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La ciudad de Santiago en el “noir” chileno y en las novelas de Ramón Díaz Eterovic CULTURA|OPINIÓN

La ciudad de Santiago en el “noir” chileno y en las novelas de Ramón Díaz Eterovic

De las veinte novelas de la serie de Heredia, en la mayoría Santiago es protagonista y en las que no, es porque la acción se desarrolla en otras ciudades (Buenos Aires, Villarrica y Punta Arenas, para ser más específico). Y algo significativo en la obra de Ramón Díaz Eterovic, es que como sus obras han abarcado un espacio de tiempo tan amplio (desde los 80 a la actualidad), la evolución de la ciudad se ve a través de las novelas, va quedando constancia de los bares que desaparecen, los malls que surgen, la invasión de publicidad, etc.


Se ha dicho que existe un vínculo entre la novela social, por ejemplo de Alberto Romero, Manuel Rojas, y Nicomedes Guzmán, con el género policial actual, particularmente el negro, o “noir”. Dentro de esos paralelos, está el hecho de retratar en las obras los entornos, en el caso del género negro, preferentemente los urbanos.

La ciudad tiene una fuerza muy importante en la novela negra. La frase de Raymond Chandler “Hammet sacó el crimen del jarrón veneciano y lo tiró en medio de la calle”, lo dice todo. Se necesitaban menos investigadores elucubrado en su despacho, en el género negro los investigadores debían estar ahí, en los lugares de los hechos.

La relevancia de la sociedad es clave en el “noir”, y la expresión más concreta de la sociedad son las personas, interactuando en territorios específicos, aquellos escenarios donde ocurren los crímenes, los lugares por los que circulan las personas sospechosas o las y los testigos clave.

Esto viene ocurriendo desde los clásicos norteamericanos, como Chandler y Hammet, que nos mostraban los ambientes de bares, tugurios clandestinos y mafias de las ciudades de Estados Unidos de principios y mediados del siglo pasado, a veces contrastando con lugares más opulentos, donde medraban quienes detentaban el poder.

Varios escritores y escritoras de nuestro país, han retratado barrios de Santiago en sus novelas: Por ejemplo, “Ahumada Blues. El caso de Cynthia Muraña” (2002), de Mauro Yberra (seudónimo de Eugenio Díaz y Bartolomé Leal, autores que escribieron obras “a cuatro manos”). O Max Valdés con el entorno de calle Independencia y lo que fue La Chimba, en “El sonar del murciélago” (2021), un barrio de un futuro distópico posterior a una pandemia más letal que la que ya vivimos. El mismo autor nos presenta el entorno de Estación Central, en la época del gobierno de la Unidad Popular, en la novela “Fragmentos de un crimen” (2018).

Poli Délano muestra el entorno de la Plaza Pedro de Valdivia, y otros barrios, en “La broma de una mantis religiosa” (2016). Gabriela Aguilera refleja el ambiente de los moteles parejeros del centro antiguo en “Con pulseras en los tobillos” (2009). Julia Guzmán fue la primera en mostrar el Santiago del estallido social del año 2019, Plaza Dignidad incluida, en su novela “La conjura de los neuróticos obsesivos” (2021).

Juan Ignacio Colil nos lleva a los entornos de la calle San Diego y otros barrios en “El reparto del olvido” (2017). Hay mucha presencia de la capital en el “noir” chileno; Cecilia Aravena, se sumerge en el patrimonio cultural y arquitectónico del barrio Yungay en la novela “Estación Yungay” (2020).

Destaco el libro de cuentos “Santiago Canalla” (2019), compilado por Bartolomé Leal, en el que dieciséis escritoras y escritores policiales de nuestro país recorren treinta barrios de la capital, que aparecen ubicados en el mapa al inicio del libro, y destacados bajo el título de cada una de las historias.

El caso Eterovic

Hay buenos retratos de barrios en esas y muchas otras obras policiales chilenas. Pero en el caso de las novelas de Ramón Díaz Eterovic, tenemos además un seguimiento a la evolución de la ciudad en más de tres décadas, más que retratos, tenemos casi una película.

De las veinte novelas de la serie de Heredia, en la mayoría Santiago es protagonista y en las que no, es porque la acción se desarrolla en otras ciudades (Buenos Aires, Villarrica y Punta Arenas, para ser más específico). Y algo significativo en la obra de Ramón Díaz Eterovic, es que como sus obras han abarcado un espacio de tiempo tan amplio (desde los 80 a la actualidad), la evolución de la ciudad se ve a través de las novelas, va quedando constancia de los bares que desaparecen, los malls que surgen, la invasión de publicidad, etc.

Tan fuerte es la presencia de la ciudad en la obra de Díaz Eterovic, que está en el título de su primera novela “La ciudad está triste”, donde nos muestra un Santiago gris, con lluvias, una capital que llora en medio de las atrocidades de la dictadura.

“La ciudad está triste. Vacié la primera copa y pedí que me sirvieran otra.
-Es de esperar que la mala racha pase pronto-comentó el mozo.
-Vendrán tiempos mejores-le dije, y miré hacia la calle.
Comenzaba a llover en la ciudad”.

