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El “nuevo Chile” en la percepción internacional Opinión

El “nuevo Chile” en la percepción internacional

Jorge G. Guzmán
Por : Jorge G. Guzmán Profesor-investigador, U. Autónoma.
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Hoy Chile no es un “modelo a tener en cuenta”. En el mejor de los casos es un “nuevo experimento” de la “nueva izquierda” y/o “un destino” para inversiones que, como en los casos de China y Canadá, se focalizan en sectores rentables como la minería y las energías renovables. Por inercia es “un destino” para ecoturistas interesados en la biogeografía del extremo norte y la zona austral, que a comienzos de la temporada 2022-2023 han permanecido inaccesibles por una prolongada e internacionalmente publicitada huelga de guardaparques.


Chile es “distinto”

La embajadora de Estados Unidos se ha visto en la situación de comentar afirmaciones del Presidente Gabriel Boric respecto a que Chile “defenderá su autonomía política”, a saber, que su Gobierno no tomará partido en el enfrentamiento global entre Beijing y Washington.

Toda vez que –en sentido estricto– nuestra “autonomía política” no está amenazada, la embajadora debió contextualizar esas afirmaciones, precisando que su país no tiene intención de “obligar” a Chile a “escoger” entre su modelo y el modelo chino.

De interés es que este impasse creó la circunstancia para que la propia diplomática recordara que ella acaba de asumir sus obligaciones después de que, por espacio de tres años, su embajada permaneciera sin Jefe de Misión titular. Ni diplomática ni política, el detalle no es menor.

Uno podría interpretar que la ausencia de un embajador estadounidense en Santiago resulta –verbigracia– de la ausencia de motivos urgentes para que el Gobierno norteamericano, cualquiera sea, se preocupara por nombrar un embajador en Chile. Desde esa misma interpretación podría concluirse que, visitas más y declaraciones menos, para la política global estadounidense Chile no es prioritario.  Ello, porque –como se  diría en términos futbolísticos– luego de ser una “gran promesa”, nuestro país se estancó en la “mitad de la tabla”.

Si durante algún período Chile se distinguió como una anomalía positiva en un continente que –pasados dos siglos– no cumple con las promesas de los próceres que ganaron la Independencia, esa singularidad terminó por desvanecerse con el “estallido social” de 2019.

Con su abanico de “banderas identitarias” (asociadas a un variopinto universo de “minorías”) y su extenso componente de vandalismo recreativo, la “revuelta” (como algunos pretenden tipificarla) no solo paralizó de miedo e incompetencia al equipo político del Gobierno anterior, sino que, al casi desarticular a los partidos tradicionales, despejó el camino para el triunfo de “la nueva izquierda”. Para ese último sector de la política chilena, el caos impuesto por grupos minoritarios se explicaba bajo la hipótesis de “la rabia acumulada”. Bajo esa premisa resultaba “comprensible” la destrucción de propiedad pública y privada, mientras se atribuía la responsabilidad a las policías y a los militares, ergo, al Estado. La televisión, las redes sociales y los observadores extranjeros tomaron nota.

Mirado desde el exterior, el fenómeno político-social de 2019 (con la aparejada suspensión de la COP25 en Santiago), parecen haberse entendido como una “profunda crisis de identidad” de un país al que se le suponían características especiales de unidad nacional y consenso político. Una conclusión preliminar indicaría que, si por las razones que fueran, en 2019 Chile ingresó en un período de crisis estructural (para algunos, “agotamiento del modelo”), entonces, cualitativamente hablando, nuestro país ya no es distinto de los otros de la región.

El nuevo Chile

Más allá de la visible desigualdad (somos un país cuya población exhibe su nivel de satisfacción demostrando su “capacidad de consumo”), tratando de explicarse el fenómeno de 2019, en el “armario chileno” los observadores externos encontraron casos de fraude al fisco a los que se vinculan altos mandos de las policías y de algunas Fuerzas Armadas, el bajísimo índice de credibilidad del que gozan jueces y fiscales, los crecientes niveles de criminalidad y violencia (incluida la consolidación del crimen organizado en nuestras principales ciudades), además de la violencia terrorista que impera entre el Biobío y Los Ríos.

Quizás por la inercia de la “imagen país” construida a partir de 1990, hasta entonces Chile aún era percibido como una “democracia madura” de instituciones sólidas, con una baja conflictividad social, y ajeno a los vaivenes del estado anímico de sus gobernantes. Todo eso cambió a partir de 2019.

Si bien con sus prolongados meses de encierro el COVID-19 contribuyó a disminuir la conflictividad en las calles, la “agenda refundacional” con la que la administración Boric llegó al poder no solo volvió a preocupar “a los inversionistas”, sino que también alertó a otros sectores que percibieron que el escenario de conflicto de 2019 podía repetirse. In extremis esos temores fueron en parte contenidos después que el propio Jefe de Estado se allanara a que, para dar “tranquilidad a los mercados”, un economista ligado a “la vieja izquierda” asumiera el Ministerio de Hacienda. Para parte de la base política del Gobierno, este hecho fue equivalente a “un primer autogol”.

Enseguida ocurrió el proceso constituyente, del cual –en el oído y la retina del observador extranjero– quedan discursos en mapudungun, disfraces de la diputada Jiles y de la “Tía Pikachú”, y “el caso” del “influencer” Rojas Vade, todos “líderes nuevos” que testimoniaron al mundo cuánto ha cambiado Chile.

