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Nacionalismos y negacionismos. Todo ahora. Justo ahora Opinión

Nacionalismos y negacionismos. Todo ahora. Justo ahora

Jaime Hurtubia
Por : Jaime Hurtubia Ex Asesor Principal Política Ambiental, Comisión Desarrollo Sostenible, ONU, Nueva York y Director División de Ecosistemas y Biodiversidad, United Nations Environment Programme (UNEP), Nairobi, Kenia. Email: jaihur7@gmail.com
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Tomemos el peso a la situación. Los nacionalismos constituyen un grave retroceso que nos obliga a gastar tiempo defendiendo lo conseguido en el siglo XX en materia de protección al bien común, democracia, paz y Derechos Humanos. Pensemos en ello. Justo ahora, explotan los nacionalismos en los países claves para frenar las emisiones de CO2. Justo ahora, cuando después de la COP24 debía comenzar la plena ejecución del Acuerdo de París. Justo ahora, surgen las manifestaciones de los chalecos amarillos en la capital francesa para atacar a Macron, el paladín del Acuerdo de París. Justo ahora, cuando las grandes potencias industriales, las petroleras y las industrias del gas y carbón debían poner en marcha acciones, medibles y verificables, para disminuir drásticamente sus emisiones de CO2 antes de 2030. Justo ahora.


Según las encuestas, gran parte de los chilenos considera que las declaraciones del Presidente Piñera y algunos de sus ministros, no trascienden. Esta percepción, más una seguidilla de errores, podría ser la razón del descenso de la aprobación del Gobierno en las últimas encuestas. Por ejemplo, en una de sus últimas declaraciones, mostrando un nacionalismo no habitual en nuestras autoridades en los últimas 40 años, Piñera argumentó que su deber era “conducir las relaciones internacionales pensando solo en el interés de Chile y de los chilenos”.

Usó estas expresiones para explicar por qué su Gobierno no adhería al Pacto Mundial Migratorio, un acuerdo intergubernamental no vinculante, es decir, sin aplicación legal obligatoria. De paso, flexibilizaba el compromiso de disminuir las emisiones de CO2 y cerraba el acceso a Chile a eventuales migrantes climáticos. Es obvio que las implicaciones de todo ello constituyen un serio retroceso en nuestra diplomacia, de cuyo ejercicio nos sentíamos orgullosos.

Esa frase nos parece un pedestre duplicado del espíritu y la peor intención aislacionista de Trump, con su “America First”. Es una tendencia peligrosa, ya que el eslogan “América primero” lo usaron pequeños grupos fascistas de EE.UU. en los años 30. Esto viene a demostrar que los asesores de Piñera no saben historia y tampoco lo protegen de las malas compañías como Trump, Bolsonaro y otros. Personas que portan un bagaje de supremacismo blanco, con agravios a la mujer, racismo, tildando a la prensa como enemiga del pueblo, rechazando a inmigrantes y negando el cambio climático. Menudo cóctel.

Por tales atributos, algunos analistas europeos los acusan de fascistas, pero para la mayoría no son más que figuras demagogas, arbitrarias y xenófobas. Se dice que etiquetarlos de fascistas sería atribuirles una coherencia que no poseen. Sin embargo, consideramos que el Presidente Piñera es distinto, recordemos que votó por el No. Es de esperar que se aleje de ellos y de aquellos asesores que le anotan frases como la aquí señalada, cuanto antes mejor. Tanto para él como para nuestro país.

[cita tipo=»destaque»]De seguir así las cosas, si no reaccionamos a tiempo y si no somos capaces de detener la proliferación nacionalista de afrentas contra la justicia y la ética, nuestra civilización irá de mal a peor. En esta materia, a los medios de comunicación y a las redes sociales, les cabe la enorme responsabilidad de salvaguardar la democracia, poniendo límites éticos a la atención que se otorga a los grupos nacionalistas. No se puede continuar con este tipo de publicidad gratuita. Más vale ignorarlos, cerrarles de una vez el beneficio de nuestra atención. No se puede seguir permitiendo la libre propagación de sus falsedades. Embustes que consiguen hacerlos elegibles, con los votos de aquellos descuidados que se dejan llevar por el número de apariciones en la TV, en vez de analizar el contenido profundo de sus planteamientos políticos.[/cita]

Es obvio que las actitudes nacionalistas afectan directa o indirectamente a los programas para detener el cambio climático. Recuerdo una viñeta del suizo Patrick Chappatte, publicada en el New York Times en octubre del año pasado. En ella, un magnate petrolero, frente a los carteles de unos ambientalistas exigiendo “parar el cambio climático ahora”, reflexiona y se dice a sí mismo: “La gente no comprende las consecuencias a corto plazo de salvar el planeta”. Ante eso, uno no sabe si reír, enrabiarse o llorar. ¿Pensarán que ganar más dinero les va a servir de algo si se destruye el planeta?

