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Buenas palabras Opinión

Buenas palabras

Agustín Squella
Por : Agustín Squella Filósofo, abogado y Premio Nacional de Ciencias Sociales. Miembro de la Convención Constituyente.
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La tentación por la desmesura se encuentra hoy a la orden del día y todos pareciéramos estar aplicando la fórmula que Oscar Wilde propuso para las tentaciones: ceder a ellas. Tal vez la única manera de no continuar cayendo en aquella tentación sea partir por evitar las desmesuras en el lenguaje que empleamos para relacionarnos unos con otros. En el primer Pleno de esta semana se escucharon algunas atinadas voces en tal sentido, incluida la del vicepresidente de la Convención, y haríamos bien en escucharlas y aceptar los llamados a la moderación del lenguaje. Si no queremos que a la hora del plebiscito de septiembre se formen auténticas barricadas, partamos por evitarlas ahora entre los constituyentes.


¿Quién de los convencionales no supo ya desde la campaña que, en caso de resultar elegido, iba a integrarse a un grupo de otras 154 personas con los más distintos orígenes, procedencias, ideas, creencias, interpretaciones del pasado, planteamientos sobre el futuro e intereses? Si una sociedad abierta es un avispero de todo lo anterior, ¿cómo no haber contado con que nuestra Convención Constitucional iba a ser un reflejo de esa inevitable y rica diversidad? Pues bien: habiendo ya transcurridos casi diez meses juntos, y encontrándonos en el momento crucial de nuestro trabajo, ¿cómo seguimos cayendo con tanta facilidad en la sordera, descalificación y a veces el insulto ante posiciones discrepantes de las nuestras? ¿Acaso la izquierda no sabía que en la Convención se encontraría con representantes de la derecha o acaso esta ignoraba que en la Convención habría variadas posiciones de izquierda?

No es solo una cuestión de tono –muchas veces altisonante y agresivo–, sino de palabras hirientes que se cruzan entre uno y otro de los varios sectores o colectivos de los que hay en la Convención y, lo que es peor, de frecuentes y también cruzadas acusaciones de faltas a la ética. Han proliferado los comisarios de lado y lado, muy severos al momento de juzgar a sus sectores opositores y extremadamente benevolentes a la hora de hacerlo con los propios. O sea, igual a lo que pasa en el resto del país.

Las palabras enardecen o suavizan nuestras relaciones y cuidarlas debidamente es una manera de mostrar recíproca consideración y respeto por nosotros mismos y ojalá también por los demás. Es igualmente una manera de cuidar a la propia Convención, que a cada rato calificamos de histórica, si bien que llegue realmente a serlo no depende solo de que sea paritaria, con escaños reservados para pueblos indígenas, elegida por votación popular, y que su tarea tenga le envergadura que posee. Depende igualmente de la calidad de nuestros debates y de la que el país demandará del texto final de la propuesta constitucional para decidir si aprueba o rechaza, a propósito de lo cual no está de más la siguiente recomendación: espere a tener el texto completo antes de formarse una opinión

Sabemos desde hace nueve meses que el país nos está mirando y que, a raíz de eso, está sacando tanto conclusiones favorables como desfavorables, y estas últimas, al menos en parte, podrían provenir de la forma en que por momentos nos estamos tratando unos a otros, tanto dentro como fuera de la Convención.

La tentación por la desmesura se encuentra hoy a la orden del día y todos pareciéramos estar aplicando la fórmula que Oscar Wilde propuso para las tentaciones: ceder a ellas. Tal vez la única manera de no continuar cayendo en aquella tentación sea partir por evitar las desmesuras en el lenguaje que empleamos para relacionarnos unos con otros. En el primer Pleno de esta semana se escucharon algunas atinadas voces en tal sentido, incluida la del vicepresidente de la Convención, y haríamos bien en escucharlas y aceptar los llamados a la moderación del lenguaje. Si no queremos que a la hora del plebiscito de septiembre se formen auténticas barricadas, partamos por evitarlas ahora entre los constituyentes.

No hay que ser un lector frecuente de libros sagrados para saber que el viento siembra tempestades. Las palabras pueden alcanzar la fuerza del viento, y, si nos damos cuenta de ello, lo mejor es parar. Parar para que no sobrevenga una tempestad, por transitoria que esta sea. Toda tempestad, corta o larga, deja siempre escombros que impiden el buen y seguro desplazamiento de las personas. La del lunes pasado fue corta, menos mal, y luego el Pleno trabajó muy bien el resto del día, pero ¿para qué aprovechar la cuenta del secretario de la Convención para proferir palabras ofensivas ante quienes tienen posiciones distintas a las nuestras? ¿Por qué en los recesos nos tratamos tan consideradamente y a veces tan mal en los plenos?

 Estamos aplicando la regla de los dos tercios y una de las condiciones para que ella funcione es el buen trato que nos demos dentro de la Convención.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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