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Obra «Reminiscencia» para la ciudad Mad Max CULTURA|OPINIÓN

Obra «Reminiscencia» para la ciudad Mad Max

En la obra hay imágenes de muchos años anteriores a la pandemia y el estallido social, donde el hoy ex ágora de Plaza Italia cumplía el rol de último bastión de encuentro de clases sociales en una sociedad segregada. Celebraciones de la Roja, la exposición de los huevos fritos o una novia a los pies de la estatua de Baquedano, dan paso a la escenografía distópica, inaugurada por el octubrismo a cargo de la generación Z, ávida de fuego y combate urbano.


Malicho Vaca Valenzuela, director e intérprete de la obra «Reminiscencias», logra articular un creativo arsenal de recursos audiovisuales, digitales e iconográficos para presentar un diario de vida, donde el género documental teatral va cuajando como una jalea ejemplar.

La biografía de una persona se va integrando a la de la ciudad. Cámaras en vivo, Google Earth o plataformas digitales, todo se usa en esta obra para un espectador involucrado en un ejercicio artístico terapéutico.

Recordar es pasar otra vez por el corazón los hechos de nuestra existencia, si ese ejercicio se realiza sin la ternura correspondiente, termina archivado en salones fríos. Vaca Valenzuela propone una revitalización, relevando los implementos denostados por el discurso oficial.

Aún Google Earth no es considerado como medio oficial para registrar la memoria individual y comunitaria, sin embargo, el autor nos demuestra cómo esa aplicación está en condiciones de cumplir ese rol, por más que sean consideradas redes efímeras. Estamos rodeados de cámaras y nuestra huella digital es rigurosamente monitoreada cada jornada, con ello basta para exponer nuestro paso por la ciudad.

En una urbe como Buenos Aires, donde las personas nacen y mueren en sus barrios, con sus clubes de fútbol y el anecdotario de arrabal está intacto, la obra de Malicho Vaca fue ampliamente valorada, en la última FIBA. Tal vez vieron el mérito de apelar a un ethos, aunque la ciudad sea Santiago de Chile, cuyas esquinas son demolidas cada seis meses y los sectores abandonados.

La pandemia obligó a Vaca a saltar del escenario al Zoom, para estructurar esta obra que no es monólogo ni charla Ted. Y ya en el 2020 fue catalogada como una de las mejores piezas de dramaturgia del año, en un momento donde el teatro debió explorar la áspera posibilidad de actuar tecnológicamente a distancia, experiencia exitosa, pues el público respondió con altos niveles de interactividad.

Por otro lado, jamás hubo tanto acceso al uso y abuso de la fotografía. Si el siglo XX desplazó a la pintura en favor de la fotografía, ahora la foto digital y la vanidad selfie desalojaron a la análoga, logrando un testimonio segundo a segundo. Ya no es necesario un señor como el fotógrafo Provoste de Chiloé para dejar evidencia, hace dos décadas cada persona puede inmortalizar desde lo importante hasta lo que no lo es.

En la obra hay imágenes de muchos años anteriores a la pandemia y el estallido social, donde el hoy ex ágora de Plaza Italia cumplía el rol de último bastión de encuentro de clases sociales en una sociedad segregada. Celebraciones de la Roja, la exposición de los huevos fritos o una novia a los pies de la estatua de Baquedano, dan paso a la escenografía distópica, inaugurada por el octubrismo a cargo de la generación Z, ávida de fuego y combate urbano.

Muchos han deseado romantizar la no-poesía oscura instalada en los muros de nuestras ciudades hasta hoy, siendo que ella no está a la altura de la poesía negra de los mandragóricos o de la estética de los jóvenes rebeldes de los 60 con sus murales. La obra de todas formas entrega un lugar importante a ese rugido del león de mil rayas y garabatos, anómica y asocial, incapaz de arribar al niño nietzscheano.

Y lo hace, por cuanto va a trascender como postal histórica, para entender la actual crisis, tan parecida a la vivida por Chile entre 1915 y 1932.

En el ámbito personal, el Alzheimer aparece en la obra como un símil de esta lucha por evitar la pérdida irremediable de este presente, convertido en pasado a cada minuto.

De poco sirve atesorar, pues la vida es pérdida y esa enfermedad neurodegenerativa es la más temida en la lista de padecimientos. Deja a la persona en un presente eterno, mientras sus cuidadores viven la tortura de la evocación.

Rememorar por Europa es fácil, la mayoría de las ciudades no sufren sismos devastadores y el desarrollo tiene a resguardo el patrimonio, con un nivel educacional que invita a las nuevas generaciones a vivir su epopeya bajo la misma escenografía de sus abuelos, sin considerarla un objetivo a echar abajo.

En Santiago de Chile poco queda de la capital de la era del salitre o los gobiernos radicales o del mundial del 62, es una urbe extendida como mancha de aceite en dictadura, donde la generación Z salió, chuzo en mano, a demoler museos, iglesias y bibliotecas bajo el aplauso de sus padres. Se hace difícil y doloroso el ejercicio de la memoria sobre un campo de batalla moral en ruinas.

Estamos destinados a caminar bajo la ley permanente de la pérdida y el deterioro. Dolina dice que después de los 40 la vida se dedica a quitarnos cosas. A pesar de esos axiomas y si aceptamos ser parte de un universo en expansión, podremos disfrutar el ejercicio de memoria que nos propone la obra Reminiscencias, con una nueva temporada en el Centro GAM.

Tal vez los habitantes aún no han nacido “Y Santiago de Chile es un desierto/ creemos ser país y la verdad es que somos apenas paisaje”, decía Nicanor Parra.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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