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Chile y la transformación de sus exportaciones primarias con una dosis alta de ciencia, tecnología e innovación Opinión Crédito: Reuters

Chile y la transformación de sus exportaciones primarias con una dosis alta de ciencia, tecnología e innovación

Sergio Arancibia
Por : Sergio Arancibia Doctor en Economía, Licenciado en Comunicación Social, profesor universitario
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En una visión de mediano o largo plazo, no es posible ver a Chile dejando de producir cobre, salmón, madera o frutas. La lucha por un nuevo modelo de desarrollo no pasa por luchar contra esos productos, sino por aumentar su productividad y su competitividad, y por producir todo aquello en un contexto de respeto al medio ambiente, de inclusión y de participación social, de reparto equitativo de los beneficios económicos de esas actividades y de generación de lazos de conectividad con empresas productoras de insumos y/o procesadoras de los bienes producidos. Para todo ello, la ciencia, la tecnología y la innovación son fundamentales.


Es suficientemente conocido que las exportaciones de Chile están constituidas básicamente por bienes primarios, entre los cuales destacan el cobre, las frutas, la madera y el salmón. Esta situación es la consecuencia de un modelo de desarrollo que descansa en las ventajas comparativas que el país pueda exhibir.

Las ventajas comparativas son aquellas que tienen que ver fundamentalmente con la dotación de recursos que abundan en cada país y en los productos que cada país está en condiciones de producir a partir de esa situación dada por la naturaleza. La generación de bienes primarios por una vía meramente extensiva genera procesos de agotamiento o deterioro de los recursos naturales y de deterioro del medio ambiente, con todas las consecuencias que eso tiene para el planeta, para los países y para las comunidades territoriales donde esos procesos tienen lugar.

Además, la capacidad de competir exitosamente en los mercados internacionales pasa a descansar crecientemente en recursos que se agotan, en naturaleza que se deteriora y en la baratura de la mano de obra local, cuestiones todas que se agotan y que son crecientemente rechazadas por la comunidad internacional, y por los propios mercados, como elementos determinantes de la competitividad.

Las ventajas competitivas, en cambio, son una búsqueda permanente de nuevas circunstancias, mediante las cuales los países puedan producir más y mejores bienes que el resto de los países, aumentando así su capacidad competitiva en los mercados internacionales.

Esta concepción de las ventajas competitivas requiere en forma imprescindible de una dosis alta de ciencia, tecnología e innovación, pues los nuevos productos, o la mejor calidad de los productos ya conocidos, pasa necesariamente por procesos de cambio que están precedidos por el desarrollo de la ciencia y la tecnología y por la utilización de esos procesos cognoscitivos en los procesos productivos reales y concretos de bienes y servicios.

En una visión de mediano o de largo plazo, no es posible ver a Chile dejando de producir cobre, salmón, madera o frutas. La lucha por un nuevo modelo de desarrollo no pasa por luchar contra esos productos, sino por aumentar su productividad y su competitividad, y por producir todo aquello en un contexto de respeto al medio ambiente, de inclusión y de participación social, de reparto equitativo de los beneficios económicos de esas actividades y de generación de lazos de conectividad con empresas productoras de insumos y/o procesadoras de los bienes producidos. Para todo ello, la ciencia, la tecnología y la innovación son fundamentales.

La ciencia es el descubrimiento de las leyes de movimiento de la naturaleza, o de sus relacionamientos más íntimos y permanentes. Aun cuando parezca raro decirlo, la ciencia no es un proceso de creación de algo nuevo, sino de descubrimiento o de visualización de cuestiones que han estado allí desde el inicio de los tiempos. Por eso, afortunadamente, el conocimiento científico no puede ser patentable.

La tecnología, en cambio es un proceso creativo mediante el cual se generan o se inventan nuevos bienes o nuevos procesos para producir los bienes ya conocidos. La tecnología es patentable, manejada a título de propiedad privada y se puede vender, comprar o alquilar en los mercados.

La innovación, finalmente, es el proceso concreto de aplicación o de utilización de esa tecnología en empresas y procesos productivos.

