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La extrema derecha está aquí y llegó para quedarse Opinión

La extrema derecha está aquí y llegó para quedarse

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Mladen Yopo
Por : Mladen Yopo Investigador de Política Global en Universidad SEK
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En el contexto de las grandes incertidumbres del escenario internacional –pandemia, conflictos y guerras, inmigraciones, crimen organizado y narcotráfico, restricciones económicas, etc.– y de sus efectos negativos en la gobernabilidad democrática, mediante mentiras e insidiosos mensajes polisémicos en las redes y reproducidos por la prensa, están creciendo constantemente estos movimientos supremacistas, de ultraderecha, de derecha radical y/o francamente neofascistas –anclaje que le da solo a la derecha el profesor de Yale, Stanley Jones–, avivados por el odio, incluso en países de altos estándares democráticos como Alemania.


Es difícil no darse cuenta que hoy es la extrema derecha la que esta imponiendo la agenda política en muchos y variados países, condicionamiento que tiene efectos muy negativos para la gobernabilidad/institucionalidad democrática y de la cual gobiernos de signos diversos no han podido y/o sabido sustraerse por la propia crisis del sistema de partidos y la debilidad democrática (“democracy must deliver”, como dijo la ex Presidenta Bachelet alguna vez). El ataque de fuerzas bolsonaristas a las sedes de los poderes del Estado en Brasilia a principios de enero, las mismas que exigieron un golpe de Estado en la puerta de los cuarteles so pretexto de fraude electoral (una campaña urdida por meses – The New York Times del 09/01/2023) y el retorno de Bolsonaro, no fue más que reflejo de esto y otra luz roja que puso al tope de las noticias la debilidad de la gobernabilidad democrática en el mundo.

Liderazgos como el de Lula llevan tiempo alertando sobre este fenómeno/tendencia mundial y que, en el caso de Brasil, se anclan a personajes como Bolsonaro (refugiado en EE.UU. para “evitar juicios en su contra”) y de su estrategia de incentivar a activistas de ultraderecha para provocar violencia y desestabilizar la institucionalidad democrática. Tal como lo expresa Georg Wink, profesor de la Universidad de Copenhague, «lo particular de Bolsonaro es que… asume en un 100% el repertorio de los extremistas”; mientras Federico Finchelstein, autor del libro Breve historia de las mentiras fascistas, va más lejos al indicar que «Bolsonaro es un político populista extremista, que con frecuencia (se) ve como un fascista, (al dar) la impresión de que quisiera destruir la democracia desde dentro”. Lula dijo que “él está siguiendo un rito que todos los fascistas están siguiendo en el mundo, forman parte de una organización… no solo presentes en Brasil sino en España, Italia, EE.UU., en Hungría, e inclusive en nuestra querida Argentina” (Nodal, 16/12/2022).

Solo algunos populistas de extrema derecha similares (ni siquiera todos) como Javier Milei (puso en Twitter una «masiva protesta reclamando que frenen las medidas dictatoriales de Lula”) o de Francisco Sánchez, legislador del PRO, el mismo que pidió pena de muerte para Cristina Fernández y que comentó que Lula “debería estar preso y no asumiendo la presidencia”, para no irnos tan lejos, mostraron su simpatía por los golpistas brasileños. Pero más allá de esto y de una fuerte y multidimensional respuesta en favor de la defensa de la democracia en Brasil, con detenidos, destituidos (incluyendo el comandante en Jefe del Ejército y otros militares y funcionarios públicos), marchas de apoyo y una gran solidaridad internacional, destaca una realidad que está impactando en todo el mundo producto de las debilidades y deudas de la democracia: la irrupción de una extrema derecha que está imponiendo una agenda política contrademocrática.

Pero más preocupante aún, es que en el contexto de las grandes incertidumbres del escenario internacional –pandemia, conflictos y guerras, inmigraciones, crimen organizado y narcotráfico, restricciones económicas, etc.– y de sus efectos negativos en la gobernabilidad democrática, mediante mentiras e insidiosos mensajes polisémicos en las redes y reproducidos por la prensa, están creciendo constantemente estos movimientos supremacistas, de ultraderecha, de derecha radical y/o francamente neofascistas –anclaje que le da solo a la derecha el profesor de Yale, Stanley Jones–, avivados por el odio, incluso en países de altos estándares democráticos como Alemania.

