Publicidad
Trump, la democracia, el desarrollo y la Política Nacional de la Lectura y del Libro ANÁLISIS

Trump, la democracia, el desarrollo y la Política Nacional de la Lectura y del Libro

Paulo Slachevsky
Por : Paulo Slachevsky Fundador de la editorial LOM
Ver Más

En la siguiente nota, el director de la Editorial LOM explica por qué la (falta de) educación -y especialmente los libros (o la ausencia de los mismos)- son claves para entender fenómenos como el presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump. «Democratizar la lectura y la capacidad crítica de la ciudadanía es así condición necesaria para tener una democracia sólida y profunda, una democracia que pueda avanzar en momentos de crisis y no tener reflujos racistas, donde se llega a avalar la misma tortura como una práctica legitima», escribe.


Son múltiples los análisis que buscan entender cómo Trump pudo imponerse en el Partido Republicano primero y en la elección presidencial del pasado 8 de noviembre en Estados Unidos después. Las razones son sin duda diversas, pero, entre ellas, las que se vinculan con el individuo como consumidor cultural, la cultura del entretenimiento que vive gran parte de la población norteamericana, no son de tercer orden.

Como señala Armando Petrucci en la Historia de la lectura en el mundo occidental, ya a principios de los años 80, el intelectual Robert Pattison daba cuenta de cómo el sistema educacional norteamericano tendía “cada vez más a separar una enseñanza de elite… de una enseñanza de masas, tecnicista y de bajo nivel”. “Tenemos –afirma– una literacy del poder y de los negocios y otra literacy, aún en formación, de la energía popular”.

Los blancos con limitada educación respaldaron abrumadoramente a Trump. Como otras veces en la historia, en ellos caló fácilmente el discurso racista y xenófobo, que no es más que el miedo al otro, expresión de los procesos de individuación, de la ruptura de los vínculos sociales a través del nuevo demonio que se ha instalado, el de la inseguridad personificada en un otro amenazante. Una vez más, el mapa electoral de Estados Unidos fue muy elocuente.

La lectura, los libros, tienen un enorme potencial para colaborar en el proceso de tomar conciencia de sí; para transformarnos en sujetos, para ponernos en la piel de los otros y aportar de ese modo a la construcción de comunidad. Democratizar la lectura y la capacidad crítica de la ciudadanía es así condición necesaria para tener una democracia sólida y profunda, una democracia que pueda avanzar en momentos de crisis y no tener reflujos racistas, donde se llega a avalar la misma tortura como una práctica legitima.

La lectura, los libros, en la formación de sujetos creativos, es también condición necesaria –sin duda no suficiente– para salir de nuestra condición de país exportador primario y terminar con nuestra dependencia del extractivismo. ¿Cómo podemos pensar siquiera en ser un país desarrollado si nuestra economía, parte significativa del presupuesto de la nación, sigue dependiendo del valor de nuestras materias primas?

Demás está decir que el libro tiene un rol fundamental en la calidad de la educación. Como señala Bernardo Subercaseaux, “la lectura es un saber fundacional”. Sin mejorar los niveles de comprensión lectora, la relación de los niños, jóvenes y sus profesores con el libro, difícilmente podremos transformar la educación chilena.

Por estas y más razones es tan relevante que hoy se esté implementando de manera participativa la Política Nacional de la Lectura y del Libro. Esta estrategia sistémica, que buscar abrir un círculo virtuoso para el libro y la lectura en Chile, nace desde la sociedad civil y es impulsada con energías por el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes y el Consejo del Libro. Es una oportunidad histórica cuyos posibles impactos van mucho más allá del fortalecimiento de nuestra creación escrita y de la industria nacional del libro.

Tiene que ver con la calidad de la educación, con el tipo de democracia que erigimos, con la formación de ciudadanos, para lo cual es condición una densidad cultural crítica, necesaria para la construcción de un imaginario compartido, del ethos democrático. Este anhelo debiese ser la expresión de la voluntad de salir del subdesarrollo económico y mental que impone la dependencia de nuestra economía y el colonialismo cultural.

Por eso cuesta entender que el Ministerio de Educación, integrante desde el inicio de esta política de Estado, haya tardado tanto en hacer efectiva su participación. Son miles de millones de pesos los que anualmente se gastan en libros de textos, en libros para bibliotecas escolares, y año trás año se ve cómo estas compras –por mucho tiempo ya concentradas en libros extranjeros y en grandes grupos– no han logrado cambios significativos en la calidad de la educación y en la comprensión lectora. Por ello, pensar críticamente lo realizado, impulsar cambios que, entre otros, transparenten los procesos y criterios, aumenten la presencia local, la diversidad, y posibiliten efectos multiplicadores de cada acción, son parte de los desafíos de la política.

Esto contribuirá, sin duda, a que esa inversión se transforme en un verdadero motor de la misma política, que además de mejorar la calidad educativa y los índices de comprensión lectora –potenciando la curiosidad lectora sin limitar a lógicas curriculares la relación de los niños y jóvenes con los libros–, active y potencie la creación y producción intelectual local.

Cuesta entender también el bajo conocimiento y compromiso que ha existido con la Política Nacional de la Lectura y del Libro por parte del mundo político. Cualquiera sea la idea o proyecto país al que se aspire, y más aún si este contempla fortalecer la democracia, lograr un mayor desarrollo, justicia, libertad, sustentabilidad y enfrentar la desigualdad, esa idea o proyecto requiere cambiar sustantivamente la relación de la ciudadanía con el libro y la lectura.

Como escribió Antonio Gramsi en sus cuadernos de la cárcel: “Habiendo demostrado que todos son filósofos, aunque sea a su manera, inconscientemente, porque incluso en la mínima manifestación de cualquier actividad intelectual, el ‘lenguaje’, se halla contenida una determinada concepción de mundo, se pasa al segundo momento, al momento de la crítica y la conciencia, o sea a la cuestión: ¿es preferible ‘pensar’ sin tener conciencia crítica, en forma disgregada y ocasional, o sea ‘participar’ en una concepción de mundo ‘impuesta’ mecánicamente por el ambiente externo (…), o es preferible elaborar la propia concepción del mundo consciente y críticamente, y por lo tanto, en conexión con tal esfuerzo del propio cerebro, elegir la propia esfera de actividad, participar activamente en la producción de la historia del mundo, ser guías de sí mismos, y no ya aceptar pasiva y supinamente desde el exterior el sello de la propia personalidad?”.

Sin duda, otro país viviríamos si el libro fuera “un pan nuestro de cada día”.

Publicidad

Tendencias