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Carlos Puccio, in memoriam Opinión

Carlos Puccio, in memoriam

Su fallecimiento pasó relativamente desapercibido, de manera injustificada. Su documental “Aquí, donde yo vivo” (1994) es único por centrarse en el drama de los hijos de los exiliados que volvieron a Chile en los años 90.


En agosto pasado murió el director de cine Carlos Puccio. Injustificadamente, como suele ocurrir con muchos artistas, el suceso pasó relativamente desapercibido. Tal vez habría sido diferente si hubiera sido un cineasta comercial o taquillero, a lo Hollywood. No fue así.

Hagamos memoria: Puccio nació en Santiago, el 9 de junio de 1954. Estudió en la Escuela Superior de Cine y Televisión de la República Democrática Alemana (RDA) de Potsdam-Babelsberg, cerca de Berlín. Allí filmó “Cachencho”, transmitida por la televisión alemana (y que habla sobre el mítico personaje infantil creado por el fallecido actor Fernando Gallardo, quien como Puccio terminó exiliado en la RDA) y se graduó con “Illapu, una canción de libertad” (1984), que recibió una mención honrosa a la mejor tesis filmada. En Chile filmó entre otros el documental “Cien años, Mil Sueños”, en conmemoración por el centenario del natalicio del presidente socialista Salvador Allende.

Personalmente, quiero recordarlo por su documental “Aquí donde yo vivo” (1994). Hasta donde sé, es el único de su género que se ha centrado en la vida de los hijos de los exiliados que comenzaron a residir en Chile al terminar la dictadura o volver la “democracia” (en la ficción sólo recuerdo “Bastardos en el paraíso” de Luis Vera). Digo residir porque, mientras sus padres volvían, estos hijos en cambio “llegaban” a Chile. Vivían una suerte de exilio inverso: se iban de sus países de origen (Europa, etc.) y llegaban al país del cual tanto les habían hablado sus progenitores. Y muchos, por no decir todos, por obligación.

Sobra decir que si en los horribles 90 la transición tenía poca simpatía con los exiliados (¿o no?), menos aún les importaban sus hijos. Y justamente en eso reside el valor del documental de Puccio: le dio voz a chicos adolescentes, recién llegados de Alemania, en este caso, para que señalaran sus impresiones sobre este país, en medio de un shock cultural brutal, con declaraciones a veces durísimas –fruto del desparpajo de la juventud, pero sin duda también de la realidad de un país bastante horrible en ese entonces-  pero aún así valiosas, que merecían ser escuchadas.

“Aquí donde yo vivo” está lejos de ser fruto de una idea al voleo. Probablemente muchas de las cosas que decían estos chicos identificaban al propio Puccio, y esto se explica por su biografía: Puccio es hijo del legendario Osvaldo Puccio Giesen, el secretario privado de Allende,  hermano de Osvaldo Jr., preso con su padre en Isla Dawson siendo apenas un joven de 17 años, y de José Miguel, unos de los médicos del presidente Ricardo Lagos. Toda la familia Puccio vivió su exilio en Alemania Oriental, donde falleció el padre. Y todos volvieron… con hijos que vivieron cosas muy parecidas a lo que cuenta “Aquí donde yo vivo” (donde sólo aparece uno de ellos,  practicando su pasión: el skate).

El documental, hoy inencontrable, debe ser incluido sí o sí en la cinemateca del exilio que actualmente está armando el académico Luis Horta de la Universidad de Chile, donde ya están obras como las de Orlando Lübbert, Gastón Ancelovici o Carlos Flores. No está allí. Ojalá así fuera para ser parte del ciclo de cine del exilio que se puede ver este mes en el Museo de la Memoria. ¿Fue proyectado alguna vez en el cine? Sólo recuerdo una función en el generoso Goethe Institut, en 1996. ¿Se mostró en nuestra televisión pública? Tal vez, con suerte, algún domingo a la una de la mañana, el horario adonde suelen relegar material cinematográfico valioso los ejecutivos de TVN.

¿Pero de qué nos habla este documental de apenas 25 minutos? De muchas cosas. De muchas personas.

Retrata a aquella chica que recuerda cómo lloraba y lloraba cuando sus padres le anunciaron su decisión de volver a Chile, y de cómo se negaba a ello. A aquel morocho, inconfundiblemente chileno, que en alemán dice que cuando se ve al espejo ve a un chileno, pero cuando mira a su interior, a un germano.

Habla de esa muchacha del Colegio Alemán asombrada del paternalismo chileno, al constatar que en una fiesta de adolescentes siempre estaba vigilante… un adulto (no fuera que los adolescentes se desbandaran). O ésa otra muchacha que dice cómo el “ser chilena” fue algo que siempre llevó en el exilio… casi como en Chile uno, como joven “retornado”, siempre lleva consigo el ser un poco extranjero.

“Chile no me la va a ganar, Chile no me la va a ganar”, repite como un mantra otros de los muchachos, al reconocer las enormes dificultades que encontraron estos jóvenes –que encontramos- al llegar en los 90 a un país provinciano, retrógrada y racista, que afortunadamente algo ha mejorado en estos últimos 20 años.

Sería interesante saber, sin embargo, a cuántos de ellos efectivamente Chile sí les ganó y los impulsó a volver a Alemania, en este caso, o a sus países de origen en el caso de tantos otros que llegaron de lugares tan diversos como Suecia, Cuba, Canadá o Australia. Sé que al menos uno de los protagonistas del film no duró más que un lustro en nuestro país, y ante la incapacidad de adaptarse regresó a Europa, donde vive hasta hoy.

Carlos Puccio tuvo la inteligencia de realizar un registro histórico de estos muchachos, cuando nadie les daba bola. Su documental “Aquí donde yo vivo” queda en los anales de la historia y ayudará a las generaciones presentes y futuras a entender una arista de las trágicas consecuencias del golpe de 1973, cuyos efectos sísmicos seguimos sintiendo hasta hoy.

A veces, una sola obra basta para inscribirse en el firmamento. Descansa en paz, querido Carlos. Que tu figura y tu obra pervivan siempre en nuestra memoria y la de nuestro querido Chile.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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