Estos movimientos de extrema derecha de características militaristas, abogan por un conservadurismo valórico, la homogeneidad cultural y el exclusivismo frente a temas como las inmigraciones, y no trepidan en usar la violencia física, verbal y simbólica, incluso la terrorista, como herramienta para terminar con el orden democrático establecido y volver a un pasado supuestamente “mejor”.

En Brasil, por ejemplo, además de la explícita presencia militar en la política (cerca de 10 ministros y 6.000 funcionarios del Gobierno de Bolsonaro eran miembros de las FF.AA.), entre otros, están los ataques de fuerzas bolsonaristas a cuarteles policiales en el contexto del estallido de violencia tras la certificación la derrota electoral de Bolsonaro y/o el arresto del empresario bolsonarista George Washington de Oliveira Sousa y de otras personas por terrorismo, tras confesar que construyó e introdujo una bomba en un camión de transporte de combustibles y que fue desactivada por la policía poco antes de llegar al aeropuerto internacional de Brasilia, para impedir la asunción de Lula. Incluso, el excomandante del Ejército brasileño, general Julio César de Arruda, por ejemplo, le dijo al ministro de Justicia, Flávio Dino, «aquí no arrestarás a la gente», según funcionarios presentes en una reunión citada por The Washington Post, decisión que le dio tiempo a cientos de golpistas para escapar del arresto pero que demuestra, además, la colusión entre militares y policías con los bolsonaristas (Telam, 15/01/20223).

Esta amenaza no es solo nacional, al permear estos grupos la política y el sistema institucional, al mundo económico, los medios de comunicación y a las FF.AA. y del orden, sino que se están convirtiendo además en una amenaza transnacional con sus redes que promueven propuestas de odios que invaden los miedos de la sociedad (ideología del reemplazo), sin una respuesta a la altura de esta amenaza.

Chile está cruzado por esta discusión antiinmigrante hoy. Pero más agravante aún es que, detrás de estos grupos extremos, hay organizaciones, ideologías e incluso instituciones y actores legales (una derecha conservadora secuestrada) que adhieren a acciones cuyos efectos, además de causar daños individuales y a la institucionalidad democrática y/o debilitar la institucionalidad, como las acusaciones constituciones sin fundamento levantadas por el Partido Republicano de Chile, tienen gran potencial imitativo. Lo que ocurrió en la “Praça dos Três Poderes” no es muy distinto a lo que pasó en el Capitolio el 2021, al intento de asalto al Reichstag el 2020 o a lo que había detrás de la detención de 25 miembros del Reichbürger (Ciudadanos del Reich) el 2022 y su plan para asaltar el Bundestag/Parlamento alemán (El País, 07/12/2022). Entre los 25 detenidos está Birgit Malsack-Winkemann, representante del partido Alternativa para Alemania, cuya líder es Beatrix von Storch, nieta del ministro de Finanzas de Hitler y esposa del empresario chileno-alemán de Osorno, Sven von Storch, identificado como asesor internacional de José Antonio Kast, como lo relata Leonardo Buitrago en El Ciudadano.

Destrucción y violencia

Personajes como Bolsonaro, Trump, Kast, Milei, Abascal o partidos como VOX, AfD, Demócrata de Suecia (hoy también una parte importante del Partido Republicano de EE.UU.) y otras organizaciones o movimientos de ultraderecha, como Oath Keepers, Proud Boys, Reichsbürger o Selbstverwalter, aunque diversos entre sí, tienen un marco doctrinario compartido. Este tiene: a) postura antiinstitucional, desprecio por la clase política, están en contra del pago de impuestos y por el valor de ser ciudadano soberano; b) visión retrógrada de la identidad nacional que mira al pasado para construir identidades estrechas/puras (herencia) en el presente, ultranacionalistas y antiderechos de la diversidad; c) adhesión a teorías conspirativas como “La gran mentira”, teorías sobre fraude o del “reemplazo”; d) son organizaciones/milicias conformadas por supremacistas blancos con fuerte culto al líder, en su mayoría hombres y de Iglesias cristianas, reclutan a excombatientes y exmiembros de las FF.AA. y fuerzas de seguridad pública y privada; e) tienen vínculos con los extremos del sistema partidista, como el Partido Libertario de David Koch (creador de la Red Atlas), el Constitutional Party (de Don Blankenship, director ejecutivo de Massey Energy), el American Independent Party (Elon Musk apoyó a un par de sus candidatos) y con el Partido Republicano con la aparición de Trump en EE.UU., o en Brasil con el partido Liberal de Bolsonaro; f) promueven la búsqueda constante de un chivo expiatorio o enemigo situado fuera esa comunidad anclada en valores tradicionales, y que puede ser el inmigrante/refugiado, las feministas, el transexual, la izquierda (antes era el comunismo internacional) o el musulmán; g) fomentan el militarismo y la securitización de la realidad como respuesta autoritaria a los dilemas sociales (además de leyes punitivas, fomentan el uso de armas de fuego en función del derecho y no evitan el uso de la violencia); h) usan las redes sociales para hacer propaganda con mensajes de miedo y de anclaje polisémicos, coordinar entrenamiento (incluido entrenamiento militar para combate), organizar viajes para ir a protestas, juntar dinero y reclutar nuevos adeptos (foros como Reddit, 4chan y 8chan y sitios de nacionalistas blancos); e, i) tienen creciente, aunque aún limitada, proyección internacional –ej., el 2018, miembros del Rise Above Movement (RAM) viajaron a Alemania, Ucrania e Italia para celebrar el cumpleaños de Hitler y reunirse con supremacistas blancos europeos–.

Los Reichsbürger, por ejemplo, son una organización terrorista de extrema derecha con «un profundo rechazo a las instituciones del Estado y al orden liberal democrático» de la República Federal de Alemania, por lo que se han fijado el objetivo de acabar con el actual orden estatal y sustituirlo por un nuevo régimen inspirado en el llamado Imperio Alemán (una suerte de Segundo Reich 1871-1918). Imaginan ilusoriamente que, si Alemania tuviera nuevamente un káiser, regresarían a tener una suerte de valores más tradicionales (esos más nacionalistas y conservadores); es una forma de rechazar los valores modernos presentes (hablamos de diversidad, pluralidad, igualdad, inclusión, etc.) y/o la forma en que estos han moldeado la Alemania actual. Sus miembros son conscientes de que este plan solo puede realizarse mediante el uso de la fuerza (particularmente la violencia) en contra de representantes del Estado, lo que incluye muertes, y que aceptan como «paso intermedio para lograr el cambio del sistema”.

La Fiscalía alemana ha destacado que varios de los miembros de estos grupos radicales de derecha han sido o son parte de la Bundeswehr (FF.AA. conjuntas), la policía, los servicios secretos, las aduanas: es decir, paradójicamente han trabajado o trabajan en las instituciones encargados de proteger a los ciudadanos. Los operativos (atacantes) de estos grupos, en su mayoría, están organizados en redes de entornos privados y sus contactos los realizan en manifestaciones, eventos de artes marciales y conciertos, o en círculos de conversación.

El órgano central de este tipo de agrupación es un «consejo» y cuentan además con un «brazo militar», al que corresponde la planificación de las acciones para la toma del poder por la fuerza de las armas. En junio de 2022, de acuerdo a las autoridades alemanas, la ultraderecha incrementó sus militantes con participantes de las protestas en contra de las restricciones impuestas por la pandemia: así organizaciones como Reichsbürger y Selbstverwalter (autoadministradores) volvieron a aumentar sus militantes en comparación con el 2021, hasta alcanzar un total de 21.000. Ahí está también el movimiento de los Querdenker (los que piensan distinto) que también creció durante la pandemia y que, a mitad del 2020, tras una manifestación, unos 400 de sus miembros irrumpieron en las escalinatas del Reichstag. Estos grupos son acompañados por el Movimiento Identitario, el weblog «Politically Incorrect» o «PI-NEWS» (150 mil visitas diarias), que sigue una línea similar a la de «Ein Prozent», etc. El núcleo ideológico de estos grupos extremos es la convicción de que se está produciendo una «islamización» y una «Umvolkung» (un supuesto «cambio de la población”) del país.

