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El ocio: una meta social


Señor Director:

Inicialmente, algunos reaccionan con recelo a la afirmación de que el ocio es un tiempo que hay que procurar siempre, no solo en los períodos de vacaciones o recreos.
En mi opinión, el recelo, la prevención, o el escepticismo a nuestra afirmación primordial suele descansar en las circunstancias de la época que vivimos. En efecto, nadie puede desconocer que sobrellevamos tiempos vertiginosos, que nos movemos en coordenadas en que la productividad se ha instalado en una prioridad insustituible; también, que hoy sentimos un desbordado apetito por lo desechable; y por otra parte, a que a muchos los mueve un furor obsesivo por áreas de poder que termina por sepultar los naturales sentimientos de admiración y desprendimiento tan propios del ser humano. En cierta medida, todo esto permite comprender que el ocio haya caído en un inmerecido desprecio, conteniendo su uso conceptual una fuerte carga negativa, la que hasta cierto punto, estigmatiza a quien lo vive.
A pesar de todo, conviene recordar que la tradición filosófica que brota de la Grecia clásica, nos ha proporcionado la más rica significación del término en cuestión, incorporando a la cultura el sentido del ocio como un tiempo: el especial y fundamental tiempo que tiene el hombre para apartarse de las contingencias de la vida y orientar su reflexión o apreciación a los asuntos verdaderamente importantes, aquellos que trascienden la urgencia y la inmediatez.
Ahora bien, es obvio que para poder concentrarse en aquellas realidades que no nos resultan inmediatas, se requiere contar con una cierta tranquilidad que lo permita, es decir, tener resueltas las necesidades más básicas que demanda nuestra existencia. Y por ello, es que resulta evidente que el ocio ha de saber conciliar armónicamente con aquel tiempo, desde luego importante, que el hombre destina a realizar todo aquello que se dispone a la satisfacción de esas necesidades elementales, el “negocio”. Este es un tiempo que resulta de la negación o privación de aquel que es el más fundamental, lo que no significa que deba ser desterrado de la vida humana. Más aún, a excepción de aquellos que por vocación deciden llevar una vida puramente contemplativa, y por tanto, hacer del ocio su tiempo vital y exclusivo, todo el resto de los seres humanos nos vemos espontáneamente empujados a afrontar el negocio. Por esta razón, es necesario hacer hincapié en que el negocio no es una perversión del ocio: es simplemente un tiempo de suyo distinto. En este sentido, conviene especificar que el ocio tiene su categórica perversión en la ociosidad, noción que de acuerdo con la RAE, apunta al vicio de perder el tiempo.
En efecto, popularmente se entiende por ocioso, al individuo que pierde el tiempo sin hacer nada, y que las más de las veces, también se pierde a sí mismo por medio de conductas que atentan, menoscaban, o dañan a su naturaleza racional y libre. Esta es la ociosidad, que es la disensión o antípoda del ocio.
En definitiva, tener y disfrutar de ocio es un privilegio. Es un beneficio que todos los seres humanos tienen que poder disponer, experimentar, compartir, gozar y proyectar. Y por ello, a fin de que no exista algún ciudadano que no lo pueda disfrutar, se debería establecer como una meta social.

Germán Gómez Veas
Académico y consultor en materias de liderazgo y gestión educacional

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