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Cinco razones de por qué el rally Dakar no debe volver a Chile Opinión

Cinco razones de por qué el rally Dakar no debe volver a Chile

En la siguiente columna, el arqueólogo Gonzalo Pimentel expone sus argumentos para rechazar la carrera.


¿Cuál es el verdadero beneficio de las carreras off-road, como el Rally Dakar, para el desierto de Atacama, para las comunidades locales y para el país? ¿Por qué nuestro Estado ha financiado, con más de 50 millones de dólares -sobre 30 mil millones de pesos-, una competencia automotriz privada que lo único que nos deja son daños al patrimonio natural y cultural del desierto? ¿Por qué el Rally Dakar, que es una actividad económica que produce variados impactos negativos no se ha acogido a las normas chilenas de protección patrimonial, a los procesos de consulta indígena cuando afectan los territorios de estos pueblos, o no ha sido sometido al Sistema de Evaluación de Estudio de Impacto Ambiental (SEIA), tal como se le exige a cualquier empresa que pretenda intervenir áreas tan amplias como las que afecta esta controversial carrera?

Para responder a estas interrogantes, lo haré exponiendo aquellas cinco principales razones por las que considero que el Rally Dakar no debería volver a Chile.

Primera razón y, ante todo, porque se trata de una carrera destructiva del patrimonio arqueológico, del medio natural y del paisaje del desierto de Atacama.

En efecto, y tal como se ha reconocido por el propio Consejo de Monumentos Nacionales, en las siete competencias del Rally Dakar que se hicieron desde el año 2009 y 2015 se dañaron un total de 318 sitios arqueológicos, lo que implica que en promedio 45 sitios sufrieron algún tipo de daño en cada edición, una cifra extremadamente alta para una actividad que dura sólo un par de días en el desierto.

Por otra parte, no hay estudios ni análisis sobre el daño al medio natural y al paisaje por el paso de una caravana de más de 300 autos a campo abierto y sin mayores restricciones, la que produce como mínimo cientos de kilómetros de desierto rayados por huellas vehiculares. Siendo además importante destacar que como todos los años la ruta del Dakar cambia, el impacto es acumulativo y por lo tanto cada año mayor.

La segunda razón es su impacto en el turismo del norte de país. Los promotores de esta competencia, incluyendo a algunas agencias del Estado, han procurado hacer creer a la sociedad que este tipo de actividad es beneficiosa para el desarrollo turístico del Desierto de Atacama.

El argumento que está detrás es que la competencia es seguida por millones de televidentes en el mundo, por lo que cada imagen del desierto y del país que aparece en pantalla sería por sí solo un activo promocional. En esta lógica, los millones de dólares que el Estado aporta a la competencia serían ampliamente recuperados a través del turismo. Lo que puede parecer coherente, a primera vista, pero que es totalmente falso si nos adentramos un poco en las implicancias que esta carrera ha tenido en otros territorios.

Veamos primero el caso africano, donde se origina el Rally Dakar y que se mantuvo por tres décadas hasta el 2008. No hay ningún indicio de que el continente africano se haya beneficiado ni turística, ni social, ni económicamente con este tipo de carreras. Nadie en su sano juicio podría decir que los cientos de minutos de transmisión del Rally Dakar en África hayan beneficiado turísticamente en algo al continente africano.

Por el contrario, más bien lo que mostró este Rally en África y sus imágenes “publicitarias” es que es una actividad que se vincula con países subdesarrollados, colonizados, empobrecidos y con las muertes que origina. Ahí está su verdadera conexión. Y las estadísticas son lapidarias. En los treinta años que esta competencia estuvo en África, murieron atropellados 12 niños africanos producto de la carrera. Ese es realmente el principal legado africano del Rally Dakar.

Volvamos al Desierto de Atacama, donde sí se cuenta con un marcado desarrollo turístico, siendo actualmente el primer destino de visitas extranjeras al país. Es un tipo de turismo que está basado principalmente en su belleza paisajística, un turismo más contemplativo y, en segundo lugar, en el patrimonio cultural de la zona, vale decir, va de la mano con la valoración histórica. Dos ámbitos en que el resguardo y la conservación del entorno son la clave para su reproducción y ampliación turística en el tiempo.

En este sentido, el Rally Dakar no sólo es un contrasentido de este turismo en el desierto, sino que también es sin duda una de sus principales amenazas. De este modo, mientras que lo que se debe hacer para asegurar un turismo responsable y sustentable es generar cada vez mayor manejo de áreas de conservación y de valoración patrimonial, lo que nos ofrece el Rally Dakar es totalmente su extremo opuesto, es decir, cada vez mayor destrucción patrimonial y paisajes más intervenidos y dañados.

