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Andrés Rodríguez, el último bastión cultural de la derecha pinochetista Fue designado en el cargo en 1981. Su caso de «eternización» es único en el mundo

Andrés Rodríguez, el último bastión cultural de la derecha pinochetista

La renuncia del actual director del Teatro Municipal, anunciada el pasado viernes por la alcaldesa de Santiago Centro, Carolina Tohá, tiene un alto significado simbólico: representa el fin de una época y de las políticas elitistas diseñadas por el régimen militar y su asesor estrella en esa área, el escritor Enrique Campos Menéndez, el Cyrano de Pinochet. Si bien Rodríguez abandonará su cargo recién a fines de 2015, ya comienzan a sonar algunos nombres para reemplazarlo en el cargo.


Es el centro cultural más codiciado del país. Ser director del Teatro Municipal no es algo menor, si se toma en cuenta que es la institución de ese tipo más antigua y de mayor nombre, que se encuentra en Santiago.

Y desde 1981, cuando el régimen de Augusto Pinochet echó a andar la idea de las corporaciones culturales comunales -siguiendo una concepción gremialista de la actividad artística-, que la conducción ejecutiva del escenario de la calle Agustinas, estaba en manos del abogado Andrés Rodríguez Pérez (60).

Amigo personal del alcalde de Santiago en ese entonces, el ex senador de la UDI, Carlos Bombal Otaegui, la sugerencia de sus servicios contó con la aprobación entusiasta del escritor Enrique Campos Menéndez (1914-2007), el hombre que escribía los discursos de Pinochet y a quien se le atribuye en gran parte el fundamento cultural de la dictadura, vale decir, la extirpación del ideario de la Unidad Popular y su reemplazo por los paradigmas nacionalistas, tal y como le gustaba al general.

El ex Premio Nacional de Literatura, galardón otorgado más por su lealtad al régimen que por sus reales aportes literarios, en ese tiempo se desempeñaba sólo como director de la Dibam, pero su influencia atravesaba todas las esferas del poder. Haber redactado los bandos militares del mismo día del Golpe el 11 de septiembre, y la la Declaración de Principios de la Junta, de 1974, le conferían un estatus difícil de igualar. Por esa razón, cuando respaldó el nombre de Rodríguez para conducir el Municipal, nadie se atrevió a objetarlo.

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En sus 33 años al mando del Teatro Municipal de Santiago, Rodríguez cosechó numerosos éxitos, gracias a su enorme red de contactos internacionales, que elevaron el estándar de programación del Teatro. Rodríguez organizó los cuerpos estables del recinto, y les otorgó lineamentos de desempeño artísticos claros. En esa línea, lega como herencias una orquesta y un ballet a la vanguardia musical y escénica en Latinoamérica. También introdujo los modernos conceptos de marketing para la manutención del establecimiento, especialmente después de que posterior a marzo de 1990, ya no contó con los generosos recursos que le dispensaba La Moneda de Augusto Pinochet.

No se amilanó, Rodríguez, empero, pues en esa década de “transición”, tuvo el incondicional apoyo del alcalde Jaime Ravinet y del diario El Mercurio, su gran aliado dentro de la opinión pública, y por qué no decirlo, su único y poderoso puntal mediático, luego del regreso de la democracia en el país.

Con ese respaldo, supo convocar a empresarios y hombres de negocios, los que le prestaron un cerrado sustento, tal fue el caso del fallecido Ricardo Claro Valdés, sin ir más lejos. Baste recordar que bajo el gobierno local de Joaquín Lavín (2000-2004), éste le solicitó la renuncia a su alto puesto. Pero desde las editoriales del diario de Agustín Edwards y los recursos de la Sudamericana de Vapores, entre otros holding, se dejó caer la defensa “hasta la última bala” de la persona y los logros del licenciado en derecho con estudios de música en Italia.

