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Un nuevo escenario global: desafíos para Chile Opinión

Un nuevo escenario global: desafíos para Chile

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Gabriel Gaspar
Por : Gabriel Gaspar Cientista político, exembajador de Chile en Cuba y ex subsecretario de Defensa
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Hoy no vivimos en un mundo donde reine la paz y la cooperación, como utópicamente algunos sostenían en la candorosa versión del Libro de la Defensa de 2017. Debemos asumir y examinar con rigurosidad y realismo el nuevo escenario. 


A más de tres décadas de terminada la Guerra Fría, es indudable que tenemos un nuevo escenario estratégico. Desde el punto de vista del poder duro, el club atómico ha crecido. EE.UU. sigue conservando una enorme superioridad, pero le sale competencia. En términos estratégicos, Rusia se ha recuperado (económicamente también) y conserva un arsenal nuclear de miles de ojivas. China, India, Pakistán, Corea del Norte, se han sumado a las potencias occidentales que ya poseían armamento nuclear. Agreguemos que la mayoría de las potencias también incursionan en la carrera espacial y, por cierto, en la ciberseguridad.

En suma, si ya es difícil hablar de un mundo con equilibrio bipolar de potencias, más complicado es pensar en uno unipolar y que, además, esto se sostenga en el futuro cercano.

A todo lo anterior sumemos la emergencia de potencias regionales que avanzan a pasos acelerados en incrementar su potencial: Irán, Turquía, Japón, Corea del Sur, por nombrar algunas. Muchas de ellas tienen los recursos financieros y tecnológicos para construir en poco tiempo armamento atómico. Agreguemos a ellas algunas potencias regionales occidentales, empezando por Alemania. La guerra de Ucrania, si algo provocó, además de la desestabilización de los mercados del petróleo y de los cereales, fue la convicción para muchos países de que debían rearmarse. En suma, el mundo de hoy, en términos estratégicos, no es el mundo de 1990.

Este movimiento a nivel político-estratégico es mucho más dinámico que el de la Guerra Fría, donde existían dos bloques político-militares bien definidos: la OTAN y el Pacto de Varsovia, junto a un heterogéneo grupo de países encabezados por la India y la hoy inexistente Yugoslavia, que conformaban el Movimiento de Países No Alineados.

Hoy en día no existe esa geografía de poder. Ha sido reemplazada por un panorama mucho más dinámico, más desideologizado y pragmático. Por cierto, también han renacido fuertes tendencias nacionalistas al interior de la mayoría de las potencias y, en algunos casos, acompañadas de políticas aislacionistas en lo económico y más duras en materia de migración.

Occidente, y en especial su núcleo euronorteamericano, concentra buena parte del PIB mundial y del potencial militar. Su estándar de vida atrae a millones de migrantes de los países menos favorecidos. En los últimos años se ha consolidado otro referente, como es la alianza de los BRICS: Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica. Agrupa a países que toman distancia de Occidente, en especial de EE.UU. El tamaño de su PIB es menor al de Occidente, pero algunos poseen armamento nuclear y China en particular, también la India, destacan por su acelerado proceso de innovación tecnológica. Además, los BRICS suman una población muy superior a Occidente.

En estos años hemos visto cómo algunos países de América Latina han reaccionado ante esta nueva situación. Brasil persevera en su definición de autonomía y, consciente de su estatura estratégica, busca desarrollar su potencial económico y militar. En este último aspecto, tiene desde hace años un vasto programa de rearme, que incluye una nueva flota de combate aéreo, que lo dotará de varios escuadrones de cazas Grippen, de origen sueco. Mediante el programa Riachuelo, la Armada brasileña contará con modernas fragatas y submarinos Scorpène, de origen francés, incluido uno de propulsión nuclear.