Resulta paradójico, por lo mismo, que esta carrera siga contando con financiamiento y promoción estatal, incluso de Sernatur, y que se hayan aportado cientos de millones de pesos en publicidad gratuita a este Rally, una actividad que destruye en la práctica lo que realmente sostiene el turismo en el norte de Chile. Siendo necesario aquí preguntarnos, ¿cuántos parques arqueológicos y patrimoniales podrían haberse creados o mantenidos con los más de 50 millones de dólares que se le han asignado al Rally Dakar en el Desierto de Atacama? Más aún frente a la triste realidad de que no existen fondos estables por parte del Estado para estos fines.

El Parque Arqueológico de los Geoglifos de Chug-Chug, por ejemplo, donde increíblemente fue autorizado el paso del Dakar el año 2010, ya quisiera poder contar con esos recursos estatales para su protección, valorización y difusión, un parque que hoy sólo se mantiene gracias a las gestiones locales que hacen la comunidad Aymara de Quillagua, la comunidad atacameña de Chunchuri y la Fundación Desierto de Atacama. El aporte de fondos estatales permanentes aquí brilla por su ausencia. Y la respuesta con que nos encontramos es siempre la misma: el país no cuenta con fondos para la protección patrimonial, ya que existen otras urgencias y prioridades nacionales ¿Cómo el Rally Dakar?

He ahí nuestra tercera razón: se trata de una actividad profundamente colonialista. ¿Cómo se verifica su colonialismo?

Primero, porque ningún país desarrollado la aceptaría en su territorio, ya que como bien lo muestra la historia de este Rally, sólo ha sido viable en países con estados debilitados y que puedan ser fácilmente manejado por los intereses particulares de empresas privadas extranjeras, como es el caso de la empresa francesa ASO a cargo de este rally. Por eso es que no ha existido un Rally Dakar en Europa, por ejemplo, salvo para ostentar que desde allí se parte, aunque sin competencia, ni tampoco en el desierto de Arizona en Estados Unidos, ni en el desierto australiano, pero sí en el desierto del Sahara y en el de Atacama.

Segundo, porque son nuestros estados que financian en buena parte estas carreras automotrices, incluso contra los propios intereses de desarrollo del país, como se puede apreciar con el turismo en el Desierto de Atacama. De ahí que estas empresas no sólo cuenten con los recursos y todo el aparataje estatal a su favor, sino que éstas además no deban pagar reparaciones, mitigaciones ni compensaciones por daños cometidos al ambiente natural y patrimonial.

La cuarta razón para rechazar la presencia del Rally Dakar es la campaña publicitaria fraudulenta que han venido haciendo con relación a la protección y valorización del patrimonio cultural y natural del Desierto de Atacama. Soslayándose que, al mismo tiempo, arrasan con sitios patrimoniales, pretendiendo hacernos creer, mediante publicidad planificadamente engañosa, que ellos aportan y están preocupados por el patrimonio de nuestro desierto.

“Corre con el Dakar a cuidar el patrimonio”, se podía leer en una campaña financiada por el gobierno regional de Tarapacá y Sernatur, mientras al fondo se aprecia la imagen del gigante del geoglifo de Unitas y más abajo una moto, como si estuviera esperando a su piloto en dirección a “cuidar” este majestuoso patrimonio arqueológico de nuestro desierto. Cuando la frase, realmente ajustada a la realidad, debería haber sido: “Deja tu huella. Corre con el Dakar sobre el patrimonio…hay cientos de geoglifos que te esperan y que nadie cuida. Te aseguramos que nada te pasará si los destruyes”.

Por último, está la razón de las consecuencias futuras si esta carrera vuelve a nuestro país. Siendo una competencia que ya ha generado nefastos incentivos para actividades similares que continúan con la huella de la destrucción patrimonial del Desierto de Atacama.

Es así que vemos como todos los años aumentan los jeeperos, motoqueros y carreras off-road informales, generando un daño exponencial en las áreas patrimoniales de nuestro desierto. De este modo, lo que la naturaleza y la cultura humana produjeron en millones y miles de años, respectivamente, en pocos minutos son arrasados por una gigantesca caravana de autos conducidos por pilotos adrenalínicos que no tienen tiempo siquiera para mirar lo que están destruyendo, porque seguramente poco les importa.

Nuestra sociedad no logra aún dimensionar el real impacto que están produciendo estas actividades en el futuro desarrollo patrimonial y turístico del Desierto de Atacama. Definitivamente debemos rechazar abiertamente aquello que se basa en la pérdida de nuestra historia, de nuestras raíces, de nuestro patrimonio cultural y natural.

Por todas estas razones, el Rally Dakar no debe ser bienvenido nuevamente en Chile.

Gonzalo Pimentel G. es arqueólogo y presidente de la Fundación Patrimonio Desierto de Atacama.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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