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¿En qué momento se jodió el Perú? Opinión

¿En qué momento se jodió el Perú?

Gabriel Gaspar
Por : Gabriel Gaspar Cientista político, exembajador de Chile en Cuba y ex subsecretario de Defensa
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¿La muerte de Alan García será el fin del APRA? El tiempo lo dirá, lo cierto es que hoy posee una débil votación y una escasa bancada, pero suficiente para aliarse con el fujimorismo y controlar el Congreso. Entre las reformas políticas aprobadas en el referéndum, está la prohibición de la reelección de los congresistas y queda por verse si todo este escenario permitirá la sobrevivencia del histórico partido. Lo que sí es cierto es que sus mejores días ya fueron. Ex presidentes procesados, justicia en la mira, ejecutivos brasileños revelando coimas, negociados como en los capítulos de una serie de Netflix y ciudadanos indignados, todos son elementos de un cóctel agitado.


La trágica muerte del ex presidente Alan García agrega más dramatismo a la ya elocuente crisis de legitimidad que vive el Perú desde hace algún tiempo. No es un dato menor que todos los mandatarios elegidos desde el retorno a la democracia –o sea, desde el fin de la dictadura de Alberto Fujimori– se encuentren presos, procesados o fugados, procesos que además abarcan a muchos ex ministros y funcionarios.

Pero la corrupción que ha empezado a ser develada por la acción de la justicia no se refiere solo al Poder Ejecutivo, también están involucrados muchos parlamentarios. Los mecanismos utilizados fueron principalmente dos. Uno, el financiamiento ilegal de diversas campañas políticas y, en esto, el principal ente corruptor fue la gran transnacional brasileña Odebrecht, que efectuó pagos ilegales a diversas candidaturas en distintas elecciones, sin prejuicios ideológicos, porque financió al fujimorismo, al APRA, a la derecha, a los nacionalistas. El otro, fue el trato privilegiado que recibió la empresa en materia de contratos de grandes obras públicas, donde los presupuestos originales experimentaron convenientes alzas y, por ende, jugosas ganancias.

Como es conocido, en Brasil hace tiempo estalló el escándalo Lava Jato. En el marco de las indagaciones de la Fiscalía brasileña, los ex ejecutivos de dicha empresa empezaron a utilizar el mecanismo de colaboración con la justicia o delación compensada, como se conoce en otras partes. Uno de ellos, Jorge Barata, era el responsable de las coimas en Perú y decidió colaborar a fin de rebajar su pena.

La justicia peruana se coordinó con la justicia brasileña y fiscales peruanos viajaron a interrogar a Barata y otros. Por lo cual podemos sacar dos conclusiones preliminares: Barata no ha terminado de declarar y, además, pueden surgir otros “Barata” en los diversos países donde la compañía brasileña desplegó sus operaciones encubiertas, entre ellos, Bolivia, Colombia, Venezuela. En Chile no operó por el estricto sistema de licitaciones públicas que nosotros tenemos.

Pero la corrupción en Perú no se reduce al Ejecutivo y a su Congreso. El año pasado conocimos graves denuncias en la Corte del Callao, y en la labor de algunos fiscales que hablaban, ya no de cohecho de parte de la firma brasileña, sino de tráfico de influencias, pago por sentencias, todo debidamente probado mediante grabaciones, fotos y filmaciones. Había magistrados que pedían sus pagos “en verdecitos”.

Cuando estas graves denuncias salieron a la luz pública por acción de valientes ONGs y varios medios independientes, la indignación se apoderó de la sociedad peruana.

Como se comprenderá, las diversas denuncias repercutieron con fuerza en la política. Para empezar, el tráfico de influencias y los diversos conflictos de intereses cuestionaron a los mandatarios del pasado y del presente, lo que terminó con la caída del presidente Pedro Pablo Kuczynski y motivó el ascenso de su vicepresidente, Martín Vizcarra.

[cita tipo=»destaque»]Pero la corrupción en Perú no se reduce al Ejecutivo y a su Congreso. El año pasado conocimos graves denuncias en la Corte del Callao, y en la labor de algunos fiscales que hablaban, ya no de cohecho de parte de la firma brasileña, sino de tráfico de influencias, pago por sentencias, todo debidamente probado mediante grabaciones, fotos y filmaciones. Había magistrados que pedían sus pagos “en verdecitos”. Cuando estas graves denuncias salieron a la luz pública por acción de valientes ONGs y varios medios independientes, la indignación se apoderó de la sociedad peruana.[/cita]

La indignación contra el Congreso –dominado por el fujimorismo dirigido por Keiko Fujimori– fue encabezada por Vizcarra, quien convocó a un referéndum para demandar profundas reformas políticas, con lo cual arrinconó a la mayoría fujimorista. El presidente peruano arrasó en dicho referéndum, rápidamente se le abrió una investigación a Keiko, que terminó presa y, mientras, Barata continuaba con sus colaboraciones.

