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Lemebel reaparece, estrena nueva voz y es ovacionado en Santiago y Buenos Aires La performance en Chile tuvo lugar en el GAM, donde se dio por inaugurado el Festival Internacional de Literatura de Buenos Aires

Lemebel reaparece, estrena nueva voz y es ovacionado en Santiago y Buenos Aires

Cientos de personas llegaron hasta el GAM para ver la performance de Pedro Lemebel, titulada “La ciudad sin ti (a cuarenta años del Golpe)” en el marco del festival literario Filba Internacional 2013. Venía de hacer una actuación previa en Buenos Aires a tablero vuelto. Y la inusual expectación en Santiago fue correspondida con su actuación.Estructurada en siete textos, cada uno era un acto. En ellos repasó historias personales y otros estuvieron dedicados a figuras como Camilo Escalona y el reciente suicidado ex CNI Odlanier Mena. El autor se mostró dicharachero y bromeó con el sonido de ultratumba de su nueva voz.


Demoró en empezar su performance. Largas colas lucía el GAM en la previa de la función. Parecía que a propósito Lemebel quería acrecentar aún más la expectación que había en torno a su actuación. Se respiraba en el ambiente un entusiasmo no habitual. Se esperaba con ansias su performance. Hacía mucho tiempo que no realizaba una y se tenían dudas de cómo sería si casi no podía hablar. No quería dejar a nadie afuera, comentó una vez empezada la función. Y se escuchó el disparo de su arenga provocativa: “Porque el teatro es del pueblo”, en alusión a los cuarenta años de la muerte de Allende y del edificio que albergaba la función.

El reciente premio Donoso venía de presentar otra performance en Buenos Aires, donde dijo ser él muy querido. A diferencia de Chile, se quejó. Y así se lo hicieron demostrar por allá, con un Malba colmado de espectadores atentos y deslumbrados ante su verborrea barroca y afilada.

En un escenario en penumbra, de pronto se escuchó una voz como con vocoder: “Mi voz está alterada por una operación de laringectomía. Les pido su amable comprensión. Es lo que hay. O lo que el cáncer dejó». E hizo su aparición, vestido de negro y brillos varios, aterciopelando el ambiente con su presencia. Se instaló al costado del escenario y, desde ahí, iluminado tenuemente, leyó siete textos. Lemebel anunciaba el estreno de su nueva voz, tras una segunda operación al cáncer de laringe que padece. Bromeó que por suerte ya no sonaba como robot; ahora estaba más ronco, resonaba más macho.

Cada texto era un acto y cada acto estaba acompañado de una proyección y una banda sonora. Rítmicamente, la lectura de los textos se alternaba con la irrupción de trozos de canciones y frases pal’ bronce de su imaginario “coliflai”, que daban respiro a las historias y ampliaban su universo simbólico y emotivo. Lo de Lemebel era emoción a flor de piel, piel carne de gallina entre los espectadores. Y también humor lúcido, tono dicharachero, autoironía sobre su enfermedad.

El primer texto trataba de una balada popular de principios de los setenta y con ésta, el recuerdo de un compañero de curso supuestamente desparecido por la dictadura. Una canción de amor, tipo balada italiana, vana y superflua para esos tiempos de agitación política, contaba la historia. Una historia trágica y coqueta, aquella de la noche que se lo pasó defendiendo un mural de la Ramona Parra junto a su compañero de curso heterosexual que tanto le gustaba y que nunca lo discriminó. Evocación de un acto primigenio de resistencia “pingüina”, en el que su fragilidad homosexual se hizo valiente y fuerte, y al mismo tiempo anécdota erótica inocente. Y entre medio Lemebel tarareando esa canción tontorrona con su casi no voz.

El segundo, “El beso de Joan”, contó de aquella ocasión en que un fogoso Lemebel le robó un beso apasionado a un sorprendido Joan Manuel Serrat. Fue en la década de los noventa en una visita del cantante catalán a un encuentro con los estudiantes de la Universidad Arcis. De paso le achaca al músico español el que: “Nunca nos dedicó ninguna estrofa”, en alusión a su canto por los desprotegidos y marginales, pero nunca por los homosexuales, incluso cuando apoyó a la Unidad Popular y cantó en Viña del Mar. Al tiempo que Lemebel leía su historia, en el escenario se estampaban frases del texto como: “Mi beso cantaría en su boca”, hasta otras más atrevidas como: “Solo un momento la homosexualidad lo tocó con la sed carmesí de una boca chupona”.

