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Un verdadero dilema: el delivery versus calidad Gastronomía

Un verdadero dilema: el delivery versus calidad

Begoña Uranga
Por : Begoña Uranga Durante 20 años publiqué en El Sábado. La revista, como tal, desapareció y hoy se publica como parte del diario en un suplemento. Por lo pronto, quiero invitarlos a visitar mi Instagram @begona.uranga (el de la foto con chaleco salmón, porque el otro dejo de publicarse), donde les entrego recetas, libros y algunas recomendaciones gastronómicas.
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Algo está pasando. Si bien no se puede generalizar -siempre hay quien se salva- la verdad es que desde que los establecimientos gastronómicos se vieron obligados a lanzarse al delivery, se ha descuidado la atención a los comensales que acuden “en vivo y directo” al local.

Al comienzo de la pandemia pocos se atrevieron al delivery. Era una forma de trabajar desconocida y más propia de comida rápida que de restaurantes con renombre. Además, las empresas de reparto a domicilio cobraban unos porcentajes demasiado altos. Pero, a medida que el coronavirus se revelaba como un mal que nos acompañaría mucho tiempo, el envío de comida a domicilio comenzó a ser un salvavidas para el negocio.

Y locales que siempre habían dedicado sus mayores esfuerzos a mantener el nivel y calidad de la oferta en sus mesas, debieron comenzar a cocinar para enviar. Y cuando las restricciones se fueron levantando, comenzó a evidenciarse que -en muchos casos- la cocina no estaba diseñada para delivery y atención presencial. El menor aforo impuesto por la pandemia, junto a la invasión de Rappi, Uber y otros repartidores, que se agolpaban en sus puertas, deterioró la experiencia de sus clientes.

Por otra parte, los destinatarios del delivery debieron sufrir la inexperiencia del transporte de comida. Aún hoy me acuerdo de un repartidor que llegó a mi casa con una leche asada con gusto a pastel de choclo y viceversa. Ambas preparaciones se mezclaron y fue tal la cara de angustia del pobre hombre, que acepté el pedido…

Sin embargo y con muy buen ojo comercial, hubo algunos que se dedicaron al delivery y despacho por cuenta propia, para asegurarse de que todo llegara como corresponde, sin perder de vista a sus clientes presenciales. No por nada, de ellos dependía el futuro y continuidad del negocio pasada la pandemia, que deberá terminar algún día o al menos hacerse menos contingente.

Y el mejor ejemplo de esta dicotomía entre calidad y atención a la mesa , lo vivimos el fin de semana en el añorado Yamilé de Avenida Perú. Un pequeño local de exquisita comida árabe, siempre lleno. Aquí todo era alegre y familiar. Era como estar en la casa, un día de fiesta.

Sin embargo, hoy su puerta se mantiene cerrada para evitar que entren los repartidores sin control y justo ese día no había aire acondicionado, lo que fue poco grato y un poco claustrofóbico. Una mala y descuidada atención, con solo dos personas y mucha demora. Un kubbe frito tardó tanto que ya se había perdido la esperanza de comerlo.  Seguramente, la cocina no daba abasto con tanto pedido, ya que el crudo llegó de inmediato, por lo que denotaba que estaba ya preparado.

Fuera del local, un grupo más o menos numeroso haciendo taco. Allí se juntaban los que hacían pedidos, con los que retiraban y los que trataban de pedir una mesa….triste. Realmente. Y decepcionante.  Nada que ver con los estupendos recuerdos que guardábamos.

Una pena y algo de lo que debe tomarse nota. La pandemia ha dejado la experiencia, en el mundo entero, que las cocinas de delivery no se preocupan de clientes presenciales. “Dark kitchen” , cocinas oscuras, son locales cerrados, en las principales ciudades, que se dedican solamente a cocinar para llevar.

En un mismo local pueden reunirse varias marcas. El problema ahora lo constituyen los olores y, sobre todo, el intenso tráfico de proveedores que llevan sus productos a las cocinas y los miles de repartidores que retiran los medidos hasta altas horas de la noche, produciendo todo tipo de molestias en el vecindario. Pero ese es otro tema.

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