En Alemania uno sus guías teóricos es el teniente de reserva del ejército, periodista y activista político, Götz Kubitschek. Él fue redactor del semanario Junge Freiheit (medio referencial de las nuevas derechas) y fundador de la editorial Antaios, a partir de la cual se comienza a construir un polo intelectual ultraderechista del que hoy forman parte la publicación Sezession o el think tank Institut für Staatspolitik (IfS). Para Kubitschek, el objetivo de este polo intelectual ultraderechista es promover una revolución neoconservadora y de restauración de un hipernacionalismo, la cual solo se podría alcanzar desde la gramsciana hegemonía cultural (mayorías sociales y políticas). El IfS adhiere al concepto de etnopluralismo, una cosmovisión racista cuyos representantes luchan por una homogeneidad cultural de los Estados y las sociedades según los «grupos étnicos». En esta dirección, por ejemplo, la editorial Antaios publicó Finis Germania (best seller), un breve ensayo del póstumo intelectual alemán Rolf Peter Sieferle en el que advierte del ocaso de Alemania como nación y relativiza los crímenes nazis. Como todo pensador extremo, Kubitschek tiene vínculos con el partido populista de extrema derecha Alternativa para Alemania (AfD), y particularmente es muy cercano a los líderes del ala etnonacionalista Björn Höcke y André Poggenburg. El AfD está presente en el Bundestag (10,3% en las elecciones del 2021) y en 15 de los 16 Parlamentos estatales. Entre sus diputados hay varios funcionarios estatales.

En EE.UU., si bien estas agrupaciones extremistas tienen una larga data, resurgieron con fuerza después del 2008 con la elección a la presidencia del país del afrodescendiente Barack Obama. Se calcula que hay 1.221 grupos extremistas de odio, unas 92 milicias armadas y 488 grupos contra el Gobierno, como lo reveló el Southern Poverty Law Center (SPLC) durante el 2021. Milicias que han sido responsables de intentos de secuestro a gobernadores y políticos, golpes de Estado fallidos, y atentados contra templos religiosos y minorías. Más de 100 miembros de grupos extremistas aspiraron a cargos públicos en las elecciones de medio término del 8 de noviembre último.

En general, hay una relación bastante directa entre grupos de extrema derecha, partidos de derecha, sectores financieros-empresariales como la Asociación Nacional del Rifle (1871) en EE.UU., poderoso grupo de interés ligado al Partido Republicano y que ha defendido el derecho constitucional a poseer armas de fuego (Segunda Enmienda de la Constitución) y el ejercicio de la violencia política a través de las milicias, como lo relata Christopher Martin (Jacobin, 14/08/2022). “La Asociación Nacional del Rifle estableció una alianza estratégica con el Partido Republicano y fue una importante herramienta para la elección de Trump al movilizar sectores extremistas blancos que han buscado ejercer hegemonía ante el resto de los sectores sociales estadounidenses”, y su evolución, expansión y permanencia en el sistema político, se debe al respaldo de importantes personalidades políticas a partir de significativas contribuciones financieras a sus campañas, las interpretaciones favorables del derecho constitucional para los grupos de poder y la formación de valores nacionales en la opinión pública que responden a los intereses de la Asociación, de acuerdo a un estudio de Jocelyne Cabañas.

No es casualidad, entonces, que algunos aliados de Trump de altas esferas públicas y privadas hayan minimizado el asalto al Capitolio, caracterizándolo como una reunión espontánea en la que la mayoría de los participantes se quedó fuera del edificio (tal como aquí algunos tratan de minimizar el golpe de Estado en Chile en 1973). Ello, a pesar de que el líder y fundador de la milicia de extrema derecha “Oath Keepers” («Guardianes del Juramento»), que tiene varias acciones a su haber desde el 2009, Stewart Rhodes, y otros cuatro miembros fueron declarados culpables de conspiración sediciosa (asalto al Capitolio el 06/01/2021) para impedir la transferencia del poder al presidente Biden, donde murieron 5 personas, acciones que fueron incentivadas por Trump, como lo demuestra la decisión unánime del comité de la Cámara de Representantes sobre el ataque, de sugerir al Departamento de Justicia acusar a Trump. En el ataque al Capitolio también participaron los Proud Boys (Muchachos Orgullosos) designada como una organización de odio por la ONG Southern Poverty Law Center y en Canadá como terroristas, y que en la actualidad tienen presencia en 36 estados y el distrito federal. Matthew Valasik, coautor del libro Pandillas de Ultraderecha, dice que estos grupos “comparten muchas características con las pandillas que existen en EE.UU. como los Bloods o los Cribs, al promover la violencia en contra de otros y cualquiera que se les oponga, como Black Lives Matter y Antifa (movimiento de izquierda antifascista al que ven como su principal amenaza)”.

