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“Ceremonias de interior”, la poesía con resonancias del clasicismo de Micaela Paredes CULTURA|OPINIÓN

“Ceremonias de interior”, la poesía con resonancias del clasicismo de Micaela Paredes

José Miguel Ruiz
Por : José Miguel Ruiz Escritor, poeta y profesor de Castellano (UC). Ha publicado, entre otros libros, “El balde en el pozo” (poesía, 1994), “Cuentos de Paula y Carolina” (narrativa, 2011) y “Gramática de nuestra lengua” (2010). Mención Honrosa en los Juegos Literarios Gabriela Mistral de la I. Municipalidad de Santiago, 1975. Primer Premio en el Concurso de Poesía de la P. Universidad Católica de Chile, 1979. Premio Municipal de Arte, Mención Literatura, de la I. Municipalidad de San Antonio (1998).
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Uno puede espigar en este poemario versos hermosísimos no solo por su “externalidad” (su ritmo, su música), sino porque provienen de una experiencia que no siempre se encuentra en los tiempos de juventud


“Ceremonias de interior” (2019) es el segundo libro de la poeta Micaela Paredes (Santiago, 1993), el anterior fue “Nocturnal” (publicado en 2017), donde ya se anunciaba en la joven autora su cuidado por la construcción, el ritmo de los versos, la forma poética, teniendo como referente la poesía clásica –sin que esto la condicione a esas estructuras–, el manejo del lenguaje, la conciencia de una experiencia que pasa por la palabra. No deja de llamar la atención el cuidadoso tratamiento de sus versos. Este libro comienza con un soneto: “Cuando el ayer se ha vuelto un hoy ajeno/ y no hay otro horizonte que el del ido/ instante, del que añoras el olvido/ -los restos del temblor y su veneno-// mejor ser enemigo de lo bueno/ y asirse a lo inmortal de otro latido,/ que todo porvenir, aún no nacido,/ el germen de la muerte halla en su seno.// Desear no desear más y amar lo errado/ en el reflejo de la luz madura/ que entonces prometiera tu silencio.// Y en este respirar deshabitado,/ sobre la tierra anochecida y dura/ hermanar tu final a mi comienzo” (“Contra el presente”). Glosar estos versos sería como cantar, con mala voz, una bella canción: hay que leerlos simplemente, dejarse llevar por su ritmo, por su musicalidad, por la tensión de la voz lírica que va ahondando en una experiencia de ayer-hoy, hallando o creando imágenes de una gran riqueza poética (“la luz madura”, “este respirar deshabitado”, “hermanar tu final a mi comienzo”, haciendo de las antípodas el cierre de un círculo).

[cita tipo=»destaque»]Un poemario al que se puede volver, seguro de que se encontrarán cada vez nuevas floraciones, ángulos no vistos quizás antes –me ha ocurrido–, pleno de una experiencia poética –que es de muy buena ley– de interioridad, de musicalidad y búsqueda a través de la precisión del lenguaje. Micaela Paredes debe seguir “ahondando huellas” en su espacio poético genuino, de donde han de seguir floreciendo sus bellos poemas.[/cita]

Uno puede espigar en este poemario versos hermosísimos no solo por su “externalidad” (su ritmo, su música), sino porque provienen de una experiencia que no siempre se encuentra en los tiempos de juventud (“hay que ahondar huellas” antes, la gran poesía es experiencia, ascender, subir la montaña), como ejemplo la primera estrofa del poema “Para olvidar”: “Tendría que morirme de mil muertes/ distintas; ya distante ver el tiempo,/ dejar de ser y regresar mil veces:/ nacer, morir y renacer de nuevo/ para olvidar la vida en que aún eres/ la piedra que no quiero”. Ya se quisiera este lector un acierto tal para expresar parte de toda su vida afectiva. Y la nostalgia de hoy proyectada hacia el futuro, el amor, la soledad: “Cuando pasen los años y aún seas/ un manojo de silencios esperando/ la venida desde un cuarto/ oscuro y desprovisto de otro cuerpo,/ volverán mis palabras como manos que se abren/ para alcanzar el surco insomne de tus párpados./ Entonces negarás mi nombre ante la noche/ mientras tus miembros cansados rehúyen/ el costado vacío de la cama/ que nunca compartimos” ( “Cuando pasen los años”). No hay que explicar el poema, solo reflejar su resplandor, asociarlo a una vivencia propia, hacer “resonar” el sentido de ese “manojo de silencios esperando”, el cuarto oscuro “desprovisto” de otro cuerpo, para que el poema florezca, salga, con toda su potencia, desde la escritura a remover las aguas de la fuente propia.

Pinceladas de un libro que hay que tomar como un todo, en cuyo título hay también una clave para revelar su esencia. La poeta vuelta hacia una experiencia interior, decididamente, ceremonialmente, para realizar allí el ritual poético con lo esencial de su vida y la palabra, de donde nace el poema. En ese “espacio interior”, se abren también las puertas del conocimiento, del tiempo, de los lugares fundamentales y de lo que somos: “Hay algo permanente en la distancia/ entre objeto y recuerdo, aquí o allá,/ ayer, hoy y mañana./ Repetido y diferente en la memoria/ todo queda circunscrito a ese lugar/ en que un día nos fue dado amar al mundo./ Perduran sus imágenes: la angustia/ del rito los domingos, las migajas del pan/ y el desamor/ que negamos una vez tras la ventana.// Cambiamos de ciudad, contamos sitios/ pero allí y solo allí fuimos y somos/ para siempre, condenados al abrazo,/ al secreto de la luz que nos recuerda por las noches/ nuestra ruina originaria” (“Ceremonias de interior”).

Un poemario al que se puede volver, seguro de que se encontrarán cada vez nuevas floraciones, ángulos no vistos quizás antes –me ha ocurrido–, pleno de una experiencia poética –que es de muy buena ley– de interioridad, de musicalidad y búsqueda a través de la precisión del lenguaje. Micaela Paredes debe seguir “ahondando huellas” en su espacio poético genuino, de donde han de seguir floreciendo sus bellos poemas. 

Ceremonias de interior, Cerrojo Ediciones, julio de 2019.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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