El peso de las críticas

Pese a esos respaldados y a sus logros, su estilo de gestión siempre ha sido fuertemente criticado. Nunca tuvo cercanía con sus empleados a lo largo de tres décadas al mando del Teatro Municipal y su trato -si bien cortés- tampoco dejó entrever sus verdaderos pensamientos, menos ahora cuando le fue comunicado que su cargo no era vitalicio y que debía presentar la renuncia. Su liderazgo, es de otro tiempo, de un Chile que se acabó en las postrimerías de los 80. Para algunos, su sola permanencia casi «eterna» en el cargo, simbolizaba las fuerzas vahídas de un pasado autoritario que marcó más de un generación en el principal escenario cultural del país.

El rumor de su salida comenzó a escucharse con fuerza apenas Carolina Tohá asumió la alcaldía de Santiago. En apenas un mes, la alcaldesa dio un golpe de timón al sacar del directorio del teatro a Matías Pérez y Mikel Uriarte, dos de sus hombres más cercanos. Más tarde cuando asumió Michelle Bachelet como Presidenta, los críticos de Rodríguez comenzaron a circular la voz de que ahora sí se tendría la fuerza para sacar al abogado del puesto que ocupaba hace 33 años.

Para el «Movimiento liberar el Municipal», liderado por el director Teatral Ramón Griffero, quien en enero de este año envió una carta abierta a Tohá para pedir por la exoneración de Rodríguez, la administración de este abogado era considerada como un insulto para quienes trabajaron en la resistencia cultural a la dictadura pues-según ellos- «fue sustentador de una férrea censura artística», además de ser el encargado de ofrecer las famosas «galas» de Pinochet .

Uno de los episodios más polémicos de su gestión en dictadura fue cuando se produjo la salida del director musical Juan Pablo Izquierdo. En 1986, Izquierdo preparaba el estreno de la obertura Egmond, de Beethoven, y pretendía que el monólogo de cierre -a cargo del actor José Soza- fuera recitado en español. El texto, tomado de Goethe, es una proclama de la libertad. Rodríguez lo impidió: el monólogo debía decirse en alemán. Este fue uno de los capítulos que motivó la renuncia de Izquierdo y decretó la censura en el Municipal.

También habría que sumar las graves crisis financieras por las que atravesó el Municipal finalizando la década de 1990 y que tuvo su gran explosión en 2006, con el despido de un inmenso porcentaje de los miembros de la Orquesta Filarmónica, y su sustitución por intérpretes extranjeros, venidos principalmente de la Europa del Este.

Otro déficit de su gestión, igualmente, fue su escaso apoyo a los artistas nacionales en el curso de su administración. Salvo en los últimos años, Andrés Rodríguez se mostró reacio a incluir parte del repertorio de la música criolla, en las programaciones y temporadas del Teatro. Quizás, esa ha sido su mayor deuda: la escasa promoción de talentos locales, mientras duró su cometido en la primera línea del edificio de Agustinas. Ya que aparte de Sebastián Errázuriz, son pocos los compositores nacidos en Chile, que podrían afirmar: “yo di mis primeros pasos en el Municipal”.

¿Quién será el reemplazante?

Aun cuando ya comienzan a escucharse nombres, lo cierto es que la partida de Rodríguez no será inmediata. El permanecerá en su cargo hasta el 2015, cuando expiré la programación internacional del Teatro gestionada por su renunciado director. De acuerdo a algunas fuentes relacionadas con el tema, hasta la fecha son tres  los posibles nombres que se escuchan para relevar en el cargo a Rodríguez.

El primer nombre que se escucha es el del actual director del Centro de Extensión Artística y Cultural de la Universidad de Chile, Ernesto Ottone Ramírez. También suena la gestora cultural que administra el GAM , Alejandra Wood Huidobro; y a la directora ejecutiva de la Fundación Teatro a Mil, la periodista Carmen Romero.

Pero más allá de los nombres, otros de los misterios que se guardan celosamente sobre la renuncia obligada de Rodríguez es la negociación de su cláusula de salida, ya que precisamente esta indemnización, por tantos años de servicio al frente del teatro, fue durante mucho tiempo el verdadero obstáculo para que el director diera un paso al costado.

 

 

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