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Lo peor de la política Opinión

Lo peor de la política

Camilo Escalona
Por : Camilo Escalona Ex presidente del Senado
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Hay gobernantes con ética y otros muchos, lamentablemente, que no la tienen. Les importa su imagen pública y los negocios bajo cuerda. Algunos siempre fueron así y otros se malearon en el ejercicio del poder. En nuestro país, el Presidente de la República –embriagado de autocomplacencia– señaló que “Chile está mucho mejor preparado que lo que estaba Italia”, un soberbio triunfalismo que fue un error garrafal. Confundió a la población y le permitió al gobernante guardar recursos que era esencial invertir a tiempo. La lógica presidencial fue mezquina y egoísta: si el problema no es tan grave, no se requiere tanto gasto. Cuando se desconocen las penurias, la insensibilidad manda.


La pandemia del coronavirus desnudó la globalización de la injusticia, con la pobreza extrema en que vive un amplio sector de la población en el mundo, incluyendo nuestro país, así como la aberrante desigualdad que marca y ensombrece la convivencia humana.

Así también, se puso de manifiesto lo peor de la política, las maniobras y bajezas de los gobernantes y, como nunca, se advirtieron las agudas carencias del sistema político, en especial la incapacidad y/o los vacíos en la institucionalidad de los diferentes Estados –independientemente de su sistema económico, social, el autoritarismo y la falta de transparencia de la tecnoburocracia en los 5 continentes– para dar respuesta eficaz a las exigencias provocadas por la crisis sanitaria. Muchos llegan como servidores y se convierten en saqueadores de la riqueza de las naciones y el patrimonio de los Estados.

Hubo excepciones. Ha sido reconocido el liderazgo y la visión de Jacinda Ardern en Nueva Zelanda y Angela Merkel en Alemania, junto a diversos estadistas que no están en el círculo de aquellos que usufructúan del poder, que tanto daño está causando a la humanidad en su conjunto.

[cita tipo=»destaque»]Las rectificaciones se tomaron tarde, a regañadientes y en magnitudes que no han cubierto los requerimientos económicos y sociales. El Gobierno actúa por “goteo” y cede cuando enfrenta presiones que se le vuelven insostenibles. Se las arregló para que el Ingreso Familiar de Emergencia (IFE) sea mínimo y muchos hogares serán excluidos por la manía de Piñera de reducir los recursos a la población y guardarlos para fines desconocidos. Lo preocupante es que están al acecho los grandes consorcios, esos que siempre ganan y que en su criterio deben tener “apalancamiento” para la reactivación. Por eso, el director de Presupuesto ha confesado, en una entrevista del domingo 21 de junio, que de los 12 mil millones de dólares destinados al Fondo COVID, proyectan destinar ni más ni menos que dos tercios de esos recursos “a la reactivación”.[/cita]

En cuanto a China, no hay quien cuestione la potente y maciza respuesta del Estado, las vigorosas medidas de reforzamiento del sistema sanitario y la movilización de los recursos del país para aislar los focos más agresivos de contagios. Esa respuesta le permitió controlar eficazmente la epidemia. Una respuesta enérgica en un país inmenso, con el desafío de alimentar, vestir y cuidar a más de 1.300 millones de personas. Ahora bien, el control informativo afecta su credibilidad al poner en duda la veracidad de la información que entregó sobre la detección del coronavirus y la dimensión alcanzada por la epidemia.

En los Estados Unidos la conducta de Trump pasó de imprudente a insensata, recomendó fármacos que no correspondían, trató de inhabilitar a la OMS, caricaturizó la crisis sanitaria como “virus chino” y generó artificiales roces con Europa. Estuvo en contra de una cuarentena estricta y, por cálculos electorales, presionó y chocó con los gobernadores para que no declararan el estado de emergencia, pero la propagación del virus derribó su retórica irresponsable. El coronavirus escapó de control y perdió la calma.

En junio, las multitudes que salieron a las calles para rechazar la violencia racista y los odiosos métodos represivos que se convierten en crímenes brutales y obligaron a Trump a salir a dar una respuesta. Se vio destemplado, iracundo, sin contención, defendiendo lo indefendible, como un presidente que padece la angustia de ir a elecciones que ve perdidas. Quedó nítida su debilidad, los jerarcas castrenses del Pentágono tomaron pública distancia de sus declaraciones, dejando en claro que no lo seguirán a cualquier parte. Desde el escándalo Watergate, que obligó a la renuncia de Nixon en 1974 para evitar su destitución vía acusación constitucional, que la posición del mandatario norteamericano no se veía tan débil.

