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Chile imposible Opinión

Chile imposible

El talón de Aquiles del actual Gobierno y de las fuerzas políticas que lo impulsan es, pues, que carecen de un proyecto guía de superación del capitalismo y de consolidación –en el largo plazo– de un ordenamiento social distinto y superior. El suyo no es, por ahora, un proyecto de avance civilizatorio sino solo de morigeración del dolor, lo que es valioso en lo inmediato, pero insuficiente y retrógrado si sirve para perpetuar el modo perverso de organización capitalista de la sociedad.


A fuerza de aspirar a lo imposible, la historia moderna ha oscilado entre la decepción hecha tragedia y la ciencia ficción hecha realidad. En lo que se refiere a nuestra historia reciente, posdictadura, el primer quiebre de la frontera de lo posible ha sido la redacción de una nueva Constitución por un organismo paritario, con cupos reservados para los pueblos originarios y con una democráticamente espléndida y fiel representación de nuestra diversidad social. Ayer un sueño multitudinario, hoy una realidad en pleno desarrollo.

Ese desborde de lo posible era refrendado con la elección de un nuevo Gobierno paritario que instalaba en el poder político a aquellas y aquellos que poco antes fungían de estudiantes idealistas sin remedio, y marchaban por las calles enfrentando al guanaco, chascones y alegres, sin tacos ni corbata. Creyendo humildemente emular más a Arturo Prat que a Michelle Bachelet, el Presidente imposible asumía su precandidatura a la Presidencia de la República para acabar, unos meses después, triunfando en las elecciones y desplazando a toda una pléyade de políticos y partidos que parecían eternos.      

La mentada conquista de imposibles no fue un milagro ni el resultado de la genialidad de alguien, sino el logro de un movimiento social reivindicatorio creciente e imparable que, hacia el fin de los 1990, comenzó a irrumpir por todos los poros de la sociedad chilena hasta culminar, por ahora, con el denominado estallido social y la marcha de las y los millones: paren el olor de los cerdos industrialmente masacrados en Freirina; dejen de contaminar aguas y glaciares desde Pascua Lama; devuelvan el combustible asequible a Magallanes; fin al lucro y a la segregación en la educación; no más AFP y sí a pensiones dignas; reconocimiento, autonomía y reparación a los pueblos originarios; igualdad con diversidad y cese al acoso y la violencia machistas; fin a la corrupción y al cinismo de las elites; verdad, justicia y reparación para las víctimas de la dictadura; Patagonia sin represas y no más destrucción ecológica y zonas de sacrificio; trabajo y salarios dignos, y distribución más igualitaria; derechos y dignidad para todas y todos.     

¿Y ahora qué?

La Convención Constitucional terminará su labor en unos meses y su alta representatividad, junto a los altos consensos que requiere para elaborar su propuesta, auguran que someterá a plebiscito un texto constitucional que será aprobado y expresará muchas de las principales aspiraciones del referido movimiento social. La voz del pueblo habrá por fin accedido a los altavoces institucionales, pero aún no sabemos cómo y por quién será escuchada.

En cuanto al flamante Gobierno, el Presidente Boric ha comenzado su mandato abrazando y reconfortando a destajo, física y simbólicamente, cual entrañable amigo, a los numerosos chilenos que tanto necesitan ese abrazo, hartos de penurias y de autoridades ensimismadas. Sabe, sin embargo, que el afectuoso abrazo simbólico que regala no bastará para satisfacer las aspiraciones del movimiento social que espera –de él y de su Gobierno– un mejor vivir perceptible y concreto en algunos de los ámbitos donde campea el agobio (crimen y seguridad ciudadana, salud, pensiones, igualdad de género, pueblo mapuche, etc.). Para ello, el movimiento social reivindicatorio depositó su confianza en estos jóvenes de la esperanza y entregó en sus manos el poder político que es un arma de muchos filos, porque les hace responsables y, al mismo tiempo, tiene por vocación corromperlos.

