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Crítica de ópera: “Madama Butterfly”, una magnífica tragedia romántica y teatral

Crítica de ópera: “Madama Butterfly”, una magnífica tragedia romántica y teatral

El estreno en el Teatro Municipal de Santiago, de este montaje ideado por el argentino Hugo De Ana (propiedad del Colón de Buenos Aires) cumplió con las cualidades artísticas que prometía y anunciaba: una bella y melancólica puesta en escena -coherente con sus fundamentos representativos- y la interpretación de un destacado trío de cantantes y actores que, sin deslumbrar vocalmente, por lo menos supieron hacer frente a la música de una orquesta de impecable desempeño en su cometido.


Madama Butterfly, de Giacomo Puccini, debe ser una de las óperas más famosas del repertorio clásico, y la representación de su libreto y de sus melodías, provocan una expectación mucho mayor que la generada por otros títulos del género. En ese contexto, es que analizamos el espectáculo observado el día lunes 22 de junio, sobre el proscenio del histórico recinto de la calle Agustinas.

En el adelanto publicado por este magazine, nos referíamos a la gran “novedad” que encerraba este montaje: la régie ideada por el escenógrafo argentino Hugo De Ana, que se estrenó recién en noviembre del año pasado, en el Teatro Colón de Buenos Aires. Y la verdad es que debemos anotar que ese elemento estético fue lo mejor -artística y teatralmente hablando-, de esta esperada producción. No sólo por la factura dramática de los distintos cuadros, en el desarrollo mismo de la obra (la actuación de los cantantes y la disposición de éstos, arriba del escenario), sino también por la concepción pictórico-visual que guardaba cada una de sus partes (en la construcción que es propia de la dirección de arte, me refiero).

Así, apreciar cada uno de esos actos, resultó un agrado y una delicia, tanto para un operático de viejo cuño, como para un melómano adherente a los nuevos aires tecnológicos y digitales, que soplan en los circuitos europeos y norteamericanos. Bajo esos presupuestos de análisis destacó, especialmente a nuestro entender, el despliegue de la segunda parte de la régie, de las tres que componen la estructura literaria y representativa de Madama Butterfly.

Fotografía: Patricio Melo

Fotografía: Patricio Melo

En efecto, y dentro de los fueros de esa parcela dramática, es que tiene a lugar la exégesis de la espera a la que es sometida la geisha japonesa, por el espacio de tres años, sin saber nada de su marido (el marino norteamericano Pinkerton). Un período, además, donde es cuestionada con dureza por su entorno (la tradicionalista sociedad oriental de fines del siglo XIX), la que incluso llega al extremo de calificar a su hijo como un “maldito”. Entonces, De Ana, dispone que el preciosismo de su utilería (el de las tablas que simbolizan las típicas casas del país del sol naciente), y las proyecciones de su horizonte marítimo (en perfecta sincronía con una enorme tela pintada, que varía sus colores de acuerdo a la hora del día), se complementen con difíciles, espectaculares y logrados movimientos coreográficos, los que aumentan la sensibilidad, el significado y la profundidad de aquel nudo argumental.

Y Cio-Cio San canta su pena, su locura, su amor, y su extraordinario sentido de la esperanza, a la audiencia que la oye extasiada. La puesta en escena, extiende, asimismo, hologramas con la figura de Pinkerton soñado desde la distancia, la lejanía y el delirio de la geisha: esos elementos escenográficos, si bien resultan una disonancia con la armonía pictórica y cinematográfica (por el movimiento) del conjunto, son tan bien insertados, y se aprecian tan compenetrados en la dirección de expresar la tristeza de la mujer, que antes que restar a los objetivos de la régie, la mejoran, y si cabe el calificativo, la enriquecen.

