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RIP Galee Galee: La fama es un castigo CULTURA|OPINIÓN

RIP Galee Galee: La fama es un castigo

Andrea Ocampo Cea
Por : Andrea Ocampo Cea Escritora e investigadora sobre cultura urbana y diversidad corporal. Cuenta con una Licenciatura en Filosofía y un Magister en Estéticas Americanas (c) en la Pontificia Universidad Católica de Chile. Ha publicado "Ciertos Ruidos, Nuevas Tribus Urbanas Chilenas" (Ed. Planeta, 2009), "Patio 29, la democracia imaginaria" (Ed. Animita Cartonera, 2007) y ha sido columnista en Vice México, Nylon en Español y Zona de Obras España.
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Lamento esta pérdida y todas las podrían venir si no atinamos hoy. Necesitamos pensar cómo desactivaremos este ciclo sádico, canibalesco, morboso y destructivo del consumo de nuestros propios protagonismos. La responsabilidad de este consumo y asfixia vital no es responsabilidad de la ex, la actual y “la otra” (ojo con los estereotipos de género que estas palabras reproducen), sino que es responsabilidad de un país completo que exhibe su intimidad en shows televisivos, docu-realitys y programas de pornomiseria mal llamados “policiales”, donde la humillación, la culpa y el estigma social se conjugan y multiplican en opiniones, tuiteos burlescos, así como en medios tradicionales que no logran dimensionar el impacto de sus contenidos. Es responsabilidad de un país donde la educación, la salud y la cultura aún son bienes privados, donde el machismo sigue siendo el flow de moda.


“La gente que hace daño no sabe bien lo que pasa entre tú y yo”

Galee Galee, Igual a mi

 

Galee Galee fue el nombre artístico de Gabriel Zuñiga (1994 – 2023), cantante de trap oriundo de Pudahuel, que perteneció a la nueva generación de artistas urbanos chilenos, quienes hoy en día, son escuchados a nivel mundial junto a Polima Westcoast, Pablo Chill-e, Harry Nash, Juliano Sosa y al sin fin de artistas masculinos que dominan el género en esta geografía. 

Este viernes 26, cerca de la medianoche, un flyer de La Junta+ se viralizó en redes confirmando su fallecimiento en el Hospital Félix Bulnes, a causa de graves lesiones. El llamado de Pailita, unas horas antes y vía Instagram, fue a realizar  una cadena de oración, justo momentos posteriores a una una storie del mismo Galee, que advertía: “Uds no saben el daño klo que están haciendo. Corten la wea loco. Van a causar que pasen weas que nadie quiere”. Anunció así su deceso. Llevaba horas lidiando con cientos de comentarios que le acusaron de infidelidad; realizando incluso –durante la noche anterior– una transmisión en vivo para descargarse y afirmar que esta situación no le afectaba y que él estaba puesto para la música. 

Pero la misma comunidad de fanáticos del género urbano le hizo sentir la presión –como dice la jerga reggaetonera puertorriqueña– a propósito del desahogo público de su ex pareja, pero también de una fan apenas mayor de edad y de la madre de su hija. Dimes y diretes que desataron una ola de críticas, opiniones, insultos, burlas y amenazas.  

Durante la madrugada del 27, su nombre, deceso y las responsabilidades de este (aún no confirmado) suicidio fue Trending Topic en Twitter. La foto de un joven sobre un charco de sangre con un tiro en el cráneo comenzó a viralizarse; los clásicos humoristas de esa red realizaron mofas sobre el artista, así como un par de periodistas hicieron chistes sobre su deceso en busca de likes y retuits. El clasismo chileno emergió sin sorpresa en los 280 caracteres, acompañado de la misoginia y un machismo fulgurante. Pues, ¿de quién sería la responsabilidad de esta muerte? Claro: de las funas a manos de las mujeres (de las “wnas klias” diría otro reconocido astro del flow local). 

Las funas

La palabra funa hoy está de exportación y significa “fruta podrida” en mapudungün. Indica la denuncia pública sobre algo que huele mal, que pudre lo que toca y que no está –necesariamente– a la vista. La funa se comienza a usar en Chile en tiempos de dictadura, cuando familiares y colectivos políticos-sociales realizaban acciones colectivas de denuncia a asesinos, represores y violadores de Derechos Humanos. Hoy, en los dosmiles, con redes sociales en la mano y luego de la cuarta ola feminista, la funa es comprendida como una herramienta punitiva de autodefensa e inscripción histórica, que llega a aquellos lugares donde la justicia institucional no llega (ni da garantías). Tiene por misión retener la impunidad ante agresores, violadores, acosadores, asesinos y hacer de la denuncia una memoria presente y contingente en el imaginario de las comunidades: una memoria no exenta de moralidad y eficacia. Independiente del carácter legal de una funa y de la presunción de inocencia que hoy se aplica sólo a algunas clases sociales, ésta existe porque se ha vuelto necesaria. No obstante, para existir, necesita de la esfera pública, de la publicidad y de una narrativa capaz de identificar a una masa tanto crítica como acrítica. Mas, no todo desahogo público es una funa. La funa tiene un carácter colectivo en lo social y político. Un desahogo, por otro lado, es lo que escribimos en nuestros diarios de vida análogos o digitales. 