En el plano terrestre, se equipa con material blindado Leopard, todo ello unido a sus experimentadas tropas de selva que garantizan su soberanía respecto a la gigantesca Amazonía. Estos programas no son solo de construcción, también incluyen traspaso de tecnología, de modo que, una vez concluida la renovación, la industria de defensa brasileña estará en condiciones de abastecer pedidos de terceros países. Obviamente Sudamérica será su principal mercado. Ojo, la gran mayoría de esta tecnología es de origen occidental, pero no estadounidense.

La presencia de los BRICS en América Latina, especialmente la de China, se expresa en materia comercial, inversiones, infraestructura y tecnología. En algunos países se agregan acuerdos de defensa, como es el caso de Venezuela, Cuba, Nicaragua y Bolivia. La mayoría de los países latinoamericanos han establecido fructíferas relaciones comerciales con la República Popular China, al punto que esta ha pasado a ser uno de sus más importantes socios comerciales, como sucede con Brasil, Chile, Argentina y Perú, por nombrar algunos. De Sudamérica, en especial, salen rumbo a puertos chinos toneladas de materias primas y alimentos, y de China (y Asia en general) llegan enormes transportacontenedores con toda clase de bienes manufacturados, desde textiles hasta automóviles, celulares, tablets, etc.

La fuerza de atracción proveniente del Asia es poderosa, especialmente cuando del comercio se pasa a la inversión, ya sea en infraestructura y tecnología, como son el 5G y los cables submarinos. Algunos países oscilan: Argentina, durante el gobierno de Alberto Fernández solicitó su ingreso a los BRICS, cosa que el presidente Milei desautorizó apenas asumió y proclamó su preferencia por EE.UU. e Israel.

No solo las principales potencias quieren incrementar su presencia en nuestro continente, Irán también lo intenta. No todo es firma de documentos, el año pasado una flotilla iraní recaló en Venezuela, después de atravesar casi medio mundo. Estaba integrada por un buque logístico de cerca de 80 mil toneladas de desplazamiento y una fragata escolta. Israel, por su parte, mantiene una activa presencia desde hace décadas en la región, mediante programas de cooperación y contratos de venta y mantenimiento de material militar. Les ayuda mucho que sus oficiales y expertos dominan perfectamente el español, con acento argentino, porque en su mayoría se trata de ciudadanos israelíes nacidos en nuestro vecino país.

EE.UU. no se duerme por su parte y, en especial bajo el mando de la general Richardson, el Comando Sur se despliega en lo que ellos denominan “su área de jurisdicción”. Obviamente, este despliegue puede incrementarse dependiendo de las elecciones presidenciales de fin de año.

A fines de 2024, América del Sur recibirá a los mandamases del planeta. En Lima se realizará la reunión de APEC, y en Brasil, muy seguidamente, la reunión del llamado G20. Dada la situación mundial, no se espera que lleguen los jefes de Estado a Lima, pues implicaría una reunión del presidente Putin con los líderes occidentales. Difícil. Sí está programada la visita del presidente Xi Jinping al Perú, ¿su objetivo? Inaugurar el puerto de Chancay, la inversión portuaria más grande en Sudamérica, obra de empresas chinas.

Nuevo mapa de poder, nuevos y viejos conflictos

El mundo de hoy no es el de ayer. Como siempre, surgen nuevos actores, con nuevas dimensiones de su poder. Lo que más destaca es que, en los momentos en que vivimos, algunas potencias han decidido usar la fuerza para preservar sus intereses. De momento, los dos principales conflictos, Ucrania y el Medio Oriente, no involucran con tropas y medios a los dos actores principales, pero la magnitud del enfrentamiento y el nivel de involucramiento va en ascenso.

Llama la atención la similitud de las demandas de los dos contrincantes en Ucrania: tanto Kiev como Moscú quieren garantizar su seguridad, inquietud que podría extenderse a toda Europa, especialmente a la oriental. Pese a esa similitud, que podría ser una buena base para la búsqueda de una solución política negociada, lo que abunda es el escalamiento del conflicto.