Esa viñeta, sin duda, es una exquisita ironía y juego de palabras para exponer el pensamiento detrás de las declaraciones incoherentes que escuchamos a diario de políticos y economistas de ultraderecha en todo el mundo. Personas poderosas que anteponen los negocios y sus ganancias personales, a cualquier otra consideración. Sus concepciones sobre el cambio climático constituyen una mezcla rancia de ignorancia científica y codicia. Han estructurado un escenario comunicacional de descrédito, donde avalan delitos graves contra el medioambiente, ignoran a los desplazados víctimas de sequías, hambrunas, incendios o inundaciones debido a catástrofes climáticas y niegan la urgencia de impulsar medidas drásticas para detener el cambio climático.

Es preciso entender que, en lo más profundo, este tipo de declaraciones y las actitudes que las acompañan son un ataque a los valores éticos consensuados en la segunda mitad del siglo XX, mediante complejas negociaciones y cuidadoso diseño de Tratados Vinculantes Multilaterales en el seno de las Naciones Unidas. No olvidemos que después de sufrir los duros golpes del fascismo y nazismo en la 2ª Guerra Mundial,  la ONU fue la respuesta institucional que la humanidad se dio a sí misma en 1945, para velar por la paz, el bienestar de la población mundial, protección del planeta y la defensa de los Derechos Humanos.

Por ello, resulta increíble atestiguar cómo millones de partidarios de combatir el cambio climático son opacados por unos pocos que ostentan el poder económico, político y financiero. Acaparan las portadas y los editoriales de los medios de comunicación que adquirieron para sí mismos con el fin de propagar sus falsedades. Indigna, también, constatar que solo cuatro países (EE.UU., Rusia, Kuwait y Arabia Saudita) fueron capaces de bloquear la COP24 en Katowice, en diciembre pasado. Impidiendo el consenso para adoptar las decisiones dirigidas a la ejecución de medidas drásticas y urgentes para combatir el cambio climático, redujeron los resultados de la COP24 a cuestiones procedimentales de segundo orden. Hicieron fracasar la reunión.

En este cuadro de situación, notamos con preocupación que la cobertura noticiosa en las últimas semanas, a excepción de unos pocos medios de comunicación auténticos, se viene centrando en relativizar la urgencia de enfrentar el cambio climático. Lo que más nos alarma son aquellos que incluso despotrican abiertamente contra los organismos internacionales y los tratados multilaterales vinculantes. Más aún, constatamos cómo se concede más y más atención a los fanáticos que resucitan aquellas nefastas consignas nacionalistas llenas de discriminación, egoísmo y barbarie que ensombrecieron la primera mitad del siglo XX.

Símbolos que explotan emociones, con objeto de despertar en la gente sus instintos más retrógrados. Lo que buscan es que la gente olvide que el cambio climático es un problema global, que exige soluciones globales. Olvidan que todos nosotros, en conjunto, sin distinciones, compartimos la responsabilidad de cuidar nuestra “Una Sola Tierra”.

De seguir así las cosas, si no reaccionamos a tiempo y si no somos capaces de detener la proliferación nacionalista de afrentas contra la justicia y la ética, nuestra civilización irá de mal a peor. En esta materia, a los medios de comunicación y a las redes sociales, les cabe la enorme responsabilidad de salvaguardar la democracia, poniendo límites éticos a la atención que se otorga a los grupos nacionalistas. No se puede continuar con este tipo de publicidad gratuita. Más vale ignorarlos, cerrarles de una vez el beneficio de nuestra atención. No se puede seguir permitiendo la libre propagación de sus falsedades. Embustes que consiguen hacerlos elegibles, con los votos de aquellos descuidados que se dejan llevar por el número de apariciones en la TV, en vez de analizar el contenido profundo de sus planteamientos políticos.

Tomemos el peso a la situación. Se trata de un retroceso grave que nos obliga a gastar tiempo defendiendo lo conseguido en el siglo XX en materia de protección al bien común, democracia, paz y derechos humanos. Pensemos en ello. Justo ahora, explotan los nacionalismos en los países claves para frenar las emisiones de CO2. Justo ahora, cuando después de la COP24 debía comenzar la plena ejecución del Acuerdo de París. Justo ahora, surgen las manifestaciones de los chalecos amarillos en la capital francesa para atacar a Macron, el paladín del Acuerdo de París. Justo ahora, cuando las grandes potencias industriales, las petroleras y las industrias del gas y carbón debían poner en marcha acciones, medibles y verificables, para disminuir drásticamente sus emisiones de CO2 antes de 2030. Justo ahora.

¿Es una coincidencia o es una estrategia para retardar el inicio del cese de emisiones? ¿Retardarlo hasta 2050, provocando una elevación de más de 2,5ºC del promedio de temperatura global con efectos devastadores en todo el planeta? ¿Cesarán sus  emisiones solo cuando un tercio del mundo esté devastado?

Tales desastres, evidentemente no les preocupan. Después de todo, como siempre, los más afectados serán las poblaciones más humildes y vulnerables de los países más pobres, que habitan las zonas de mayor riesgo climático. Con el aislacionismo y los nacionalismos, los poderes salvajes pretenden hacernos jugar al juego “cada uno para su Santo”, es decir, cada uno sálvese como pueda. ¿Qué piensa usted?

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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