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Opinión: Hay lucro… ¿y qué?


Alvaro Vial, Economista, director de empresas, socio de la agencia Acreditadora de Chile.

La discusión que se desarrolla en estos momentos en torno a los temas de educación superior en el país esta plagada de ignorancia, mentiras, ideas fijas, caprichos y fijaciones, pero sobretodo de análisis absolutamente interesados y parciales que, en caso de llegar a concretarse en leyes, acabarían por hacer retroceder al sector a una época anterior a la década de los años ochenta.

Los tiempos no ayudan en nada, eso sí, a un análisis desapasionado, desprovisto de carga ideológica, más documentado y racional. Con los muchachos en la calle gritando a favor de la educación gratuita para todos y el escándalo producido por una universidad privada con sueldos académicos impagos, que prefiere destinar los pocos recursos existencia a retribuir a los dueños de la inmobiliaria, es difícil pedir algo más.

Irónicamente, sin embargo, los grandes males que, según la mayoría, afectan a la educación superior chilena – universidades privadas, lucro y acreditación – son por lejos las principales causas del enorme progreso experimentado por este sector durante los últimos treinta años.

En 1980 Chile sólo tenía 8 universidades, con un total de 118 mil estudiantes. Solo el 7% de los jóvenes de entre 18 y 24 años de edad podía estudiar en la universidad. La educación era gratuita. Sin embargo, la mayoría de los estudiantes provenía de familias de altos ingresos. El sociólogo brasileño Theotonio Dos Santos acostumbraba a empezar sus clases cada semestre preguntando al curso si había algún estudiante que fuera hijo de obrero. “Esta es la consecuencia del sistema capitalista” señalaba, después de esperar sin éxito que alguien se levantara de su asiento.

Dos Santos, como de costumbre, no estaba en lo correcto. Lo que había era consecuencia de un sistema cerrado, con escasa libertad económica, que impedía la participación de los privados y, en consecuencia, prohibía, en la práctica, a la mayoría de los jóvenes chilenos estudiar una carrera.

Si el profesor Dos Santos siguiera enseñando en Chile vería que hoy existen 59 universidades, 73 Centros de Formación Técnica (CFT), 45 Institutos Profesionales (IP) y más de un millón de estudiantes matriculados. Que siete de cada diez alumnos son primera generación en la universidad (y no “pijes” del barrio alto) y que a pesar de que se paga por la educación, ahora si estudian hijos de obreros (el 51,8 de los jóvenes en edad de estudiar una carrera lo puede hacer)

Fueron los privados, autorizados el año 1981 para crear universidades, IP y CFT, los que provocaron esta verdadera revolución. A partir de allí, el progreso no ha parado. De las 10 universidades que hoy reciben los mejores alumnos, 4 se crearon a partir del año 81.

Lo anterior, que sería aplaudido en cualquier país del mundo, concentra en Chile la crítica ciudadana y genera marchas de estudiantes, discursos de repudio de diputados y senadores y comentarios ácidos de académicos. Los cientos de miles de estudiantes pobres que están en el sistema producen ahora un sentimiento de incomodidad difícil de explicar.

Los críticos quieren terminar con el lucro y ojalá estatizar la educación. Sería la mejor manera de retroceder en esta materia a los años setenta, cuando la educación superior, a pesar de ser gratuita, solo estaba permitida para los estudiantes de altos ingresos.

Los gobiernos de la Concertación, mostrando liderazgo y proyección, hicieron la vista gorda, durante 20 años, a la obtención de lucro en la educación superior, ayudando a los empresarios emergentes del sector a conseguir sus metas financiando a los alumnos de escasos ingresos.

El gobierno de Piñera debiera ayudar a resolver la confusión generalizada que existe actualmente respecto de este tema, evitando así que la incertidumbre reinante contribuya a paralizar el sector.

Ha llegado la hora de modificar la ley existente respecto del lucro. Si nos interesa hacer las cosas bien, deberíamos reconocer que el progreso que estamos comentando en el sector no se ha producido gracias a la ley, sino pese a ella. Ya es hora que dejemos a un lado por un minuto las payasadas y reconozcamos que los grandes artífices de este progreso fueron las nuevas universidades, algunas con lucro, otras sin lucro, y que ambos tipos de instituciones debieran sobrevivir.

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