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“Volver al lugar donde asesinaron a mi madre”: una obra llena de estéticas disruptivas CULTURA|OPINIÓN

“Volver al lugar donde asesinaron a mi madre”: una obra llena de estéticas disruptivas

Camilo Cáceres Infante
Por : Camilo Cáceres Infante Poeta, periodista y gestor editorial.
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Con dramaturgia de Carla Zuñiga, trata sobre la joven Diana volviendo a la funeraria familiar para el entierro de su abuelo. La familia, la religión, los secretos que le guardaron el día en que su madre “se suicidó dejando entrar a los lobos”, todo se une para complicar la vida que ha logrado establecer con su comunidad, todo la empuja a renacer en el lugar donde asesinaron a su madre.


“Volver al lugar donde asesinaron a mi madre” está llena de estéticas disruptivas (como varios trabajos de Cheril Linett) pero la trama, la esencia dramática de la obra, es de la misma sustancia que cualquier clásico del teatro: encontrar justicia para los familiares fallecidos.

Por algo el éxtasis báquico, por algo la base dramática en el texto de Las Bacantes de Eurípides. Diana, la protagonista, entra vestida con un tutú transparente y sus tacos de 15 centímetros, pequeña ropa interior verde limón, una trenza larga que gira como helicóptero sobre su cabeza o hasta casi barrer el suelo, un maquillaje potente y un conjunto de ropa que deja entrever que se dedica a la prostitución; y, además, hace ingreso a la funeraria familiar acompañada de sus dos amantes, Mesalina y Empusa, ambas mujeres vestidas y maquilladas casi con las mismas maneras, como dos aspectos de la moral, como dos aspectos de la sexualidad de Diana.

Una de ellas tiene un falo sujetado con un arnés en la entrepierna, la otra una apertura en su calzas que deja entrever su pubis pintado de verde, ambas se contorsionan y pasean por el escenario dando vueltas y simulando poses sexuales mientras Diana conversa seriamente con su tía Agata sobre la muerte de su abuelo, hasta que pasados unos minutos Agata le pregunta hasta cuándo se van a comportar de esa manera las dos mujeres que la acompañan y, entonces, recién la audiencia entiende que la tía pudo ver a estas mujeres desde el principio de la obra y que no son un imaginario de la mente de la sobrina.

Ahí las contorsiones cambian de significado y más que movimientos azarosos pasan a ser leídos como lo que son: movimientos de stripper, gestos de seducción y exhibición, muy propios de lo queer, muy propios de lo caliente caliente.

Hay 13 personajes en escena y cada uno enfrenta un desarrollo que los llevará al borde de su razón de ser, expectantes del renacimiento. Resaltamos a Celeste, la madre que aún muerta no para de exclamar: “Mi padre me viola por las noches y al terminar me besa la frente y me da las buenas noches”. También destaca Tetra, la madre sustituta que de tanto buscar complacer a otros se ha olvidado de sus propios deseos.

Y, por supuesto, a la tía transexual que entra a escena portando en la cabeza un mini ataúd a modo de máscara, impuesto por la tía Agata para enmascarar la sexualidad de una manera tan significativa como simbólica: un ataúd entierra en el secreto su cambio de género para que no pueda avergonzar a la familia.

Después de todo la tía Agata, que con la muerte del abuelo se ha convertido en la matriarca de la familia, es tan cristiana que incluso tiene un prendedor de cruz, pero de doble cruz, en el pecho.

Esta obra fue creada con apoyo de la Fundación Internacional Teatro a Mil y Goethe-Institut Chile, a través del Programa de Dirección Escénica. Cuenta con un elenco compuesto por 13 actrices, cisgénero y transgénero y se presentó en su cuarta temporada (12-15 julio) en el teatro Camilo Henríquez como parte del Ciclo de disidencias sexuales y de género.

La verdad es que si la audiencia es capaz de dejar de preguntarse quién nació hombre y quién nació mujer, serán capaces de disfrutar y reírse con una obra de muy buen nivel, presidido por la la mano escritural de Carla Zuñiga la cual se deja ver en algunos diálogos que hasta hacen referencia a “Yo también quiero ser un hombre blanco heterosexual”, otra pieza imperdible cada vez que tiene temporada.

Las risas romperán los esquemas, como se rompe el rito del entierro en la sala de al lado del velorio del abuelo, donde unas amigas se juntan a velar a su querida fallecida, una mujer que quería ser despedida de la forma en que le gustaba andar por la tierra: desnuda. De ahí que todas las cuerpas de ese velorio estén sin ropa, todas excepto una que va poniendo cada vez más ropajes, a pesar de los reclamos para honrar a su amiga de la mejor forma: ¡DESNUDAS! A gritos, ¡DESNUDAS! A colores, a exageraciones, a giros, a arrebatos, pero sobre todo ¡DESNUDAS!

Ficha técnica:

Compañía: Bestia Lúbrica | Dramaturgia: Carla Zúñiga | Dirección: Cheril Linett | Elenco: Esperanza Vega, Gabriela Maldonado Ulloa, Paulina Valdenegro, Romina Bustos, Lorenza Quezada Mendoza, Ivón Figueroa Taucán, Fernanda Castex, Gabriela Gazmuri, María Victoria Ponce, LaMala, Fernanda Vargas, Carla Achiardi y María Julia Avendaño | Diseño de espacio e iluminacion: Tamara Figueroa | Diseño y realización de vestuario/maquillaje: Pedro Gramegna y Andrea Bustos | Diseño sonoro: Vicente Cuadros | Fotografías: Andrés Valenzuela

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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