Esa trilogía de ciencia, tecnología e innovación constituye una ecuación en la cual ninguna de sus tres variables puede estar ausente. Si solo desarrollamos el conocimiento científico, podemos hacer un gran aporte a la humanidad, y los científicos comprometidos en ello pueden ser objeto de muchos reconocimientos nacionales o internacionales, pero todo ello tendrá poca trascendencia en términos de modificar el mundo en que vivimos, por lo menos hasta que ese conocimiento científico no genere conocimiento tecnológico. Como el conocimiento tecnológico se puede comprar y vender en los mercados internacionales, alguien podría pensar que la ciencia no es necesaria de desarrollar localmente y que bastaría con adquirir comercialmente la tecnología que se necesite. Una concepción de ese tipo convierte a los usuarios locales de la tecnología en meros “operadores” y en compradores de paquetes tecnológicos, pero sin real capacidad de crear o seleccionar tecnologías, ni de asimilarlas, adaptarlas, transformarlas o repararlas.

Desarrollar ciencia y tecnología, pero sin llegar a la fase de la innovación, es quedarse en las meras fases cognoscitivas, sin que los agentes económicos y sociales incorporen ese conocimiento a la cotidianidad de sus procesos productivos e incrementen por esa vía su producción, su defensa o protección del medio ambiente o la calidad de su vida. También esa actitud se sustenta en la idea de que lo importante es la producción de conocimiento científico y tecnológico, y que esa oferta se encontrará en algún momento, en el mercado o en algún recodo del camino, con alguien que quiera hacer uso de aquello. Es decir, la oferta genera su propia demanda, como en la economía clásica.

[cita tipo=»destaque»]Pero el desarrollo de la ciencia, la tecnología y la innovación no son gratis. Hay un espacio grande que se puede recorrer por la vía de la coordinación de la dispersión actualmente existente, pero al poco andar se tiene que potenciar la capacidad de acción de los centros que existen y/o enfrentar la creación de otros nuevos, lo cual requiere un Estado que valore el rol que pueden jugar la ciencia y la tecnología como grandes catalizadores de las transformaciones de nuestras exportaciones primarias, y que proporcione los recursos necesarios.[/cita]

En Chile hay cientos o miles de buenos talentos y capacidades en ciencia y tecnología, básicamente en el seno de las universidades, que dominan el conocimiento, en sus respectivos campos, a un nivel propio de los tiempos contemporáneos. La fase de la innovación, sin embargo, camina más lenta que lo anterior. La tercera variable de esa trilogía no está a la altura de las otras dos. Se hace necesario, por lo tanto, generar una imbricación sustantiva, institucionalizada y permanente entre el mundo científico y tecnológico y el mundo social y productivo.

Y no se parte de cero. Además de los centros de investigación universitarios, que serían largos de mencionar, existe, en el campo agrícola, el INIA, que tiene buena capacidad científica y experiencia en el campo de la extensión o de la innovación. Esta institución es responsable, por ejemplo, de la creación de nuevas variedades de especies vegetales adaptadas a nuestras condiciones geográficas y climáticas, pero sin el impulso y el apoyo estatal que se necesitaría. Hace falta, por lo tanto, convertir esa institución en el centro de una extensa red de ciencia, tecnología e innovación en el campo agropecuario, que coordine los esfuerzos públicos y privados, humanos, institucionales y financieros, que permitan un gran salto adelante en la producción y en la productividad agropecuaria.

En el campo forestal existe el INFOR, que tiene también grandes capacidades y experiencias. En el campo de la pesca y la acuicultura está el Instituto de Fomento Pesquero. Ambos organismos pueden ser el núcleo de una potente transformación tecnológica de esas áreas, sobre todo si se trabaja con la pequeñas y medianas empresas de cada sector. En el campo de la minería, a pesar del peso de esa actividad en la economía nacional, no existe un centro científico tecnológico que cree y coordine la innovación en ese campo, sin perjuicio de los centros universitarios que concentran importantes conocimientos, capacidades y experiencias.

No hay que perder de vista que la presente y futura minería no son solo las grandes empresas, sino que existe un sector importante de minería pequeña y mediana, que podría avanzar en su capacidad de innovación tecnológica si contara con los apoyos necesarios. Así también la agricultura no es solo las grandes viñas o los grandes exportadores frutícolas, sino que hay un campo inmenso de potencialidades para el desarrollo frutícola y ganadero, en la pequeña y mediana producción campesina.

Pero el desarrollo de la ciencia, la tecnología y la innovación no son gratis. Hay un espacio grande que se puede recorrer por la vía de la coordinación de la dispersión actualmente existente, pero al poco andar se tiene que potenciar la capacidad de acción de los centros que existen y/o enfrentar la creación de otros nuevos, lo cual requiere un Estado que valore el rol que pueden jugar la ciencia y la tecnología como grandes catalizadores de las transformaciones de nuestras exportaciones primarias, y que proporcione los recursos necesarios.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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