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Crítica de cine: “Habeas corpus”, la memoria de la congoja El documental de Claudia Barril y de Sebastián Moreno relata la historia de la Vicaría de la Solidaridad

Crítica de cine: “Habeas corpus”, la memoria de la congoja

La nueva generación de cineastas chilenos evita hacerle la finta -en un esfuerzo loable, por cierto-, a la recuperación necesaria de nuestro “pasado contemporáneo”, escrutándolo persistentemente por medio del género audiovisual. Así, el crédito de esta pareja de jóvenes directores, se suman a las intenciones estéticas de otros realizadores de estreno cercano (“Escapes de gas”). Pese a eso, el presente largometraje, y salvo por fugaces secuencias al comienzo y al final de su camino narrativo, peca de una cámara quieta, muy sosegada, en una apuesta por las entrevistas de tipo periodístico –para “contar” una etapa compleja y de numerosas curvas, en la vida de una organización- que terminan por fatigar al espectador, y bajo unos códigos de lenguaje fílmico, en extremo reiterativos.


“La plácida faz anónima de un muerto / ¿Qué es lo que los tapiales del mundo esconden en los escaparates de Dios?”.

Fernando Pessoa, en Poesías de Álvaro de Campos

Habeas Corpus1El tema que inspira Habeas corpus (2015), es el nacimiento en 1976 de la Vicaría de la Solidaridad, una organización no gubernamental, gestada bajo el alero y la protección jurídica de la Iglesia Católica, y que funcionaba en las instalaciones del mismísimo Palacio Arzobispal, ubicado a uno de los costados de la Plaza de Armas de Santiago. Su principal defensor y promotor fue el ex Cardenal y ex Arzobispo de la capital, Raúl Silva Henríquez (1907-1999).

Dichas dependencias administrativas funcionaron hasta 1992, y en sus archivos se encuentran los testimonios más completos y detallados de los crímenes contra los derechos humanos perpetrados por los servicios secretos y de inteligencia de la dictadura cívico-militar chilena (1973-1990): primero, por la llamada DINA, y luego, por su continuadora, la rebautizada CNI. Unos tópicos apasionantes, y que son de primera necesidad, en cuanto a mirar el cine, también, como una fórmula de solución y de vía de escape, a los problemas políticos, antropológicos y sociales, que afectan a una comunidad nacional en su conjunto.

Ahora bien, el principal obstáculo audiovisual en la valoración de este largometraje documental, sin embargo, radica en su discurso narrativo poco claro, por lo menos para relatar una historia tan compleja y de tantas caras y verdades ocultas, como la que pretende declaradamente manifestar (la trayectoria institucional de la Vicaría de la Solidaridad). Y si a eso le añadimos un montaje regular y una estrategia fílmica parca y de escasas sorpresas y respuestas, a los requerimientos de un argumento complejo, podría creerse que nuestra apreciación sobre este título, resulta enteramente negativa: Para nada.

Habeas Corpus 3

Aquí, lo mejor de Habeas corpus: las pequeñas figuras de utilería que la dirección de arte ocupa como símbolo de metáfora e hipérbole cinematográfica, con el propósito de construir una imagen de los hechos que provocaron la creación de la ONG eclesial (el Golpe del 11 de septiembre de 1973 y los consiguientes atropellos a los DD.HH.); y de intentar representar en un lenguaje plástico, los acontecimientos que dicha institución, anotaba y registraba, para luego levantar recursos de amparo y de protección, a favor de los detenidos por los organismos represores ya mencionados. La cámara se acerca, y filma una puesta en escena semejante a la de un teatro de muñecos y de marionetas

Esa meditación estética, en torno a los objetos visuales que constituyen una memoria torturada y atormentada, corresponde a las secuencias más logradas del documental de Claudia Barril y de Sebastián Moreno. O cuando, por ejemplo, Héctor Contreras, un actuario de la organización, escucha y revisa un viejo cassette, con el objetivo de reverberar la voz de una confesión tenebrosa, brutal y esperpéntica: la cámara se sitúa en la distancia de un “plano medio francés”, y la sonoridad de un timbre desdibujado y de thriller, se desplaza con su eco por el estudio de televisión, el que tiene un diseño y hace un guiño, a la tramoya de la actividad en los años ´80.

