Publicidad
¿Exámenes psicológicos o test de sentido común para nuestros parlamentarios y parlamentarias? Opinión

¿Exámenes psicológicos o test de sentido común para nuestros parlamentarios y parlamentarias?

Germán Silva Cuadra
Por : Germán Silva Cuadra Psicólogo, académico y consultor
Ver Más

Un grupo de parlamentarios negocia durante largos 84 días para encontrar un acuerdo que permita dar continuidad al proceso constituyente. Sin embargo, terminan informando a la ciudadanía que fueron incapaces de acercar posiciones y optaron por presentar cuatro proyectos distintos –uno por cada actor participante de las negociaciones–, y que esperan que un “comité técnico” o un “cónclave” decida por ellos. Por cierto, no dicen quiénes integrarían esas instancias, ni cómo funcionarían, ni menos cómo tomarían la salomónica decisión. Y, por supuesto, el “cónclave” no se realiza y pasa otra semana sin acuerdo.


Luego del –lamentable y vergonzoso– espectáculo que hemos observado en el último tiempo en el Parlamento, especialmente en la Cámara de Diputadas y Diputados, diversos actores plantearon, durante la semana pasada, la necesidad de incluir una evaluación psicológica para quienes están a cargo de elaborar las leyes que rigen al país. Lo cierto es que la gota que rebalsó el vaso fue el momento de descontrol que sufrió el diputado Gaspar Rivas (PDG), quien procedió a insultar duramente a otros parlamentarios… de su propio partido. Pero no es la primera vez que el ex RN muestra conductas, a lo menos, inquietantes, considerando el cargo que ocupa. Rivas ha grabado videos llorando y se ha disfrazado de sheriff, entre otras curiosidades.

Pero no es el único. Alinco se descontroló a tal nivel durante un debate, que llegó a amenazar a la directiva de la Cámara. ¿El problema? Sus propios colegas denunciaron que el diputado –que tiene un largo historial de eventos muy poco decorosos– estaba algo pasado de copas. Claro, a las dos de la tarde. Gonzalo de la Carrera, por su parte, ha protagonizado desde golpizas hasta insultos varios a otros parlamentarios, pasando por burlas hacia la condición sexual de quienes comparten el hemiciclo con él. Una doctora-parlamentaria suele hacer diagnósticos psiquiátricos en público. Una periodista que ha intentado volar con una capa lila presentó, por enésima vez, el mismo proyecto –curiosamente con Alinco y Rivas– y las emprende ahora contra el Presidente Boric. Y un diputado ultraconservador intenta explicar por qué su señora usa sus vales de bencina.

Un grupo de diputados de oposición patrocina un proyecto para censurar a 13 presidentes de comisiones, liderados por… De La Carrera. Una simple triquiñuela técnica para quitarles el poder a los(as) otros(as). Kaiser renuncia al Partido Republicano después de usar lenguaje degradante hacia las mujeres. De la Carrera es separado también del partido, pero ambos aparecen después como voceros de la colectividad en todos los puntos de prensa. Tres diputados del PDG son sancionados por cumplir con la palabra empeñada y reciben un duro juicio ético por parte del líder de dicha tienda, quien vive en Estados Unidos y que no puede entrar a Chile por una demanda por pensión de alimentos.

Y no es todo. Una senadora viaja por dos meses a terminar sus estudios a España, dejando botado su trabajo. Tres senadores oficialistas se ausentan el día de una votación clave para designar al Fiscal Nacional y le propinan una dura derrota a Boric. Cruz-Coke le arrienda a su exsocio una oficina de lujo por 2 millones al mes para que sea su “oficina parlamentaria” –en el sector alto de la capital– y, cuando una periodista lo arrincona, dice que debe ser un error del conserje. Los miembros de Demócratas, Walker y Rincón, rinden más de 4 millones c/u al mes por concepto de “traslación”. El senador Chahuán llega a un encuentro, en que se busca acuerdos en torno a la seguridad, con una guitarra para burlarse de sus anfitriones. Unos días después, el mismo parlamentario sale mencionado en una investigación de Ciper –por suerte existen medios investigativos– por mal uso de la tarjeta de bencina (beneficio utilizado por su señora) durante la campaña del Rechazo.

Un grupo de parlamentarios negocia durante largos 84 días para encontrar un acuerdo que permita dar continuidad al proceso constituyente. Sin embargo, terminan informando a la ciudadanía que fueron incapaces de acercar posiciones y optaron por presentar cuatro proyectos distintos –uno por cada actor participante de las negociaciones–, y que esperan que un “comité técnico” o un “cónclave” decida por ellos. Por cierto, no dicen quiénes integrarían esas instancias, ni cómo funcionarían, ni menos cómo tomarían la salomónica decisión. Y, por supuesto, el “cónclave” no se realiza y pasa otra semana sin acuerdo.

¿Y cuál es, entonces, la diferencia entre los que se burlaban de la tía Pikachu o las excentricidades de los convencionales y lo que estamos viendo hoy en el Congreso? Muy poca. Rojas Vade mintió respecto de su condición de salud, pero, arrendar una oficina a un amigo y justificarlo como sede parlamentaria o usar vales de bencina para otros fines, ¿no es un engaño a la fe pública también? Por supuesto que votar desde la ducha es vergonzoso, pero ¿no lo es tratar a garabato limpio o golpear a otros parlamentarios?

Si algunos(as) pensaron que el 62% del Rechazo fue un triunfo de los partidos y la política tradicional, están no solo equivocados sino que cometen también un error de cálculo que se pagará después. Cuando en 2020 se eligió una Convención con mayoría de independientes, fue un voto de castigo a los partidos. Los mismos partidos que luego de tres meses no fueron capaces de encontrar un acuerdo, y los mismos partidos que hoy están dando un espectáculo gracias a varios de sus representantes. ¿Qué pensarán los(as) ciudadanos(as) de ellos? ¿Exámenes psicológicos o test de sentido común? ¿Volante o maleta?

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias