Siempre desde otro atajo, la escritora y mujer de vanguardia en la escena cultural cuando en Chile reinaba el mutismo y la cultura buscaba oxígeno, hoy sigue con fidelidad el mismo camino y así como sostiene que la crisis del neoliberalismo aumenta los “haberes” de los más ricos, también afirma que aquí muchos desaparecieron como si hubiese estallado una bomba atómica.
Diamela Eltit (Santiago, 1949). De indiscutible trayectoria y prestigio en Chile y el extranjero, en los años de mayor oscuridad en nuestro país funda el Colectivo de Acciones de Arte, CADA, junto a nombres como Raúl Zurita, Lotty Rosenfeld, Juan Castillo y Fernando Balcells. Corrían tiempos de dictadura (1979) y todo era silencio. Sin embargo, con una fuerza que nace desde el margen, cuando aún estudiaba literatura en la Universidad de Chile, logra instalarse como una voz profunda y poderosa que hasta el día de hoy convoca al pensamiento crítico y a repensar desde el arte y la literatura el país y la sociedad en que vivimos.
Eltit, nunca parece detenerse y expresa en forma contundente lo que cree. Su voz ha sido referente casi obligado en temas de contingencia política y otros tópicos como la sexualidad, la identidad de género, y el poder. La literatura ha sido su derrotero en donde dio el primer golpe a la cátedra con “Lumpérica” el año `83. Obra perturbadora que también ha sido calificada como claustrofóbica y que le ha significado cargar, de alguna forma, con una imagen mítica dentro del patrimonio de la literatura chilena de los últimos cincuenta años. Asunto que, no ha hecho otra cosa que convertirla en una trabajadora incesante de lo que podríamos arriesgarnos a definir como el uso público de la razón.
Sus premios y reconocimientos son extensos. Para detallarlos habría que imaginarse la lectura un largo pergamino, pero, aun así, se considera una “outsider” y si hay algo para lo que no está, es para pugilatos pequeños. Sin embargo, sus obras han sido traducidas al inglés, finés, portugués, italiano y griego, y la Universidad de Princeton recibió su archivo compuesto por manuscritos, correspondencia y fotografías.
Buscamos adentrarnos algo más en el pensamiento de una mujer que atraviesa la cultura y las letras chilenas, siempre con la sensata idea que es posible a través de una modesta entrevista, develar y poner en la praxis, un ejercicio escaso pero que cuando se realiza, pone la musculatura mental, al borde y por qué no decirlo, también como ella lo ha planteado, en un margen desde donde puede ser recomendable ubicar la mirada.
-Usted fue una figura importante en la escena cultural de los `80 con el CADA. Quisiera saber cómo visualiza actualmente el arte y su relación con la política
-En realidad, el CADA pensó las relaciones entre arte y política. Fue un colectivo del que yo fui parte y ese trabajo nos pertenece a todos. O tal vez a ninguno en particular sino al colectivo que fuimos, formamos y conformamos. Yo pienso que es improbable por no decir imposible que haya una producción estética que esté fuera de redes políticas e incluso si algún autor declara que su trabajo está sobre lo político ese gesto es una política que hay que entender y cualquier obra (en el interior de sí misma) porta los signos políticos de su pertenencia.
–Es evidente que el Golpe Militar generó una ruptura en la vida de los chilenos y en la esfera cultura y artística ¿Cree usted que esa grieta o herida profunda sigue viva en nuestras vidas?
-Habría que pensar que nosotros nos regimos por la Constitución del 80, pinochetista, entonces se trata de un formato jurídico que define la realidad de cada uno de los chilenos. Nombro la Constitución (que ha sido ligeramente redecorada) para señalar solo un signo de una consistencia ineludible.
Pero también ese tiempo y sus violentas rupturas de los códigos de convivencia dejaron una estela muy destructiva, tanto que sencillamente hubo personas que desaparecieron como si hubiesen sido arrasadas por una bomba atómica, así fue la intensidad del drama chileno. Yo pienso que más allá de las diversos atentados a la memoria para plasmar una desmemoria aséptica existe, como usted señala, una grieta –es un decir- geológica que no se detiene porque se puso en marcha, como diría Artaud, un “teatro de la crueldad” que experimentamos los chilenos a lo largo de 17 años o quizás habría que decir por 27 años porque para ser rigurosos hay que considerar el tiempo en el que el dictador ocupó la escena pública pos 90, primero cuando se autodenominó como Comandante in Jefe y luego en el imperdonable cargo de Senador designado por él mismo. En suma, tuvimos Pinochet activo y nocivo hasta marzo del año 2000.
-Pareciera que hoy a pesar de la avanzada de las nuevas tecnologías y los medios de comunicación, la cultura no tiene un lugar central en la vida cotidiana de la gente, por más que se hable de mayor acceso y participación ¿Qué opinión le merecen estos dos últimos términos en lo que respecta a Cultura y Arte en el Chile de hoy?
