo dos años aproximadamente sin dar entrevistas que no tengan que ver con mi trabajo.”

En la sala del segundo piso la esperan ansiosos sus alumnos de la fundación. Debían ser diez, pero esta vez sólo llegaron siete. Uno a uno los va saludando, les pregunta cómo han estado, si hicieron sus tareas. Felipe, Mikella, Sebastián, la rodean. Quieren mostrarle sus avances. Fernanda los escucha atentamente y los invita a sentarse. Pocos minutos más tarde harán ejercicios de respiración, de relajación corporal e irán ensayando diferentes técnicas para trabajar la voz. Los alumnos la miran como si fuera una visión. Y no están tan equivocados, porque esta joven periodista derrocha carisma, paz, entereza y naturalidad.

A pesar de la pena, de la muerte de su pololo, Felipe Camiroaga, a pesar de una espalda que nunca volvió a ser la misma desde que se cayó del caballo en el año 2009, lo que la obligó a operarse dos veces y convivir con el dolor, Fernanda está de pie.

A las 7 pm en punto cierra la puerta y empieza la clase. La entrega es total y sus alumnos se van satisfechos, felices de ir avanzando. Fernanda llegó en noviembre del año pasado a la fundación “Miradas Compartidas”. “Me junté a tomar un café con su director para ayudarlo a difundir la labor y acá estoy súper involucrada”, cuenta.

Además, hoy está debutando en su nuevo programa de televisión por CNN, trabaja en la radio Bío Bío y está preparando una obra de teatro junto a los niños con discapacidad cognitiva de la misma fundación, bajo la producción de Francisco Olavarría.

Volvamos atrás

Tras la caída del caballo, Fernanda debió operarse dos veces y por primera vez en su vida sintió que no podía más. El dolor físico era insoportable. Y eso no fue todo. Tuvo que aprender a caminar otra vez, a pensar cada movimiento antes de hacerlo y, como era esperable, se deprimió y empezó una terapia que mantiene hasta hoy.

-¿Sentiste en algún momento que nunca volverías a ser la misma?

-No lo pensé, pero hoy no soy la misma. Siempre estuve tranquila porque sabía que la depresión se me iba a pasar, pero no imaginé todo lo que modificaría en mí.

-¿Cómo qué?

Todo. La esencia supongo que es la misma, pero es tan visceral, orgánico, profundo el cambio que sólo sé que me es más fácil encontrar paz.

-Volviste a trabajar a los cinco meses. ¿Harías lo mismo otra vez?

-No. Si esto me pasara otra vez me daría mucho más tiempo para recuperarme, para respetar mi cuerpo.

-¿Lo hiciste para salir de la pena?

-No. Lo hice porque tengo un gran sentido de responsabilidad. Era mi primer año como animadora en un canal grande (13) y tenía que responder, tenía que volver.

-Pero te quedaste sin contrato, ¿no?

-Sí, me echaron.

-¿Lo sentiste como un fracaso?

-Sí. Y lo asumí. Lo mastiqué y lo guardé en la mochila de los aprendizajes.

-¿Quedaste bien de tu columna?

-Estoy caminando. ¿Qué más puedo pedir?

-¿Cuándo dijiste “ya estoy recuperada”?

-Cuando me sacaron los tornillos en la segunda operación y me di cuenta que no me dolía. Ahí me puse a llorar de alegría.

-¿Y qué fue pasando desde ese momento en adelante?

-Empecé a preguntarme qué quería hacer de mi vida, hacia dónde ir. Quería que nunca más fuera la vida la que me llevara a tomar decisiones sino que decidí tomarlas yo. Fui súper honesta conmigo, me respeté y eso me tiene muy tranquila. Pude además hacer una terapia psicológica y estoy consciente de que soy una privilegiada, ya que no todo el mundo puede pagar una.

-¿Te fortaleció?

-Claro. Pero fue muy fuerte. Removí mi historia, mis estructuras, mis decisiones. Es como pasar por un desierto en el que tienes hambre, calor, sed. Pero cuando llegas al final del camino ya sabes cuánta agua necesitas, cuántas horas de sueño, qué ropa usar. O por lo menos algo más sabes de ti. Aprendí a conocerme, a poner límites, a permitirme el ser más que el deber. Cuando no cuentas con tu cuerpo, la mente se acelera y piensas mucho. Si a eso le sumas el dolor físico el resultado es muy complicado. En el fondo siento que me partieron en pedacitos y tuve que empezar a juntarlos de a poco.

(*) Por Verónica Foxley de Antilope.cl

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