¿Todo desahogo de una mujer que cuenta su historia de violencia es una funa? Tendríamos que decir que depende del número y franja etárea de la audiencia que le sigue en redes. La sobre-reacción es latente, justo en un momento histórico donde la cultura del género urbano choca innegablemente con las herencias de la revolución feminista y una institucionalidad educacional y social donde el abuso sexual y la irresponsabilidad emocional / corporal / sexual son normalizadas, e incluso forman parte de un imaginario y una estética nutrida por la narco-cultura continental. En definitiva “es de machos” comportarse así.

Ser engañade por quién amas se siente feo, une sufre. Aún más cuando tu contexto glorifica la violencia, la desigualdad de poder entre géneros y tienes acceso al registro completo de los pasos de las otras personas. Pero el desamor y la infidelidad son parte de la vida y sus aprendizajes, no es propio del género masculino y, en último caso, no atentan contra nuestros derechos vitales, como si lo hacen las malas prácticas médicas, la impunidad y acoso en los establecimientos educativos y laborales, la discriminación y el cyberacoso, la trata, los feminicidios, el secuestro y la tortura. Y aunque esto sea medianamente obvio para las niñas y adolescentes que cuentan sus historias en internet –esperando atención, revancha u otro–, en el caso de Galee Galee aparecieron junto al mal que históricamente ha aquejado al género urbano: su machismo naturalizado, además de las actuales y populares “páginas de difusión”.

La fama es un castigo

El oficio del periodismo vive hace siglos una profunda crisis, hoy lo es gracias al arribo de Chatgpt, el contexto global de las FakeNews y el “periodismo de redes sociales”: las “páginas” que en realidad son perfiles de consumo generacional, principalmente alojadas en Instagram y en TikTok. Llevan por nombre cualquier derivado de “copuchas / gossip/ cahuines / chismes” y cumplen exactamente la misma función que hace años cumplieron los programas televisivos de farándula. El ejemplo icónico es el programa de Julio César Rodríguez –hoy también en “La Junta”– llamado Primer Plano con su archi-reconocido “escándalo de la semana”. Esa continuidad no es azarosa.

Hablemos entonces de una comunidad de niñez, adolescentes, jóvenes y adultos que crecieron viendo cómo sus familias fagocitaron este tipo de contenidos y disfrutarlo tanto-tanto, como para juntarse con otros para verlo en clan, compartiendo algo para comer y algo para tomar. Todo un evento familiar y nacional. 

Estos nuevos medios, cuyo ecosistema es únicamente el scroll y el like, hoy repiten la fórmula y postean sin escrúpulos sobre la vida íntima de los cantantes urbanos chilenos. Tras esas imágenes re-editadas y recolectadas de todos los perfiles posibles, están los mismos jóvenes aficionados a estos chismes. Son productores y consumidores en sí mismos: siguen los pasos de sus astros, así como los de su familiares, parejas, equipos de trabajo en búsqueda de algún atisbo de intimidad y de “realidad”. Algo que permita conocer a la persona y abrir la bisagra donde la intimidad conviva junto a la culpa, humillación y vergüenza. En el universo del blingbling por sobre los proyectos de vida, en el esplendor del presente inmediato ante el fracaso del futuro, un guiño de humanidad vuelve a este mundo de simulacros algo intrascendente. 

Así, a mayor exacerbación de la estética flaite reggaetonera como una de millonarios, exitosos, codiciados y maleantes, con mayor velocidad aparecerán testimonios que, a través del pantallazo y/o la história impúdica, responderán a la ansiedad y el morbo, para rebajar los estándares de la fantasía: los estándares del corte

El chileno es chaquetero (dicen); pero también (dicen que) es solidario. Esas auto-imágenes sociales y culturales suceden –a un mismo tiempo– en la lluvia de likes y reproducciones en Youtube y Spotify. Ni hablar del daño que esto hace en la psiquis de nuestros cantantes y en la presión permanente que recae sobre sus carreras musicales. Las disqueras, el público, las preguntas de los medios: todo les obliga a sacar temas todas las semanas, impidiéndoles madurar sus procesos, experimentar, repensar sus carreras y sonidos, sólo por la urgencia del tapizarse, coronar y pegarse, además del miedo a volverse irrelevantes y olvidables. Lo cierto es que, a pesar de la inmediatez en el consumo musical, su apreciación, perreo y goce es y será siempre inolvidable. Por ello, aquí nadie olvida a nadie. al mismo tiempo, que estamos resistiendo la miseria todos con y contra todos. 

