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«¡Que viva la música!» de Andrés Caicedo:  una novela de iniciación CULTURA|OPINIÓN Crédito: Ardian Lumi

«¡Que viva la música!» de Andrés Caicedo: una novela de iniciación

Max Valdés / Letras de Chile
Por : Max Valdés / Letras de Chile Novelista, cuentista, editor, antólogo, escritor de literatura infantil. Es Magister en Edición de la Universidad Diego Portales y Máster en Edición de la U.Pompeau Fabra de Barcelona.
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En este recorrido iniciático que realiza María del Carmen, exhibe un alto contenido poético, siendo una exploración insondable al misterio de la vida, como la tragedia griega vista por Pasolini, un cineasta y poeta que el autor admiró. Que Andrés Caicedo se entregue a la muerte una vez publicado este libro le suma un enigma a su cuestionamiento sobre la condición humana y sería inútil intentar una sola explicación. La lectura de «Que viva la música» será entonces un largo viaje a través de bares y fiestas con música delirante, tal como esta joven ha decidido hacer de su vida una experiencia al límite.


Andrés Caicedo le escribió esta carta a su madre: “Un día tú me prometiste que cualquier cosa que yo hiciera, tú la comprenderías y me darías la razón. Por favor trata de entender mi muerte. Yo no estaba hecho para vivir más tiempo. Estoy enormemente cansado, decepcionado y triste; cada día que pasa muero lentamente. Entonces prefiero acabar de una vez. […] Nací con la muerte adentro y lo único que hago es sacármela para dejar de pensar y quedar tranquilo” (Cali, 1975).

Andrés tenía veinticinco años y acababa de tomar una sobredosis del poderoso barbitúrico Seconal. Además, acababa de ser publicada su anhelada novela: “Que viva la música”. ¿Por qué entonces una decisión así? En su libro autobiográfico: “Mi cuerpo es una celda” (Alfaguara, enero 2014) quizá podríamos comprender a este artista identificado por el público como un autor maldito, rimbaudiano por su juventud, su talento y su belleza, un suicida genial que entra al panteón de Morrison, Hendrix, Cobain, entre otros.

Fue parte de la generación de los 70 (una generación perdida tal como lo menciona la protagonista de su única novela: María del Carmen, “la tierna”, la “rubísima” cuando dice: “…la historia de Roberto Ross resumía, tal vez, los vórtices de la época. De una maldita generación perdida en el exceso. Probó la droga durante la estadía de 1 año en USA, producto de una beca con el American Field Service. Al llegar a Cali se hizo muy popular porque hablaba de ácido y también los vendía […] para escapar a la horrible depresión de la cocaína, empezó a inyectársela, se denominaba el profeta del mal…” (Que viva la música, Seix Barral, febrero 2022, página 96-97). Sin embargo, antes de la publicación de esta novela, Andrés escribió una barbaridad de relatos, poemas, críticas cinematográficas, piezas de teatro, guiones para el cine, entre otros.

Esta novela se clasificaría dentro de las novelas de iniciación. En éstas, él o la protagonista, se inician espiritual, emocional o físicamente en un nuevo plano. Es un género narrativo que se caracteriza por presentar una evolución (o involución, cual es el caso) en el personaje protagonista a lo largo de sus páginas. También es conocido como novela de formación o novela de aprendizaje. El motivo literario del viaje es recurrente en estas novelas ya que sus personajes, por diversos motivos, se alejan del entorno familiar y sus afectos y enfrentan un mundo extraño y hostil.

La aventura tiene aquí un objetivo: alcanzar la madurez, algo que el protagonista lo consigue gradualmente y con dificultad o bien jamás lo consigue. En esta historia su protagonista es una mujer joven, de clase alta, de nombre María del Carmen Huerta “Soy rubia, rubísima. Soy tan rubia que me dicen: Mona, no es, sino que aletee ese pelo sobre mi cara y verá que me libra de esta sombra que me acosa”. Sus amigos son muy especiales: está Ricardito, el miserable. Su amigo fiel que la acompaña a todas las fiestas y reuniones de Cali donde se embriagan y consumen todo tipo de drogas.

