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La variante Consuelo Valdés CULTURA

La variante Consuelo Valdés

Haciendo oídos sordos de todas las agrupaciones gremiales y de artistas que solicitaban un sistema de bonos directos, en vez de utilizar criterios socio-económicos se optó por generar un sistema de concursabilidad de características de impacto-artísticas. Se justificó la medida diciendo que el ministerio no contaba con las herramientas legales para desarrollar planes de entrega de recursos directos, como sí sucede en otros ministerios, lo que se necesitaba hacer para esto era un trámite simple en el parlamento que destrabara la situación. Sería muy largo hablar de lo engorroso, lento y casi intrascendente que terminó siendo el “Fondo de emergencia” el cual a octubre del año pasado aún no entregaba a todos los “beneficiados” sus fondos adjudicados en Julio, no cumpliendo incluso con las cartas Gantt presentadas por los postulantes para su adjudicación.


Hace unas semanas, en un matinal de la TV abierta, frente a la nula preparación por parte del gobierno a la coyuntura de encontrarse la Región Metropolitana en cuarentena y la alta aglomeración de personas debido al vencimiento de los permisos de circulación, el periodista Julio Cesar Rodríguez decidió hablar de “La variante Piñera”. El famoso hashtag fue tendencia porque además daba cuenta de la nula capacidad de gestión del gobierno durante el año de pandemia, pareciendo este 2021 ser un loop de situaciones acontecidas ya en las mismas fechas del año pasado, cuando frente al shock de esta situación era obvio que se reaccionaba con torpeza, cosa que un año después es claramente impresentable.

Hace un año también el sector cultural fue azotado por el cierre de los espacios artísticos, de las universidades y de la imposibilidad de juntarse a ensayar o investigar de manera colectiva. La situación fue muy improvisada y exigió a varios cultores a entrar en plan de sobrevivencia y buscar otras formas de sustentación económica, que por momentos pudiese paliar lo que ingenuamente algunos creían serían solo un par de meses.

Los espacios buscaron nuevas formas de re captar al público y con esto poder mantener a sus trabajadores de planta: técnicos, tramoyas, productores, gestores y administrativos. Las compañías que no sucumbieron buscaban formas también de sostenerse juntas financieramente hablando, no pocos artistas tuvieron que recurrir a las ollas comunes y ser parte de la red comunitaria de ayuda, o comenzar emprendimientos que les permitieran tener un mínimo de ingresos para mantenerse a flote, a la espera de una vuelta a la presencialidad que aún no llega.

¿Y el ministerio? En abril del 2020, muy preocupado, levantó inmediatamente un catastro de la situación, dando un universo de 15.000 artistas e instituciones afectadas. Sin embargo, implementó una medida que no se condice ni con las necesidades del sector ni con el universo necesario de cubrir. Haciendo oídos sordos de todas las agrupaciones gremiales y de artistas que solicitaban un sistema de bonos directos, en vez de utilizar criterios socio-económicos, se optó por generar un sistema de concursabilidad de características de impacto-artísticas.

Se justificó la medida diciendo que el ministerio no contaba con las herramientas legales para desarrollar planes de entrega de recursos directos, como sí sucede en otros ministerios. Lo que se necesitaba hacer para esto era un trámite simple en el Parlamento, que destrabara la situación.

Sería muy largo hablar de lo engorroso, lento y casi intrascendente que terminó siendo el “Fondo de emergencia”, el cual a octubre del año pasado aún no entregaba a todos los “beneficiados” sus fondos adjudicados en julio, no cumpliendo incluso con las cartas Gantt presentadas por los postulantes para su adjudicación.

De esta manera, algunos artistas aún sin recibir sus dineros de emergencia, y a meses de quedar a la deriva se debían enfrentar a postular proyectos para los fondos 2021, instancia anual que año a año nos pone en competencia para lograr financiar nuestros quehaceres, esta vez con la incertidumbre de si aquello a postular tendría alguna chance de llevarse a cabo dentro de los vaivenes del plan Paso a Paso.

Es preciso aclarar que los fondos, sus nomenclaturas y sus naturalezas no son homologables ni son simplemente denominaciones creativas, sino que deben (o al menos así se esperaría) tener sus propias lógicas. Por ejemplo, el Fondart y sus derivados -Fondo del Libro, de la Música y de las Artes Escénicas- tiene por objetivo general el de fomentar la producción de las artes y para esto entre las postulaciones se busca medir las cualidades artísticas, la coherencia y el impacto esperado. Esas son las cualidades que permitirán hacerse acreedor o no del monto solicitado.