Lograr en pocos años anheladas mejoras concretas en la vida de las grandes mayorías será una difícil tarea porque requiere redistribuir –en alguna medida– poder y riqueza, e implementar una excelente gestión administrativa y política, desplegando mucha tenacidad con humildad y sabiduría. Ante las dificultades, los nuevos gobernantes corren el riesgo de caer en el tentador facilismo de culpabilizar a la oposición por los fracasos, abocándose a comunicarlo y a acomodarse en el poder. Solos podrán poco y acabarán descarriándose tras los cantos de sirena. Por ello –y porque el avance en las tareas indicadas es el anhelo y la necesidad de la abrumadora mayoría de la comunidad en que vivimos– corresponde y es menester que cada uno de nosotros los acompañe, apoye, coopere y esté atento y vigilante a su devenir. Cada uno en su ámbito y todas juntas en el ámbito de lo público. Grande y hermosa es esa tarea.

Pero, en realidad, la mayor amenaza existencial que enfrentan las nuevas fuerzas políticas protagónicas no es la de bajar los brazos, sino la de concretar algunas mejoras pero que estas acaben siendo solo ajustes necesarios para permitir que el capitalismo chileno siga impávido su curso. Porque ajustar para apuntalar al capitalismo equivale a ajustar para perpetuar formas de relación social –desigualdad, competencia egoísta y conflicto, utilización y abuso del prójimo, pleitesía a la acumulación y al consumismo–, que constituyen las bases causales de los males que sufre y lamenta el movimiento social que ungió a esas fuerzas políticas en el poder.   

El talón de Aquiles del actual Gobierno y de las fuerzas políticas que lo impulsan es, pues, que carecen de un proyecto guía de superación del capitalismo y de consolidación –en el largo plazo– de un ordenamiento social distinto y superior. El suyo no es, por ahora, un proyecto de avance civilizatorio sino solo de morigeración del dolor, lo que es valioso en lo inmediato, pero insuficiente y retrógrado si sirve para perpetuar el modo perverso de organización capitalista de la sociedad.

Pero las nuevas fuerzas políticas no están obligadas a devenir solo administraciones jóvenes y renovadas de lo mismo, y no lo devendrán si gobiernan haciendo de cada avance del presente un hito hacia un nuevo futuro; impulsando un despertar social multitudinario –cultural y político– que apunte hacia nuevos horizontes y trayectos civilizatorios para Chile. Y no se trata de repetir los errores y tragedias del pasado, sino de aprender de ellos para nunca repetirlos y para retomar el rumbo reivindicando lo mejor de lo humano: construyendo sin destruir ni avasallar, incluyendo sin amenazar ni violentar.

Comprometerse con un noble proyecto colectivo de largo plazo para la construcción de una próspera sociedad nueva y mejor –habitada por personas libres que vivan en armonía ecológica, se respeten mutuamente y cooperen solidariamente–, será asumir un necesario, digno y vitalizador desafío civilizatorio que también evitará que los jóvenes de la esperanza, a fuerza de participar en intrigas y resolver las crisis de turno, extravíen sus sueños y su norte entre las vanidades laberínticas del poder.

Doy, pues, mi modesto voto para que en estos tiempos de encrucijadas y esperanzas, el Estado, los partidos políticos, los constituyentes, las organizaciones sociales y culturales, los artistas e intelectuales y cada uno(a) de nosotros(as), tomemos parte en el desarrollo concreto, teórico y simbólico del proyecto civilizatorio; para que encaminemos a Chile hacia un mejor mañana, concretando, paso a paso, los más hermosos e imposibles sueños que a través de la historia, incansablemente, ha venido reivindicando la mejor potencia social de nuestra condición humana: “amarás a tu prójimo (y a tu adversario) como a ti mismo”; “libertad, igualdad y fraternidad”; “de cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades”.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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