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Crítica de cine: “Volantín cortao”, los aires del nuevo realismo chileno Filme de Diego Ayala y de Aníbal Jofré se estrena tras su éxito en Ficvaldivia 2013

Crítica de cine: “Volantín cortao”, los aires del nuevo realismo chileno

Con el vértigo de un descenso en caída libre, así se mira esta ópera prima, perteneciente a la mirada social de dos jóvenes y promisorios realizadores nacionales, en una historia que fue rodada en parte, por rincones y pasajes de la conocida población santiaguina de La Victoria. Ingresando a un centro del Sename, subiéndose a los buses del Transantiago, con actores no profesionales, y valiéndose de una cámara en mano cuyos giros y movimientos, aumentan la sensación de absurdo y esperpento existencialista, el talento cinematográfico de la dupla que acá dirige, cruza el Atlántico, y le concede un agradecida reverencia a los hermanos Dardenne, a la italiana Tizza Covi y al austriaco Rainer Frimmel.


“Y que otras veces / el mundo pierde color / se vuelve algo así como el pavimento de las calles / alguien me pavimentó el mundo / y todo es sendero o carretera o camino / pero nunca destino / y uno se va a morir esperando llegar a alguna parte / dos pasos atrás por uno pa´ delante / viéndolo todo gris gris”.

Rodrigo Lira, en Testimonio de circunstancias

volantin1De pronto, cuando termina el otoño y comienza a despuntarse el invierno, la introvertida Paulina (21) se encuentra sólo a un breve trámite para titulase de Asistente Social –su práctica profesional- y no sabe qué hacer con su vida. En eso, conoce a un interno del centro de reclusión de menores, en el cual se desempeña: Manuel, de dieciséis años. Y esa aparición, que en otra etapa de su trayectoria podría adjetivarse como algo trivial, en este segundo, cambia y trastoca lo que parecía el cumplimiento de una simple instancia académica y curricular.

Volantín cortao (2013), la pieza inaugural de los directores Diego Ayala (26) y Aníbal Jofré (24), resulta un aceptable largometraje de ficción, uno que se agrega a la lista de este buen segundo semestre para el cine chileno, con los ya estrenados Génesis Nirvana y Matar a un hombre.  Otra cinta que, con sólidos engranajes narrativos, exhibe una variante de las frustraciones urbanas y vitales, tanto provincianas como capitalinas, que asedian a un amplio sector de la ciudadanía, esa que sobrevive y subvive en este país, al decir del poeta Rodrigo Lira.

Ni Manuel ni Paulina son felices, aquello los une. Son distintos, de diferentes clases sociales, y responden a disímiles códigos de pertenencia en el día a día de su cotidianidad. Pero la necesidad de afectos y esas aspiraciones más profundas que tenemos todos, hace que un vínculo casual y pedestre (ella es la tutora encargada y él un joven con problemas), se transforme si no en amor, por lo menos en un flirteo de graves consecuencias para ambos.

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Los encuadres cerrados de este filme, traen el título de otra película local de exhibición más o menos cercana, y que igualmente se centra en la trayectoria de sujetos humanos periféricos del Gran Santiago: Las analfabetas (2013), de Moisés Sepúlveda. Su cámara en mano, los recurrentes primeros planos de su lente, y los constantes movimientos de su foco, sin embargo, invocan a la ya citada Génesis Nirvana (2013), de Alejandro Lagos.

Con esta última, se reúne Volantín cortao, en un intento por plasmar otro grado, pero no menos alto, de la desesperación femenina. La frecuencia es la misma, aunque el volumen se deslice por cauces tan sólo paralelos. En las quebradas de ese mapa audiovisual –donde no se escucha música- la deuda de los debutantes Ayala y Jofré, con los belgas Jean-Pierre y Luc Dardenne, es a todas luces clara y manifiesta.

La misma inquietud porque el montaje muestre a estos seres desbocados, sin destino, desorientados, esperando el bus o una micro, que los lleve a una parada segura, insertos en el escenario de una ciudad fría e indiferente, que los acoge como podría recibir a una paloma, a un perro callejero, o a un gato sin dueño.volantin3

En esa gramática audiovisual, quizás no sería desubicado escribir, en este texto, el nombre del cineasta finlandés Aki Kaurismäki, empero, donde éste emplaza una puerta de salida, una secuencia luminosa, una esperanza a tanto fracaso y negación sentimental; Ayala y Cofre concluyen por reafirmar el nihilismo y la imposibilidad de comunicarse abiertamente con el otro, aún con ese ser que, por el capricho o por el azar, hemos escogido para tales propósitos (la escena final de esta película, que enmarca a la “pareja” en una estación de locomoción colectiva, es elocuente al respecto).

Pese a la insistencia de esta dupla creativa (Ayala y Jofré), por referenciar a la estética fílmica, que emana de apelar a los Dardanne y a sus primerísimos planos, del estilo que se desprende por recurrir a Gaspar Noé y a su equipo de grabación (el que se mueve con un sutil y nunca molesto temblor de la realidad, del campo visual); las estrategias cinematográficas de los directores termina aquí por convencer, por establecer su propio lenguaje, y finalizar firmando un crédito logrado y original.

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De hecho, la fuerza literaria del guión, y la sensibilidad artística de sus autores (un trío compuesto por Javiera González, Nicolás Herrera y Javier Valderrama) me obliga citar a otros realizadores más jóvenes y cercanos a ellos, en su temática urbana y social, vista desde el desarraigo identitario, la pobreza material y el desvarío anímico-emocional: al dúo conformado por la italiana Tizza Covi y el austriaco Rainer Frimmel (los directores de La pivellina, 2008) y al español Daniel Calparsoro (nunca he visto un Madrid habitado, ni siquiera en la filmografía de Almodóvar, por tipos dramáticos tan outsiders y bellos, como el trío que protagoniza su recomendable Asfalto, 2000).

Y como en esa película estelarizada por Juan Digo Botto, Najwa Nimri y Gustavo Salmerón -un filme cuya belleza me consoló en una triste noche de diciembre de 2006-, en Volantín cortao se fotografía con precisión, el mundo de los pasajes proletarios, de la clase media capitalina que, con uñas y dientes, se aferra “al sueño profesional” para no volver a residir en los suburbios más castigados y estigmatizados. También acá, se proyectan, en un registro que bordea el género documental, los viajes eternos arriba del Transantiago, las cantatas de los músicos callejeros, las barricadas del 11 de septiembre, la adrenalina de una tarde de paseo y pololeo por la montaña rusa de Fantasilandia y el Parque O’Higgins.

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El único punto a objetar en la calidad del libreto, y cuyo déficit deja traslucir abiertamente el desarrollo del filme, deviene de la precaria caracterización psicológica que tienen los demás personajes del reparto, a excepción de los roles principales, que son encarnados en un gran nivel por Loreto Velásquez (Paulina) y René Miranda (Manuel). Algo de profundidad y complejidad se esboza, sin ir más lejos, en algunos papeles menores como los que representan la abuela que crió al joven abandonado o en los padres de la estudiante de Trabajo Social, empero, eso no alcanza.

Hubiésemos querido apreciar, por ejemplo, a Pablo Krögh abordando un personaje que le hubiese significado una despedida artística, si se quiere, más perdurable en el tiempo y en la memoria. Finalmente, una ganancia autodidacta para el cine chileno, que llega desde el Sename, y que se añade a la lograda interpretación de hombres y de sujetos populares, que despliegan actores como Ariel Mateluna y Luis Dubó: el debutante René Miranda.

 

 

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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