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¿Es suficiente la sustentabilidad para superar nuestra crisis climática? Tiempo para repensar todo Opinión

¿Es suficiente la sustentabilidad para superar nuestra crisis climática? Tiempo para repensar todo

Christian Tiscornia
Por : Christian Tiscornia Docente especializado en desarrollo sustentable Universidad de San Martin, abogado, licenciado en políticas públicas de la London School of Economics. Fundador de la escuela de sustentabilidad Quinta Esencia, presidente de la ONG ambientalista Amartya.
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Percibo este tiempo de pandemia como un gran momento de Kairos. La enorme posibilidad de repensar todo. De resetearnos en todos los sentidos y dejar viejas capas atrás, nutrirnos de aquello que sí funcionó, profundizarlo y dejar lo que ya no sirve atrás, sin dualismos, entendiendo que es parte de un proceso evolutivo. Siento este tiempo de pandemia como un regalo perfecto para ayudarnos a activar lo que ya viene latiendo hace mucho.


El 2020 transita más de la mitad de su camino y la crisis global atraviesa todos los ámbitos de nuestras vidas: sanitario, económico, social, cultural y, por supuesto, climático. Vivimos una crisis sistémica en la que cada nodo está tan interconectado como lastimado. ¿Cuál es nuestro rol como ciudadanos en este contexto? ¿Cuáles son las causas profundas de esta crisis de sentido que nos atraviesa de lado a lado? ¿Es momento de trazar un plan de acción o de meternos a navegar lo profundo de las causas?

En menos de 100 años hemos consolidado una visión del mundo donde el ser humano se constituye en el centro del universo y la naturaleza es solo un recurso a explotar. Pareciera que nuestro entendimiento de la naturaleza es todo aquello “que nos rodea” y no nos consideramos a nosotros mismos como parte indivisible de ese gran ser vivo. Esta visión antropocéntrica de la realidad desconecta nuestro ser natural y otorga luz verde a una licencia para explotar indiscriminadamente todos los ecosistemas de la Tierra. Así, el ser humano se va convirtiendo en un violento depredador de suelos, ríos, bosques, mares, fauna, montañas, culturas indígenas y, en última instancia, de todo signo de vida posible, incluida la suya propia.

Ya sea por convicción, por razones éticas, económicas o por una simple cuestión de supervivencia, es momento de revertir esta visión depredadora y cortoplacista hacia nuestro entorno. Es hora de transformar la mirada sobre nosotros mismos, nuestras relaciones con los otros y con la vida en su conjunto. Somos primordialmente seres biológicos, interconectados e interdependientes con todos los demás seres de los ecosistemas.

Debemos comenzar una reflexión profunda sobre un tema medular a esta crisis de sentido que atraviesa la humanidad, y es nuestra capacidad innata de generar vida. Debemos preguntarnos cómo reactivar esta capacidad esencial del ser humano en todos los ámbitos posibles. Cómo terminar con los ciclos degenerativos y crear un nuevo sistema de relaciones mutuamente beneficiosas. Para esto, tenemos que identificar las causas que nos hicieron trazar esa línea divisoria entre cultura y naturaleza, perdiendo progresivamente la habilidad de coevolucionar con el resto de la naturaleza.

En este contexto, hay una transformación profunda que debemos emprender entre nuestra cultura actual de la competencia, que nos debilita como especie, hacia una nueva cultura de la colaboración que nos ayude a florecer de forma personal y colectiva. La mirada fragmentada de la vida nos lleva a fortalecer un círculo vicioso de miedo e individualismo, de necesidades materiales inagotables que indefectiblemente nos terminan vinculando de forma violenta con el entorno y, en ese tránsito, nos vamos alejando del otro y primordialmente de nosotros mismos.

La crisis ambiental que sufre la humanidad es solo un síntoma, una consecuencia directa de nuestra cosmovisión lineal y fragmentada de la vida. Un indicador evidente de que nuestra antena ha perdido conexión. Cuando nuestra raíz vital pierde contacto con una mirada sistémica de la naturaleza, empezamos a percibir todo desde la escasez, desde la intranquilidad, desde la necesidad personal de acumular, de correr, empezamos a rapiñar objetos, sentimientos, sensaciones, lo que sea para alcanzar espejismos de bienestar y felicidad. El éxito se termina asociando al tener.

Desde esa falta de conexión vital los pilares de nuestra sociedad comienzan a perder sentido. La política ya no nos representa porque no encuentra narrativas de esperanza, fragmenta a la sociedad, pierde la brújula del bien común, no genera interlocutores válidos que nos puedan hablar, que nos conmuevan, que nos muestren la posibilidad de evolucionar hacia una nueva cosmovisión integradora. La política se convierte en un círculo vicioso donde los supuestos “líderes” terminan siendo la representación más cruel y perfecta de una cultura vacía de contenidos.