También en este ataque participaron milicias como Three Percenters y creyentes en QAnon (abreviación de Q-Anónimo), una teoría conspirativa ridícula pero peligrosa en que creen que hay actores de Hollywood identificados como progresistas, políticos del Partido Demócrata y funcionarios de alto rango que participan en una red internacional de tráfico sexual de niños y realizan actos pedófilos, y que Trump los estaba investigando y persiguiendo para prevenir un supuesto golpe orquestado por Barack ObamaHillary Clinton y George Soros. Los medios de comunicación han descrito a QAnon como una «rama» de la teoría de la conspiración “Pizzagate,​ teoría que muchos la han considerado como una actualización de los protocolos de los sabios de Sion (libro antisemita publicado en Rusia en 1902).

Por último, entre muchos otros, también destacan diversos grupos antiinmigrantes como el American Border Patrol, Border Guardians, Center for Inmigration Studies o el Emigration Party of Nevada, además de otras milicias. A ellos se suman los grupos anti-LGTBTQ+ como Mass Resistance, Bethesda Christian Institute, Conservative Republican of Texas. Todos estos grupos radicales de derecha, además, tienen fuertes anclajes con movimientos cristianos y católicos. Recientemente, por ejemplo, el presidente Lula anunció la decisión de retirarse de la llamada Declaración del Consenso de Ginebra, una alianza internacional de países que condenan el aborto y defienden el modelo de familia basada en uniones heterosexuales, de la cual Trump fue patrocinador principal.

El caso de Chile

Si bien este anclaje ideológico binario del enemigo interno se mantuvo en la cultura estratégica de la derecha y de miembros de las FF.AA. (baste decir que más de 7.000 oficiales fueron formados en la Escuela de las Américas bajo la doctrina de la Seguridad Nacional/enemigo interno y que muchos de ellos fueron recontratados para formar a la nuevas generaciones) y policiales, esta realidad se exacerbó con los triunfos electorales de liderazgos internacionales como los de Trump y Bolsonaro, hecho que influyó posteriormente en el primer lugar de J. A. Kast en la primera vuelta de las presidenciales 2021 y, particularmente, en el triunfo del Rechazo a la nueva Constitución en el plebiscito de salida el 2022. Ese que fue con voto obligatorio pero sin educación cívica y pluralidad de medios (hablando de la disputa hegemónica de Gramsci) y una extrema derecha blanqueada por las propias fuerzas democráticas y que hoy le disputa la hegemonía a las fuerzas conservadoras tradicionales (RN y parte de la UDI) con sus propuestas y discursos populistas de solución autoritaria –el uso permanente de la Fuerzas Armadas en la seguridad interna en Chile es señal de esto–.

El discurso del odio y las acciones violentas propias de una cultura militarista, si bien siempre han existido en Chile, fueron exacerbados durante la dictadura cívico-militar (1973-1990) y no lograron ser apaciguados durante la transición. Recientemente, por ejemplo, la Corte Suprema calificó como un «discurso de odio… una defensa de criminales de lesa humanidad, declaraciones inaceptables, ofensivas y que causan daño a los familiares de las víctimas» los dichos del diputado del Partido Republicano chileno, Johannes Kaiser, quien se refirió a las ejecuciones cometidas en 1973 por la dictadura en Pisagua como que “estaban bien fusilados esa gente en Pisagua. Bien fusilados” (biobiochile.cl, 20/12/2022). O están las declaraciones del presidente de la Fundación Jaime Guzmán, Jorge Jaraquemada, de querer “reivindicar” el golpe de Estado cívico-militar de1973 a 50 años de su conmemoración.

Aquí en Chile, además de otros grupos y fundaciones, como la Fundación Jaime Guzmán (ideólogo de la genocida dictadura cívico-militar), tenemos un Partido Republicano ya con representación en el Congreso que sigue tratando al dictador como presidente y que ahora está embarcado en una cruzada en contra del Gobierno, con diputados como Gonzalo de la Carrera o Chiara Barchiesi. Su líder José Antonio Kast, miembro de Conferencia Política de Acción Conservadora y ganador de la primera vuelta de las presidenciales del 2021, hoy está al tope de las preferencias presidenciales, seguido por otros conspicuos miembros de la derecha, según la dudosa encuesta Cadem.

