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Hipótesis de Gaia: un planeta vivo CULTURA|OPINIÓN Diatomeas

Hipótesis de Gaia: un planeta vivo

Nicolás Lagos Silva
Por : Nicolás Lagos Silva Ingeniero en Recursos Naturales Renovables, Msc. en Áreas Silvestres y Conservación de la Naturaleza.
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El científico inglés James Lovelock publica su controvertida hipótesis de Gaia, nombrada en honor a la diosa griega de la naturaleza. Para Lovelock, cada componente en la Tierra se encuentra interconectado de manera tal, que se produce una dependencia estrecha e indisoluble entre cada uno de los ecosistemas terrestres. Dejando atrás atributos como la consciencia o la razón, la Tierra, al igual que nosotros los humanos es considerada como un sistema, y como tal, se comporta similar a un organismo capaz de autorregularse para mantener su equilibrio interno.


Según el historiador Yuval Harari, una de las claves para que el Homo sapiens se haya transformado en lo que somos hoy, es la capacidad de usar habilidades cognitivas para crear historias. La religión, las naciones, y la más poderosa de todas, el dinero, son ficciones clave para construir redes de cooperación e interacciones humanas y así formar sociedades. Estas narrativas, únicas de la especie humana, de alguna forma contribuyeron a nuestra supremacía en la Tierra, transformándonos en lo que Harari llama el Homo deus, con todas las consecuencias que esto conlleva. 

Aunque con consecuencias quizás menos trascendentales, desde los inicios hemos usado nuestras narrativas para poblar el planeta de criaturas y seres engendrados por nuestras fantasías más luminosas y también por las más oscuras. En su “Libro de los seres imaginarios”, Jorge Luis Borges sorprende con un exhaustivo compendio de rarezas, donde ordena prolija y alfabéticamente una serie de entes fantásticos creados por la mente del ser humano, que opacan la imaginación de cualquier infante. 

[cita tipo=»destaque»]Cada vez es mayor la evidencia científica que apoya las ideas detrás de la hipótesis de Gaia. Hoy en día por ejemplo se ha comprobado que el polvo de arena procedente del Sahara, en una travesía digna de la literatura fantástica, viaja por más de 5.000 kilómetros cruzando el Atlántico para finalmente fertilizar la Amazonía; y que estos mismos bosques cumplen un rol clave en la formación de las nubes que, a través de movimientos atmosféricos, riegan sectores tan distantes como el desierto de Atacama. Así es como este monstruo viviente es capaz de hacer crecer plantas en los suelos más áridos del mundo a partir de la arena un desierto distante.[/cita]

En este panteón encontramos por ejemplo a la Anfisbena, serpiente bicéfala sin delante ni detrás, a Kuyata, un gran toro de cuatro mil ojos, cuatro mil orejas, cuatro mil narices, cuatro mil bocas, cuatro mil lenguas y un idéntico número de pies, y una decena de páginas más adelante al Mantícora, bestia con tres hileras de dientes, cuerpo de león y cara de hombre, aficionado a los placeres gastronómicos de la carne humana. Estos seres comparten la enciclopedia con otros más conocidos pero igualmente mitológicos como el minotauro, las sirenas, el fénix y el dragón.  

Posterior al desfile de las primeras bestias, llega el turno en este catálogo de criaturas bizarras a los llamados Animales Esféricos, que incluye a la Tierra y otros planetas capaces de vanagloriarse de sus dotes de redondez. Según Borges, Platón fue el primer encargado en entregar la cualidad vital a la Tierra, aunque sin llegar a los extremos del renacentista Marsilio Ficino, quien la dotó de pelos, dientes y huesos, o de Giordano Bruno que incuso le entregó el don de la razón. Pero fue Kepler el primero en aventurarse un poco más allá, estudiando la anatomía, alimentación, color, memoria y fuerza de este esférico monstruo viviente que llamamos Tierra, pero que básicamente es agua.

Dando por descontado ya el título escogido por Borges para su libro, el sólo hecho que a nuestro planeta lo reúnan junto a sirenas y dragones deja un velo de dudas sobre la veracidad detrás de las afirmaciones de estos estudiosos. Sin embargo, por descabellado que parezca, la cualidad vital entregada a la Tierra, no es exclusiva a filósofos y científicos de siglos pasados. Muy posterior a Platón, Bruno y Kepler, pero sólo un par de décadas posterior al bestiario de Borges, el científico inglés James Lovelock publica su controvertida hipótesis de Gaia, nombrada en honor a la diosa griega de la naturaleza. Para Lovelock, cada componente en la Tierra se encuentra interconectado de manera tal, que se produce una dependencia estrecha e indisoluble entre cada uno de los ecosistemas terrestres. Dejando atrás atributos como la consciencia o la razón, la Tierra, al igual que nosotros los humanos es considerada como un sistema, y como tal, se comporta similar a un organismo capaz de autorregularse para mantener su equilibrio interno.

Al principio denostado y ridiculizado, pareciera ser que los años finalmente están dando la razón al inglés. Hoy en día no es raro escuchar que las grandes catástrofes ambientales de los últimos años como inundaciones, terremotos, huracanes e incluso el actual coronavirus no son sino la respuesta de un planeta furioso, que despierta frente al daño que recibe a causa de la inconsciencia del Homo deus. Como un animal que se estremece cuando es molestado, la Tierra responde con desastres.  

Cada vez es mayor la evidencia científica que apoya las ideas detrás de la hipótesis de Gaia. Hoy en día por ejemplo se ha comprobado que el polvo de arena procedente del Sahara, en una travesía digna de la literatura fantástica, viaja por más de 5.000 kilómetros cruzando el Atlántico para finalmente fertilizar la Amazonía; y que estos mismos bosques cumplen un rol clave en la formación de las nubes que, a través de movimientos atmosféricos, riegan sectores tan distantes como el desierto de Atacama. Así es como este monstruo viviente es capaz de hacer crecer plantas en los suelos más áridos del mundo a partir de la arena un desierto distante. 

Hoy, en medio de la sexta extinción masiva, de la crisis climática y la devastación planetaria, este ser nos envía sus señales como los estertores de una bestia incómoda, de Gaia intentando volver al equilibrio. Y es que la Tierra, más allá de toda fantasía Borgiana, nos demuestra que lejos de ser un ente inanimado, se comporta como un mítico organismo: gigantesco, esférico, celeste y capaz de remover sus entrañas.

Nicolás Lagos Silva. Ingeniero en Recursos Naturales Renovables, Msc. en Áreas Silvestres y Conservación de la Naturaleza. Alianza Gato Andino (AGA) . Sociedad Chilena de Socioecología y Etnoecología (SOSOET)

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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