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«El patitas de oro»: libro rescata la historia del chinchinero más antiguo de Chile

La familia de Héctor Lizana, hoy de 89 años, cuenta con cuatro generaciones de organilleros y chinchineros de tradición, especialistas en este arte y oficio. Un texto del sociólogo, investigador y cultor es todo un recorrido sobre esta tradición popular, junto a un documental.


Un libro sobre Héctor Lizana, el chinchinero más antiguo de Chile, acaba de presentar el sociólogo e investigador Gabriel Cárdenas.

«El Patitas de Oro. La historia de Héctor Lizana Gutiérrez, el chinchinero más antiguo de Chile» es fruto de una larga investigación del integrante del grupo Familia Bombo Trío acerca de este personaje, hoy de 89 años de edad.

La familia Lizana cuenta con cuatro generaciones de organilleros y chinchineros de tradición, especialista en este arte y oficio. El libro además incluye un cortometraje del proceso de investigación del proyecto, también de Cárdenas, que fue donado al Archivo de Literatura Oral y Tradiciones Populares de la Biblioteca Nacional.

Una tradición popular

Este libro «no es sólo su biografía, sino el recorrido de toda una tradición popular», reseña el sitio MusicaPopular.cl.

Agrega que Lizana recibió su apodo de los bombistas de los años 40 y es uno de los personajes relevantes de esta manifestación casi centenaria de la zona central del país.

«A él entre otras cosas, se le atribuyen el desarrollo de la danza dentro del oficio del chinchinero y la incorporación de la varilla de redoble, elementos que revolucionaron la forma de tocar y danzar con el chinchín».

Apoyo del Fondo del Libro

Cárdenas es sociólogo de formación e hizo su tesis sobre los chinchineros. Así conoció a Patricio Toledo, quien fue la puerta de entrada a este mundo de la música popular, estrechamente vinculado a los organilleros.

Fue tal su entusiasmo que él mismo ha terminado convertido en uno. «Toco el instrumento y en un momento sentí que era necesario devolver la mano».

A esa altura ya se había percatado de que había poca investigación y registro de este arte. En 2009 comenzó con un gran proyecto que incluye una trilogía.

El acercamiento con la familia Lizana se dio en 2012, cuando le hizo una primera entrevista a «don Héctor». Sería la primera de muchas. En 2017, gracias al apoyo del Fondo del Libro, pudo publicar la obra.

Los orígenes en los años 20

El libro está centrado en Lizana no sólo por su trayectoria, sino porque es el más antiguo aún vivo en Chile, comenta el autor.

«Él fue el menor de una generación de los años 40. Cuando tenía 10 años, los antiguos bombistas eran todos cuarentones. De ellos hay muy pocos registros. Pero él fue testigo de ese primero momento de esta manifestación. También lo quería homenajear en vida. Él tiene todo un testimonio que es difícil de hallar en otra parte».

A Chile primero llegaron los organillos, mientras el chinchín es un instrumento genuino de la zona central de nuestro país. «Tiene, por así decirlo, primos lejanos en Europa, los ‘hombres orquesta’. La diferencia es que estos no se desplazan, no danzan, sino que percuten y tocan a la vez algún instrumento que toque melodía».

Los orígenes del chinchín, Cárdenas los sitúa entre los años 20 y 30. En ese tiempo, a sus cultores se les conocía como bombistas y tocaban la percusión junto al organillo. Fue en los años 40 cuando empezó la separación de ambos instrumentos.

Como chinchineros, en tanto, comienzan a ser conocidos en los años 70, entre otros a través de la famosa publicidad de TVN con música de Víctor Jara. Entre sus melodías se cuentan el vals, el pop, tonadas y cuecas.

Tevito fue una creación de Carlos González y aparecía con la melodía «Charagua» de Víctor Jara en TVN durante la UP.

Cultura marginal

El chinchinero siempre fue un oficio marginal, de los barrios bajos, mucho más que la cueca. Entre ellos había mucha precariedad y alcoholismo. Muchos ni siquiera eran dueños de sus instrumentos, sino que los arrendaban. Entre semana tocaban en barrios y poblaciones, y los fines de semana trabajaban en el centro, como el Parque Forestal.

Durante los 80, con mayores restricciones, también se desplazaron hacia los pueblos de la provincia. La relación con la dictadura fue conflictiva, «porque donde había un organillero se concentraba gente. No les daban muchos espacios. Hay anécdotas de militares abriendo los organillos para revisarlos, los desarmaban pensando que podían esconder algo» y algunos organilleros presos. El recuerdo de «Tevito» tampoco los favorecía.

«Sufrieron como sufrió el mundo popular», expresa.

Otros, como Omar Chávez, ocasionalmente tocaban en las afueras de la Cárcel de Mujeres de la calle Santo Domingo. Él se reencontró en los años 90 con una ex presa en la Universidad Arcis, quien entonces le agradeció su gesto.

Un artista callejero

Cárdenas resalta que hasta hace poco los chinchineros aún eran vistos «poco menos que como mendigos que pedían limosna. Hoy en día los consideramos un artista callejero, pero eso es muy reciente».

En ese sentido, uno de los hitos fue la incorporación de la figura del chinchinero a los conciertos de Joe Vasconcellos, que en su famoso disco «Verde cerca» (1992) tiene un tema llamado justamente «El chinchinero».

«Les voy a mostrar un ritmo/Que nació en esta ciudad/Nadie parece notar/Que es un ritmo callejero/Que nació para alegrar/Los que paran pa´mirar», canta Vasconcellos en esa canción. Él invitó a Patricio Toledo, el «Pepa», a tocar en varios de sus conciertos.

En el caso de Lizana, se le atribuye ser el inventor del uso de la varilla de redoblar. «Con eso empezaron a tocar la otra cara del bombo. A raíz de eso el chinchín empieza a complejizar sus ritmos».

Hoy hay una decenas de familias donde el chinchín ha pasado de generación en generación, mientras otros han aprendido con cultores como Toledo, ya fallecido, para combinarlo con otros instrumentos como acordeón y guitarra.

«Todo esto genera tensión con la tradición, pero también le abrió muchas oportunidades», concluye el autor, que fue uno de los participantes del Primer Festival Nacional del Chinchín el año pasado en el centro cultural GAM de Santiago. Allí se juntaron las familias tradicionales -como la Corporación Cultural de Organilleros de Chile, reconocidos en 2013 como Tesoro Humano Vivo- y los nuevos creadores.

«La idea es posicionar este tambor, que es único en Chile». Igual que con este libro.

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