“Las páginas” son el nombre genérico de una cultura sádica y canibal de la hiperventilación y falta de límites sobre qué contenido es de interés público y cuál no. Una cultura sin linea editorial que denota la carencia, tanto de las herramientas como de una conciencia en el impacto de las palabras en las comunidades. De un momento a otro, los antiguos perfiles personales, hoy se vuelven canales de comunicación directa y sin mediación. 

Protagonistas y consumidores

A pesar de que pertenecemos a generaciones donde la selfie y el uso del móvil es permanente, somos incapaces de ver cómo los posteos sobre irresponsabilidad amorosa, los joteos cibernéticos, las salidas clandestinas de las fans con los artistas, tornan a esta audiencia en protagonistas y consumidoras de sí mismas. Este canibalismo tiene carácter exhibicionista: consumo aquello que leo, que veo, que atestiguo, grabo, registro y protagonizo. Mismo fenómeno que sucede en los conciertos donde los fans lanzan sus móviles al ídolo: buscan ser protagonistas y llevarse “algo exclusivo y para sí” del artista.

Esa exposición, una vez satisfecha, redobla su flujo mediante la asfixia del artista: olas de notificaciones, likes, mensajes de odio y cuestionamientos, terminan por dejar en la cornisa a cualquier ser humano que simplemente sepa leer. Ni siquiera es necesario arrastrar una depresión o un mal viaje, para que esto destruya cualquier equilibrio, calma, relajo y proyecto vital. Hablamos del cyberbullying chilensis: una violencia masiva, brutal e indecible, incitadora de una paranoia que permanece en el tiempo y un complejo de culpa que cierra ojos, bocas y horizontes. 

En medio de esa tribulación, la ideación suicida aparece como una opción posible, ante un presente aterrador donde nadie puede auxiliar, precisamente porque se vuelve inexplicable: las palabras pierden poder como la vida pierde sentido. ¿Cómo aquello por lo que lucharon y trabajaron sin descanso se volvió una pesadilla? Soportar estos eventos traumáticos requiere preparación y atención profesional, además de un entorno preocupado por la persona, más no interesados por subirse a una tarima que no les corresponde.

Consideremos que esto está sucediendo en jóvenes que oscilan entre los 16 y 29 años, de orígenes humildes, sin contención especializada, tiempo libre ni la costumbre y/o acceso a salud mental. Las historias de superación de toda nuestra música flaite sigue pagando el costo de nacer en la pobla: padecen los mismos abandonos, carencias y fragilidades de sus infancias. Nuestros ídolos reggaetoneros están abandonados a su fé, a sus fuerzas y también a sus debilidades, violencias, a sus armas de fogueo y masculinidades tóxicas; a todos los descubrimientos, revueltas y adicciones que hayan en el camino. 

Suicidio

Según la Organización Mundial de la Salud, Chile es el sexto país de la región con mayor tasa de suicidios, considerando 9 decesos por cada cien mil habitantes, siendo el promedio de América Latina y el Caribe, 6 casos. Pero el medio DW recientemente actualizó la cifra e indicó que, durante el año 2022, tuvimos 10,3 suicidios por cada cien mil habitantes, siendo los principales afectados las personas mayores, la comunidad LGBTIQ+ y los adolescentes. 

Sabemos que vivimos una crisis de salud mental agudizada durante la pandemia, así como también se agudizó la producción musical de esta generación de reggaetoneros y traperos nacidos al alero de la producción casera y los encierros forzados. Nuestras estrellas locales nacidas en dormitorios y grabaciones de voz en el móvil, saltaron sin intermediarios a las pantallas del globo. El vértigo de la exposición e hipervigilancia, de la crítica y la falta de intimidad, explica por qué el suicidio de Galee Galee no tendría por qué ser un hecho aislado. Es aterrador. Stories que advierten esta asfixia vital la hemos leído también en un Pailita o en un Pablo Chill-e anunciando dejar su carrera. 