(Díaz Eterovic, “La ciudad está triste”, 1987)

Fines de los ochenta y mediados de los noventa, los años en los que uno de los referentes de Heredia eran el policía Dagoberto Solís. El entorno que Díaz Eterovic retrata, a propósito del regreso de la FILSA el pasado año 2022, es precisamente el de esos barrios, los aledaños a la Estación Mapocho.

“Recorrí cinco o seis cuadras, disfrutando el murmullo de la gente que a esa hora deambula por el Paseo Ahumada. Seres hechos de otra madera, diferente a las de aquellos que por las mañanas se daban de codazos para llegar a un lugar que, finalmente, no tenía importancia. Luego entré a City Bar a beber una cerveza. Saqué el sobre que llevaba en la chaqueta y releí la dirección de mi departamento, ubicado en la calle Aillavilú, cerca de la Estación Mapocho, en el barrio que a diario me abrazaba con sus olores a frituras y borrachos”.

(Díaz Eterovic, “Ángeles y solitarios”, 1995)

El escritor Ramón Díaz Eterovic. Crédito: Raúl Goycolea.

El bar City, con sus paredes forradas en madera y su tradición de décadas, cerró en el año 2008. Clausuró sus puertas el Hotel City, y con él el bar del mismo nombre, que se ubicaba en la parte inferior de ese edificio, en la Calle Compañía, a metros de la Plaza de Armas. Gracias a que parte de la novelas de Díaz Eterovic fueron llevadas a las pantallas, en la serie “Heredia y Asociados”, aún hoy podemos ver, y de alguna forma revivir, ese tradicional bar, que fuera un clásico del centro Santiaguino. Toda una obra de rescate de patrimonio urbano, gracias a las novelas de este autor.

Años más tarde, en “La música de la soledad” (2014), hay una escena en la que Heredia se para frente al bar “que seguía con sus puertas cerradas, convertido en una fantasma que sobrevivía gracias a los recuerdos de sus antiguos parroquianos”.

En la medida que avanza la transición, y como señala Luis Valenzuela Prado, “surge una ciudad neoliberal – con gusto a Mac Donalds- que incomoda su habitar; una ciudad de progreso vial e inmobiliario, de constantes cambios en el paisaje”. Al respecto, nos dice el detective Heredia:

“Y cada día estoy más solo. Los amigos se abanican con sus tarjetas de créditos,
engordan en los MacDonalds y se burlan de lo que fueron antes”.

(Díaz Eterovic, “Ángeles y solitarios”, 1995)

Otra arista de la ciudad neoliberal es la de la memoria, o el contraste de la memoria con las mutaciones asociadas a la voracidad inmobiliaria que cambia tanto a la ciudad como en la forma de ser de las personas, propensas al consumismo y al individualismo. Como señala Gilda Waldman en su artículo “Cuando la memoria reconstruye la historia.

El “género negro” en la literatura chilena contemporánea, refiriéndose a Heredia y su relación con la ciudad, surge en «una ciudad sin memoria que cambia y le duele. Para él, Santiago es un astillero fantasma, una suma de utopías inconclusas, el espacio del dolor donde los hombres ya no pueden refundar sus sueños».

Esta idea, y el vértigo de la competencia a como dé lugar, a mi juicio queda bien reflejada en el siguiente fragmento:

“Un sinfín de rostros anónimos, muecas que se adivinaban a la distancia y palabras agresivas, a flor de labios, para manifestar, de un momento a otro, la ira que todos llevaban dentro de sí, en una ciudad donde la paz es un bien escaso y cada transeúnte parece portar una bomba de tiempo en su interior; las ganas de herir, con golpes o palabras a cualquiera de esos rostros sudorosos que se cruzan y entremezclan en un ir y venir cada vez más urgente y desesperado. A lo lejos, bordeando las riberas del Mapocho, los árboles viejos y frondosos se mecían al vaivén de la brisa”.

Díaz Eterovic, “El ojo del alma”, 2001

Heredia va contra la corriente en muchos ámbitos, en las novelas en lugar de seguir a la manada y ser obsecuente y acomodaticio con el poder, lo desafía, y lo hace contra las más diversas manifestaciones del dominio: político, militar, eclesiástico, empresarial, etc.

Pero además Heredia se desacopla y reniega del tipo de ciudad neoliberal que hemos ido construyendo, con su invasión de publicidad, con la exacerbación del consumo y el endeudamiento ya sea bancario o a través de tarjetas.

Él añora los lugares de antaño, los patrimonios que se van perdiendo y se mueve preferentemente por los que van quedando, como esos árboles viejos y frondosos en las riberas del Mapocho.

En la ciudad de principios de este siglo pocos tenían celulares (Heredia no lo tuvo hasta la época de la gran revuelta del año 2019), las micros eran de los más diversos colores y competían por los pasajeros, y la publicidad en las calles era mayoritariamente carteles y luces de neón, aún no se soñaba con los avisos en pantallas digitales gigantes:

“Berta Zamudio vivía frente al Parque Forestal, a media cuadra de la Plaza Italia, donde por las noches la ciudad se divide en dos mundos y la Alameda adopta un tono gris de abandono y soledad, ajeno al neón de los restaurantes y las alocadas carreras de los buses”.

