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«Cuento de hadas» de Stephen King: marginarse del mundo actual como otrora CULTURA|OPINIÓN

«Cuento de hadas» de Stephen King: marginarse del mundo actual como otrora

Max Valdés / Letras de Chile
Por : Max Valdés / Letras de Chile Novelista, cuentista, editor, antólogo, escritor de literatura infantil. Es Magister en Edición de la Universidad Diego Portales y Máster en Edición de la U.Pompeau Fabra de Barcelona.
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Desde sus pesadillas a sus cuentos King siempre nos dice en definitiva lo mismo: solo una mente despierta puede defenderse de los monstruos, y a imagen y semejanza de los héroes de su cuento «El cuerpo», King nos invita a enfrentarnos a nuestros miedos para salir de esa prueba un poco mejores, un poco más sabios. Rebasados ya los setenta años de edad Stephen King ocupa un lugar sin parangón en la literatura contemporánea, filántropo, padre de familia afectuoso, se ha convertido en medio siglo en uno de los narradores más importantes de nuestro tiempo, un artista local y universal al mismo tiempo, profundo y siempre accesible; y es la fuerza de sus pesadillas lo que continúa haciéndonos creer en la posibilidad de un ideal de un sueño.


«Cuento de hadas» es el último libro escrito por el reconocido Stephen King. Se inicia esta extensísima novela con un narrador en primera persona (luego sabremos que se trata de Charlie Reade). Inicia apelando al lector “…estoy seguro que puedo contar esta historia…nadie la creerá”. Nos advierte del carácter fantástico de la historia que narrará, del lugar donde se realizó (Sycamore Street) y del coprotagonista: el señor Bowditch.

Enseguida, nos contará de cómo es el lugar: provinciano, lejos de grandes urbes, ajeno a la modernidad. Sin duda, el mejor escenario para una historia de este tipo. Nos enteramos de buenas a primera de lo sucedido a su madre quién salió de casa a comprar pollo frito: “…me conviene hacer ejercicio, pero me pondré la gabardina de Caperucita Roja”.

De cierto modo el narrador va nombrando personajes de los cuentos de hadas, tal como tituló su autor este libro. Desgraciadamente el destino fatal acabará con la vida de la madre, será atropellada por un torpe conductor y, a mayor desgracia de este muchacho, su padre —un vendedor de pólizas de seguros en la compañía Overland National Insurance— caerá en la depresión y beberá todos los días, hasta perder su empleo; un golpe duro para un adolescente que deberá pasar rápidamente de la pubertad a la madurez. Sin embargo, gracias a la ayuda de un colega —Lindy Franklin— logrará asistir a Alcohólicos Anónimos y comenzar a desintoxicarse bajo el programa Amanecer Sobrio.

En esta suerte de estabilidad para Charlie, descubrirá un día de regreso de su Instituto Hillview la Casa de Psicosis, una casa de elegante estilo victoriano donde habitaba el señor Bowditch (conocido por su mal humor y por su pastor alemán: Radar). A partir de entonces se establecerá el primer vínculo entre ambos personajes. Una tarde Charlie escuchará los aullidos del perro desde la casa victoriana, se acercará, la curiosidad lo arrasará a descubrir que el viejo señor Bowditch estaba en peligro de muerte y él llamará al 911 y salvará su vida.

Este incidente es el disparador creativo para una historia que solo Stephen King podría construir. Pasan unos días en que el chico se hace cargo de alimentar a la perra del señor Bowditch. Quedan solos en casa. No ocurre nada especial.

Excepto que por vez primera el narrador nombra un sótano y un cobertizo que —con demasiada obviedad creativa—, se convertirán en indicios relevantes en las 840 páginas que resta leer. Ocurre que el nivel de las acciones es lento y no hay celeridad en la historia; el autor se toma mucho tiempo en describir episodios que podrían ser resueltos en una sola oración.

Hay falta de una economía narrativa. Escenas que se postulan como mostrativas (diálogos e infinidad de detalles), podrían ser de tipo narrativo (un resumen de hechos). A pesar de ello, nos queda una ligera sensación de misterio por resolver: ¿quién es el señor Bowditch? ¿qué oculta en esa antigua casa?

