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Comentario de cine: «De jueves a domingo», el trayecto de la pérdida La cinta es la ópera prima de Dominga Sotomayor

Comentario de cine: «De jueves a domingo», el trayecto de la pérdida

Enrique Morales Lastra. Periodista.


De jueves a domingo 1

“¿Qué es uno y qué es el universo? ¿Qué es uno en el universo? Uno, me aventuro, es los libros que ha leído, la pintura que ha visto, la música escuchada y olvidada, las calles recorridas. Uno es su niñez, su familia, unos cuantos amigos, algunos amores, bastantes fastidios. Uno es una suma mermada por infinitas restas. Uno está conformado por tiempos, aficiones y credos diferentes. Vuelva usted a preguntar qué somos, adónde vamos y una bofetada lo librará de las pocas muelas que le quedan”.

Sergio Pitol, en “El arte de la fuga”

Sólo después de verla por segunda vez este pasado fin de semana pude atrapar ciertos detalles de la película “De jueves a domingo” (2012), que antes, hace unos meses, en una ojeada superficial que le hice a través de la televisión por cable, se me habían escapado. En especial la sutileza, la sensibilidad y la capacidad de su realizadora para transmitir, mediante las secuencias de su cinta, un pathos, una conmoción, una dulce nostalgia, por recuperar la esencia de esos viajes de amaestramiento que, en su mayoría, ocurren durante el camino de la infancia.

Su joven directora Dominga Sotomayor, afirmó en un coloquio —luego de esa función esclarecedora que tuve en el 38º Festival de Cine UC de estos días—, que la primera escena que apareció en su cabeza del filme, nació tras contemplar una fotografía suya de chiquilla, al lado de un pariente igual de crío, que fue capturada en una extraviada jornada de un paseo de vacaciones de verano, entre los ’90 y el año 2002.

De jueves a domingo 2

La trama de este largometraje relata las horas del último desplazamiento estival que, como familia, realizarán previo a divorciarse los padres de Lucía, una menor que bordea la adolescencia, y cuyo papel es interpretado en forma sobresaliente por la debutante Santi Ahumada. “Viajar también es algo que hay que aprender, es una permanente transacción con los demás en la que, al mismo tiempo, uno está solo. En ello reside también la paradoja: uno viaja solo en un mundo dominado por los demás”, anotó el narrador holandés Cees Nooteboom, en su recopilación de artículos Hotel nómada. Pero, ¿se imaginan entender el significado de esa idea, de esa dura, lacerante vivencia de la soledad, cuando eres apenas un ser humano que acaba de aterrizar sus estremecimientos, en la estación de la pubertad? Ese trauma afectivo, la conciencia de ese desgarro cardinal, es la losa que se cierne sobre el alma de la novata protagonista de “De jueves a domingo”.

Mientras observaba la depurada manera en que Sotomayor abordaba los descuentos de esa travesía final, del derrumbe de un matrimonio, de la catarata de su amor conyugal, y la sensación de pérdida fatal para sus dos pequeños hijos, con mínimas y elocuentes situaciones, el filme obraba, con su sorprendente fuerza emotiva, al interior de mi agobiado espíritu, alrededor de mi cuerpo encorvado en una butaca de la primera fila.

De jueves a domingo 4

Si la pareja compuesta por los actores Francisco Pérez-Bannen y  Paola Giannini (Ana), atravesaba en su sendero inconcluso con Lucía y su hermano Manuel, hacia una tranquila playa del norte, por la Cuesta del Melocotón, pasando debajo de esa gigantesca piedra que parece a punto de caerse en medio de la carretera, pero nunca lo hace; yo realizaba la propia peregrinación postrera, con mis padres en la memoria, y cruzaba junto a ellos la Angostura de Paine, esfumado lo que los unía, desde el sur de Chile en sentido a Santiago, una nublada tarde de primavera de 1988. Todavía transitar por esa zona me angustia, y a pesar de que el sol despunte radiante encima de San Francisco de Mostazal, que objetivamente es un villorrio magnífico, el cielo de esa postal, jamás dejará de ser gris en la corteza de mis impresiones: era el anuncio y la advertencia, de que sería un tipo frágil y desguarnecido.

Gracias a que Lucía le pedía a su papá, en momentos del trayecto a Punta de Choros, que le permitiera conducir el vehículo station en el que viajaban, recordé que yo le solicitaba al mío, que activara el marcador de la distancia del auto de tanto en tanto, y que me avisara, cada quince, 30, 40, 50 kilómetros, a fin de que en un paisaje inhabitado, obsesionado con los mapas como estaba en esa época, mi imaginación procediera a fundar ciudades, pueblos ficticios; para proceder a redactar su nombre inaudito, en las páginas de un cuaderno Colón de color verde, que llevaba conmigo. En 1988 aprendí a escribir, y esa novedad, la más trascendente de mi vida, la estrenaba ejercitando la experiencia caligráfica, con esas breves fábulas constructivistas, emulando a los adelantados hispanos que, en sus empresas conquistadoras, y en un costado del valle de un río que les cautivaba, desplegaban el plano castellano en el ancho del suelo virgen, y comenzaban a repartir las cuadras principales, entre sus fieles y famélicas huestes.

De jueves a domingo 3

Había olvidado esas instantáneas, que estaban ocultas en los intersticios de mis tristezas, y me acordé de ellas, en la oscuridad de la sala de cine, evaporado un cuarto de siglo, mucho más de la mitad de mi existencia, recién la tarde de este domingo 19 de enero de 2014, azuzado, provocado por la historia de Dominga Sotomayor, en el día de la semana que la honra. Vaya coincidencia.

Lucía canta al inicio del viaje y mi hermana chica hacía lo mismo, imitando los éxitos de ese tiempo: a las mexicanas Yuri y Lucerito, con un estribillo que decía algo así de: “ya no, lo siento, tu hora pasó, ya no te deseo, entiéndelo…”. No podría afirmar cuál de esas dos artistas, interpretaba esta letra, sin embargo, esa música irrumpió en mis oídos atemporales, con el sonido de la voz chillona de una niña de cuatro años, enseguida de disfrutar y torturarme con tu película, Dominga Sotomayor.

Evoqué, imprevistamente, que en ese entonces amaba a mi hermana, que me encantaba abrazarla y besarle las mejillas, que efectuaba esa acción en varias ocasiones al correr de esos días sin tiempo, eternos, y que ahora, al contrario, ella representa una persona desconocida, anodina, indiferente para mí. Repasé que las salidas que se sucedieron posteriormente, incompletas, siempre “de a tres”, luego de esa separación, resultaban tristes y penosas, que tampoco asociaba la semántica de estas palabras, a esos eventos, pero que al escribir este texto, y ver tu cinta, Dominga, las he palpado con una claridad meridiana, desoladora. Comprendí que esa es la razón por la que evito verlos, mencionarlos y me prohibo saber de ellos; de mi padre y de mi hermana.

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Quizás por eso me demoré en redactar esta columna, me detuve una docena de veces, y sólo pude terminarla un día después de cuando lo hago habitualmente.

En ese diálogo que la cineasta de “De jueves a domingo”, sostuvo con quienes fuimos a contemplar su filme en una calurosa, seca y abochornada matiné; ella habló de la importancia del factor de la inconsciencia, en la gestación dramática de su ópera prima. Probablemente sea un dictado sin significado, una recóndita pulsión argumentativa, que la película cierre en un ciclo desde su principio hasta su desenlace: parte en la oscuridad de una madrugada y concluye en el negro de la noche. Un círculo que cicatrizó una herida, también, para mí, Dominga.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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