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La figura de Salvador Allende se levanta Opinión

La figura de Salvador Allende se levanta

Mladen Yopo
Por : Mladen Yopo Investigador de Política Global en Universidad SEK
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Luego de 50 años del golpe de 1973, y como expresó asertivamente en 2020 el centenario intelectual mexicano Pablo González Casanova: “La figura de Allende es importante, una huella para la política universal, (que) no se reduce a un país y un pasado. Es presente, actual y universal”.


Mientras la derecha en Chile se niega a firmar el documento condenatorio del golpe cívico-militar de 1973 y trata de mediatizarlo con la amplificación o distorsión de ciertos hechos de esa época, cientos de actos de actos académico, culturales y políticos se realizan en Chile y el mundo como homenaje al presidente mártir, Salvador Allende (hasta la OEA lo homenajeo y le puso a su nombre a la principal puerta de su edificio), y de repudio a este quiebre constitucional. El nombre y la figura del “Chicho” (nombre que le puso su niñera Rosa Ovalle) se ve en plazas, calles, edificios, cátedras universitarias, películas, novelas que llevan su nombre o en los programas y símbolos de los partidos del llamado progresismo mundial que abrigan sus ideas y legado.  

Del presidente Allende (1908-1973) y del gobierno de la Unidad Popular (UP) se pueden decir muchas cosas, por ejemplo, que era muy cercano a la doctrina social de la Iglesia Católica a pesar de ser marxista y masón, lo que se explica porque era fundamentalmente un demócrata, un humanista y un visionario. Era el reformista de buen humor, de buenas comidas y brebajes, de bigotito bonachón como los describió Régis Debray. Era el mismo que se adelanto al impacto de la deuda externa en la región y países subdesarrollados o ese que se puso a la cabeza de la era digital con su proyecto “Cybersyn” (un internet antes del internet). Era ese líder preocupado por la cultura y que la fomentó a través de la Editorial Quimatú, el Canto Nuevo, el Muralismo, el cine con su también versión militante, etc. 

El presidente Allende convivió con muchos gobiernos progresistas o de izquierda en esta época y con variadas expresiones sociales en América Latina, en las que las acciones armadas eran una parte muy pequeña. En 1971, por ejemplo, en Uruguay había surgido el Frente Amplio encabezado por el general Liber Seregni y que era visto como una posible alternativa al poder al reunir a comunistas, socialistas, demócratas cristianos y otras fuerzas. También había esperanzas de cambios con el regreso del peronismo en Argentina en 1973, primero con Héctor Cámpora en mayo y desde octubre con el propio general Perón. Mientras tanto, militares de mentalidad progresista habían tomado el poder en otros países como Juan Velasco Alvarado en Perú y Omar Torrijos en Panamá (ambos en 1968), o un año después el general Juan José Torres en Bolivia. Todos ellos implementaron políticas desarrollistas, soberanas/antiimperialistas y de inclusión social. Bajo la influencia de estas transformaciones, vinieron después los generales Rodríguez Lara en Ecuador (1972) y López Arellano en Honduras (1972), quienes realizaron copias moderadas de estas experiencias.

Allende, sin embargo, en sus distintos discursos diferencia el camino chileno al socialismo de los ejemplos mencionados, al enfatizar que era posible alcanzar la democracia económica mediante el pleno ejercicio de la libertad política; es decir, llegar a la igualdad del socialismo respetando la institucionalidad y la legalidad vigentes en plena concordación con lo que plantea Norberto Bobbio. Era una singular “revolución institucional” que ponía un nuevo camino (modelo) a los procesos de cambio en este período llamado de las “planificaciones globales”, donde diversas fuerzas políticas progresistas presentaron programas y políticas de “refundación nacional”, reacios a establecer alianzas políticas fuera de su prisma ideológico generando en muchos casos gobiernos de minoría.

Los cambios en un contexto jurídico de extrema polarización ideológica en el mundo de la Guerra Fría, no eran nuevos para Chile. Allí están el Frente Popular (1936) propuesto por el Partido Comunista e inspirado en la estrategia de frentes populares que había traído al centro a coaliciones de izquierda al poder en Francia en 1935 y España en 1936 o el Frente de Acción Popular (FRAP) de 1956, una estrecha alianza de los llamados “partidos de clase” o “partidos de masas” y algunos partidos menores. Este último dio lugar a la Unidad Popular en 1969, donde se agruparon 8 partidos de centro izquierda e izquierda en vistas a las elecciones presidenciales de 1970.

Este período de ascenso de gobiernos nacionalistas y revolucionarios (1968 – 1973), marca una fuerte relación entre el contexto interno y externo. Era una época en la que América Latina era de baja prioridad para EE.UU., pero al mismo tiempo era vista como parte del tablero de ajedrez mundial y de la lucha de poder. Época que terminó con la imposición sistemática y estratégica de un proceso de militarización conservadora, que tuvo la expresión política del golpe de Estado en función de la doctrina de Seguridad Nacional impulsada por EE.UU. (fueron las llamadas dictaduras de seguridad nacional). Este proceso de militarización que vivió el Estado fue trascendental al encontrar su originalidad en golpes “cívico-militares” que estallan cronológicamente en la primera mitad de los 70’s.