En un caso como un fondo de emergencia, por un contexto como la pandemia, las lógicas deben ser diferentes. Primero debe haber una medición del universo a cubrir, dentro de ese universo realizar un proceso de priorización mediante las carencias económico-sociales de quienes postulan, luego del alcance que tendrá la ayuda y un largo etc., que de seguro un trabajador social podrá ejemplificar mejor. Por lo tanto, no fue de extrañar que un fondo de emergencia, aplicando las lógicas de selección de un fondo de fomento, no resultara del todo bien,  ya que sus lógicas son diferentes y erradamente fueron obviadas por la burocracia.

Uno esperaría como mínimo de parte de un ministerio, que cuenta con no pocos profesionales de la cultura y las ciencias sociales trabajando arduamente -aún continúan cargando en los hombros de la estructura laboral de un consejo las demandas de un ministerio-, que luego de un año hubiesen conseguido destrabar junto a los parlamentarios de la Comisión de Cultura las trabas burocráticas que les permitieran este año, el segundo de pandemia, conseguir mejorar aquello que en la improvisación del año anterior no se pudo hacer de buena manera.

Pero no solo esto no ocurrió, sino que sin previo aviso a la comunidad se tomó parte importante del dinero entregado para paliar los efectos económicos de la pandemia ($10.700 millones de un total de $20 mil millones) y simplemente se “sumaron” al Fondo 2021, moviendo las listas de espera, como una forma de acelerar la llegada de la ayuda (intuyo esto como razón), pero de nuevo y de forma más desigual que en su versión improvisada, sin ninguna lógica de ayuda social de por medio. Quedará ver cómo se pretenden distribuir los $9.600 millones restantes de los cuales solo se sabe serán “serán entregados durante los próximos meses a través de distintos instrumentos”.

¿El resultado de esta nueva estrategia? Ayudó solo a aquellos que lograron en 2020 pasar las barreras cualitativas y cuantitativas de sus postulaciones hasta alcanzar una alta calificación. Dineros destinados a ayuda social son adjudicados, sin importar si el adjudicado cuenta o no con la necesidad, o si esta era menor o mayor a otro que no quedó “clasificado”. Esto sería equivalente a entregarle dinero a los distribuidores de alimentos solo eligiéndolos con criterios de “calidad de servicio”, sin importar si se le está entregando a un almacén, a un feriante o a un supermercado.

Hace poco se hizo una consulta sobre cultura donde se nos invitaba a reflexionar sobre el rol que las culturas podrían tener en la próxima Constitución bajo el slogan de “Hablemos del futuro de las Culturas”. En realidad no es más que la infaltable consulta sobre políticas públicas que se hacen año a año y que rara vez logran ser algo más que un saludo a la bandera, dado el contexto actual lo que cabe pensar es qué futuro se puede imaginar con un presente donde “las culturas” y su ministerio parecen no tener relación alguna.

No hablemos del futuro, ministra, conversemos y resolvamos el ahora, es hoy donde están las necesidades inmediatas, es hoy donde debemos salir a repartir, a vender lo que se pueda para llegar a fin de mes. Es hoy donde compañeros y compañeras artistas deben enfrentar la pandemia sin ni uno, con sus fuentes laborales cerradas y con vacíos históricos de derechos laborales que los dejan fuera de todas las ayudas del Estado. Muchos no existen ni para los IFES ni para los bonos de clase media ni para el seguro de cesantía.

Conversemos de eso, de cómo lo podemos subsanar ahora, de cómo pretenden repartir los fondos que vienen, aunemos criterios. Las asociaciones gremiales de artistas se lo vienen pidiendo hace un año, se lo han exigido hace un año y aún nada. Esa es la conversación que se debe tener y debe ser ya, corta y efectiva, para no estar el 2022 de nuevo improvisando. Si no puede resolverlo usted, al menos despéjele el camino al próximo o próxima ministra(o) los mismos vacíos que no le deberían haber dejado a usted.

Es importante poner los esfuerzos donde la emergencia lo requiere. Si no, padeceremos los efectos de “La variante Valdés” en la salud y la economía de los y las artistas, así como ya los debemos padecer como chilenos con “la variante Piñera”. Una doble variante que nos pone una vez más como sector entre los más precarizados.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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