La empresa se transforma en un eficiente brazo ejecutor de este paradigma antropocéntrico de producción y consumo, haciendo del consumismo una cuasirreligión para vender lo que sea, al precio social y ambiental que sea, para satisfacer no sabemos realmente qué. El sistema educativo es también funcional a esta lógica de mercado y se convierte en una máquina de sedar humanos, donde educador y educando inevitablemente se enfrentan. La visión lineal que rechaza nuestra condición de seres únicos se hace carne en el aula, ninguno gana, se instaura una especie de monocultivo mental, anacrónico al siglo XXI, que nos enseña a competir, a repetir lo preestablecido sin mirada crítica, se nos agudiza la concepción de un futuro fragmentado y monocromático. Desde esa vital desconexión nos cerramos y aprendemos la importancia de cuidar solo “nuestra parte”, desconectamos nuestra capacidad creativa, olvidando que vinimos a este mundo a aprender a amar, a ser con otros, a florecer en comunidad.

Creo que este momento de introspección al que nos invita la pandemia, es una gran oportunidad para animarnos a repensarlo todo. Es un momento ideal para animarnos a cambiar el punto de encaje y hacernos todas las preguntas necesarias para diseñar una nueva sociedad. Para cuestionarnos esta división artificial entre cultura y naturaleza. Para construir una nueva cosmovisión sistémica donde el todo es más importante que las partes y cuyo objetivo central es generar las condiciones conducentes a la vida.

Cada ser humano debería poder aportar a lo largo de su existencia a la construcción de un mundo más vivo y diverso del que recibimos al nacer. Para esto debemos observar las enseñanzas de la naturaleza, sus leyes, entenderla como una perfecta máquina de vida. Cuando logremos entendernos como partes de un mismo ecosistema global, podremos comenzar a diseñar, producir y actuar en armonía con todos los demás seres de la naturaleza.

Estamos en un punto de la historia de la humanidad donde se necesitan respuestas sistémicas y urgentes. En este contexto de crisis global, ya ni siquiera alcanza con “no hacer más daño”, porque ya mucho daño ha sido realizado, la humanidad ha entrado en la sexta oleada de extinción biológica en masa del planeta.

Por supuesto que la sustentabilidad es necesaria, pero ya no suficiente. Ya no constituye un fin en sí misma. Hoy es un puente, pero ya no un puerto de llegada. No alcanza con exigir “no contaminar más”. No es suficiente con incorporar hacia adelante el triple impacto positivo porque el daño a nuestra biodiversidad ya ha sido realizado, y hay que repararlo. Las necesidades de las futuras generaciones han sido seriamente comprometidas. El discurso (y la práctica) de la sustentabilidad debe dar un paso trascendental hacia la regeneración si quiere mantenerse como herramienta válida de transformación y estar a la altura de la crisis civilizatoria que vivimos.

Es necesario que cada actor de la sociedad dé un paso evolutivo, pueda observar el daño realizado, reflexionar sobre las causas, y comenzar un proceso interno de sanación. Porque no solo los bosques ya fueron talados, los suelos ya perdieron sus nutrientes, los océanos se convirtieron en cementerios de plásticos, y las aguas dulces contaminadas, sino que nuestros espíritus también perdieron el contacto con nuestra raíz natural y están adormecidos. Necesitamos nuevos marcos de pensamiento que nos ayuden a comprender y superar esta crisis de sentido. Los ecosistemas necesitan restaurarse, volver a la vida. En este proceso el rol humano puede ser determinante y, para ello, necesitamos aprender a diseñar del mismo modo que lo hace la naturaleza.

Es tiempo de meternos de lleno en un nuevo ciclo de regeneración de la vida. Cuando entendemos que formamos parte de un ser vivo que nos abarca, que somos interdependientes con el resto de los seres y que a la vez venimos de fábrica con esa capacidad innata de generar vida, todo se transforma. Imaginemos un segundo si pudiéramos observar y apreciar la realidad desde nuestras fortalezas, desde nuestra complementariedad, desde nuestra capacidad de desarrollarnos combinando las fortalezas propias con las de cada ser que nos rodea. Hay una pregunta que resume perfectamente esta mirada: ¿cuál es la riqueza que yo tengo para ofrecer?

