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“Historia secreta de Chile II”: ni chicha ni limoná Crítica literaria

“Historia secreta de Chile II”: ni chicha ni limoná

Gonzalo Schwenke
Por : Gonzalo Schwenke Profesor y crítico literario
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Jorge Baradit conoce a su lector, por eso construye este circo donde exhibe una voz escandalosa, un lenguaje florido y con mucha pirotecnia. La cruzada por construir un nacionalismo que nos identifique y sea atingente al pueblo, queda rezagada. En su afán de historiar, no alcanza a desarrollar todas las ideas que intenta plantear y hay ausencia de lecturas para un país que es multicultural. Tal vez a esto se deban sus constantes desfiles por la televisión, aquello que no puede desarrollar y explicar en el texto, se intenta subsanar por otros medios.


“Usted no es na’
ni chicha ni limoná
se la pasa manoseando
caramba zamba su dignidad.”

“Ni chicha ni limoná” de Víctor Jara

Historia secreta de Chile, el libro que resonó comercialmente en el 2015, trae su continuación este año. Jorge Baradit es escritor, no es historiador ni psicólogo, en este escenario es preciso ubicarse para discutir el valor de los capítulos que lo conforman. En esta segunda parte, continúa utilizando la crónica como estrategia literaria, desde su mesianismo antológico y sus golpes efectistas, con el objeto de presentarnos su relato de la historia y su examen a diversas instituciones que normalizan el aprendizaje de habilidades en la escuela.

El ejemplar contiene diez capítulos, a través de los cuales se plantea la problemática de la construcción de nuestra identidad. A diferencia del primero, en el cual se cuestionaba el origen de los símbolos nacionales, corolario de universos ocultos, en esta versión el cuestionamiento siempre es hacia la Institución (8 veces se repite solo en la introducción) y la enseñanza; desde la formación del Estado y sus líderes, tales como Bernardo O’Higgins, Diego Portales, Alessandri, Pinochet, entre otros, y la extensión de dicho poder.

La ausencia de una perspectiva de género en esta reestructuración de la historia efectuada por el autor, es otro elemento en discusión. En gran medida, observamos hombres vigorosos y autoritarios independentistas, en contraposición de mujeres que se presentan inocentes, frágiles y eternamente sumidas ante la decisión masculina.

Entonces, la historia no solo está contada por el lado ganador, sino también por el género masculino. No se relata, ni existe la mujer durante la Independencia, ni tampoco el exilio en Argentina luego del desastre Rancagua. No aparece Javiera Carrera, por ejemplo, menos aún se sabe del trabajo desempeñado por Candelaria Pérez en la guerra que enfrentó a Chile y la confederación de Perú-Bolivia.

En la construcción del personaje de Bernardo O’Higgins, se afirma que fue un independentista acérrimo, exitoso y un gran líder militar (31). Figura que se rebate, de igual modo, cuando se muestra un O’Higgins derrotado en Talcahuano y en Talca (91). A pesar de que uno de los objetivos del libro es desentrañar falsedades históricas y formar una nueva verdad, respaldada por la bibliografía que ostenta, la sustentabilidad de dicha estampa no correspondería cuando aparecen los conectores de duda para definir a personajes históricos: “Un dictador a veces cruel y un gobernante duro para tiempos difíciles” (31). Un contenido confuso, porque se desprende de la crónica, que la historia fuerza a los gobernantes a convertirse en dictadores, que sOlo en tiempos de guerra son crueles.

Aseveración muy similar que se observa hoy en día, luego de lo expresado por el ex ministro de Defensa, Jaime Ravinet, sobre el juicio al del ex comandante en Jefe del Ejército, Juan Emilio Cheyre: “Para él era imposible desobedecer órdenes en tiempo de guerra” (recuperado el 08 de julio del 2016, La Tercera).

Uno de los planteamientos más sobresalientes es este: “Quizás el mismo profesor también te enseñó que la Patria Vieja –ese período que se inaugura con la Primera Junta Nacional de Gobierno– fue una especie de primer tiempo y que, después del descanso en camarines, en Mendoza, lo dimos vuelta heroicamente en el segundo tiempo. Como si fuera el mismo proceso, el mismo partido” (21). Es bastante audaz sostener que el profesor simplifica y relaciona la guerra con el fútbol: la guerra es fratricida y deshumanizante, mientras que el deporte, por intenso que sea, busca la entretención. En consecuencia, la guerra no es equiparable a un juego de computadora, en donde perder la vida es una molestia menor.

En tal sentido, la capacidad de interpretar la historia por parte del escritor es fascinante, cuando sitúa al profesor de Historia como una persona que interpreta erróneamente los acontecimientos que tienen que ver con el libertador de Chile y su imagen corporativa: “La verdad es que este cuento con el que nos criaron es técnicamente falso. O a los menos tergiversa, omite y, en ciertos aspectos muy relevantes, falta enormemente a la verdad” (21).

Lo cierto, es que el discurso viene dado desde otros sectores, pero es fácil criticar el jamón del bocadillo y no quién lo prepara. Pareciera que el narrador lo tiene claro: “Los intereses de cierta élite de imponer su visión fueron los responsables de ir diseñando un relato de corte mítico y heroico lleno de superhéroes inmaculados (…)” (10). La poca coherencia del análisis sobre estos temas anula las siguientes interrogantes: ¿en cuáles autores radica este discurso?, ¿para quién (es)?, ¿cuáles planes de estudio de antaño?, ¿quién es esta élite que impone su visión?, ¿mediante qué medios la presenta?, ¿cuándo cambia el discurso de la historia?, etc.

El “terremoto de 1960, un sacrificio humano en Puerto Saavedra” (33), representa una de las visiones más contradictorias de la trilogía: se presenta un acontecimiento en el cual escasamente existe comprensión cultural y queda de manifiesto su eurocentrismo, mediante el mecanismo de civilización versus barbarie, en el que prevalece la figura de los valores culturales y sociales de Europa Occidental como patrón universal, en desconocimiento de la cosmovisión mapuche.

Asimismo, se denuncian los procesos de colonización de los indígenas ocurridos en el territorio, la omisión y la evidente manipulación histórica de las instituciones. Lo anterior, se sustenta en la ausencia de referencias bibliográficas de autores expertos en el tema: José Bengoa, Hernán Curiñir, Héctor Nahuelpan o Pablo Marimán.

Jorge Baradit conoce a su lector, por eso construye este circo donde exhibe una voz escandalosa, un lenguaje florido y con mucha pirotecnia. La cruzada por construir un nacionalismo que nos identifique y sea atingente al pueblo, queda rezagada. En su afán de historiar, no alcanza a desarrollar todas las ideas que intenta plantear y hay ausencia de lecturas para un país que es multicultural.

Tal vez a esto se deban sus constantes desfiles por la televisión, aquello que no puede desarrollar y explicar en el texto, se intenta subsanar por otros medios.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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