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¿Hay que vigilar a los bancos? Opinión

¿Hay que vigilar a los bancos?

La institucionalidad regulatoria debe modernizarse y el proyecto de ley aborda algunos aspectos en esa dirección, pero queda en deuda con un control eficaz del riesgo sistémico y la capacidad de regulación de una banca que ha incrementado significativamente su peso en la economía.


Hay pocos temas tan poco seductores como la regulación financiera. Incluso los especialistas en el campo prefieren disquisiciones acerca de instrumentos, productos y tendencias de mercado, antes que sobre marcos regulatorios. Sin embargo, es un tema que tiene un impacto decisivo en la vida cotidiana de todos los ciudadanos.

Podemos sobrevivir a una crisis que acabe con la industria de los cosméticos, del calzado, la minería o incluso el pan. Puesto que, por costosos y desagradables que puedan resultar sus efectos, no ponen en cuestión la estructura de la economía. Pero, no podemos imaginar el encontrarnos un día con las puertas de los bancos cerradas. Reconozco que se pueden pensar varias y buenas razones para querer escapar de la lógica de consumo desenfrenado que promueve y sostiene esta industria, pero resulta innegable que acarrearía un impacto multiplicador y de un alcance devastador para el conjunto de las actividades económicas. Mal que nos pese, la sociedad capitalista y con afanes de modernidad que vivimos, necesita de los bancos.

En ese contexto, existen dos grandes ámbitos que atender por parte del sistema de regulación: la conducta de mercado y la solvencia. La primera se refiere a todas las aristas que suponen los costos de la intermediación y la transparencia que deben encontrar los consumidores de servicios financieros en esta industria. En general persigue contar con un mercado más transparente, donde, al menos, los consumidores sepamos qué estamos pagando y por qué. La segunda, se enmarca en la necesidad de proveer estabilidad al sistema económico y ello supone supervisar que las instituciones financieras posean los recursos propios de capital para respaldar eventuales contingencias. Como trabajan con dinero ajeno, deben contar con un respaldo suficiente para garantizar la confianza pública.

Aquí nuevamente se evidencia la singularidad de esta industria. La confianza que tenemos en el panadero se verifica día a día en la calidad de su producto y si, por alguna razón nuestra marraqueta de cada día se resiste a su destino, más allá del desagrado y el cambio de proveedor, no hay otro efecto. No necesitamos tener una confianza especial ni que el panadero dé fe de su probidad y capacidad. Cosa distinta ocurre con los bancos, en tanto su operación y objetivos los cumple usando nuestro dinero.

En este contexto, se encuentra la ley ingresada al parlamento y que reforma el sistema de regulación financiera. La propuesta crea una comisión que se convierte en autoridad única, absorbiendo las funciones que actualmente desarrolla la Superintendencia de Valores y Seguros SVS, encargada de velar por las condiciones de funcionamiento del mercado, y de la Superintendencia de Bancos e Instituciones Financieras SBIF, responsable de cautelar la solvencia del sistema y la estabilidad.

Un elemento claramente favorable de la reforma, es que adapta la norma actual a lo que se conoce como Basilea III y que corresponde a las exigencias de capital que deben tener las instituciones, la gestión adecuada de los riesgos en su actividad y la transparencia, estándar que hoy se exige en la OCDE y que la mayoría de nuestros vecinos ya cumple.
Sin embargo, hay beneficios dudosos.

Existe diversa literatura y experiencia que muestra que responsabilizar el logro de los dos objetivos de la regulación, solvencia y comportamiento de mercado, en una misma institución, no es una buena idea. En una columna de opinión reciente, Gunther Held, reconocido experto en la materia, se explayaba sobre los inconvenientes de alojar bajo un mismo techo objetivos dispares.

Su planteamiento es que el impacto público de los problemas derivados de la conducta de mercado de las instituciones y sus eventuales malas prácticas, es mucho mayor que los oscuros detalles técnicos implicados en el monitoreo de la solvencia. Con lo cual se acaba privilegiando más el primero que el segundo de los objetivos. Si atendemos al impacto sistémico que puede provocar la crisis de una institución de este tipo, desatender de facto el primero de estos objetivos reviste un peligro que no vale la pena asumir, dado la experiencia reciente en el mundo.

La institucionalidad regulatoria debe modernizarse y el proyecto de ley aborda algunos aspectos en esa dirección, pero queda en deuda con un control eficaz del riesgo sistémico y la capacidad de regulación de una banca que ha incrementado significativamente su peso en la economía.

Hay que supervisar al sector de los bancos porque son empresas propensas a dos conductas perjudiciales, la concentración monopólica propia de las empresas que compiten en el mercado y el problema de agencia, derivado a sumir riesgos excesivos para maximizar sus beneficios. Esto último, resulta más grave en atención a que sus operaciones las realizan con el dinero ajeno. Este es el ámbito de la solvencia.
Hay que supervisar a los bancos porque el colapso de uno de ellos acarrea riesgo sistémico y mientras mayor es el tamaño y diversificación, mayor ese riesgo. Esto supone la capacidad de generar normas y hacerlas cumplir, teniendo como norte una supervisión macroprudencial además de punitiva cuando sea el caso.

Hay que supervisar a los bancos, porque su conducta de mercado deja mucho que desear y estamos lejos de poder ser consumidores informados. Basta tratar de leer la información, cuando se publica, acerca de tasas y comisiones a que están sujetas las transacciones que realizamos cotidianamente. A pesar de los avances de la ley, aún nos queda mucho camino por recorrer.

(*) Patricio Escobar, economista y director de la Escuela de Sociología de la U. Academia de Humanismo Cristiano

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