-Bueno, yo pienso que hay muchas culturas, estilos, formas, microcomunidades, en fin, lo que quiero decir es que la cultura no es monolítica y está siempre en proceso de construcción y de reconstrucción. Pero a mí me parece interesante la diversidad, el tránsito de los mundos populares, lo desconforme como signo estético, la producción visual o musical. El gaffiti o el rap, la literatura, los pequeños centros culturales, los peinados extravagantes, los modismos, las artes visuales, la ópera, el cuerpo, la moda menos previsible y comercial, la ocupación de las esquinas. Desde luego, tenemos carencias institucionales no menores, pero hay que entender que las culturas emergen sí o sí, porque los cuerpos y sus deseos no esperan ni a los Estados ni a sus gobiernos y las energías culturales, aunque siempre aluden a lo “mismo” (las problemáticas humanas) se desplazan y en ese desplazamiento, mutan.
-Hoy justamente se habla de un proyecto de televisión cultural y pública ¿Quisiera saber desde su perspectiva cuál es su diagnóstico de este proceso? No me refiero al proyecto en sí, sino más bien a la idea de una televisión cultural de Estado.
–Sería genial una televisión cultural estatal siempre y cuando fuera democrática, participativa, abierta, audaz, compleja, polémica, insurrecta. memoriosa, actual, paritaria entre hombres y mujeres.
–Su extensa trayectoria ha estado vinculada también a la educación que ejerce hasta el día de hoy. Sin embargo, también fue profesora de establecimientos como el Instituto Nacional y el Liceo Carmela Carvajal en la década de los `70. ¿Qué opinión le merece el estado de la educación primaria y secundaria en estos momentos en nuestro país?
-Sí tuve el honor y el horror de trabajar en esos importantes colegios justo bajo dictadura (a eso me refiero con la palabra horror). Fue duro por los tiempos, pero en otro sentido, me permitió comprender la extensión represora y la vigilancia constante, porque yo viví la dictadura como trabajadora y sé de qué estamos hablando.
Por supuesto la crisis educacional fue y todavía es muy notoria. Pienso que faltan décadas para alcanzar niveles razonables. Por eso la gratuidad me parece fundamental y no termino de entender por qué las universidades públicas no duplican sus cupos y bajan los requisitos de ingreso poniendo en marcha fuertes mecanismos de nivelación. Los bajos puntajes son un efecto de años de destrucción de educación pública, pero esos mismos estudiantes rechazados por los puntajes fueron víctimas de un proceso negativo y requieren de una reparación, no de una exclusión.
-La realidad neoliberal en Chile parece ocupar todos los espacios tanto materiales como simbólicos de la vida cotidiana. Entonces uno a ratos piensa que no existe escapatoria y que estamos casi condenados a una existencia codificada por el consumo y la excitación del mercado. Cómo mujer de vanguardia (me atrevo a decirlo) ¿Existe para usted un proyecto político realizable de verdad en este país, o en definitiva el pragmatismo es la única realidad plausible?
-Yo pienso que vivimos un largo ciclo histórico-económico mundial que no tengo la menor idea cuándo puede terminar. Ahora mismo Chile enfrenta una multiplicidad de problemas muy agudos, pero habría que detenerse en una realidad muy alarmante como es la pesadilla de las jubilaciones. Este tema infernal le afecta a todo Chile porque las familias completas, en general, van a tener que afrontar, tanto a nivel emocional como económico, este dilema. Pero las AFP “están muy bien gracias” acumulando riqueza sin el menor pudor. Carecen de un freno real por parte de las elites políticas (solo declaraciones vagas, cruzadas por el miedo ante el terrorismo empresarial) porque el capitalismo en Chile es irrefrenable. Este será un drama generalizado.
En relación a la objetualización, ya sabemos que el consumismo actúa como anestésico emocional, que, a su vez, incrementa a las compañías que más que vender objetos lo que en realidad hacen es que venden crédito a nivel usurero.
Pero también hay que pensar cómo salir de este atolladero porque la realidad mundial está mal pensada ¿Qué tal que las mujeres a mismo trabajo ganemos menos, pero paguemos más en servicios privadosde salud? Y en el ámbito de lo microscópico, ¿Le parece justa a usted, por ejemplo, la repartición de lugares literarios entre hombres y mujeres? ¿De qué clase de democracia estamos hablando mientras vivimos en uno de los países más desiguales del mundo? Este neoliberalismo genera agudas crisis que forman parte de su proyecto, más aún, las crisis aumentan los haberes de los más ricos. Efectivamente existe por una parte una especie de resignación, pero, lo más importante es una complicidad para mantener este estado de cosas. Pero, como dije se trata d eun ciclo que inevitablemente va a modificarse por las condiciones de vida que impone el sistema.
–Usted ha dicho que “el cuerpo es una novela sin fin”. Me cabe preguntar si esta afirmación se relaciona con alguna idea como el cuerpo como lugar político o también como un espacio en donde habitan muchas voces que buscan un modo de expresión
-Lo quise decir es que el cuerpo es una zona donde se ejercen y se ensayan discursos sociales múltiples. Y, en ese sentido, en mi caso ha sido un material literario siempre abierto a una nueva indagación en la que es posible encontrar un nuevo cuerpo. Porque es un territorio complejo, paradójico, inabarcable de la manera que yo lo pienso. Y, efectivamente, como usted dice, somos habitados por una serie de cuerpos-máscaras que debemos representar y a eso hay que agregar el o los sentidos políticos en los que se organizan siquis-cuerpos.