El show prosiguió con “Éramos tantas tontas juntas”, relato hilarante que sirvió de puente para evocar el UNCTAD –nombre originario del actual GAM y edificio que Allende construyera en la década de los setenta– y las primeras reuniones de homosexuales que tenían lugar en las fuentes de agua de este edificio. El texto alababa la arquitectura del edificio original y dispensaba una crítica abierta a la no conservación de su patrimonio arquitectónico. A su vez reclamó que el edificio actual le parecía un mall. En clave pícara, la historia recuerda la ‘revolucionaria’ visita de las delegaciones de Cuba y África a unos congresos culturales en tiempos de la Unidad Popular, tan favorables al fluido intercambio amoroso con ese grupo de homosexuales, pionero de las agrupaciones actuales pro gay.

El cuarto acto se titulaba “Camilo Escalona”. Aquí Lemebel repasó a su vecino de barrio, el político socialista Camilo Escalona. Ventila que nunca éste volvió al barrio, ni siquiera para tomarse una foto con todos los vecinos que tan orgullosos estaban de él, de saberlo el político importante, el presidente del partido, el presidente del Senado. Confirma sus sospechas de la época sobre el discurso de Camilo de aquel entonces. El texto se ocupa de narrar la miseria del barrio de origen que comparten y es una expresión coral de la decepción de los vecinos hacia el político consagrado y exitoso que le da la espalda a su gente.

“Me gustan los estudiantes” es el quinto texto. Canción de Violeta Parra cantada por Mercedes Sosa acompaña la lectura. El escritor se saca el sombrero ante el movimiento estudiantil. Rescata de éste el ser el único grupo en enfrentarse al neoliberalismo imperante. Se despacha: “Total, la razón en estos sistemas es comprable, tranzable, y la tiene quien argumenta mejores razones económicas”. Y cuenta de aquella alegre noche pingüina en que compartió con un grupo de estudiantes en toma en un liceo capitalino.

A continuación, anuncia que ese día en la mañana, al ver la TV, se enteró del suicidio de Odlanier Mena, ex director de la CNI, en el penal Cordillera, pronto a ser trasladado con Contreras y compañía. Este acontecimiento le inspira el sexto acto: “Servicio por la patria”, en el que critica las entrevistas dadas por el Mamo Contreras a la TV, e ironiza con los servicios patriótico-profesionales prestados por los militares del Régimen. De fondo, burlonamente, la marcha favorita de Augusto Pinochet.

Con “Claudia Victoria” se cierra la lectura de los textos. Aquí desaparece la parodia y se instala un tono grave. Es una historia antigua, dice, de cuando hacía su programa en la radio Tierra. Claudia Victoria es la hija de un matrimonio chileno-argentino, apropiada por la dictadura del vecino país, en complicidad con la dictadura chilena. Era una niña de apenas ocho meses cuando es usurpada del seno materno.

El tono de Lemebel es contenido, a ratos dulce como el de una abuela cuando rememora a la criatura. La historia es dramática, dolorosa. Una de las abuelas se suicida, la otra se une a la causa de las Abuelas de Mayo. El bolero “Osito de felpa” es el peluche sonoro para cuidar el sueño de este ausente bebé. Como bien dijo un cronista argentino de su performance en el Malba, “el bolero para narrar un secuestro y desaparición desencaja, desentumece, impide que nos anestesiemos en los buenos sentimientos”. Así se salva del melodrama fácil, salta el lugar común, evita la sensiblería cursi, el lloriqueo ramplón de matinal de TV.

Lemebel se retira. En el escenario un video. Mar de fondo, camina el escritor por la playa con zapatos de tacón en las manos hasta enfrentar una tela blanca. Esta, como un sendero, se extiende por la arena. El performista vierte agua con un jarro de cristal sobre la tela y da un paso. Antes de cada paso repite el gesto de verter agua. Cada paso se imprime en el blanco y ensangrienta la tela. Son pasos de sangre que buscan lavar su dolor en la espuma. Pasos que entran al mar y reandan un camino hacia el horizonte y más allá.

Lemebel es ovacionado. Revolotea unos besos al público haciendo gestos de palomas con sus manos. El público le agradece su buena memoria en estos cuarenta años. Los aplausos son una suma de cariño desbordante y él lo sabe. Aquí también se le quiere mucho. No es válida su queja. Así fue la vuelta a los escenarios del osado performista, la reaparición de la voz literaria más potente del último tiempo en Chile, paradójicamente casi sin voz, pero resonando ronca y robóticamente, y por sobre todo brillando, más que todas las lentejuelas de su tenida.

 

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