Estas empezaron a involucrar al círculo más cercano al ex presidente García, quien en algún momento trató de asilarse en Uruguay, pero dicho país rechazó su pedido, así que abandonó la embajada charrúa mientras las denuncias de Barata empezaron a arrinconar a sus ex colaboradores. Así llegamos al trágico desenlace de hoy.

¿Cómo impactará a la política peruana este lamentable hecho? ¿Se contraerán las investigaciones judiciales? ¿Cuán grave es la crisis de legitimidad? Son muchas preguntas, pero hay que hacérselas, para orientar el curso probable de los acontecimientos.

Hay que constatar un estado de ánimo, en la sociedad, de profunda indignación con la corrupción, junto a una gran desconfianza en las instituciones. Por cierto, esto no es exclusividad del Perú, pero podríamos decir que es un país donde se da con particular fuerza, quizás porque los antecedentes y la magnitud de la corrupción están saliendo a la luz con desnuda transparencia.

Desde hace un tiempo ya, el sistema de partidos tradicionales ha colapsado. Atrás quedaron los tiempos de las grandes colectividades que compartieron en la política peruana: el Partido Popular Cristiano, Acción Popular, Izquierda Unida, son hoy fuerzas del pasado. Durante buena parte del siglo XX se solía decir que Alianza Lima, el Cristo de los Morados y el APRA expresaban lo más profundo de la identidad peruana, en especial, del mundo cholo, indio y mestizo.

Poco a poco empezaron a emerger en reemplazo agrupaciones de escasa profundidad programática y de fuertes caudillismos carismáticos. Y en la década de los ochenta, en especial, confluyeron dos fenómenos de fuerte impacto: una crisis económica que terminó con una feroz hiperinflación, pero sobre todo, y retroalimentando las dificultades económicas, la emergencia insurgente de Sendero Luminoso. Los “terrucos” –como se denominó a los senderistas– controlaron buena parte del macizo andino y, al tratar de penetrar en las ciudades, terminaron cayendo en las redes de la inteligencia peruana.

La derrota de Sendero y la normalización económica, pavimentaron la popularidad del fujimorismo, que a la fecha conserva una buena cuota de poder político y social. También se generalizaron prácticas autoritarias y manejos no trasparentes en el Estado.

¿La muerte de García será el fin del APRA? El tiempo lo dirá, lo cierto es que hoy posee una débil votación y una escasa bancada, pero suficiente para aliarse con el fujimorismo y controlar el Congreso. Entre las reformas políticas aprobadas en el referéndum aludido, está la prohibición de la reelección de los congresistas y queda por verse si todo este escenario permitirá la sobrevivencia del histórico partido. Lo que sí es cierto es que sus mejores días ya fueron.

Ex presidentes procesados, congresistas con prohibición de reelección, justicia en la mira, ejecutivos brasileños revelando coimas, negociados como en los capítulos de una serie de Netflix y ciudadanos indignados, son todos elementos de un cóctel agitado.

¿Cómo repercute esto en la economía? ¿Con qué ojos lo ven los inversionistas extranjeros? El gobierno de Vizcarra ha sido eficiente en arrinconar al Congreso, en encabezar la protesta contra la corrupción, pero no ha tenido el mismo dinamismo en impulsar las diversas políticas públicas en materia de salud, seguridad, activación económica, reconstrucción del norte devastado por el terremoto y eso ha empezado a reflejarse en una caída en las encuestas, después de un espectacular repunte luego del referéndum.

Ante el debilitamiento de la credibilidad de las instituciones políticas y la indignación por la corrupción en la “rosca limeña”, empiezan a emerger liderazgos regionales fuertes, con agendas propias, que en muchos casos –como las grandes inversiones mineras– obligan a laboriosas negociaciones con las comunidades locales, como demuestra la reciente movilización de “Las Bambas”, gran inversión minera resistida por comuneros disgustados que por semanas bloquearon las carreteras ante la impotencia del gobierno y los empresarios.

Lo único que podemos señalar hoy es que la indignación continuará, así como las futuras revelaciones por parte de los ejecutivos brasileños presos. Todo esto probablemente lleva a muchos peruanos a formularse, una vez más, la fuerte pregunta de los parroquianos de Conversación en La Catedral: ¿en que momento se jodió el Perú, carajo?

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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