Si hasta la inmolación de Butterfly, al final del tercer acto, se consuma de una manera “teatral”, que recupera para el género su relación como arte, primero, de tablas, y luego, musical: una cinta roja le envuelve el cuello a la soprano, y sin grandes maniobras, esta simula cortarse el cuello, con una sencillez, solemnidad y dignidad, que debe parecerse bastante a la de una suicida verdadera, en ese minuto trágico, definitivo y culmine.

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Fotografía : Patricio Melo

De Ana es un cultor de la régie entendida como una unión expresiva (escenografía, utilería, vestuario e iluminación) al servicio de una noción estética clara y sin fisuras: en este caso, la de manifestarnos, y hacernos sentir, la triste historia de vida de Cio-Cio San, en toda su sonora y honda exactitud. En esa línea de crítica, esta Madama Butterfly debe ser una de las mejores, sino la más completa, de las que se hayan montado jamás en el histórico recinto de la calle Agustinas.

Luego, viene la labor de los cantantes principales, y primero, analizaremos la performance de la soprano norteamericana Keri Alkema, la entrevistada a principios de semana por El Mostrador Cultura+Ciudad. En este espacio de opinión, teníamos fresco en el recuerdo su rol como Desdémona en la Otello de Verdi, del año pasado, exhibida por el Municipal: radiante como actriz, y dueña de un timbre y de una garganta, que auguraban éxitos cercanos y rotundos. En esta ocasión, sin embargo, debemos consignar que, por lo menos desde un aspecto netamente técnico, nuestras expectativas resultaron un tanto decepcionadas.

Keri Alkema presenta los registros vocales de una mezzo y de una soprano lírica-spinto (dueña de un sonido con más cuerpo y potencia para enfrentar los pasajes especialmente duros y dramáticos de un título como la Butterfly). Pese a ello, la intérprete norteamericana estuvo más cerca de los agudos, primero, de una soprano ligera, y luego, al volumen de una “lírica” a secas, que a la fuerza requeridas con necesidad para este intenso papel. Eso se escuchó con evidencia en las arias más conocidas de la ópera: “Un bel dì, vedremo”, “Che tua madre dovrà” (ambas en el acto segundo) y “Con onor muore” (del acto tercero).

Fotografía: Patricio Melo

Fotografía: Patricio Melo

De lo que no hay duda, eso sí, es que Alkema tiene los dones artísticos, la belleza femenina y las características interpretativas de una actriz de primerísimo nivel, y que su personificación de la Señora Mariposa fue certero, meditado, y se transformó con gran pasión, sensibilidad y coherencia, en esa mujer que no resiste la pena y el dolor de verse traicionada por su esposo extranjero, hasta el extremo de dejar a su hijo abandonado, y de acabar con la propia vida, en una acción de honor y de redención finales.

En ese prisma cualitativo, luego siguen los desempeños de la mezzo rumana Cornelia Oncioiu (una actriz sensacional, como la sirvienta Suzuki), pero una cantante sólo pareja y regular, aunque una acompañante dramática pertinente para la altura personificadora de Alkema en estas funciones.

Por último, tenemos al barítono estadounidense Trevor Scheunemann, encarnando al ingrato Pinkerton: provisto de una apariencia de galán de cine y con un timbre suave, bello y embriagador, su presencia realza este montaje, tanto desde el punto de vista vocal como actoral: tan sólo hace meses estuvo en el MET, dirigido por James Levine, en Un baile de máscaras, de Giuseppe Verdi. Su calidad, también, se apreció en el momento musical y dramático estelar de la presentación del lunes 22 de junio, a mi entender: la interpretación del dúo Butterfly/Pinkerton, la aria “Viene la será”, en el primer acto.

¿Y la orquesta? Konstantin Chudovsky y sus muchachos pusieron lo que faltaba, cuando las voces femeninas tambalearon: la fuerza, la dulzura, la delicadeza y el romanticismo, que demandan la música de Giacomo Puccini (especialmente en la segunda parte de la obra). Así, el trabajo de la Filarmónica y de la régie, fueron lo mejor que nos deja esta nueva versión de la siempre requerida Señora Mariposa.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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