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A la siga del dream team del litio Opinión

A la siga del dream team del litio

Joaquín Barañao
Por : Joaquín Barañao Ingeniero civil, autor de la saga Historia Freak y miembro de la Red Pivotes.
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No vamos a lograr la mejor industria si no conseguimos convocar a los mejores. No vamos a convocar a los mejores si no trabajamos juntos los músculos del Estado y de los privados en lo que cada cual sabe hacer mejor. El Estado, convocando, articulando, regulando, estableciendo condiciones ambientales y sociales y ofreciendo seguridad jurídica a través de mecanismos como concesiones. El músculo de los privados, en lo que son irreemplazables: explorando, tomando riesgos, innovando, desarrollando los proyectos y comercializando el mineral. 


Si nuestra regulación del litio fuera razonable, el potencial natural habría convocado a los mejores, sin distinción. Merodearían las australianas Pilbara, Allkem e IGO, las estadounidenses Livent y Atlas, la Companhia Brasileira de Lítio, etcétera.

Pero nuestra regulación no es razonable. Vivimos bajo el yugo de un decreto ley obsoleto, promulgado en dictadura y con lógica de Guerra Fría, que declara el litio como no concesible. Explorar es fútil, porque ante un eventual ¡bingo! no existe la opción de canjearlo, a diferencia de lo que ocurre con el cobre, la plata o cualquier otro mineral. Y de lo que ocurre con el litio en todos los otros distritos mineros del mundo.

Hoy reciben con especial agrado este regalo de la dictadura quienes, como muchos en el Gobierno del Presidente Boric, propician que el litio sea desarrollado solo por empresas estatales. Aunque, para que no se vaya a decir que son anticapitalistas, ofrecerían participaciones minoritarias a empresas privadas.

¿Quiénes han respondido con entusiasmo esta invitación a desarrollar el gigante que duerme bajo los salares atacameños? Las más locuaces han sido empresas estatales chilenas y empresas chinas. Precisamente los tipos de corporaciones que ven una oportunidad de reivindicar su existencia resucitando la retórica de su “rol estratégico”, o bien aquellas que han desarrollado el “músculo” para gestionar asociaciones con burocracias estatales sin morir en el intento. ¿Recuerdan el intento de ENAP de conformar un joint venture con una empresa privada para convertirse en actor estratégico de generación eléctrica? Su socia australiana hizo la pérdida y las maletas.

Observemos con más detención el historial de la primera categoría, las empresas estatales chilenas.

Codelco cuenta desde 2018 con un CEOL (contrato especial de operación de litio) para producir en el salar de Maricunga. Transcurridos cinco años, y aun cuando un sondaje arrojó una espléndida concentración de 989 miligramos de litio por litro mucho más que en salares argentinos donde ebullen los proyectos–, no hay aún ni asomo de una sola onza de litio. Lo que es peor, faltan todavía varios años para recién comenzar a pensar en algo así. La estatal canaliza todas sus capacidades y energía, una decisión correcta, en la minería metálica. Carece de know how para este animal nuevo, y cualquier conversación al respecto en la mesa del directorio la tiene muy cuesta arriba, porque roza lo imposible ganar su espacio en medio de los proyectos estructurales de cobre y otras urgencias de alto calibre.

En lo referido a Enami, Jaime Pérez de Arce, por cuarta vez su vicepresidente ejecutivo, sostuvo hace poco que podría devenir en la bullada empresa nacional de litio y que buscan oportunidades en cinco salares. Podría interpretarse como una luz de esperanza si no fuera porque en 2016 declaró algo casi idéntico: “Hemos hablado con muchas personas, estamos bien avanzados”. Enami, por lo visto, tampoco es un modelo de agilidad corporativa.