Él terminará en un hospital psiquiátrico y ella continuará con su periplo al conocer a un “gringo” de nombre Leopoldo Brook quien le abrirá las puertas a un mundo peligroso para su corta edad. La novela es así un himno frenético a la vida y a la música, en particular a la salsa. Andrés Caicedo -según describen sus comentaristas- tiene un lado andrógino, con sus largos cabellos y su cabeza de ángel “empantanado”.

Las jóvenes le atraen y le dan miedo, incluso cuando ellas son menores que él, como “Clarisolcita”, a quién le dedicará esta novela. Esta chica es hermana de su amigo Guillermo Lemos. Niños que no pertenecen a su medio social, dueños de una espontaneidad sexual que le harán decir que practican “la corrupción de los mayores”. De esta manera María del Carmen Huerta -su protagonista- es una proyección idealizada de lo que él hubiera querido ser: ella usa y abusa de su cuerpo, baila de manera sublime y halla en la promiscuidad una forma de revelación.

En este recorrido iniciático que realiza María del Carmen, exhibe un alto contenido poético, siendo una exploración insondable al misterio de la vida, como la tragedia griega vista por Pasolini, un cineasta y poeta que el autor admiró. Que Andrés Caicedo se entregue a la muerte una vez publicado este libro le suma un enigma a su cuestionamiento sobre la condición humana y sería inútil intentar una sola explicación.

La lectura de Que viva la música será entonces un largo viaje a través de bares y fiestas con música delirante, tal como esta joven ha decidido hacer de su vida una experiencia al límite.

Tal vez uno de sus poemas nos permita acceder a ese mundo interior del artista:

No puede ser que sufra tanto
No puede ser que los días sean así de polvo
No puede ser que la muerte llegue así de rápido
Que los recuerdos sean plomo derretido
En estos ojos blandos
Que los mitos se derrumben
Como soplar casas hechas de paja
No puede ser que día tras día
No puede ser que sufra tanto
No puede ser que los días
No puede ser que la muerte
No puede ser que los recuerdos
En estos ojos blandos
Que los mitos
que día tras día
No puede ser que sufra tanto

Y esta carta escrita el 28 de julio de 1976, dirigida a su amigo Miguel González, compañero de colegio, mientras estaba internado en una clínica de rehabilitación. Está claro que podría haber sido escrita por su carismático persona Ricardito, el miserable o cualquiera de los invitados a esta fiesta que es Viva la música:

He aquí lo que siento, ya casi al mes de haber sido inyectado con Prolixin-D: Antes que todo, imposibilidad de demostrar o sentir emociones: Lo único que puedo hacer es caminar de un lado a otro, o dormir bajo el efecto del Fenergán. Tampoco puedo leer y a duras penas escribir. Soy como un ente, teniendo dentro de sí una droga destinada a “pensar bien”. Realmente nunca me había sentido tan mal en la vida, nunca, ni en mis peores intoxicaciones con drogas peligrosas no formuladas.

Si uno no puede leer ni conversar ni pensar, entonces, ¿qué es lo que queda de uno? ¿Quién soy yo? Las cosas que antes me movían hoy me dejan indiferente. Y si estoy sintiendo esto con sólo dos inyecciones, ¿cómo hubiera sido con más? ¿Será que ya no tengo remedio? ¿Será que esta droga terrible se queda en el organismo y lo deja a uno sin oportunidad de nada en la vida? ¿Por qué fue que me inyectaron esto? Naturalmente escribo estas líneas con una gran angustia. Ya no puedo más. No es justo haber estado un mes en una clínica de reposo para después sentirse tan mal. Me han colocado en una posición desesperada.

Yo quiero sentirme bien. Quiero sentirme como antes. Este que ahora dice llamarse Andrés Caicedo no lo es más. Por favor: ayuda.

Ficha técnica

¡Que viva la música!
Seix Barral
1era edición: febrero 2022
198 páginas

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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