Aún no hay suspenso de la manera cómo lo definió Hitchcock a Truffaut: “…si hay una bomba en esta habitación en que usted y yo charlamos algo anodino y nadie sospecha de nada y, de súbito, la bomba estalla: pues esta es una sorpresa, pero si la bomba continúa en este cuarto y el lector (espectador) lo sabe pues vio a un terrorista ponerla allí, la misma conversación anodina -que será nuestra última conversación-, deja de ser insignificante y adquiere una relevancia dado que el lector participa de ella y sabe lo que vendrá para nosotros, algo que usted y yo desconocemos, sí el lector (espectador); allí está el suspenso, señor Truffaut”.

El tipo de historia en este largo segmento podría calificarse de realista. Sucesos que acontecen a los personajes están amparados en el ámbito de lo existente. Luego de una temporada en el hospital el anciano señor Bowditch regresa a su casa y es cuidado por el joven adolescente con quien se integra con mucha familiaridad. A cargo de la perra y del anciano misterioso, una tarde descubrirá ruidos extraños en el cobertizo.

Le preguntará al viejo, pero este no le dará respuesta. Enseguida le confiesa que en la caja fuerte hay dinero (en realidad bolitas de oro) con las cuales podrá pagar la clínica; antes debe acudir al negocio de un señor —con el cual el anciano hace todas sus transacciones de convertir oro en efectivo—. Sorprendido de que además de bolitas de oro, hay en esa caja fuerte un arma y una grabadora, si el joven realiza esta gestión, Bowditch se sentirá muy agradecido. Nace un nuevo misterio que tendrá repercusiones gigantescas al nivel de la historia. Sobre todo, cuando el anciano fallecerá de un paro cardíaco. Le deja un testamento, toda la propiedad (con todo lo que hay adentro, incluida la caja fuerte) y un enigma que persigue al adolescente y que intentará descifrar.

Podríamos decir que aquí comienza lo fantástico de este grueso relato, nuevamente protagonizado una vez más por un joven, no un niño como en textos anteriores. Al respecto King dice: “…si en uno de mis relatos le otorgo un don a un niño como sucede en ‘El resplandor’ con la habilidad de Danny para brillar, para ver el futuro o la telekinesis de Carrie White es otra forma de decirle al lector: mira al niño que hay en ti, qué dones tiene ese niño, te has fijado en cómo piensa, porque los niños no tienen un pensamiento rectilíneo, toman desvíos, son dúctiles».

«Una de las cosas que me interesa mucho de los niños es su capacidad de abrirse a mundo de ensoñaciones y fantasías, se creen cualquier cosa, si les dices que la gente puede volar lo creerán, y lo creen porque están locos, y nosotros les permitimos que estén locos. Los niños hablan con gente que no existe hasta que la enfermedad de la racionalidad se instala en ellos. Y después a partir de los 8 años les decimos por qué no maduran ¡madurad! Y lo hacen. Se convierten en doctores, en ingenieros, qué pasa con su imaginación; se encoge a medida que su cuerpo crece. Su capacidad para imaginar toda la gama, todo el mundo de maravillas se encoge, pagas un precio por madurar y es un alto precio. Y los adultos que acuden a mis libros es porque saben que pueden volver a imaginar conmigo”.

¿Qué ocurre a continuación? Hay un giro inesperado en el relato. A partir de la muerte del señor Bowditch se precipita para el adolescente una serie de sucesos inexplicables. El anciano además de la herencia total de sus bienes, le deja un secreto; un secreto peligroso y que dice relación con el cobertizo. A través de una grabación a casete (de esas que ya no existen, pero que el viejo usó para este fin) le describe el lugar que comenzará a habitar. Aquí hay una suerte de homenaje o tributo a dos grandes novelistas: Kafka y Bradbury (de hecho, el joven nombra dos veces a Ray Bradbury).