-Hoy lo que se entiende como diversidad se expresa a viva voz básicamente a través de la clave “ciudadana”: minorías sexuales, animalistas, mujeres, artistas, transexuales, etc ¿Cree usted que estas pluralidades de voces representan una expresión genuina de la diversidad o más bien se trataría de manifestaciones que siguen un canon de moda sin un sustento político real?
–Yo, personalmente entiendo lo ciudadano como un cuerpo político a pesar de sus diferencias y de la singularidad de sus causas y pasiones particulares. Ahora eso no significa desconocer que el mercado esté allí listo para capturar y comercializar los dilemas y transformarlos en “modas” con el fin de despolitizarlos y ocuparlos como nichos posibles para el consumo y la banalización. Desde luego se genera un nudo dialéctico. Pero la sexualidad y sus normativas y sus disyuntivas son un tema político. Las mujeres somos mayoría numérica, aunque, de acuerdo a la categoría generica, somos inferiorizadas (minoritarias) en cada uno de los espacios que habitamos. La simple “moda” no es capaz de contener estas culturas fundadas en la mera represión.
–No puedo dejar de preguntarle cuál es su con respecto de la situación del pueblo Mapuche en el Chile de hoy. Sin hacer omisión al trágico historial de la relación que ha tenido con el Estado de Chile desde el siglo XIX en adelante.
–Ya sabemos que el Estado chileno está fuera de las normativas internacionales. Existe una infracción a los tratados internacionales que, por lo demás, son constamente denunciados. La autonomía de los pueblos originarios es una deuda impaga. Resulta insólito el uso y el abuso de la comida, la textilería, la medicina mapuche, entre otros “bienes” y se le niegue el estatuto jurídico de pueblos. En ese sentido el pueblo mapuche ha sido ejemplar como espacio de resistencia a pesar de los sucesivos despojos de los que ha sido víctima. La represión constante hacia los mapuches es una medida que no resuelve los conflictos. Además, ellos son “invencibles” tienen recursos proporcionados por sus tradiciones, cuentan con métodos, memoria y un historia ejemplar, inamovible y épica que los respalda. Lo único sensato por parte del Estado chileno es atender a sus demandas y cumplirlas lo antes posible.
-Usted ha dicho que el imperativo neoliberal, hablando de cultura, se enmarca con mayor fuerza en cosas fugaces y la simpleza de los mensajes ¿Cómo sería posible desde la literatura, que hoy también corre ese riesgo, ejercer formas de resistencia?
–Desde mi perspectiva, el riesgo de lo literiario es la cooptación por parte de un mercado que busca más bien la comodidad de la trasparencia antes que abrirse a las interrogantes que las literaturas pueden establecer. También pienso que la literatura trabaja con una multiplicidad de signos que van desde el uso del lenguaje, a la metáfora, a lo elusivo, a lo cifrado, lo coloquial hasta lo explosivo de ciertos usos como el barroco y toda su peripecia sígnica.
–Ha manifestado su admiración por escritoras del Siglo XX como Marta Brunet, María Luisa Bombal y Gabriela Mistral. En términos de nuestra memoria cultural ¿Qué es lo que podrían tener pendiente nuevos escritores con las letras de aquella época?
–En realidad, yo pienso que los escritores actuales tienen, cuando no las mismas, parecidas deudas con sus contemporáneas. Y para qué decir con las escritoras del canon chileno como las que usted señala, que, en general, están completamente ausentes de los nombres literarios chilenos que son citados o convocados como referentes.
Yo pienso que ese silencio forma parte de una especie de pacto tácito y hasta inconsciente como pacto, en la medida que, desde mi punto de vista, los escritores se sienten obligados a competir entre ellos para ser “el mejor de todos” siguiendo esquemas bastantes toscos o rígidos propios de las peleas de box amateur. La literatura, como todos los campos de la producción local, está teñida por una forma de machismo elemental bastante poco interesante. Desde luego hay excepciones (usted mismo que me hace esta entrevista) pero la norma es la exclusión que a estas alturas si bien me parece dañina, no consigue detener proyectos importantes liderados por escritoras realmente valiosas.
-Usted ha dicho que escribe de manera comprometida ¿Qué significa eso en concreto y qué representa desde una dimensión política?
-En realidad, no recuerdo haber dicho eso, pero lo que sí tengo claro es que mi compromiso es con la tarea literaria, poner ahí una inflexión (si es posible) porque la tarea política empieza por casa y mi casa es la literatura y yo pienso mucho en cómo intervenir (todo lo posible) los signos literarios. Ese particular trabajo con los signos es un desafío político mayor que yo me he propuesto.
-Por último, usted ha sido retratada como una voz de vanguardia, de ruptura, de desconstrucción, de lucidez política y también como una voz que se manifiesta desde el margen. Entiendo que son términos, pero me gustaría que se pueda definir como escritora en pocas o una sola palabra.
–Outsider