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Los errores del Gobierno, que trajeron de vuelta la peor cara del COVID-19 Opinión

Los errores del Gobierno, que trajeron de vuelta la peor cara del COVID-19

Germán Silva Cuadra
Por : Germán Silva Cuadra Psicólogo, académico y consultor
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Vienen semanas muy difíciles. El virus llegó a la zona central, con 5 mil casos diarios y una positividad de la RM de 7 % ayer domingo. Podemos entrar a vivir algo similar al peor momento de 2020. Ojalá el Gobierno, y en particular el Presidente –a quien suele traicionarlo su estilo exitista–, opten por la prudencia cuando aún ni siquiera tenemos claro cuánto tiempo dura la cobertura de la vacuna, considerando que las cepas brasileña y británica causan estragos en Europa sin ninguna certeza de que el virus esté controlado. Faltan al menos cuatro meses hasta que alcancemos la inmunidad de rebaño, un tiempo suficiente para tener cuidado y dejar el triunfalismo de lado. Febrero se convirtió en el segundo mes con más contagios y fallecidos. Además, ser “los mejores” del mundo cuando llevamos casi 28 mil muertos –entre confirmados y sospechosos–, sirve de bastante poco para sus familias. 


Voy a ser claro. Creo que Enrique Paris no solo le cambió el rostro a la gestión de la crisis, sino que ha terminado, por convertirse en el único ministro bien evaluado de este Gobierno. Una paradoja, considerando que es el menos político de todos. Para desgracia de La Moneda, la percepción positiva de la gestión de la pandemia, los ciudadanos se la atribuyen casi íntegramente a Paris, traspasando muy poco al Gobierno. Por algo Piñera consigue apenas 14 % de aprobación, según los sondeos de Criteria y Activa Research recién conocidos –sospechosamente Cadem le atribuye 10 % más–, una diferencia de casi 40 puntos de la que obtiene el ministro de Salud. 

¿Pero por qué no se percibe un trabajo global del Ejecutivo? Porque se ha notado, de manera ascendente, la pugna entre el valor esencial de la salud vs. la economía y el exitismo. Para fortuna de Paris, aunque participe en las decisiones, sigue proyectando esa imagen del médico rural amable, educado, que genera confianza, el polo opuesto de su antecesor, Jaime Mañalich. Figueroa, en cambio, obsesionado con el regreso a clases presenciales; Allamand, errático y provocador; y Lucas Palacios, que demostró la total falta de empatía con un segmento sagrado del imaginario colectivo de los chilenos: los profesores. Piñera, por su parte, arrastra aún el 18/0, además de cometer errores icónicos que marcaron esta crisis: su intención de volver a la normalidad antes de tiempo, la detención en el monumento a Baquedano en plena cuarentena, sus paseos por Cachagua sin mascarilla y rematando con una puesta en escena muy arriesgada desde la llegada de las primeras vacunas. 

No cabe duda que Piñera vio en las vacunas una oportunidad para revertir su deteriorada imagen pública. Estuvo tres semanas de vacaciones, pero se las arregló para intervenir casi a diario, siempre vinculado al proceso de inoculación. Por supuesto que la estrategia escogida por Chile fue acertada –es indesmentible–, sin embargo, el Mandatario se volvió a traicionar a sí mismo, proyectando una salida del túnel antes de tiempo, considerando que la evolución del virus en Europa ha continuado sorprendiendo, incluso en los países con altos estándares de vacunación. Paris, en cambio, mantuvo prudencia, a pesar de que ha debido replicar el relato de La Moneda, ese de “somos los mejores del mundo”, que tanto le gusta al Jefe de Estado y que utilizó antes Mañalich. Pero a Paris se le perdona; a Piñera, no. ¿La diferencia? La confianza

Hace solo un par de meses, el panorama era muy distinto al que tenemos hoy. El virus seguía atacando con fuerza a los extremos del territorio, sin embargo, en un país centralizado como Chile, el Gobierno cometió el error comunicacional de empezar a hablar de “estabilidad” en las cifras para proyectar una percepción de control. Todo porque en la zona central –que agrupa el 70 % de la población– los números estaban mejor. Se creó una falsa sensación de seguridad, la que tuvo su punto culminante con la llegada de las vacunas. Una puesta en escena exagerada, en que Piñera recurrió a su estilo de siempre. De ahí provino el permiso de vacaciones, decisión que hoy permite entender la dramática alza que hemos tenido en estas semanas y que nos trajo de vuelta a las cifras que tuvimos en junio, en el peak anterior. 

