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Droga en Colombia, moralejas para Chile Opinión

Droga en Colombia, moralejas para Chile

Mario Waissbluth
Por : Mario Waissbluth Ingeniero civil de la Universidad de Chile, doctorado en ingeniería de la Universidad de Wisconsin, fundador y miembro del Consejo Consultivo del Centro de Sistemas Públicos del Departamento de Ingeniería de la Universidad de Chile y profesor del mismo Departamento.
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Aunque me duela decirlo, me he revolcado con este tema por muchos años, he llegado a la conclusión de que hay que legalizar la comercialización y el consumo de marihuana y cocaína para mayores de 18 años, en expendios especiales donde se las venda a una proporción ínfima del precio de los traficantes, con impuestos similares a los de alcohol y cigarrillos, y se registre a los compradores. A la inversa, cualquier acto de comercialización a menores, hasta de 3 pitos de marihuana, debiera ser condenado a penas de cárcel draconianas.


Historia #1

Por ahí del 2005, me tocó ir a un seminario realizado en la bella Cartagena de Indias, en la costa caribe de Colombia. En el avión de vuelta a Bogotá se atrasó el vuelo un par de horas y los cinco que lo esperábamos compramos un periódico para pasar el tiempo. El titular a ocho columnas era algo así como: “Grave atentado de los carteles deja cinco muertos y veinte heridos”. Con eso comenzó la conversación, y al poco rato un señor sentado a mis espaldas me dijo: “¿ustedes de veras quieren saber lo que pasa en Colombia?”. “Claro, por supuesto, véngase a conversar acá con nosotros”. Se paró este caballero, de ropa más bien modesta, y que rezumaba carisma por los cuatro costados. “Mucho gusto, soy xxx  (no recuerdo más), y soy el alcalde de la comunidad de Santa xxx, a 30 minutos en burro de la ciudad de Bucaramanga”.

Prosiguió: “Somos una comunidad básicamente agrícola, de ocho mil habitantes. Vean ustedes, en esos terrenos se da básicamente el frijol y el raspe, o sea la hoja de coca”. “A los precios actuales, una hectárea rinde mil dólares de frijol, y cinco mil dólares de raspe. Ustedes ¿qué harían? Además, para vender el frijol hay que llevarlo en burro a Bucaramanga, en cambio les retiran la coquita en su domicilio”. (Los narcos habían inventado el delivery hace mucho tiempo). Siguió con la ducha de información. “Fíjense además que mil dólares de coca en nuestros terrenos valen 5 mil en Bucaramanga, 10 mil en Bogotá, y 100 mil en Nueva York. Como ven, no somos nosotros los que nos quedamos con el dinero mayor”. “Aun así, con estos dineros los habitantes de Santa xxx llevan un muy buen pasar. Tenemos un nuevo consultorio médico, dos buenas escuelitas, alcantarillado, buenas calles”.

¿Cómo así?, preguntó un viajero. “Ah, fácil. El gobierno nos da una miseria, 6 dólares por habitante al año, y con eso se supone que yo debo proveerles todos estos servicios, lo cual es imposible. Entonces, los vecinos acordaron una especie de impuesto local. Me dan voluntariamente un 10% de sus ventas de coca, y con eso yo financio muy bien todos estos gastos. Además, no me mando solo. Ellos hacen una asamblea mensual en el municipio, y deciden en qué quieren que yo gaste sus dineritos”. ¡Wooow, democracia tributaria total! dijo alguien. “Así es. Lo único que me tienen prohibido es construir buenos caminos afuera del pueblo”. ¿Cóoomo? “Claro pues, no ve que así nos llegaría la policía o los parakos (paramilitares). Si tontos no son, pues”. Ya a estas alturas estábamos hipnotizados por este personaje, que bien podría haber salido de un cuento de García Márquez. Y remachó. “Lo que sí hice fue ponerles un impuesto municipal a las motos. Casi todos tienen una, y como no hay buenos caminos afuera del pueblo, se rompen la cabeza a cada rato, yo tengo que contratar un helicóptero para mandarlos a Bucaramanga, y eso me sale caro. Estuvieron muy de acuerdo, porque como les digo, tontos no son. Ya llevo 10 años en esto y he visto como prospera esta comunidad”.

Al despedirnos en la cola para subir al avión le pregunté: “¿Y usted qué hacía antes?”. “Fíjese no más, yo era el cura del pueblo, hasta que decidí que por ahí no iba a llegar a ninguna parte”. “Ah, y por cierto, cuando lleguen a Chile cuenten esta historia. Yo quiero que se sepa en todas partes”. Plop. Ahí me di plena cuenta de que «Cien Años de Soledad» era un retrato costumbrista.

Historia #2

Pocos años más tarde, me tocó ir a hacer una consultoría financiada por el BID, para la modernización de la gestión de la Procuradoría Nacional de Colombia, extraño ente que conjuntaba algunas funciones de Contraloría Nacional, con la del combate a las drogas. Llegamos un domingo por la tarde, y nos esperaba una camioneta blindada tipo Humvee. El chofer nos advirtió que por ningún motivo saliéramos del hotel en toda la semana, y que ellos nos recogerían el lunes a las 9 am. Woow. Sustito. A los narcos no les conviene una Procuradoría modernizada ni eficiente. A la entrada de la verdadera fortaleza que era y es la Procuradoría le pasaron espejos debajo del chassis al vehículo por si las moscas. Esa escena, y todo este trabajo, lo tengo grabado en mis lánguidas neuronas como si fuera una foto.