Allende enfrentó 4 procesos presidenciales desde 1951, y el 4 de septiembre de 1970, en su cuarto intento se impone con sólo 36,6% de los votos. Al no haber mayoría absoluta, Allende logró su certificación en el Parlamento gracias al voto democristiano tras firmar el Estatuto de Garantías Democráticas. Era la primera vez en la historia del mundo occidental que un candidato marxista llegaba a la presidencia de una República a través de las urnas. Quizás ese era considerado su mayor pecado por los sectores conservadores: era una alternativa democrática real y no un caudillo ni un dictador que remplazaba a otro. También era la primera vez que se veía con tanta fuerza a sectores populares en el gobierno.

Las políticas públicas de Allende, como él mismo las ilustra, eran de orden socialdemócrata al estilo europeo, reformistas como dijo Debray, al apuntar a: a) fortalecer la democracia, una más directa; b) promover una mayor igualdad; c) ganar más sinergia con la cogestión de la economía; d) hacer cumplir las promesas retóricas de los textos legales, especialmente las sociales; e) fomentar la democratización económica para un desarrollo nacional (creó SENEX, la oficina de relaciones económicas internacionales); f) inclusión más allá de la igualdad (entre otras, creó las oficinas de la Juventud y la de la Mujer); g) independencia de fuentes económicas estratégicas.

Estas ideas-fuerza se plasmaron en el programa de “Las 40 Primeras Medidas del Gobierno Popular”, programa seudo refundacional en algunas áreas, y que buscaba resolver o reducir grandes dilemas históricos como el clivaje capital-trabajo, autoritarismo-democracia, etc. Entre otros, este programa apuntó a la “supresión de salarios fabulosos”, salarios justos y otras garantías para la jubilación, garantizar mejores estándares nutricionales (ej. el medio litro de leche), dignificación de los nativos mapuche, incorporación de las clases medias a la seguridad social, acceso de los trabajadores a la universidad, ampliar la reforma agraria, la cogestión de los trabajadores en algunas empresas; nacionalización de industrias consideradas estratégicas, como minas de cobre y otros minerales, bancos, mayor presencia del Estado. Sus políticas, en todo caso, estaban muy lejos del estatismo absoluto de los socialismos reales. 

Salvo en el caso del cobre, donde se llegó a un acuerdo nacional en el Parlamento para su nacionalización y siendo minoría en éste los partidos de la UP, parte de estos procesos se llevaron a cabo a través de los llamados “resquicios legales”, vacíos o usando leyes vigentes en desuso. El gobierno de Allende, en todo caso, prometió la continuidad de la empresa privada, especialmente de las pequeñas y medianas entidades y, en general, de todas aquellas empresas consideradas no monopólicas.

Los inicios de esta experiencia de “empanadas y vino tinto” como la llamó Allende, estuvo presidida por una conspiración de la derecha nacional y de EE.UU./CIA, conspiración que comenzó en la primera mitad de los sesenta para impedir que la izquierda y los partidos populares ganaran el Ejecutivo (informe “Operaciones de Acción Encubierta de la Agencia en Chile desde 1962”). Un trágico ejemplo de esto, es el asesinato del Comandante en Jefe del Ejército, René Schneider (un militar constitucionalista), antes de que asumiera Allende a manos de un comando de Patria y Libertad con apoyo de algunos militares y la CIA. Eran los tiempos de la abierta intervención de EE.UU. en la región (realidad que data de 1823 con la doctrina Monroe y su destino manifiesto). Allende iniciaba así su gobierno en un contexto de confrontación global y de una conspiración que culminaría en el golpe de 1973. 

La historia ha demostrado claramente que sin el apoyo de EE.UU. y de la Democracia Cristiana no habría habido un golpe de Estado en 1973. Ahí están el reportaje Seymour Hersh en el The New York Times de 1974, el informe del senador Frank ChurchAcción Encubierta En Chile 1963-1973”, el informe de la CIA “Psych Warfare General: Country Chile, February 1973-1974”, las investigaciones de Peter Kornbluh o las declaraciones del ex senador y ex presidente de la DC Renán Fuentealba – CNN Chile, 14/08/2013, entre muchas otras referencias. Pero, y a pesar de la similitud de los programas de Allende y Tomic o del sentido reformista de la propia DC, el asesinato del ex ministro del presidente Frei Montalva, Edmundo Pérez Zujovic, a mediados de 1971, por la VOP (Vanguardia Organizada del El Pueblo, un movimiento que nadie conocía, sin historia ni huellas), llevó a la DC a posiciones más intransigentes y a construir alianzas (junto a parte importante del Partido Radical) con la derecha conservadora. Con ello y tal como lo expresa Timothy Scully (1990), la desaparición de este espacio político de centro con un sistema de partidos que avanzaba rápidamente hacia una extrema polarización, hizo perder ese espacio virtuoso donde se podrían haber logrado acuerdos.