El Gobierno siguió acentuando la sensación de que Chile tenía bajo control al virus. Su comunicación puso todas las fichas en la vacuna, señalando en su relato el alto porcentaje de personas inoculadas, sin embargo, cometió un error clave: se informaba principalmente de los vacunados en primera dosis. El Presidente incluso, el viernes pasado, resaltó que habíamos alcanzado los cuatro millones –“líderes en el mundo”–, pero la verdad es que el porcentaje real es de apenas el 2.5 % de la población. Esa era la cifra que debió resaltar la comunicación para poner un freno psicológico a la tentación del relajo.

Creo que el Primer Mandatario se jugó el todo por el todo con su estrategia. Mostrar control y confiar en que la proyección de liderazgo –gracias a las vacunas– tranquilizaría a la población. Pero eso, sumado al permiso de vacaciones, lo que hizo fue que la gente bajara la guardia. Y era esperable. Después de un año, en que todos estábamos viviendo la fatiga pandémica, se necesitaba una señal, un “permiso psicológico”. Y La Moneda lo entregó, consciente o inconscientemente. A lo que se sumó el anunció de regreso a clases, que terminó por confirmarles a las personas que todo estaba bien.

Tengo la impresión que La Moneda no solo cometió el error de traer de vuelta esa pesadilla que vivimos en la larga cuarentena del invierno pasado –algo olvidada–, sino que, además, no logrará capitalizar la exitosa estrategia de conseguir vacunas. Al Gobierno lo traicionó la ansiedad, adelantándose unos meses con algunas medidas, por exceso de confianza. Si el Presidente Piñera creyó que este era solo un tema de logística, suministro y distribución exitosa, significa que volvió a pensar en el modelo del rescate de “los 33”, porque agudizó la percepción de falsa seguridad. Creo que, lamentablemente para La Moneda, los errores cometidos en esta última etapa pueden borrar parte de los logros que sí tuvo en la etapa anterior, como el “Paso a Paso”. La imagen de un proceso queda marcada siempre por los momentos dramáticos y el tramo final.

El mejor ejemplo de esta ansiedad por capitalizar el éxito de conseguir vacunas y transmitir control y normalidad es el regreso a clases. En solo tres días, 43 colegios a nivel nacional tuvieron que cerrar sus puertas y partir a cuarentena. Una señal evidente que aún faltaban uno o dos meses para haber aplicado esa medida, y una decisión que volvió a tensionar la relación con los profesores, el Colegio Médico y, por supuesto, la comunidad escolar que incluye a millones de apoderados.

Claro que no todo es responsabilidad gubernamental. Una pandemia también requiere de un comportamiento y compromiso de la población, pero cuando se dan las señales equivocadas, no se puede culpar a la ciudadanía. Si miramos lo que está pasando en Europa –que vive otra ola dura, pese a tener un gran porcentaje de la población vacunada, lo que genera muchas dudas y despierta nuevos temores–, las restricciones se han mantenido pese a las protestas y molestia de muchos sectores, que con justa razón se rebelan por el impacto que han tenido. Chile flexibilizó el plan “Paso a Paso”, eliminando restricciones y eso también se ha reflejado en las cifras. Hoy usted puede ir a lugares cerrados como un casino, un mall o al cine sin problemas. 

Vienen semanas muy difíciles. El virus llegó a la zona central, con 5 mil casos diarios y una positividad de la RM de 7 % ayer domingo. Podemos entrar a vivir algo similar al peor momento de 2020. Ojalá el Gobierno, y en particular el Presidente –a quien suele traicionarlo su estilo exitista–, opten por la prudencia cuando aún ni siquiera tenemos claro cuánto tiempo dura la cobertura de la vacuna, considerando que las cepas brasileña y británica causan estragos en Europa sin ninguna certeza de que el virus esté controlado.

Faltan al menos cuatro meses hasta que alcancemos la inmunidad de rebaño, un tiempo suficiente para tener cuidado y dejar el triunfalismo de lado. Febrero se convirtió en el segundo mes con más contagios y fallecidos. Además, ser “los mejores” del mundo cuando llevamos casi 28 mil muertos –entre confirmados y sospechosos–, sirve de bastante poco para sus familias.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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