Los problemas sistémicos y complejos requieren de soluciones sistémicas y complejas. Necesitamos poner en práctica formas de pensar distintas a las que nos han traído hasta acá. Porque las soluciones de ayer son muchas veces los problemas de hoy. Como punto de partida necesitamos el trabajo coordinado y colaborativo de todos los sectores de la sociedad para dar lugar a esta nueva cultura regenerativa. En este contexto, un gobierno consciente trabajaría en cada ámbito posible para crear todas las condiciones conducentes a la vida. Imaginemos, por ejemplo, cómo podría ser un nuevo sistema agrícola que ponga el foco en la diversidad, en fortalecer la riqueza de los suelos, en cuidar la salud del agua, en promover la soberanía alimentaria, en incentivar ecosistemas sanos y abundantes para cada ser.

Imaginemos una agricultura con agricultores. Imaginemos un sistema energético libre de contaminación basado absolutamente en energías renovables. Imaginemos nuestra forma de construir casas y edificios basada en biomateriales. Ciudades enteras emulando la abundancia, el funcionamiento y la salud a los ecosistemas. La biomimética como matriz de pensamiento para diseñar las nuevas tecnologías. Porque si efectivamente somos naturaleza, ¿por qué no diseñamos como la naturaleza? Imaginemos una educación que celebre nuestra diversidad, que nos enseñe a dialogar, a crear, a cooperar, a diseñar una nueva sociedad, a imaginar sin límites, a pensar sistémicamente, a redescubrir que somos únicos y perfectos, que somos naturaleza, que solo debemos aprender a identificar nuestros dones para lograr nuestra evolución personal y colectiva.

Imaginemos pasar de la cultura de la extracción y la depredación de los recursos naturales a una focalizada en la restauración y la regeneración. Podemos dejar los ecosistemas mejor de como los hemos recibido. Imaginemos pasar de una sociedad que se la pasa compitiendo a toda máquina a una que comparta sus talentos, que coopere en todos los sentidos posibles. Imaginemos avanzar hacia un nuevo modelo industrial que abandone la concepción lineal de producción y consumo por uno basado en procesos circulares, donde conceptos como la basura o la obsolescencia programada ya no existieran más.

Imaginemos pasar de la frustración y la queja, del modo víctima al modo facilitador del florecimiento colectivo. Porque una persona que se siente apreciada siempre va a hacer más de lo esperado. Porque somos simplemente parte inseparable de un gran ecosistema que solo puede funcionar bien si cada una de sus partes toma conciencia de sus riquezas, si cada una de sus partes logra sanar y aportar naturalmente a la salud del todo. Como decía el gran filósofo y ecólogo norteamericano Aldo Leopold: “Algo es correcto cuando tiende a preservar la integridad, la estabilidad y la belleza de la comunidad biótica; algo es incorrecto cuando hace lo contrario”

Este 2020 de pandemia llega como un gran tiempo de metamorfosis y vuelo hacia nuestro interior. En la antigua Grecia tenían dos formas de hablar del tiempo, el Chronos y el Kairos. Uno era la forma secuencial, cuantitativa y cronológica para hablar del tiempo. También utilizaban la palabra Kairos, para hablar de momentos especiales, únicos, donde la cultura avanza de forma cualitativa. Es como cuando la musa inspirada nos visita y logramos dar un paso hacia lo profundo. Estar en Kairos es estar en el momento preciso, en el cual te sentís en sintonía, alineado para hacer cualquier cosa que quieras.

En lo personal, percibo este tiempo de pandemia como un gran momento de Kairos. La enorme posibilidad de repensar todo. De resetearnos en todos los sentidos y dejar viejas capas atrás, nutrirnos de aquello que sí funcionó, profundizarlo y dejar lo que ya no sirve atrás, sin dualismos, entendiendo que es parte de un proceso evolutivo. Siento este tiempo de pandemia como un regalo perfecto para ayudarnos a activar lo que ya viene latiendo hace mucho.

La “nueva realidad” puede y tiene que ser una de mayor conciencia. Una que nos ayude a fortalecer nuestros espíritus. Para eso hay que visionarla, desearla, diseñarla y vivirla desde lo más íntimo a lo colectivo. Tenemos que construir colaborativamente un nuevo modelo de desarrollo, que se proponga resiliente, que nos conduzca a madurar como especie y generar las condiciones necesarias para que la vida pueda florecer en todas sus dimensiones. Las palabras del gran maestro Richard Buckminster Fuller lo sintetizan a la perfección: “La naturaleza es un sistema de autorregeneración totalmente eficiente. Si descubrimos las leyes que gobiernan este sistema y vivimos sinérgicamente dentro de ellas, la sostenibilidad acontecerá y la humanidad será un éxito. Estamos llamados a ser arquitectos del futuro, no sus víctimas… ”.

Es el tiempo perfecto para repensarlo todo, que no sea en vano.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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