Otro presidente en apuros está en Brasil, ya que Jair Bolsonaro parece simplemente incapaz de asumir su responsabilidad política y actúa como líder de una impulsiva patota. En efecto, desde que usó el término “gripecita” para definir el coronavirus, ha metido una y otra vez la pata, tratando incluso de activar a sus partidarios contra la institucionalidad que él mismo encabeza, insinuando pretensiones de un insólito autogolpe. Así confirmó que de ciertos gobernantes hay que esperar cualquier cosa.

El costo humano y social en Brasil no se puede medir en su impacto presente y futuro, más de 50 mil decesos y muy por encima de un millón de contagios son un balance desolador, pero Bolsonaro se exhibe sin las medidas sanitarias que corresponden y promueve manifestaciones masivas en que se burla de ellas. Una actitud infantil ante la magnitud inabarcable de la tragedia. «¿Qué quieren que haga?», fue su provocadora respuesta cuando se le preguntó por la enorme cantidad de decesos y contagios.

En definitiva, hay gobernantes con ética y otros muchos, lamentablemente, que no la tienen. Les importa su imagen pública y los negocios bajo cuerda. Algunos siempre fueron así y otros se malearon en el ejercicio del poder. En nuestro país, el Presidente de la República embriagado de autocomplacencia señaló que “Chile está mucho mejor preparado que lo que estaba Italia”, un soberbio triunfalismo que fue un error garrafal. Confundió a la población y le permitió al gobernante guardar recursos que era esencial invertir a tiempo. La lógica presidencial fue mezquina y egoísta: si el problema no es tan grave, no se requiere tanto gasto. Cuando se desconocen las penurias, la insensibilidad manda.

El discurso triunfalista y el confinamiento de la población sin ingresos para sobrevivir fue fatal. La gente tuvo que circular igual. Hoy en Chile hay más contagios que en Italia, que en España y las proyecciones científicas acerca del número de personas probablemente fallecidas son desoladoras. Pero Piñera no reconocerá el fracaso ni la improvisación ni las medidas de corto plazo, tampoco su responsabilidad en la errada estrategia que ha exacerbado la pérdida de vidas humanas y elevado, sin control, la suma de personas contagiadas. Como no se reconoció el evidente ocultamiento de la cifra real de muertes hasta que la realidad fuera denunciada por Ciper.

Las rectificaciones se tomaron tarde, a regañadientes y en magnitudes que no han cubierto los requerimientos económicos y sociales. El Gobierno actúa por “goteo” y cede cuando enfrenta presiones que se le vuelven insostenibles. Se las arregló para que el Ingreso Familiar de Emergencia (IFE) sea mínimo y muchos hogares serán excluidos por la manía de Piñera de reducir los recursos a la población y guardarlos para fines desconocidos. Lo preocupante es que están al acecho los grandes consorcios, esos que siempre ganan y que en su criterio deben tener “apalancamiento” para la reactivación. Por eso, el director de Presupuesto ha confesado, en una entrevista del domingo 21 de junio, que de los 12 mil millones de dólares destinados al Fondo COVID, proyectan destinar ni más ni menos que dos tercios de esos recursos “a la reactivación”.

Esa afirmación es muy preocupante, porque de nuevo puede ser una sustracción de recursos fiscales a favor de los grupos empresariales, como fue la llamada “deuda subordinada” para salvar a la banca privada en la crisis de los años 82-83. La experiencia es alarmante y se puede provocar una colusión de intereses en que, otra vez, se exprese lo peor de la política, dañando muy severamente la legitimidad de la institucionalidad democrática.

El gobernante en Chile se permite privilegios que la ciudadanía tiene prohibidos, como posar en la Plaza de la Dignidad cuando está suprimida la circulación de personas y se le acomodan los reglamentos de las ceremonias fúnebres para abrir los ataúdes, como ningún familiar puede hacerlo.

Ha crecido la preocupación por las facilidades que se otorguen a inversionistas de reconocida cercanía al entorno presidencial y que ya han hecho pública la codicia y la ansiedad con que esperan ser favorecidos.

Esa es una bomba de tiempo, puesta en el corazón del sistema político del país. Si el uso de los recursos públicos involucrados se presta para deplorables y vergonzosos manejos, se vivirá otro episodio de lo peor de la política. Los resguardos de transparencia y fiscalización que se tomen en el Parlamento, como la atención y vigilancia de la ciudadanía, serán fundamentales para evitarlo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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