Díaz Eterovic, “El hombre que pregunta”, 2002

Vivimos con Heredia los cambios de Santiago. Como envejecemos junto al personaje, compartimos con él el asombro y la molestia ante muchas mutaciones de la capital. A modo de ejemplo, una vez más un fragmento relativo al entorno de la Estación Mapocho:

“El edificio donde había vivido Carvilio, estaba próximo al Parque de Los Reyes, en un sector de arboledas y calles recién pavimentadas en el que se multiplicaban las construcciones en altura y los lienzos que anunciaban las ofertas inmobiliarias que iban transformando uno de los rostros antiguos de la ciudad”.

Díaz Eterovic, “La oscura memoria de las armas”, 2008

Lugares patrimoniales que desaparecen ante el afán de lucro, bares y restaurantes tradicionales borrados del mapa de la ciudad:

“Decidí dar un rodeo para llegar a mi departamento y me puse a caminar en dirección a la calle Morandé. Me detuve en una esquina, frente al palacete de la Academia Diplomática, y descubrí que otro de mis bares favoritos, el Inés de Suárez había sido demolido, y en su lugar comenzaban a cavar el hoyo donde construirían los cimientos de un nuevo edificio”.

Díaz Eterovic, “La muerte juega a ganador”, 2010

La dupla de la ciudad con su centro patrimonial que muta en rascacielos, y ciudadanos que mutan en consumidores alienados, persigue a Heredia a lo largo de su vida. El detective que no tuvo celular hasta que le regalaron uno, y que jamás ha tenido tarjetas de crédito, no logra entender esa forma de vivir la ciudad:

“Las primeras sombras caían sobre los techos oxidados de las viejas construcciones del barrio. Construcciones de dos o tres pisos que no tardarían en desaparecer para dar paso a torres de departamentos pequeños y uniforme, donde los cansancios y las ilusiones de la gente convivirían en cuarenta o cincuenta metros cuadrados, lo que al fin de cuentas no era otra cosa que la metáfora de una vida reducida, mínima, de carencias mal disimuladas y deudas que caían en un cántaro trizado, y por cuyas heridas escapaba la vida o aquello que se entendía como tal y no era más que el inexplicable instinto de sobrevivir a cualquier precio”.

Díaz Eterovic, “El leve aliento de la verdad”, 2012

Ya en este siglo, como vemos, las obras de Díaz Eterovic continúan mostrando cómo muta la urbe neo liberal. Si nos vamos a períodos recientes, en particular las últimas dos décadas, de nuevo parte de nuestra realidad santiaguina queda retratada en su obra. Es así como van apareciendo las sucesivas olas de migración y su impacto en la ciudad. En “El color de la piel” (del año 2003), Heredia se sumerge en la marginalidad de la migración peruana, el racismo y la discriminación.

El impacto en Santiago de la migración desde el Perú, se sigue retratando obras posteriores:

“Los boliches de comida tradicional fueron sustituidos por restaurantes peruanos y tiendas que ofrecían chaquetas de cuero. La calle sucumbía a los cambios, salvo el quiosco de Anselmo, el Hotel Central y el deteriorado edificio Alberto Cruz Montt”.

Díaz Eterovic, “La música de la soledad”, 2014

Las migraciones más recientes, particularmente, por ejemplo, las provenientes de Haití, también van apareciendo. Moquete, originario de ese país, pasa a ser el conserje del edificio del detective, y en más de una ocasión le tiende una mano en sus investigaciones. Por ejemplo, en “Los asuntos del prójimo”, novela publicada en plena pandemia, el año 2021, novela en la que vemos, entre otros retratos de Santiago, cómo las líneas del Metro se han visto invadidas por el comercio ambulante.

“En lo que duró el viaje se subieron a mi carro dos raperos, un guitarrista, tres vendedores de agua mineral y un parlanchín que habló de Dios y el fin de los tiempos…”.

Díaz Eterovic, “Los asuntos del prójimo”, 2021

Y desde luego, el Santiago del estallido social no podía estar ausente. Así es como «Imágenes de la muerte», publicada el pasado año 2022, pero ambientada a fines del 2019, nos hace respirar el humo de las barricadas y las lacrimógenas en las calles, y vemos a Heredia, como no podía ser de otra forma, dada su visión de la sociedad chilena, sumándose a las marchas y las quemas de neumáticos en las calles del centro. Más de una vez en esa novela atravesamos por la Plaza Dignidad.

En fin. Creo que el documental de Santiago de Chile en la obra de Ramón Díaz Eterovic, y el rescate en sus textos de parte de nuestro patrimonio arquitectónico, es solo una entre tantas de las razones por las que merecía el Premio Nacional de Literatura, al que fue nominado el pasado año 2022.

*Presentación realizada en la Feria Internacional del libro (FILSA) el 19 de noviembre de 2022, en la mesa “Las novelas de Santiago”.

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