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“Civilización y barbarie” de Sergio Sepúlveda: reflexión y sentimientos CULTURA|OPINIÓN

“Civilización y barbarie” de Sergio Sepúlveda: reflexión y sentimientos

Siendo un volumen de plena poesía, cada poema es una mezcla de reflexión y sentimientos, donde la crítica al modelo transita fluidamente por ellos, con una marca de dolor y de soledad, sentimientos de pérdida, sufrimiento por las grandes desigualdades propias de la imposición de un modelo capitalista en que el tener ha puesto su pie de hierro sobre el ser. Sergio Sepúlveda, como el gran poeta turco Nazim Hikmet y tantos otros, relevan la esperanza como lo profundo de lo humano. Así, Hikmet escribió “La inmensa humanidad espera/ la vida es esperanza”.


Lo primero que llama la atención es el título, dos palabras de tanto peso en nuestro mundo, especialmente desde el siglo XX, asociadas a temas sociales, políticos y filosóficos, así como al decurso de la humanidad en su conjunto, que pareciera haberse movido siempre en esta dualidad, en la que civilización y barbarie -que parecieran tener significados absolutamente claros y definidos- se han aplicado y han recibido significantes y significados muy disímiles a través del tiempo.

Como tantas otras dicotomías, su definición está siempre abierta y depende del contexto y de quienes las utilizan para caracterizar determinadas realidades que se describen, justamente, en relación a contextos y sujetos determinados, los que pueden ser, simultánea o alternativamente calificados como bárbaros o civilizados, por ellos mismos o por otros.

Sin duda, el ensayo de Domingo Faustino Sarmiento, “Facundo o civilización y barbarie en las pampas argentinas” (1845) publicado en su segundo exilio en nuestro país, despertó gran interés y ha mantenido la atención de varias generaciones, incidiendo en la creación literaria de muchos de nuestros más destacados escritores de Latinoamérica.

Este notable conjunto de breves poemas transita entre ambas palabras y da cuenta de un mundo donde estos conceptos coexisten en una sociedad que llamamos (y creemos) civilizada, pero en la que la barbarie se expresa sin muchos límites en la vida cotidiana, especialmente por esa posibilidad de habitar simultáneamente en un mismo ser humano, en una amalgama de belleza y horror que atraviesa los siglos y permite masacres y muertes prontamente naturalizadas, como las que nos ha tocado presenciar sobre el mundo árabe, en países africanos, entre Rusia y Ucrania hoy, y en esos desesperados y crecientes grupos de migrantes en permanente huida.

Solemos usar las palabras civilización y barbarie como antónimos, entendiendo que siempre los “otros” serán los bárbaros. Así lo vivieron griegos y romanos con sus propios ‘bárbaros’; quizás cuando Sapiens y Neandertales se encontraron y establecieron algún tipo de convivencia, se etiquetaron recíprocamente con esos mismos términos.

Tres partes conforman este poemario breve, fascinante e inquietante: I, Interludio y III. Treinta poemas que viajan por los tiempos pasados, presentes y futuros, guiados por un hablante lírico que va mezclando elementos de estos tiempos reunidos gracias al poder de su voz: dagas, portátiles, hospitales públicos, paraísos fiscales, nuestras cuevas modernas… También, el desamparo, la soledad, el abandono, el olvido de las cosas esenciales por un modelo despiadado que cambió no solo el mundo exterior y las relaciones sociales, sino al propio ser humano.

Sin duda, el tiempo en el que vivimos y avanzamos hacia lo que no conocemos, recordando el pasado y tratando de ver algo del futuro que nos espera siempre más allá del presente que lo fagocita, es tanto el protagonista de esta saga, como el antagonista que quisiéramos dominar: “Debemos alejarnos/ Sin dejar huellas/ Ni caminos/No debemos dejar rastros que determinen futuros regresos/ No hay construcción de recuerdos/ En la contemplación neutra del paisaje”. Y en otro de los poemas finales: “Y el tiempo/ Incierto y continuo/ Será la maleza de una vida que pasa”.

Y ese tiempo lleva consigo los modelos y valores que logran imponerse en determinados momentos. De ahí la preocupación de no dejar rastros que nos obliguen a regresar a ese mundo que no queremos. Es una poesía de emociones, pero también de mucha reflexión crítica, lo que la amalgama con la prosa, traspasando las tradicionales distinciones de los géneros literarios.

Desde el siglo XX hemos visto el avance y la imposición del capitalismo sin contrapesos, especialmente en los continentes y países más pobres. La compra y venta, lo desechable, la desaparición de la naturaleza como posibilidad de convivencia cercana con los ciudadanos, la exclusión y la concentración de la riqueza en cada vez menos manos se ha hecho brutalmente visible. Sin embargo, el hablante persiste en la esperanza de que un cambio es posible: “La extensa planicie de tierra/ Donde ya no crece nada/ A ratos me siento pleno/ Como si algo se inflara en mi pecho/ Y las nubes que brillan en las sombras/ Los extraños sonidos/ Imperceptibles en mi oído”.

También la milenaria necesidad de búsqueda como contrapeso a la sensación de estar atrapados en un mundo de desigualdades que nos aprisiona, nos uniforma y nos impide tener la vida que realmente quisiéramos. Un poema de la parte I dice “Vagamos por pueblos en busca de un olvido permanente/ Seres producidos en serie/ En nuestras cuevas modernas/ Olvidamos ya/ El sonido añejo que viene del silencio”.

Y el último verso del penúltimo poema nos golpea: “La fotografía esconde la profunda realidad”. Nuestra cultura ha supuesto que la fotografía es un retrato, en el sentido más profundo de un momento histórico que es y será así. Con desilusión ¿o iluminación? nos hemos dado cuenta de que nada es neutral y la realidad, ya sea vista con los propios ojos o con el lente fotográfico, está en un contexto y mediada por un observador, frente a lo cual al hablante solo le cabe reconocer que “Vivo una vida en peligrosa neutralidad”.

Siendo un volumen de plena poesía, cada poema es una mezcla de reflexión y sentimientos, donde la crítica al modelo transita fluidamente por ellos, con una marca de dolor y de soledad, sentimientos de pérdida, sufrimiento por las grandes desigualdades propias de la imposición de un modelo capitalista en que el tener ha puesto su pie de hierro sobre el ser. Sergio Sepúlveda, como el gran poeta turco Nazim Hikmet y tantos otros, relevan la esperanza como lo profundo de lo humano. Así, Hikmet escribió “La inmensa humanidad espera/ la vida es esperanza”.

El arte, en todas sus manifestaciones y tiempos, pareciera canalizar y proteger lo mejor del ser humano. La literatura en sus diversos géneros y quizás más en aquellos que rompen los estereotipos y mezclan características tradicionalmente asignadas a unos u otros, nos entrega palabras, imágenes, caminos nuevos para transitar y seguir buscando mientras la esperanza nos anima. Espero que este libro reciba muchas lecturas, porque cada poema tiene la capacidad de interpelarnos de diversas maneras.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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