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La partitura inspirada en la desolación del 27-F, que conmovió al Teatro Municipal Estreno de “Geografía del desastre”, del compositor chileno Sebastián Errázuriz

La partitura inspirada en la desolación del 27-F, que conmovió al Teatro Municipal

Quizás no se trate del músico nacional más talentoso de se generación, pero sí de uno de los más trabajadores: el creador de las óperas “Viento blanco” y “Gloria”, volvió a marcar un hito en su promisoria carrera, con la presentación de una nueva obra suya, en el principal escenario de la capital. En la quinta fecha de esta temporada 2014 de la Orquesta Filarmónica, también brillaron las interpretaciones del Concierto para piano n. º 2, de Sergei Rachmaninoff —a cargo del ruso-israelí Boris Giltburg—, y de la Sinfonía n. º 7, de Ludwig van Beethoven.


KonstantinChudovsky

Konstantin Chudovsky

Estaba repleto el Municipal. Desde hace por lo menos una semana que no habían entradas disponibles, para ninguna de las dos versiones del “Concierto 5” de la Orquesta Filarmónica de Santiago,  de los recientes jueves y viernes. La ocasión era una de las más vistosas del semestre, en efecto. Se reunían, en una sola exhibición, dos de los títulos doctos más clásicos del repertorio: el Concierto para piano n. º 2, del ruso Sergei Rachmaninoff, y la Sinfonía n. º 7, del alemán Ludwig van Beethoven.

Asimismo, y prosiguiendo con la política de extensión del Teatro, de darle cabida en su programación de este año, a piezas compuestas por músicos chilenos vivos o ya desaparecidos, en la oportunidad se estrenó la partitura de Geografía del desastre, obra del destacado autor, director y productor nacional, Sebastián Errázuriz (1975).

Con la interpretación de ésta última, se dio inicio al evento. Las notas de la obra, según la confesión de su mismo creador, hunden su inspiración artística en las consecuencias que tuvo para el territorio del país y de sus ciudadanos, la recordada catástrofe del sábado 27 de febrero de 2010.

De acuerdo a lo expresado por Errázuriz, los motivos de Geografía del desastre: “Toman un ritmo propio del folclor chileno y poco a poco comienzan a fragmentarlo para representar la corriente que remeció el país y a generar un estado reflexivo. La armonía consiste en un acorde estático que incomoda, mientras algunos instrumentos tímidamente van generando melodías que tejen un lamento que clama por la ayuda para recuperarse de las consecuencias de un desastre natural”.

Sebastián Errazuriz

Sebastián Errazuriz

Como afirmábamos en un principio, quizás el compositor de Viento blanco (2008) no se trata del músico nacional más talentoso de su generación, pero sí de uno de los más trabajadores, entusiastas y metódicos. Resistido por cierto sector de la academia, Errázuriz es un creador que con el paso de los años ha continuado, sin duda, estudiando, profundizando su natural instinto creativo. Eso, con el fin de cultivar un estilo artístico maduro, y cada vez, si se nos permite el juicio, de mayor complejidad en su elaboración.

El análisis de la partitura desplegada por la Orquesta Filarmónica, así las cosas, resulta la de un crédito bastante rescatable. Minimalista y sencilla, destaca esa irrupción “grave” de las cuerdas que rememoran el dolor y la muerte, de un fenómeno natural que cambió para siempre la costa marítima del sur de Chile. El libretista de la ópera Gloria no abusa de la atonalidad propia de la música docta contemporánea, y regala a sus oyentes pasajes de un prendamiento estético de verdadera armonía y agradables sensaciones.

Insistimos. Sin pretender situar su nombre en un referente de la escena musical del país, ni convertir sus piezas en una sobrecargada manifestación de diálogos incomprensible entre las distintas especialidades de una orquesta, Errázuriz es el compositor chileno que lidera la palabra “futuro” durante la hora actual. Sus temáticas están lejos de la superficialidad, y sus ideas artísticas escapan con largueza de la monotonía y las pretensiones elitistas.

Luego, vino el turno de Rachmaninoff y la presentación del pianista israelí, nacido en Rusia, Boris Giltburg (1984). Un joven intérprete de gran proyección internacional, el que acaba de ganar, el año pasado, el primer premio del célebre Concurso Queen Elisabeth de Bruselas, Bélgica. Antes, en 2002, obtuvo el segundo lugar en el “Paloma O’Shea International Piano Competition”, un certamen de clásica trayectoria, afincado en la ciudad de Santander, capital de la Cantabria española.

A pesar de ello, creemos que con su estilo afectado y sobrecargado, lejos de la fluidez necesaria, a fin de abordar el Concierto para piano n º. 2 en do menor, del creador ruso, privó a los oyentes de conocer la totalidad de las posibilidades musicales de esta  afamada pieza.

Por momentos, pareció que la conexión de Giltburg con la orquesta se bifurcaba en otras direcciones estéticas, y en un romanticismo llevado hasta los límites de lo permitido; su particular versión pecó de un personalismo que le cerró los caminos para construir, en compañía del certero y sólido Chudovsky, un edificio interpretativo que hubiese quedado en la memoria de la posteridad. Lo mejor: el Adagio sostenuto, precisamente cuando las páginas escritas por Rachmaninoff, le entregaron por obligación e imperioso mandato, el protagonismo artístico al maestro titular y a sus muchachos.

La velada se cerró con la Sinfonía n. º 7 de Ludwig van Beethoven. Aquí, la Filarmónica y su director resolvieron con notable desempeño los acertijos, vanguardistas para su época, del genio de Bonn.

Konstantin Chudovsky tuvo una bellísima visión de esta simbólica partitura. Un Poco sostenuto – Vivace airoso y fiel a su apoteosis triunfalista, con delicadísimos giros, acostumbrados como estamos ya, a la batuta del maestro ruso. El Allegretto que vino a continuación, inmensamente triste, “solemne”, pero fuerte: propio del alma atormentada de su inventor. Y un tercer movimiento (Presto) esclarecedor y lúcido, con el propósito de conducirnos al imprevisto y enfático final, del Allegro con brio. Acá, mencionamos a la Orquesta Clásica de la Universidad de Santiago, cuando en esa aula de madera de la Escuela de Artes y Oficios, humilde y palaciega, oíamos con fervor la Séptima Sinfonía, el “caballo de batalla” de ese conjunto, en los tiempos de su dirección a cargo del chileno Santiago Meza.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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