
¿Cómo no hablar hoy de ética? La palabra está en la boca de todos, si bien generalmente como algo que infringen solo los demás. Cuando se trata de uno o de un amigo, nos equivocamos, cometemos errores; pero cuando se trata de otros, especialmente rivales políticos, ellos incurren en gravísimas faltas a la ética que deben ser severamente reprobadas. Muy atentos en esto cuando se trata de los demás, casi nunca mostramos el mismo celo en el juzgamiento de nuestras propias conductas o de los grupos a que pertenecemos.
Ocurre también este otro fenómeno: hemos llegado a creer que prácticamente todos los comportamientos humanos tienen relevancia ética y que, por tanto, deben comparecer ante el tribunal de la ética, olvidando que basta con que algunas conductas sean juzgadas solo en el plano del derecho y aún en el de la simple urbanidad. Así como hemos inflado el ámbito del derecho penal –cada día más delitos y mayores penas–, estamos haciendo ahora lo mismo en el campo de la ética: todos, y por todo, deben hacer frente a esa dama especialmente severa y por momentos intimidante.
Sin ir más lejos, el extenso reglamento de ética de la Convención Constitucional contempla nada menos que cuarenta y siete –¡47!– faltas a la ética en que podrían incurrir los convencionales durante el limitado tiempo en que permaneceremos juntos. Que yo sepa, no llegan a 10 las denuncias ante el Comité que creó ese reglamento, lo cual muestra que las faltas a la ética no son cuestión de cada rato y ni siquiera de todos los días.
Está bien que hayan proliferado las éticas aplicadas a determinados oficios, prácticas y profesiones –ética médica, judicial, periodística, y hasta política y de los negocios–, puesto que es de esa manera que la pregunta central de la ética –¿qué es el bien moral y qué debe hacerse para realizarlo?– baja a terreno y analiza la corrección o incorrección al interior de determinados colectivos que, además de cumplir las normas jurídicas de su respectivo sector, deben hacerlo con pauta éticas que se han dado a sí mismos. Pero hay que tener cuidado con no exagerar y llegar a creer que hasta la manera como vistes o saludas son conductas que deben ser pasadas por el tribunal de la ética. “Etizar” en exceso la vida de las personas es un camino que podría llevarnos directamente a la pérdida de la cordura, desconociendo el barro de que todos estamos hechos, y creyendo que todas nuestras conductas deberían ser juzgadas desde la perspectiva del más exigente de los órdenes normativos: el de carácter moral.
Otra de las cosas que nos ha pasado en la Convención ha sido el constante ping-pong moral entre parte de la derecha y parte de la izquierda, acusándose mutuamente de no tener ética, y apropiándose cada uno de esos sectores, abusivamente, de una palabra en nombre de la cual impugnar constantemente a los opositores en ideas políticas y jamás a los propios.
La filósofa española Adela Cortina, que ha estado varias veces en Chile hablando de estos temas, publicó recientemente Ética cosmopolita. Sencilla y clara, a la vez que aguda y sensible, la autora se comunica muy bien con sus lectores, y en su nuevo libro aboga por reforzar una gobernanza global en nombre de lo que asemeja y no diferencia a quienes habitamos este planeta. Una ética cosmopolita, entonces, y también cordial, esto es, compasiva, dando a la palabra "compasión" un alcance mayor al de simple conmoción y acompañamiento del que sufre y que tiene que ver con la virtud de la justicia y la pareja dignidad o valor que nos reconocemos unos a otros.
Alguna vez escuché decir a Norberto Bobbio esta enorme y hoy cada vez más desconocida verdad: “También hay bondad en la racionalidad”. Entonces, lo que en el terreno moral deberíamos tener es menos emotivismo y pasiones, menos doble estándar también, más moderación, y buscar una comunicación reflexiva en búsqueda de la justicia para todos y no solo para aquellos que reclaman en voz más alta que los demás. Gritarnos unos a otros en la cara que somos infractores de la ética solo puede banalizar a esta última.
Bondad en la racionalidad… Como para pensarlo, ¿no?
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