Luego está la cacareada Empresa Nacional del Litio, nueva de paquete. La ministra se comprometió a que a fines del 2022 o principios del 2023 se daría a conocer el modelo de gestión de la minería del litio, y que “al final de este Gobierno estén instaladas las instituciones estatales y las alianzas con los privados o no”. A inicios del 2026, siempre y cuando todo avance a la perfección, podría estar conformado el marco institucional para recién entonces comenzar a diseñar proyectos productivos. En otras palabras, garantiza dejar pasar el boom frente a nuestros ojos.

Respecto a las segundas:

BYD, gigante de vehículos eléctricos, fue una de las dos empresas que se adjudicó cuotas de exportación en la fallida licitación del ‘21, y sigue con los ojos puestos acá. Respecto a Tianqi, empresa que ya posee el 24% de SQM, un representante explicó que “hemos estado atentos y esperando que las autoridades chilenas anuncien los mecanismos y reglas específicos de estas dos instituciones, y estamos listos para cooperar con los dos proyectos en cualquier momento, con la actitud más activa”.Tsingshan, que ya participa junto a una empresa francesa en la producción de litio en Argentina, está también buscando oportunidades de inversión. Chengze, a su turno, participa de Lithium Chile, una empresa con base en Canadá que se dedica a adquirir, explorar y desarrollar proyectos de litio en esta parte del mundo. El subsecretario de Minería recibió a un representante de CATL y su filial Brunp, manufacturera de baterías, quien señaló que “nos interesa mucho explorar el potencial de cooperar con Chile en la industria del litio. Queremos escuchar los planes de Chile en cuanto al desarrollo de la industria del litio y discutir la posibilidad de cooperar con Chile en todos esos ámbitos”.

No es que las empresas chinas sean sinónimo de mala calidad. Ni siquiera insinúo que sean peores que las australianas o las estadounidenses. Pero la concentración de intereses en solo dos clústers sí devela dos problemas.

El primero es que siempre un subconjunto pequeño del universo posible dilapida oportunidades. Si uno acordara armar la selección de fútbol solo con personas cuyos apellidos comienzan con las letras M-N-O sería necesariamente una peor selección. No porque ese subconjunto sea peor que el subconjunto de apellidos A-B-C, sino por la exclusión de talento adicional. En el caso de los relegados del litio chileno, optarán por competir por concesiones australianas o argentinas en vez de apostar a participaciones minoritarias en empresas estatales.

Y el segundo sí se refiere a una particularidad china. En su calidad de principal comprador de litio, China goza de una posición de mercado potencialmente problemática. Agregue que ese país es el principal destino de nuestras exportaciones. Encima de eso, la más que estrecha relación de las empresas con el Estado resulta delicada. No en vano el Gobierno de Canadá acaba de ordenar a tres empresas chinas cancelar sus inversiones en minerales críticos sobre la base de consideraciones de seguridad nacional, y esto incluye solicitar a Chengze Lithium desprenderse de su inversión en Lithium Chile.

No se trata de oponerse a la participación china en el mercado local, pero sí a que participen solo ellos y nadie más. Chile debe enfrentar con inteligencia y decisión el desafío de diversificar sus mercados y su inversión extranjera, sin soslayar en medida alguna la condición de aliado estratégico que configura China.

No vamos a lograr la mejor industria si no conseguimos convocar a los mejores. No vamos a convocar a los mejores si no trabajamos juntos los músculos del Estado y de los privados en lo que cada cual sabe hacer mejor. El Estado, convocando, articulando, regulando, estableciendo condiciones ambientales y sociales y ofreciendo seguridad jurídica a través de mecanismos como concesiones. El músculo de los privados, en lo que son irreemplazables: explorando, tomando riesgos, innovando, desarrollando los proyectos y comercializando el mineral.

Es de esperar que la Política Nacional del Litio, pronta a anunciarse, ofrezca esta sinergia Estado-Empresa. Dicho de otra manera, que en el camino no sucumba a la tentación a la que cedió Bolivia que, aun sentado sobre 21 millones de toneladas de litio, más que ningún otro país del mundo, aún no produce a escala comercial.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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