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El confinamiento cambió los hábitos de actividad física y la percepción del dolor Actividad física

El confinamiento cambió los hábitos de actividad física y la percepción del dolor

El confinamiento produjo un incremento en la actividad física y una disminución del dolor musculoesquelético en la comunidad universitaria.


El confinamiento supuso un profundo cambio de estilo de vida en la población general. La reclusión total de la población por ejemplo en España, entró en vigor el 16 de marzo de 2020 y se prolongó hasta el día 11 de mayo.

Este desafío salpicó también a la población universitaria. En ella se incluyen profesores, personal de administración y servicios y estudiantes. Los profesionales tuvieron que adaptarse al teletrabajo y los alumnos necesitaron “aprender a aprender” en un escenario completamente virtual. Así, la vivencia de esta situación tuvo un gran impacto en la salud de esta comunidad.

Todo ello generó una infinita cantidad de preguntas sin respuesta sobre las consecuencias que esta situación podría tener para nuestra salud. Aunque todavía nos queda mucho por saber y muchos estudios siguen en marcha, ya afloran los resultados de algunas investigaciones realizadas sobre el periodo de estricto confinamiento.

¿Cómo influye la actividad física en la percepción del dolor?

En este artículo nos centraremos en el incremento o disminución de la actividad física que se produjo durante el confinamiento en la comunidad universitaria y la repercusión que esto tiene en la percepción del dolor.

Para ello, tenemos que recordar que el dolor se produce por una mezcla de factores físicos, psicológicos, sociales y culturales. La actividad física tiene un gran impacto sobre la percepción de este síntoma.

Por eso, investigadores de la Universidad de León y Valladolid realizamos un estudio con la intención de conocer los patrones de dolor, actividad física y estrés durante el confinamiento en población universitaria. En total participaron 1 670 individuos (1 198 estudiantes y 472 trabajadores) de dichas instituciones.

La percepción del dolor disminuyó durante el confinamiento

Al contrario de lo que cabía esperar, los resultados mostraron que no hubo incremento significativo del dolor durante el confinamiento. A pesar de que las personas tuvieron que adaptarse a una nueva forma de trabajar desde sus hogares, se produjo un descenso en el número total de zonas de dolor. Esta disminución ocurrió tanto en el grupo de trabajadores como en el de estudiantes.

De forma general, las mujeres manifestaron mayor número de áreas dolorosas que los hombres. Esta diferencia en la percepción del dolor ligada al género ya había sido recogida por estudios previos.

Por otra parte, las zonas con mayor dolor según los resultados del estudio, fueron el cuello y la zona lumbar. De hecho, el dolor en la espalda y en la zona de los hombros fue el único que sufrió un ligero incremento en el grupo de estudiantes durante este periodo. Esto podría ser debido, según lo publicado en estudios previos, a que habían pasado mucho tiempo sentados, sin la ergonomía adecuada en lo referente a la altura de la silla y al apoyo de los antebrazos.

Aumento de entrenamientos de fuerza

En cuanto a la actividad física realizada por trabajadores y alumnos, la frecuencia con la que la realizaron sí se vio modificada sustancialmente. Toda la comunidad universitaria aumentó su actividad semanal. Este incremento fue mucho más marcado en el caso de alumnas y trabajadoras.

En cuanto a la modalidad de actividad física, se produjo una disminución de la actividad aeróbica y un aumento del entrenamiento de fuerza. También aumentó la frecuencia en la práctica de actividades como el yoga y los estiramientos.

Este fenómeno podría explicarse porque el ejercicio aeróbico se realiza frecuentemente fuera de casa, al aire libre (carrera, ciclismo, marcha…), ámbito restringido en aquel momento.

Si hubo tantas consecuencias negativas durante este periodo de aislamiento, nos preguntamos, ¿por qué se dieron estos inesperados y positivos resultados?

Una posible explicación que hemos dado las autoras y autores de este estudio es que el trabajo y el tiempo dedicado al estudio en entornos virtuales podrían haber facilitado la conciliación familiar y, como consecuencia, la reducción del dolor. Además, la flexibilidad en la organización de los horarios pudo haber permitido una mayor práctica de actividad física a las mujeres universitarias.

Relación entre la actividad física y el dolor

A la vista de los resultados, este aumento en la frecuencia de actividad física pudo influir en la disminución del dolor durante el confinamiento. De hecho, estudios previos ya habían reconocido la actividad física como uno de los métodos de tratamiento más eficaces para el dolor músculoesquelético.

También es conocido que el ejercicio debe ser individualizado y basado en las preferencias de la persona. En este sentido, el confinamiento permitió que cada persona eligiera su rutina y que la realizara en el horario que más le convenía.

Se comprobó también que el número de horas que pasaban sentados aumentaba con la edad e influía en aspectos como hacer menos actividad física y percibir más estrés.

No en vano, la OMS recomienda que los adultos de 18 a 64 años realicen un mínimo de 150 minutos semanales de actividad física aeróbica moderada, o bien un mínimo de 75 minutos semanales de actividad aeróbica vigorosa. Además, según indican los estudios actuales, se deben realizar también ejercicios de fuerza muscular dos o más días a la semana.

Dada la situación actual, donde el teletrabajo ha llegado para quedarse, estos resultados pueden ayudar a concienciar a la población sobre la importancia de mantenerse activo para mejorar la salud tanto física como psicológica.

Arrate Pinto-Carral, Profesora de Fisioterapia, Universidad de León; José Alberto Benítez Andrades, Profesor Ayudante Doctor en el área de Ingeniería de Sistemas y Automática, Universidad de León; María José Álvarez-Álvarez, Profesora del Área de Fisioterapia. Miembro del grupo de investigación SALBIS., Universidad de León; Oscar Rodríguez Nogueira, Profesor área fisioterapia, Universidad de León y Raquel Leirós Rodríguez, Profesora Ayudante Doctor en Fisioterapia, Universidad de León

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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