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“Bajo la misma estrella”, el filme que quiebra récords en Chile La película dirigida por Josh Boone está basada en la novela de John Green

“Bajo la misma estrella”, el filme que quiebra récords en Chile

El fundamento artístico de este melodrama, está lejos de radicar en un vulgar largometraje de lloriqueos, romances juveniles y lugares comunes. Dirigida por el realizador norteamericano Josh Boone (1979), y dramatizada con las actuaciones de Shailene Woodley, Laura Dern y Willem Dafoe, la obra se exhibe como una lúcida reflexión en torno al sentimiento del absurdo, y la fragilidad del amor y del recuerdo, enfrentadas a la fuerza inconmensurable de la muerte. Aunque, también, dista de ser una pieza perfecta y tiene algunos vacíos en su estructura narrativa.


“Y experimenté una sensación fuerte, dolorosa e inútil: la nostalgia. Allí estaba yo, aceptando cualquier argumento con tal de poder seguir viviendo. Miré alrededor en aquella plaza pacífica, ya crepuscular, por las calles atormentadas pero llenas de promesas, y sentí cómo crecían y se juntaban en mí las ganas de continuar con mi vida, aunque pareciera imposible: no existía ninguna cosa insensata que no pudiéramos vivir de manera natural, y en mi camino, ya lo sabía, me estaría esperando, como una inevitable trampa, la felicidad”.

Imre Kertész, en Sin destino

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El dolor de padecer una enfermedad incurable y el sin sentido de la existencia son las primeras sensaciones estéticas que se evocan al comenzar las secuencias de Bajo la misma estrella (The Fault in Our Stars, 2014), la película que sólo en su primer fin de semana de exhibición en el país, fue vista por más de 85 mil personas.

Pittsburgh, Pennsylvania, Estados Unidos. Hazel (Shailene Woodley, la hija mayor de George Clooney en Los descendientes), conoce a Gus (Ansel Elgort), en una de esas charlas que ofrecen grupos de autoayuda emocional, para personas condenadas a la muerte por algún tipo de cáncer. Los dos muchachos sufren las consecuencias de haber sido víctimas de un diagnóstico de salud nefasto. A uno le fue amputada una pierna, y la otra debe arrastrar un balón de oxígeno junto a ella, a fin de poder seguir respirando normalmente. No tienen más de 20 años de edad, pero la vivencia de lo irreparable, de una carga que deberán arrastrar por el resto de sus días, los une y crea una especie de afinidad de la desolación entre ambos.

Uno de los escritores más puros del siglo XX, el judío-polaco Isaac Bashevis Singer, Premio Nobel de Literatura 1978 –cuya obra se halla atravesada de esoterismo yiddish-, anotó al final de su bello cuento “Amor tardío”, inspirado en el cruce afectivo de dos seres humanos bajo situaciones de marginalidad etaria, lo siguiente: “Una idea atrevida cruzó por la mente del anciano: volar a la Columbia Británica, encontrar a la joven en el páramo desierto, consolarla, ser un padre para ella y, tal vez, tratar de meditar junto a ella sobre por qué un hombre nace y por qué debe morir”.

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Acerca de esa entelequia, extiende su estructura argumentativa Bajo la misma estrella: en la condena a muerte que está redactada encima de nuestras frentes, sin excepción; en el sentimiento trágico de la vida, en la precariedad del amor y de su pálida remembranza, en la búsqueda de una explicación al absurdo, del horizonte trunco que parece guiar a los seres humanos.

El tratamiento cinematográfico que el director Josh Boone y sus guionistas aportan al tema, se aleja sideralmente de lo burdo y de lo simplón, pese a que en la medianía del filme, este decae en su intensidad dramática, y se asoma más de una incongruencia narrativa en la gestación de su historia. Y eso que se su libreto siguió al pie de la letra la novela de John Green (1977).

Pero analizada en su conjunto, la película resulta un osado cuestionamiento visual a esas preguntas que constituyen la esencia misma de la vida, que aún por efectuarse tantas veces en la filosofía, las artes, la religión y al interior de nuestras mentes, inclusive, cuando nos sentamos atribulados en el banco de un parque o sobre la silla de un café, nunca dejan de ser impactantes ni menos obvias. Y continuarán haciéndose hasta que el universo ceda a su estiramiento incomprensible, y el sol convoque a la Tierra para sumergirse en sus lagunas de fuego.

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Y existen situaciones que las sobredimensionan en mayor medida. La que presenta Bajo la misma estrella, es una de esas. Porque Hazel y Gus no hacen otra cosa que enamorarse a la desesperada, contra el tiempo y las decisiones inapelables del “destino”. Los dos saben que morirán de una forma horrible y probable: con sus conciencias nadando en los efectos de la morfina, adormecidos por el dolor físico y la metástasis, al terminar la conquista de sus órganos vitales.

En la cinta la joven pareja emprende un fugaz viaje a Ámsterdam, Holanda, acompañados por la madre de la adolescente (Laura Dern). La finalidad del trayecto es visitar a un escritor, de nombre Peter Van Houten (Willem Dafoe), quien ficcionó una novela que ha cautivado a Hazel, y que concluye siendo prácticamente lo único que ésta lee. Caminando esos paseos románticos por los canales de la ciudad, los protagonistas ingresan al Museo de Ana Frank. La referencia es obligada y concede pistas del anhelo artístico que hay detrás de este largometraje, y una respuesta al por qué su propuesta seduce a tanta gente.

Si pensamos en que es muy probable que llegado el momento, y pese a los esfuerzos realizados, la vida nos golpeará de una manera que implique desarmar una a una nuestras ilusiones y aspiraciones más recónditas, hasta matarnos; el único refugio que resta, para vencer el llamado de lanzarse a la nada, sería guardar en la memoria los momentos donde creíamos que fuimos felices. Acordarnos de ciertas aficiones, personas y rincones queridos, aferrarnos a una sensibilidad que pueda vislumbrar, en la cloaca más inmunda y en la prisión más brutal, la belleza radiante de la naturaleza del mundo. Gratis y al alcance de todos.

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Abrazándose al borde de un riachuelo de los Países Bajos, Hazel y Gus se asemejan a Anna y Gúrov, los estelares de La dama del perrito, de Antón P. Chéjov, cuando juntos descansan en un banco cercano al Mar Negro, y escuchan su silbido, enamorados: “Así era su rumor cuando ni Yalta ni Oreanda existían, así era ahora y así seguirá siendo, sordo y monótono, cuando nada quede de nosotros. En esa constancia, en esa total indiferencia a la vida y la muerte de cada hombre reside, quizá, la prueba de nuestra salvación eterna, del movimiento ininterrumpido de la vida sobre la tierra, de un perfeccionamiento constante. Sentado al lado de una mujer tan joven y bella, Gúrov reflexionaba que en realidad, si se para uno a pensarlo, todo es bello en este mundo, salvo lo que nosotros mismos discurrimos y hacemos cuando olvidamos los fines supremos de la existencia y nuestra dignidad humana”.

Un filme producido con anterioridad a Bajo la misma estrella, pero que llama poderosamente la atención por su paralelismo y muy recomendable al igual que éste: Restless (2011), del también realizador norteamericano Gus Van Sant.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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