Ojo aquí: Gabriel tomó la decisión de abandonar este mundo. No fue una decisión colectiva, sino que fue una decisión personal, una auto-determinación valiente; aún más en un contexto familiar cristiano. Sus razones ciertamente las desconocemos y respetamos. Se necesitan agallas para dejar de vivir. No obstante, este deceso no soluciona nada para quienes permanecen involucrados con quienes parten. El duelo queda abierto, pues quienes necesitan respuestas no las tendrán, salvo la resignación. Un duelo como este –que sucede en uno de los momentos de mayor popularidad de Galee Galee– se atiborra de mensajes, recuerdos amistosos, además de canciones con líricas brillantes. Pero quedan tres jóvenes arbitrariamente sindicadas como responsables y además, sobreviven a esta muerte, una hija pequeña, una madre, hermanos…una familia completa sumida en la tragedia.

La muerte de El Big Cut tampoco puede significar un retroceso para las mujeres que usan su voz pública para exhibir el incuestionable machismo del género urbano chileno (y latinoamericano). Que esa violencia moleste y sea cuestionada, es parte del proceso de aprendizaje de generaciones completas. Hoy podemos leerlas en múltiples comentarios, posteos, stories, reels y TikToks que insisten en que las “wnas klias /feministas klias” se queden calladas y dejen funar

Pocos insisten en la responsabilidad que tiene la presión que ellos mismos ejercen sobre los artistas. Más fácil es tirar la pelota al lado y exigirle a las mujeres que (se) aguanten ante la misoginia que toda esta situación ha levantado. 

Más interesante es atender a aquellos que indican el cuidado que se debe poner sobre los comentarios que se hacen sobre los artistas, porque nunca sabríamos qué lucha están dando. Esto último pone de relieve la importancia y atención en el uso de las palabras, pues se evidencia su potencial destructivo. Lo que incluso podríamos considerar un avance en términos de violencia simbólica en un género musical que entona y corea –por lo bajo– los escupitajos en el rostro de las mujeres. Si la muerte de Galee Galee cala como hoy lo sentimos, debemos esperar y exigir una nueva consciencia sobre las líricas, al mismo tiempo, de un nuevo cuidado para con y de las comunidades de fans y público general. Esta nueva y latente percepción sobre la violencia digital es probablemente parte del legado de Galee. Es parte de nuestra responsabilidad HOY dejar de seguir e incentivar estos pseudo-medios de información que distribuyen y desfiguran la vida íntima de estos jóvenes que comienzan a vivir y nos permiten gozar nuestra propia vida al perrear sus hits.

Todos somos responsables

Lamento esta pérdida y todas las podrían venir si no atinamos hoy. Necesitamos pensar cómo desactivaremos este ciclo sádico, canibalesco, morboso y destructivo del consumo de nuestros propios protagonismos. La responsabilidad de este consumo y asfixia vital no es responsabilidad de la ex, la actual y “la otra” (ojo con los estereotipos de género que estas palabras reproducen), sino que es responsabilidad de un país completo que exhibe su intimidad en shows televisivos, docu-realitys y programas de pornomiseria mal llamados “policiales”, donde la humillación, la culpa y el estigma social se conjugan y multiplican en opiniones, tuiteos burlescos, así como en medios tradicionales que no logran dimensionar el impacto de sus contenidos. Es responsabilidad de un país donde la educación, la salud y la cultura aún son bienes privados, donde el machismo sigue siendo el flow de moda.

Consideremos no pasar por alto estos puntos y vivir una vida que deseemos construir por nosotros mismes. Necesitamos comprender que la hiper-exposición de una persona a costa del anonimato propio es un gesto de miseria y cobardía; al mismo tiempo, que es el contexto idóneo de la producción de deepfakes. La superposición del rostro de Rosalía sobre un cuerpo desnudo de mujer –ocurrido esta semana– es un deepfake. Es una foto trucada que muestra el cuerpo de una persona que nunca existió. 

En esta maraña que es internet, tomar por verdadero lo falso –en pleno auge del Chatgpt y las “páginas” del instagram y el TikTok– hacen que hoy en día sea casi imposible distinguir qué es un invento, qué es una opinión y qué realmente pasó. Y, si esto es así, ¿cuáles serían las consecuencias para Chile y para los actuales protagonistas de nuestra cultura urbana? La respuesta con énfasis nos la da el Big Cut, el rey, Galee Galee: 

 

Y me hizo fuerte to’ lo malo

Tuve que defenderme

Dios les tiene un regalo

A los que mal quieren verme

(Y me hizo fuerte to’ lo malo)

La Glock pa’ defenderme

La tengo aquí por si acaso

Llega el día de mi muerte

Galee Galee, Todo lo malo me hizo más fuerte

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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