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Monumento de  Aylwin como visibilización e invisibilización cultural Opinión

Monumento de Aylwin como visibilización e invisibilización cultural

Samuel Toro
Por : Samuel Toro Licenciado en Arte. Doctor en Estudios Interdisciplinarios sobre Pensamiento, Cultura y Sociedad, UV.
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La monumentalización conlleva un doble discurso: el de visibilizar una retroactividad en la búsqueda de los procesos de modelización político-económica concertacionista, al menos en la representación simbólica para un intento tranquilizador moderado que no remueve los principios estratégicos de la derecha empresarial, y segundo, el de invisibilizar las complicidades golpistas y los acuerdos de toda la camada de gobiernos que se han acomodado en el ejercicio político del poder tradicional, en un país que nunca le ha tocado un pelo al poder corporativo económico, al cual no le interesa, y tampoco le conviene, la profunda transformación sociocultural desde sus bases.


La reciente inauguración de la escultura, puesta como monumento, de Patricio Aylwin por parte del Gobierno chileno actual, obedece a una continuidad programática de la Fundación Patricio Aylwin Azócar desde el 2018, a través de la Ley de Donaciones Culturales por medio de un concurso público que se adjudicó el escultor Cristián Meza. La continuidad directa es desde el Gobierno anterior (Piñera), de ahí la especial invitación a la inauguración de la escultura al ex Presidente.

Es interesante constatar dos aspectos generales sobre una aceptación y rechazo moderno de las lecturas de significado a través de los significantes que emplazan, hasta el día de hoy, estéticamente los intentos de continuidades históricas y, a la vez, de las borraduras de esta. Esto no es es algo nuevo en la historia de los monumentos, pero se hace relevante cuando se compara una progresión del conservadurismo político que el actual Gobierno acepta y la creciente cantidad mundial de rechazo violento a estas representaciones en los espacios públicos como neoiconoclastía de rebelión contra una inaceptada modernidad continuadora de los signos perpetradores de injusticias (colonialistas, poscolonialistas, dictatoriales, totalitaristas, etc.).

Una reflexión sobre esto, titulada La destrucción de los íconos escultóricos, la escribí para El Mostrador el 2020. Recordemos que la monumentalidad política es una continuidad de la religiosa, la cual tiene bases en el uso de los objetos técnicos del arte de acuerdo a las necesidades de perpetuidad de los intentos, prehistóricos e históricos, vinculados al poder. En este último sentido, las “caídas” de los monumentos han sido institucionales o populares. Una no es, necesariamente, excluyente de la otra.

Cuando se trata de la invisibilización o visibilización histórica desde la institucionalidad del poder político profesional –en este caso de un Gobierno– las reflexiones en torno al gesto político no son por lo general complejas, toda vez que las intenciones comunicativas son lineales, es decir, se dirigen (o intentan hacerlo) a una recepción pasiva sobre la valoración que el “poder” de turno ha escogido comunicar. Aquí, también, se encuentran los principios base de una planificación y aceptación de un programa ideológico, el cual se evidencia en una especie de desesperada búsqueda de una modelización concertacionista para intentar mostrar los signos hacia una especie de ánimo nostálgico de pseudobienestar económico de menos de 30 años.

El uso del término “de lo posible”, por parte del actual Presidente, muestra sus propias limitaciones de alcance, pues esto siempre será lo conocido, lo cual, lamentablemente, no conlleva, hoy, parte de las urgencias de mundo que conminan hacia la superación de modelos de sistemas que hace bastante nos han mostrado su fracaso humanista, lo que va en paralelo con las crisis de las humanidades en los sistemas de conocimientos y sus alcances sociales, donde, justamente, la búsqueda de lo desconocido se coarta.

Entonces, es a través de este gesto estético-institucional que se consagra la visibilización histórica del primer Presidente electo en democracia para una transición pactada con la anterior dictadura cívico-militar, en lo que debía concernir, particularmente, a la conservación y consolidación del modelo neoliberal, y esto “sin mencionar” el rol activo que tuvo la DC en el golpe militar, donde Aylwin fue un actor clave. Los retornos democráticos, en este sentido, se conformaron sobre la base de estrategias político-económicas y acuerdos que toda la continuidad de los gobiernos precedentes aceptaron, incluyendo al actual, el cual, con su ejercicio monumentalista/religioso, reivindica los inicios de ese proceso.   

En este sentido, la monumentalización conlleva un doble discurso: el de visibilizar una retroactividad en la búsqueda de los procesos de modelización político-económica concertacionista, al menos en la representación simbólica para un intento tranquilizador moderado que no remueve los principios estratégicos de la derecha empresarial, y segundo, el de invisibilizar las complicidades golpistas y los acuerdos de toda la camada de gobiernos que se han acomodado en el ejercicio político del poder tradicional, en un país que nunca le ha tocado un pelo al poder corporativo económico, al cual no le interesa, y tampoco le conviene, la profunda transformación sociocultural desde sus bases.         

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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