A la mañana llegamos, y me tocaba comenzar con un saludo protocolar al procurador nacional, cargo del mayor nivel, con autonomía incluso respecto del presidente. En la sala de espera se me acerca una secretaria y me comenta en voz muy baja: “Don Mario, le advierto que el procurador no está nada de bien. Le asesinaron hace algunos días a su esposa en la carretera Medellín Bogotá”. Woow, más susto e impacto ¿Qué contesta uno? Así entré, medio tembleque, a la oficina del procurador, le di mi pésame e intercambiamos breves palabras de cortesía. Al rato comenzamos una reunión de trabajo con el Vice Procurador, para planificar las labores. Una hora más tarde lo llaman, se para corriendo y nos dice que lo esperemos un ratico, como dicen allá. El ratico fue más de una hora, volvió compungido y pidiendo disculpas. “Disculpen ustedes, fíjense que tuve que ir corriendo a resolver un problema que es frecuente. El viernes, la procuradora regional de Santa Marta condenó a 20 años de cárcel a un traficante, y  ya comenzaron las amenazas de muerte. Tuve que organizar un operativo rápido para extraerla con helicóptero hasta Bogotá”.

Moralejas

Recién hoy aprovecho para divulgar estas historias. Hay moralejas, por cierto. La primera es que, si para competir con la coca alguien quintuplicara el precio del frijol, o de cualquier cultivo, no sacaría nada. Los narcos ofrecerían a los campesinos el doble por la coca, lo cual representa un mísero aumento de un 1% en el valor final del producto en las calles de Nueva York o Santiago. Lo mismo se aplica a cualquier eslabón de la cadena.

Son los transportistas e intermediarios los que se llevan la torta grande, pues como en cualquier teoría económica, son ellos los que asumen el elevado riesgo, con su vida o la cárcel. Pero cuando les resulta, como en la mayoría de las veces, se hacen millonarios, y su problema comienza a ser otro: el blanqueo de los dineros para que no los agarren los servicios tributarios, y la feroz competencia a tiros con otros carteles que les quieren arrebatar el lucrativo negocio.

La segunda moraleja, combatir en serio a los narcos pone en peligro la vida de quienes lo hacen en serio y sin dejarse corromper. Ciertamente Chile no es Colombia ni México, los países epicéntricos del flagelo de las drogas. Pero sin duda, en los últimos años los narcos han aumentado su esfera de influencia en Chile, no sólo en el tráfico o microtráfico de marihuana y cocaína, sino en otros negocios propios del crimen organizado, como la venta de “protección” mafiosa a los pequeños comerciantes, la fabricación o distribución de drogas sintéticas, y el tráfico ilegal de armas. Cualquier cosa prohibida o ilegal es buen negocio para aquellos dispuestos a asumir los riesgos.

¿Qué hacer en Chile? 5 «hay que»

1. Aunque me duela decirlo, me he revolcado con este tema por muchos años, he llegado a la conclusión de que hay que legalizar la comercialización y el consumo de marihuana y cocaína para mayores de 18 años, en expendios especiales donde se las venda a una proporción ínfima del precio de los traficantes, con impuestos similares a los de alcohol y cigarrillos, y se registre a los compradores. A la inversa, cualquier acto de comercialización a menores, hasta de 3 pitos de marihuana, debiera ser condenado a penas de cárcel draconianas.

2. Sólo así podremos hacer menos atractivo el negocio de los narcos, aunque lamentablemente ya están montando otros negocios ilegales. Por cierto, hay que prohibir —detestable legislación— la producción doméstica de “hasta tres plantas de marihuana” pues por ahí se cuela el consumo adolescente. La producción y/o importación de drogas solo podría hacerse en el estanco estatal que maneje todo este sistema. Aquí sí que me pongo en modo “full estatista”.

3. Hay que tratar el tema de la adicción al consumo de marihuana, cocaína u otras drogas abiertamente, como un problema de salud pública, ofreciendo amplio acceso a tratamientos, y sin convertir este problema en un estigma personal.

4. En cuarto lugar, y sin esto las dos primeras propuestas se invalidan, hay que ofrecer en gran escala el programa “islandés” de erradicación del consumo de alcohol y drogas en todos los municipios de Chile. Esta fórmula tuvo un gran éxito en el país de origen, donde lograron erradicar casi por completo estos problemas en adolescentes. Puede el lector revisarlo en este texto: Islandia, ejemplo global. “Con un modelo basado en la evidencia, Islandia logró disminuir el uso de sustancias psicoactivas en adolescentes en el transcurso de 20 años, presentando en la actualidad la tasa de consumo más baja en Europa”. Ya se está expandiendo a toda Europa vía el modelo Planet Youth.

5. Por último, y no menor, hay que crear una unidad especializada de la policía, fusionando los departamentos pertinentes de la PDI y Carabineros, dedicada al combate del crimen organizado en todas sus dimensiones, con una capacidad de inteligencia y despliegue de informantes tal y como se hace en países avanzados. 

Presidente Boric y Ministra Siches: ustedes tienen la palabra… y una enorme responsabilidad adicional sobre sus ya recargados hombros.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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