El primero sucede semanas antes —a partir de los ruidos que el joven observa desde el cobertizo— cuando el anciano entra a él y dispara dos tiros sobre lo que después el muchacho verificará como una enorme cucaracha, de tamaños terroríficos. Y el segundo es a Haruki Murakami —no sé si con intención o no—, después del fallecimiento del anciano y de oír la grabación que es en realidad una sentencia sorprendente y pavorosa, Charlie, ya con las llaves que le dejó el viejo, abrirá el cobertizo y descubrirá un pozo. En medio de la temible construcción constatará lo que el anciano le previno: es el pozo de los mundos, en él tendrá acceso a otra dimensión, a otros seres indecibles y, lo más sorprendente, a la eterna juventud.

El autor nipón en dos de sus novelas -«La muerte del comendador» y «Crónica del pájaro que da vuelta al mundo»- ocupa este elemento de lo fantástico como una puerta a otros sitios inimaginables. La diferencia con King es que este autor sumará lo espantoso e inesperado, donde el miedo a lo desconocido surgirá sin límites. Y lo hace escribiendo de manera espectacular, así como solo él conduce el terror.

Los relatos de Stephen King buscan reavivar nuestra capacidad de soñar invitándonos a buscar la fantasía en la realidad más banal, la más deshumanizada.

Profundamente anclado en una América rural y a menudo pobre, la obra de Stephen King es considerada una literatura fácil, accesible a la mayoría, un estilo literario particular que la crítica especializada percibe como vulgar y de un nivel inferior.

Desde sus pesadillas a sus cuentos King siempre nos dice en definitiva lo mismo: solo una mente despierta puede defenderse de los monstruos, y a imagen y semejanza de los héroes de su cuento «El cuerpo», King nos invita a enfrentarnos a nuestros miedos para salir de esa prueba un poco mejores, un poco más sabios. Rebasados ya los setenta años de edad Stephen King ocupa un lugar sin parangón en la literatura contemporánea, filántropo, padre de familia afectuoso, se ha convertido en medio siglo en uno de los narradores más importantes de nuestro tiempo, un artista local y universal al mismo tiempo, profundo y siempre accesible; y es la fuerza de sus pesadillas lo que continúa haciéndonos creer en la posibilidad de un ideal de un sueño.

Respecto a esto dice: “Para mí el truco consistía en encontrar una suerte de puente entre las historias de terror gótico que se escribieron en el s. XVIII y el mundo en que vivimos hoy. Porque Frankenstein y Drácula se sitúan ambos en Europa y hay una sensación de antigüedad en ellos, hay castillos, hay páramos y yo no vivo en ese mundo, situé entonces el horror en lugares que me eran familiares. Lo que más me preocupa es el aspecto emocional. Pero en un libro puede haber más, eso fue lo que me ocurrió cuando escribía ‘Carrie’, cuando me di cuenta que además de ser la historia sobre una niña triste con poderes psicocinéticos era una historia sobre la sangre y lo que la sangre significa para nosotros, la sustancia real que significa profundas conexiones con cosas como la religión, la relación con la sangre del cordero, con la edad adulta que en las mujeres está simbolizada en parte con su primera menstruación”.

“El pozo de los mundos” que comenzará a inquietar a Charlie Reade recién comienza y aún nos quedan más de seiscientas páginas para acceder a este otro mundo que nos propone el autor. Para leerlo hay que tomarse un gran tiempo tal como lo hicieron los clásicos cuando, no había televisión, ni radio, ni nada, la distracción más importante era la lectura de grandes volúmenes; «El conde de Montecristo», por ejemplo, de Dumas se publicó en una edición de 1791 páginas. Quizá esto se debe valorar de Stephen King: que ha vuelto a escribir una novela infinita y nos invita a leerla en momentos en que la lectura está en crisis frente a la tecnología digital. Sin embargo, siempre hay lectores para salvar al mundo de las palabras, si no preguntémoselos a todos esos adolescentes que leyeron Harry Potter o los portentosos 5 volúmenes de «Juego de tronos».

Vale la pena leer «Cuento de hadas» y marginarse del mundo actual como otrora. Y lo merecemos, qué duda cabe.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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