También está el Movimiento Social Patriota (MSP) que, como lo relata Rodrigo Pérez de Arce, nace de la convergencia de muchos grupos distintos (tribus), al decidirse pasar a la arena política conducido por Pedro Kunstmann (un nacionalista). Pérez de Arce resalta que en el MSP creen en una nacionalidad fija, una que exige ciertos valores –hablan de una unidad nacional, de la historia de Chile, tratan de hacerse cargo de ciertas raíces genéticas– y que, si no los cumples, estás fuera. Además, agrega, que es potencialmente muy violento. El abogado y actual diputado Gaspar Rivas, a pesar de estar hoy en el populista Partido de la Gente, sigue representando muy bien las ideas del MPS: “La figura del sheriff (dice Pérez de Arce), y que ‘aquí estoy para ponerle el pecho a las balas’, de inmolarse por su causa, por los colores de Chile, son lógicas y discursos que se repiten mucho en el MSP. Están por el rechazo al concepto de DD.HH., al que consideran liberal y globalista y creen que los delincuentes no tienen derechos por no ser seres humanos”. Agrega que son ideas muy permeables que están pasando bajo los radares de todo el sistema político.

Hay otros grupúsculos ultraderechistas como Capitalismo Revolucionario de Sebastián Izquierdo, sin embargo, difieren de MSP porque son capitalistas, liberales, del amarillo y la serpiente del “Don’t tread on me”, esa bandera que llevó en febrero de 1776 el comodoro Esek Hopkins y su flotilla en los meses de agitación revolucionaria previos a la Declaración de la Independencia de EE.UU. Por último, está el Team Patriota dirigido por Francisco Muñoz, alias «Pancho Malo», exbarrista de Colo Colo con antecedentes penales, y que nace tras concretarse el Acuerdo por la Paz del 2019. Desde ahí en adelante, este movimiento se ha mostrado en contra de la idea de aprobar una nueva Carta Magna al igual que el Partido Republicano, y ha ejercido actos de violencia en contra de diversos actores, incluidos algunos de derecha. A pesar de que todos estos no coinciden plenamente, aprovechan la insatisfacción social para movilizarse. Y la pregunta que sigue rondando es: ¿quién los financia? Aunque es presumible pensar que empresarios de la derecha dura a través de diversas vías, tal como lo hacen, por ejemplo, con exmilitares para defender ideas conservadoras.

En Chile también hay editoriales que mueven material ideológico “extremo”, como lo señala Julio Cortés. Entre los personajes relacionados –dice– estaría Erwin Stock, vinculado al MSP y quien trabajó en el Departamento de Relaciones Públicas de la Escuela de Investigaciones de la PDI, y ejerce como director ejecutivo de la editorial Ignacio Carrera Pinto, la que ha publicado una abundante cantidad de libros de intelectuales etnonacionalistas, del nacionalismo clásico, antiliberales, negacionistas y conspirativos de la nueva derecha. Cortés agrega que esta labor editorial es más amplia que la de fascistas más tradicionales como Boca del Lobo Ediciones, que con Mauricio Olivares Tobar como director de contenidos, se han dedicado a publicar a Mussolini, Hitler, Hess, Rosenberg, Carlos Keller, Jorge González von Marées, Miguel Serrano, los Protocolos de los sabios de Sion o el clásico negacionista del Holocausto conocido como Informe Leuchter. Entre otros, y como lo expresó Cristián Leporati en un tuit, esta cruzada cultural ha llevado a que “una parte de la derecha y su ejército de algoritmos, persiste con obsesión compulsiva en declarar a todo el que no piense igual a ellos como comunista”, agregando que “Goebbels debe aplaudir desde su desconocida tumba la aplicación hasta el cansancio del principio de la simplificación y enemigo único”.

Estas propuestas extremas, al jugar con miedos e inseguridades (ej., frente a la criminalidad y/o inmigraciones), sin duda están permeando al sistema político y a la sociedad en su conjunto al apelar a un falso sentido común, el mismo a que apelan populismos “irresponsables” como el Partido de la Gente y su líder Franco Parisi, pero que terminan erosionando las instituciones democráticas.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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