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Una ética cordial Opinión

Una ética cordial

Agustín Squella
Por : Agustín Squella Filósofo, abogado y Premio Nacional de Ciencias Sociales. Miembro de la Convención Constituyente.
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 Alguna vez escuché decir a Norberto Bobbio esta enorme y hoy cada vez más desconocida verdad: “También hay bondad en la racionalidad”. Entonces, lo que en el terreno moral deberíamos tener es menos emotivismo y pasiones, menos doble estándar también, más moderación, y buscar una comunicación reflexiva en búsqueda de la justicia para todos y no solo para aquellos que reclaman en voz más alta que los demás. Gritarnos unos a otros en la cara que somos infractores de la ética solo puede banalizar a esta última.


¿Cómo no hablar hoy de ética? La palabra está en la boca de todos, si bien generalmente como algo que infringen solo los demás. Cuando se trata de uno o de un amigo, nos equivocamos, cometemos errores; pero cuando se trata de otros, especialmente rivales políticos, ellos incurren en gravísimas faltas a la ética que deben ser severamente reprobadas. Muy atentos en esto cuando se trata de los demás, casi nunca mostramos el mismo celo en el juzgamiento de nuestras propias conductas o de los grupos a que pertenecemos.

Ocurre también este otro fenómeno: hemos llegado a creer que prácticamente todos los comportamientos humanos tienen relevancia ética y que, por tanto, deben comparecer ante el tribunal de la ética, olvidando que basta con que algunas conductas sean juzgadas solo en el plano del derecho y aún en el de la simple urbanidad. Así como hemos inflado el ámbito del derecho penal –cada día más delitos y mayores penas–, estamos haciendo ahora lo mismo en el campo de la ética: todos, y por todo, deben hacer frente a esa dama especialmente severa y por momentos intimidante.

Sin ir más lejos, el extenso reglamento de ética de la Convención Constitucional contempla nada menos que cuarenta y siete –¡47!– faltas a la ética en que podrían incurrir los convencionales durante el limitado tiempo en que permaneceremos juntos. Que yo sepa, no llegan a 10 las denuncias ante el Comité que creó ese reglamento, lo cual muestra que las faltas a la ética no son cuestión de cada rato y ni siquiera de todos los días.

Está bien que hayan proliferado las éticas aplicadas a determinados oficios, prácticas y profesiones –ética médica, judicial, periodística, y hasta política y de los negocios–, puesto que es de esa manera que la pregunta central de la ética –¿qué es el bien moral y qué debe hacerse para realizarlo?– baja a terreno y analiza la corrección o incorrección al interior de determinados colectivos que, además de cumplir las normas jurídicas de su respectivo sector, deben hacerlo con pauta éticas que se han dado a sí mismos. Pero hay que tener cuidado con no exagerar y llegar a creer que hasta la manera como vistes o saludas son conductas  que deben ser pasadas por el tribunal de la ética. “Etizar” en exceso la vida de las personas es un camino que podría llevarnos directamente a la pérdida de la cordura, desconociendo el barro de que todos estamos hechos, y creyendo que todas nuestras conductas deberían ser juzgadas desde la perspectiva del más exigente de los órdenes normativos: el de carácter moral.

Otra de las cosas que nos ha pasado en la Convención ha sido el constante ping-pong moral entre parte de la derecha y parte de la izquierda, acusándose mutuamente de no tener ética, y apropiándose cada uno de esos sectores, abusivamente, de una palabra en nombre de la cual impugnar constantemente a los opositores en ideas políticas y jamás a los propios.

La filósofa española Adela Cortina, que ha estado varias veces en Chile hablando de estos temas, publicó recientemente Ética cosmopolita. Sencilla y clara, a la vez que aguda y sensible, la autora se comunica muy bien con sus lectores, y en su nuevo libro aboga por reforzar una gobernanza global en nombre de lo que asemeja y no diferencia a quienes habitamos este planeta. Una ética cosmopolita, entonces, y también cordial, esto es, compasiva, dando a la palabra «compasión» un alcance mayor al de simple conmoción y acompañamiento del que sufre y que tiene que ver con la virtud de la justicia y la pareja dignidad o valor que nos reconocemos unos a otros.

Alguna vez escuché decir a Norberto Bobbio esta enorme y hoy cada vez más desconocida verdad: “También hay bondad en la racionalidad”. Entonces, lo que en el terreno moral deberíamos tener es menos emotivismo y pasiones, menos doble estándar también, más moderación, y buscar una comunicación reflexiva en búsqueda de la justicia para todos y no solo para aquellos que reclaman en voz más alta que los demás. Gritarnos unos a otros en la cara que somos infractores de la ética solo puede banalizar a esta última.

Bondad en la racionalidad… Como para pensarlo, ¿no?

   

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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