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Ciencia en Chile: ¿Nos pilló confesados el COVID-19? Opinión

Ciencia en Chile: ¿Nos pilló confesados el COVID-19?

Juan Pablo Henríquez
Por : Juan Pablo Henríquez Profesor Asociado Facultad de Ciencias Biológicas Universidad de Concepción
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Financiar significativamente a la ciencia libre y de preguntas abiertas, en todo el país, es una estrategia que debe potenciar nuestro aun nuevo y, creemos, ahora fortalecido Ministerio de Ciencias. Es crucial que no solo se destinen recursos estatales, sino que también se eduque a toda la sociedad y, especialmente, se convenza al sector privado, respecto de la importancia de financiar la investigación básica sin sesgos. No sólo porque se trata de un ejercicio fundamental en un país que reflexiona, se cuestiona y genera soluciones. También porque, ahora sabemos, nunca se sabe qué nos depara el destino.


“Este no es un Ministerio para los científicos. Es un Ministerio al servicio de los problemas país”. Con esta consigna, el Ministro y la Subsecretaria de Ciencias daban inicio en 2018 a un Ministerio largamente anhelado por un porcentaje importante de la comunidad científica. Para otros, era una mejor alternativa reforzar las capacidades y presupuestos de Conicyt o bien, aun apoyando la idea del Ministerio, parecía un riesgo poner en los principales cargos a dos científicos jóvenes, sin reconocido bagaje político. Sin perjuicio de lo anterior, la frase inaugural del Ministerio nos puso a varias comunidades científicas a reflexionar sobre cuáles eran esos “problemas país” y quienes los definirían.

Varias esferas de la comunidad científica vemos con escepticismo que la posible respuesta científica a dichos problemas resuelva algunas dimensiones y perjudique a otras. Un ejemplo, de muchos posibles, es que se decidiera invertir en ciencia y tecnología para mejorar la calidad de nuestros productos de exportación, como frutas, plantaciones forestales o salmones con el objetivo de estimular el ámbito económico, sin un adecuado análisis de externalidades negativas frecuentes del sector productivo, como el ámbito medioambiental o la impresentable inequidad social del país. La definición de tales temas país es un elemento importante para la autoridad. Con la frase “primero definamos el para qué”, se ha respondido desde el Ministerio cada vez que ha sido interpelado por parte de la comunidad científica por no poner como primer objetivo de esta cartera aumentar el insuficiente 0,4% del PIB destinado a ciencia y tecnología. La lógica es que en dicho “para qué” estarán contenidos nuestros “problemas país”.

La idea del “para qué primero” no es nueva en Chile. Desde 1997 existen los Fondos de Áreas Prioritarias (FONDAP), a través de los cuales se han definido temas de preponderancia nacional y se han financiado proyectos para grupos de investigación en dichas temáticas por diez años. Imagino hace unos meses a un Comité de Expertos frente a la idea de posicionar a la virología o a la epidemiología como áreas prioritarias, usando como argumento que siempre existe la posibilidad de una pandemia viral. O promover el financiamiento de equipamiento de frontera (como se ha hecho) pero utilizando el mismo argumento de la pandemia. Probablemente, a quien hubiera defendido dicha idea no le habría ido muy bien. La vuelta del destino que estamos viviendo nos ha indicado que el orden de los eventos podía ser distinto.

Desde 1967, Conicyt ha financiado la actividad científica nacional a través de diversos instrumentos, siendo Fondecyt el programa más transversalmente reconocido. Una de las prerrogativas de este tradicional concurso es su prácticamente total libertad a la hora de elegir en qué temática investigar. Satisfecha una buena fundamentación y bien declaradas su novedad, impacto y factibilidad, prácticamente cualquier temática de investigación ha sido potencial y efectivamente financiada por Fondecyt. Con la misma lógica de libertad en la elección de temáticas, desde 1998 la Iniciativa Científica Milenio ha financiado a grupos de investigación organizados en Institutos y Núcleos de investigación en diversas áreas, no previamente definidas.

Se viene una pandemia: Dios nos pille confesados. Después de ser el blanco de duras críticas de parte de la comunidad científica en los meses del estallido social, hoy muchos vemos con buenos ojos el posicionamiento político efectivo que ha instalado el Ministerio de Ciencias respecto a la contingencia originada por la pandemia. Felizmente, han sido las capacidades previamente instaladas de nuestra comunidad científica (sin el sesgo del peligro latente de una pandemia), las que han permitido al Ministerio reaccionar a parte importante de los que hoy son los desafíos prioritarios, como aumentar significativamente la capacidad de tests diagnósticos (incluyendo un fuerte aporte regional), así como el análisis de datos y sus proyecciones, en una inédita estructura de Mesa de Datos. Tal vez el principal mérito de estos esfuerzos es que, salvo excepciones, prácticamente ninguno de los investigadores/as involucrados en estos esfuerzos era especialista en coronavirus. Cabe preguntarse, ¿cuánta más fe y recursos pondríamos en generar una vacuna para el SARS-CoV-2 si en su momento hubiéramos apostado (tal vez con éxito) por los costosos estudios clínicos de la promisoria vacuna chilena contra el virus respiratorio sincicial? Aun así, parece que el CoVID-19 nos pilla, al menos parcialmente, confesados.

Financiar significativamente a la ciencia libre y de preguntas abiertas, en todo el país, es una estrategia que debe potenciar nuestro aun nuevo y, creemos, ahora fortalecido Ministerio de Ciencias. Es crucial que no solo se destinen recursos estatales, sino que también se eduque a toda la sociedad y, especialmente, se convenza al sector privado, respecto de la importancia de financiar la investigación básica sin sesgos. No sólo porque se trata de un ejercicio fundamental en un país que reflexiona, se cuestiona y genera soluciones. También porque, ahora sabemos, nunca se sabe qué nos depara el destino.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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