La fallida visita de una ministra a un “territorio recuperado” por un grupo de violentistas (Temucuicui, en el que antes había sido emboscada una partida de cientos de funcionarios de la PDI) y el descuidado uso de la expresión “Wallmapu”, contribuyeron a una confusión que ni siquiera la reciente visita del Presidente a La Araucanía ha logrado aclarar. En la práctica, ya hay países que aconsejan a sus ciudadanos no viajar a ciertos lugares de Chile, algo que hace solo 10 años habría causado conmoción en el conjunto de nuestra sociedad. Hoy esto es apenas “otro hecho de la causa”.

A la imagen de país predecible, ergo, confiable, tampoco contribuyeron los bullados gafes diplomáticos con el rey Felipe VI y el embajador de Israel, atribuibles al estado anímico del Presidente. Otra vez “mirados desde fuera”, esos incidentes reforzaron la percepción de que “Chile está cambiando”.

Igualmente sintomáticas resultaron las dudas y contradicciones que rodearon la compleja ratificación del llamado TPP11, y la falta de voluntad política clara para “modernizar” el Acuerdo de Asociación con la Unión Europea. Mientras el primer instrumento refiere a nuestra plena participación en una instancia de cooperación económica avanzada, de la cual el país es “coautor”, la segunda refiere a un tratado con 27 países con los que –al menos en la letra– compartimos un concepto de orden mundial basado en, otra vez, la predictibilidad y la transparencia.

“Echando a perder se aprende”

La candidez con la que el propio Presidente Boric ha asumido las enormes complejidades del ejercicio del Gobierno está resumida en su ya célebre “otra cosa es con guitarra”, una “confesión de parte” obligada luego de la aplastante derrota en el plebiscito de septiembre pasado, equivalente a reconocer que el Gobierno no está en condiciones de “refundar el país”. Mientras esta ha causado cierto alivio en la oposición, en el oficialismo –y citando al propio Mandatario– terminó por “quebrar las confianzas”. Algunos insisten en que, a estas alturas, a Chile hay que tomárselo en tono semiserio.

El deterioro de la percepción internacional de Chile no se detiene en la macropolítica. A ello, entre muchos ejemplos, hay que sumar la confusión generada entre un importante proyecto de inversión en “hidrógeno verde” en Magallanes y los servicios públicos reguladores, o el impacto acumulativo del turismo delictual que, a vista y paciencia de nuestras autoridades, con pasaporte chileno en mano, practican bandas de antisociales dedicadas a robar en Europa y Estados Unidos. Esta última “actividad” incluso emplea a menores de edad chilenos que han alcanzado cierta “notoriedad” en sitios tales como el metro de Londres.

En esta misma línea puede incluirse el “papelón” generado por la dirigencia del fútbol nacional para acceder al mundial de Qatar vía una querella contra el fútbol ecuatoriano. Después de meses de atraer la atención sobre nuestro país, ese recurso fracasó bulladamente generando, entre otras cosas, las burlas de los hinchas de Ecuador trasmitidas urbi et orbi por televisión durante la inauguración del torneo. “Todo suma” en contra de la imagen internacional de Chile.

La derrota del candidato chileno a presidir el Banco Interamericano de Desarrollo es parte de esta tendencia, y no debe confundirse con el interés de actores tan distintos como Xi Jinping o Justin Trudeau por establecer “una relación especial” con Gabriel Boric. Nadie debe engañarse: lo que preocupa a ambos líderes es la estabilidad de sus inversiones en nuestro país, al menos teóricamente amenazadas por la confusión con la que funcionan ciertos servicio públicos e, incluso, el estado anímico del propio Mandatario.

Hoy Chile no es un “modelo a tener en cuenta”. En el mejor de los casos es un “nuevo experimento” de la “nueva izquierda” y/o “un destino” para inversiones que, como en los casos de China y Canadá, se focalizan en sectores rentables como la minería y las energías renovables. Por inercia es “un destino” para ecoturistas interesados en la biogeografía del extremo norte y la zona austral, que a comienzos de la temporada 2022-2023 han permanecido inaccesibles por una prolongada e internacionalmente publicitada huelga de guardaparques.

Problema estructural para la diplomacia chilena

Estamos en presencia de un problema político nuevo y complejo, que no se resuelve con una campaña de marketing, y que dificultará la acción internacional del país. Si el Gobierno piensa que una “política internacional de prestigio” con énfasis en un color del arcoíris resolverá el asunto, no hará sino tratar de “tapar el sol con un dedo”.

Somos parte de un mundo superconectado, en el que las imágenes y las percepciones se forman instantáneamente. No hay discurso ni gira presidencial que pueda contrarrestar la imagen de una iglesia ardiendo en Santiago, o aquellas de una larga fila de camiones bloqueando la carretera panamericana luego de un atentado terrorista en las proximidades de Temuco. Nuestra Política Exterior debe asumir esta nueva realidad, y permanecer alerta para que la disminución relativa de nuestra influencia no afecte áreas de importancia estructural para el interés de largo plazo del país.

Mientras en el exterior a Chile se le siga percibiendo como un país con “problemas de brújula”, nuestra primera línea de defensa –la diplomacia– debe estar atenta al oportunismo de algunos actores bien conocidos, y avanzar –por qué no– en “temas solucionables”, como el análisis consular de fondo para fortalecer nuestra política de inmigración ilegal y la colaboración internacional para el control efectivo de las zonas de frontera, o el monitoreo de bandas de “internacionales chilenos“ que roban en países del hemisferio norte y que, in extremis, podrían motivar la revisión de tratados sobre exención de visas.

El resto, el problema de fondo, es un problema del conjunto de la sociedad chilena. Mientras nuestra convivencia no mejore y el país, con o sin nueva Constitución, no reencuentre “su norte”, la percepción de Chile en el exterior seguirá marcada por signos de duda y preocupación. Del “jaguar” no quedan ni las pintas.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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