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Crítica de cine: “Amor a la carta”, con ánimo de escribirle a los fantasmas Esta película india disputó tres premios distintos en el Festival de Cannes 2013

Crítica de cine: “Amor a la carta”, con ánimo de escribirle a los fantasmas

El filme dirigido y escrito por Ritesh Batra (1979) fue una de las cintas revelaciones que se estrenaron en el circuito independiente durante el año pasado. Aunque inicialmente entrega todas las pistas de tratarse de una obra minimalista, su temática y su lenguaje estético-filmográfico, van mucho más allá de eso, en una perspectiva audiovisual donde se cruzan una cámara intimista y otra omnipresente, en el contexto espacial de una mega ciudad asiática.


“La vida nos lanza como una piedra, y nosotros vamos diciendo por el aire: ‘Aquí estoy yo, moviéndome’”.

Fernando Pessoa, en el Libro del desasosiego

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El calor de Bombay, y la melancolía, asedian al burócrata indio Saajan Fernández (el rol interpretado fenomenalmente por Irrfan Khan). Las labores y el ajetreo propio de una repartición estatal, en tanto, le mantienen ocupado, y sin pensar en su soledad, una que parece definitiva para un hombre viudo, que ya ha superado los 50 años: no tiene hijos, ni parientes ni amigos, y carece de algún amor cercano a la vista.

El funcionario público vive absolutamente solo en una casa de los suburbios y las únicas emociones que se presentan en su silenciosa cotidianidad, se desprenden de los trayectos que efectúa desde su domicilio, hasta su oficina de trabajo en el centro de la ciudad; siempre a bordo de un atestado bus de locomoción colectiva. Pero, también, le custodian los recuerdos, los de sus días pasados, los de su mujer fallecida, la nostalgia por un amor abandonado, el bullicio inherente de una urbe asiática que acoge a millones de seres humanos al interior de sus calles, mercados y edificios.

De pronto, sorpresa, interviene el azar, un pequeño traspié, y surge una nueva posibilidad. La entrega errónea del almuerzo para Saajan -por una equivocación de la persona a cargo de llevárselo a su escritorio-, hace que el hombre comience a comunicarse epistolarmente con la dueña de casa que, originalmente, dedicaba y cocinaba esa merienda a su esposo (el que se desempeña en otra empresa). Esa mujer es Ila (el papel encarnado por la actriz Nimrat Kaur), casada, una hija, atractiva, cerca de 30 años.

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Pese a que es mucho más joven que el empleado público, ella se entrega a la curiosidad de establecer contacto con un desconocido, impulsada, principalmente, por el penoso punto de no retorno en que se encuentra su matrimonio: su esposo la engaña, y los lazos entre ellos se han apagado hasta el extremo de cortarse definitivamente. Esas aspiraciones truncas, esas expectativas sentimentales insatisfechas, la arrojan a los brazos invisibles y fantasmales de Saajan.

Comienza, entonces, a producirse una relación por carta de papel entre ambos, redactadas a mano, en plena era de los correos electrónicos, de los chats y de los mensajes de textos digitales. Aquel extraño vínculo, los conducirá a identificarse mutuamente, y, quizás, a sembrar en su psicología, el deseo y la ilusión de que se levante para los dos, el coraje de llegar a quererse y el de modular un diálogo erótico y de seducción, en la más amplia aceptación del término.

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Amor a la carta (Dabba, 2013) es la ópera prima de su joven realizador: Ritesh Batra (1979), y su cámara lenta, quieta y parsimoniosa, sus planos largos, además del engranaje dramático de esta -su cinta inaugural-, expresan un lenguaje estético que, sin ser del todo “occidental”, se inspira en la obra de dos directores que conocieron su época de gloria hace ya unos años: el iraní Abbas Kiarostami y el chino Wong Kar-wai. La cita a este último autor es evidente, en especial a su celebrado largometraje Con ánimo de amar (In the Mood for Love, 2000).

Y al igual que en la película del cineasta nacido en Shanghái, Batra utiliza cierta música popular de la India, con el propósito de marcar los tiempos narrativos y las técnicas de montaje de su obra. En efecto, Saajan e Ila jamás se miran directamente en la ficción, salvo en una reunión fallida, en que el primero finalmente desiste de hablarle a la joven y hermosa mujer, al apabullarlo lo radiante que se observa ésta, sentada en la mesa de un restaurante.

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El pensamiento argumental que contiene este filme es sublime en sí mismo, pues intenta encuadrar audiovisualmente, la poética subjetiva del amor, pero de la pasión que nace y toca las puertas, cuando uno de los integrantes de esa pareja factible, se sitúa en una etapa de su biografía en la que ya no esperaba vivir un trance de esa naturaleza.

La única queja de realización cinematográfica que debemos reprocharle a este crédito, deriva de su cámara tiesa, absurdamente fija, la que por largos minutos sólo recurre a los cambios de planos direccionales, pero no de perspectiva (sus favoritos son los enfoques “medios” franceses y americanos), a fin de plasmar en imágenes, la lucha de ese par de soledades infelices, que pugna juntarse en alguna otra realidad o dimensión generosa que los asile.

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En esa línea de análisis, Amor a la carta tributa a una casi desconocida y formidable cinta de producción norteamericana, perteneciente al director alemán Jan Schütte: Love Comes Lately (2007), la que basa su libreto en tres cuentos relacionados dramáticamente entre sí, del Premio Nobel de Literatura polaco, nacionalizado estadounidense, Isaac Bashevis Singer (1904-1991).

De la misma manera en que lo hace el cineasta germano, en la obra que comentamos, Ritesh Batra apela a lo real maravilloso, manifestado en un lente que abandona lo intimista (con el objetivo de posicionar escénicamente a su protagonista, perdido en la gran ciudad) y así otorgarle a sus fracasos, la redención de un espectral viaje en tren sobre los rieles de la ensoñación, para finalmente, dejarlo varado en la estación y en el andén de lo “posible”.

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En esa quimera por disponerse a querer a otro, en ese afán de buscar un beso a medianoche, de alucinar con que la fuerza del amor cambie nuestro destino y provoque una variación de las circunstancias cotidianas que nos agobian; esta película sigue una estrategia estética y filmográfica, que la hermana, por el motivo de la búsqueda sentimental, a través de la escritura de una carta o de un poema, con títulos de Raúl Ruiz como Misterios de Lisboa ( 2010), con Sostiene Pereira (1995), del italiano Roberto Faenza y uno de los póstumos trabajos actorales de Marcello Mastroianni; con Les amours imaginaires (2010) y Laurence Anyways (2012), ambas del canadiense Xavier Dolan; con Le rayon vert (1986), de Eric Rohmer; con In Search of a Midnight Kiss (2007), de Alex Holdridge; con Todas las canciones hablan de mí (2010), de Jonás Trueba, con Copie conforme (2010), del citado Kiarostami y con Embriagado de amor (2002), de Paul Thomas Anderson.

Y por supuesto, como no finalizar estos párrafos, con una reflexión emanada de la pluma de una figura cumbre de occidente, y que filosofó sin parangón, en torno a la redacción y a las consecuencias de una misiva de amor, el portugués Fernando Pessoa: “Las figuras imaginarias tienen más importancia y más verdad que las reales. Mi mundo imaginario fue siempre el único mundo verdadero para mí. Nunca tuve amores tan reales, tan llenos de vigor, de sangre y de vida como los que tuve con figuras que yo mismo creé. ¡Qué locura! Tengo saudades de ellos, porque, igual que los otros, estos pasan también…”. (De el Libro del desasosiego).

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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