En el caso del Medio Oriente, especialmente del conflicto palestino-israelí, si bien este es antiguo, lo llamativo es que hoy se ha modificado la conducción en ambas partes. En Israel predomina una conducción de nacionalismo duro, de fuerte contenido religioso ortodoxo. En esa visión, se desconoce el derecho del pueblo palestino a un Estado, como lo reconocieron los acuerdos de Oslo. En el lado palestino, la laica e izquierdista conducción de la Organización de Liberación Palestina es disputada por la emergencia de Hamás, organización político-religiosa fundamentalista, que une su demanda de un Estado propio con la extinción del Estado de Israel. Como es comprensible, en esa tesitura de ambas partes, la paz es imposible y el conflicto continuará. En ningún bando se doblega la voluntad de lucha.

¿Qué hacer?

Chile es un país de estatura estratégica mediana dentro del contexto sudamericano. Demográficamente no pasamos de 20 millones, y económicamente equivalemos a menos que el estado de Sao Paulo. A cambio, tenemos una economía que aprovechó oportunamente la ola globalizadora de fines del siglo pasado y construyó una infraestructura que facilitó su vocación exportadora. Todo ello junto a una arquitectura institucional que, siendo perfectible, nos permitió una transición democrática que evitó una guerra civil y sentó bases de convivencia. Un país ordenado y abierto al mundo puede ser cabeza de playa para atraer inversiones a la región, pero requiere capacitar a nuevas generaciones en el dinámico mundo de la tecnología. Todo eso en “los treinta años que no se hizo nada”, como algunos pregonaron hasta hace poco.

En esos años también reemplazamos una política de defensa basada en concepciones como “el enemigo interno” y la ideologización que la Guerra Fría. Para ello se construyó una política exterior que perseguía “reinsertar a Chile en el mundo”. En materia estratégica optamos por realizar un upgrade organizativo y tecnológico a nuestras FF.AA., a lo largo de administraciones de diferentes sellos políticos pero común objetivo nacional. El resultado es que hoy tenemos una capacidad estratégica como nunca la ha tenido el país, enmarcada en una equilibrada concepción de disuasión-cooperación. Chile dejó de ser un país aislado, peleado con todas las potencias, a quien nadie le vendía armas y se le condenaba periódicamente en las asambleas de la ONU. Logramos recuperar el estatus que siempre mantuvimos como nación en el concierto internacional y lo repotenciamos.

Hoy no vivimos en un mundo donde reine la paz y la cooperación, como utópicamente algunos sostenían en la candorosa versión del Libro de la Defensa del 2017. Debemos asumir y examinar con rigurosidad y realismo el nuevo escenario. Es una tarea nacional, eso en nuestra planificación tiene una parte importante en la actualización de la Política de Defensa, tarea en la que estamos atrasados, más aún con los importantes cambios que hemos tratado de describir. Lo bueno es que los llamados se han escuchado y se ha iniciado esa tarea, lo inquietante es que un proceso de tal naturaleza debe ser nacional y plural, con el debido debate que ello requiere.

La Política de Defensa Nacional no puede elaborarse “a matacaballo”, para exhibirla como un indicador independiente de su profundidad. Esperemos que las deliberaciones que se inician sean registradas, generen debates y construyan una visión común de carácter nacional. Ello requiere tiempo, experiencia y voluntad de escucha. Más realismo que prejuicios. La Defensa Nacional es una condición básica e indispensable para nuestra soberanía y nuestro desarrollo, es una tarea de Estado, permanente, no depende de un solo Gobierno sino de una férrea voluntad nacional y suprapartidaria. Chile la necesita.

El mundo cambió, Chile también. Vivimos nuevos momentos, tendremos nuevos desafíos. La experiencia enseña que lo mejor es siempre asumir la realidad y no confundir nuestras ideas con el mundo real.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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