Sigue el recuento de los aciertos de Habeas corpus: la música incidental de Alfredo Ibarra, más los materiales fotográficos y de archivo a los que recurrió el equipo de producción (películas de David Bradbury, de Eduardo Tironi, de Patricio Guzmán, de Gillian Browne, de Edgardo Reyes, de Walter Heynowski y de Gerhard Scheumann), a fin de intercalar, entre las numerosas entrevistas periodísticas realizadas, una opción de montaje pálido y débil, de acuerdo a lo comprobado en la presentación fílmica editada.

Habeas Corpus2

En efecto, una de las carencias estructurales de la cinta, se detectan en la expresión de un relato confuso –derivado de un guión que nunca concluye por cuajar-, y que se mueve a ratos por el estilo de un reportaje de investigación y otros por un documental de divulgación histórico-pedagógica

El riesgo de recurrir mayoritariamente a las entrevistas para fundamentar literariamente un producto audiovisual, es esta: al revés de un texto escrito, si las cuñas, es decir los diálogos de los consultados y protagonistas de la narración, abarcan la totalidad del espacio compositivo de la imagen (el artículo o nota en el papel impreso o digital de un diario, acá el encuadre); se cierran involuntariamente las ventanas para ocupar otros recursos técnicos, que van desde la voz en off, hasta la fotografía en primer plano de papeles ilustrativos (una variante a la que recurren los realizadores, de vez en cuando), a modo de explicar y hacer comprensibles una serie de vacíos propios del discurso informativo, y que quedan sin desplegarse cabalmente en estas secuencias y menos en la retórica común al ejercicio reporteril, ese de preguntar y de responder.

Dicho de otra manera: si se anhela como proyecto cinematográfico, mostrar en fotogramas la historia de la Vicaría de la Solidaridad y sus hitos claves (su origen, la teoría legal del “habeas corpus” como medio para enfrentar el horror de la Dictadura, la forja de sus ricos e indispensables registros para entender el tópico de los derechos humanos en el Chile actual, y el impacto que significó el asesinato de un miembro de su círculo de hierro, como lo fue el homicidio del profesor José Manuel Parada); la táctica fílmica debe ser a través de un guión y de una visión de montaje, que necesitan estar al servicio de la siguiente premisa: de la claridad y de la comprensión total, por parte de las hipotéticas audiencias, en torno al tema.

Habeas Corpus 5

Además, la elección de tal camino audiovisual (exhibir más de una decena de entrevistas, desarrolladas en un rígido set de televisión, con escasos o ningunos cambios de planos o movimientos de cámara) puede llegar a ser aburrido y un distractor para el espectador promedio, pues si bien muchos de los hechos a los que se aluden en el largometraje son medianamente conocidos por una amplio sector de la ciudadanía (los casos de las fosas de Lonquén, a fines de la década de 1970 y la trama del caso  “Degollados”, sin ir más lejos); la intimidad de la Vicaría de la Solidaridad, en su valoración como institución valiente y pionera en la historia de Chile -en el enfrentamiento legal y pacífico ante un despiadado régimen militar-, para nada lo es.

En ese aspecto, por ejemplo, es que echamos de menos en Habeas corpus, una reflexión mayor acerca del papel del Cardenal Raúl Silva Henríquez en el impulso y en la mantención de la institución, desde sus inicios, pasando por los difíciles años 80’, para después soportar toda clase de presiones, matonerías, espionajes e intervenciones, de parte de los organismos represores de la dictadura pinochetista. En efecto, es una deuda del documental audiovisual chileno, la pesquisa e investigación en torno a la figura controvertida, arrojada y esencial, del sacerdote talquino, un imprescindible para entender un pasaje de más de veinte años del siglo XX nacional (1961 -1983), desde su rol como jefe de la Iglesia Católica chilena.

Por último, el juicio definitivo acerca de esta pieza: Un correcto reportaje de investigación histórico-periodístico, pero expresado bajo los parámetros de un relato algo “pesado” y por instantes impreciso (con un guión y montaje regulares), pese a que su lente y su cámara, cuentan con momentos de verdadera y admirable brillantez cinematográfica.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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