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Sobre parques y perros Opinión Crédito: Agencia UNO

Sobre parques y perros

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Patricio Olavarría
Por : Patricio Olavarría Periodista especializado en Política Cultural
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De todo se ha visto en el Parque de los Reyes: sexo, droga, violencia. ¿En dónde no?, me hago la pregunta. Estigmatizarlo es no quererlo. El parque es mucho más que todo eso. Es un espacio para cientos de familias que han llegado al sector por una mejor calidad de vida. Y un lugar de encuentro para la recreación y el turismo patrimonial, entre muchos otros atributos que lo hacen más que meritorio para una metrópoli como Santiago. Sus treinta años son una oportunidad para darle continuidad y protección.


Los perros no debían ladrar, y no ladraron.
(Julio Cortázar)

Los parques tienen un hermoso misterio. El visillo que una la realidad con la fantasía. Pero también el espíritu romántico o la tragedia. Todas las posibilidades están abiertas. En la ciudad de Santiago hay parques que están repletos de todo tipo de fábulas. Como un libro ilustrado de cuentos para niños. Desde las más benévolas hasta la maldad encubierta. Algunos son definitivamente obligatorios, como la Quinta Normal, el Parque O’Higgins o el Forestal. Y otros marcados por su ubicación geográfica o cierta impronta cultural. Enigmáticos a veces.

Julio Cortázar escribió “Continuidad de los parques” el año 1964. Un breve cuento que es parte del libro Final del juego. Esta vez el autor de Rayuela utiliza como gran excusan la figura del parque para narrar con maestría la pasión y el crimen. Seguramente todos hemos soñado más de una vez con un parque. Algunos son oscuros y otros luminosos y lúcidos. Hay parejas que juegan al ajedrez. Otros contemplan piletas con hojas secas o pequeñas esculturas conmemorativas; amantes se reúnen a escondidas. Todas siluetas, figuras –como diría el narrador argentino– que navegan en un océano surrealista.

Hace tres décadas se inauguró el Parque de los Reyes, con motivo de los quinientos años de la llegada de Colón a estas furtivas tierras. Desde la vieja Estación Mapocho, que en el siglo pasado fue destino casi obligado para llegar a Valparaíso, acompaña el cauce del río por la ribera sur. La misma estación que recibió con algarabía a la enorme Gabriela Mistral desde México en 1938. Imaginemos el sonido de las bocinas de aquellos añosos ferrocarriles que atravesaban la ciudad y sus lúgubres túneles de madrugada. Maquinistas alimentando el fuego y la caldera. Hay sombras que corren en la noche. Hombres y mujeres de blanco que venden pan amasado y dulces chilenos. Niños que corren tratando de encaramarse en una aventura y pobres que caminan a buscar refugio al río. Pero también hay perros, muchos perros.

Existen grupos como Amigos del Parque de los Reyes que han denunciado comercio irregular; la Fundación Deporte Libre (Silos) que busca mejorar la calidad de vida de la gente promoviendo prácticas como la escalada; un tradicional persa de muebles; una escultura en homenaje a Jackson Pollock de Federico Assler. Todos lugares que son parte del circuito cultural y de recuperación de espacios comunitarios. Es el denominado cordón barrio Balmaceda.

De todo se ha visto en el Parque de los Reyes: sexo, droga, violencia. ¿En dónde no?, me hago la pregunta. Estigmatizarlo es no quererlo. El parque es mucho más que todo eso. Es un espacio para cientos de familias que han llegado al sector por una mejor calidad de vida. Y un lugar de encuentro para la recreación y el turismo patrimonial, entre muchos otros atributos que lo hacen más que meritorio para una metrópoli como Santiago. Sus treinta años son una oportunidad para darle continuidad y protección.

El Parque de los Reyes adoptó a la Perrera Arte que es parte de su historia. El centro experimental y comunitario cumple 27 años. Un barco imaginario que navega a través de una geografía mítica entre prados verdes, atardeceres fulgurantes y perros. Compañeros irremplazables. Como argonautas, los perreros levantan sus faroles por las noches. Iluminan los atajos. Aúllan a la luna y gruñen al malicioso.

“La continuidad de los parques”, como escribió Cortázar, depende de las siluetas que vamos trazando entre sus árboles, enredaderas, cercos, colectivos y pequeños habitáculos. No es necesariamente una condición moral salvar un parque. No se trata del bien o del mal. Tampoco debe ser un ejercicio de fuerza. Los parques son necesarios. Los perros son necesarios. Si ladran, no muerden.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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