Allende era consciente de los problemas que vendrían y del peso de la historia que caía sobre sus hombros. En la noche del triunfo en los balcones de la FECH, dijo que “les pido que comprendan que soy sólo un hombre… Desde aquí declaro solemnemente que respetaré los derechos de todos los chilenos. Pero también declaro que cumpliremos el compromiso histórico que hemos hecho. Lo digo y debo repetirlo: si la victoria no fue fácil, más difícil será consolidar nuestro triunfo y construir la nueva sociedad…”. 

Pero el peso era mucho mayor. Alan Angell, profesor de la Universidad de Oxford y uno de los grandes conocedores de Chile y la regional, reafirma que la propuesta del gobierno de Allende traspasaba el espacio doméstico al decir que “lo que sucede en Chile desde 1970 estaba teniendo un impacto enorme en Europa, que estaba revisando el socialismo, y lo que Allende ofrecía era el socialismo de manera constitucional, sin violencia. Eso fue muy atractivo, además de ser favorecido por los vínculos internacionales que tenían varios partidos chilenos a diferencia de otros latinoamericanos. Allende reafirmó esto al decir que “Chile abre un camino que otros pueblos de América y del mundo podrán seguir…y puedan construir su propio destino”. Eso explica la tremenda, inusual y persistente solidaridad internacional tras el golpe de Estado, una que alcanzó todos los rincones del mundo.

La estrategia del “compañero presidente” de buscar mayorías encajaba bien con el “compromiso histórico” de Italia, una propuesta de alianza entre comunistas, socialistas y los democratacristianos para reformar el país lanzada por Enrico Berlinguer (padre del eurocomunismo) y validada por Aldo Moro hasta su asesinato. Incluso después del golpe de Estado, la resistencia chilena fue un punto para el reencuentro entre las izquierdas en Hispanoamérica, en Francia y en Italia en un contexto en que la fuerte ideologización de los partidos de izquierda los llevaba a la fragmentación, un motor en la lucha por la democracia mundial (ej. realineó unos años después a la DCU alemana en la solidaridad con el pueblo chileno) y un apoyo para llevar a buen puerto proceso como la transición española. Detlef Nolte habla de la simpatía por esta “tercera vía” en Europa. 

Pero lo que pasó después en Chile demostró que no basta con avanzar si ese progreso no genera el consenso necesario, una fuerza para que no sea reversible. En esto concuerdo con José Rodríguez Elizondo cuando dice que Allende no sólo chocó con la oposición de derecha, la “desconfianza” de Fidel Castro y la desestabilización inducida por Nixon-Kissinger, sino que también tuvo un antagonismo interno. Hubo sectores de la UP que no quisieron abandonar la aventura guevarista y/o los cambios radicales (tomas de fábricas y predios agrícolas fuera del programa de gobierno) y que fueron alentados por la visita prolongada de Castro en 1971. En todo caso, hay que decir que la retórica radical prevaleciente en una parte de la izquierda no fue consistente con el accionar general: es decir, en el contexto de la cultura estratégica legalista se seguía valorando que en 1952 gran parte de ésta se había fijado como objetivo alcanzar el poder estatal por la “vía electoral” o que el PC y otros sectores de la UP estaba la vía de las reformas. Igual hubo una profunda autocrítica de los partidos de la UP tras el golpe (ej. el libro de Carlos Altamirano “Dialéctica de una derrota”, los plenos y congresos del PS y PC en la segunda mitad de los setentas, etc.).

Allende dio los primeros pasos para construir el área de propiedad social de la economía expropiando, entre otras, la International Telephone&Telegraph (ITT), una empresa monopólica utilizando procedimientos legales que no cuestionaban la legalidad del sistema actual. Pero este era un proyecto “peligroso” para el capital nacional y transnacional (ej. en 1971 la mina de cobre mexicana de Anaconda, en Cananea, también era fue nacionalizada), por lo que no trepidaron en boicotearlo desde el primer día.  

Allende utilizó la situación de vulnerabilidad, una debilidad/paradoja típica del sistema económico capitalista para ilustrar la tragedia de los países subdesarrollados de África, Asia y América Latina. Expresó “Somos países potencialmente ricos; pero vivimos en la pobreza. Andamos de un lugar a otro pidiendo créditos…y, sin embargo, somos un gran exportador de capitales”. Pero donde más brilla la figura de Allende es en la Asamblea General de la ONU en 1972, en su celebre discurso cuando dice que: “Vengo de Chile, un país pequeño, pero donde hoy cualquier ciudadano es libre de expresarse como prefiera, de libertad irrestricta… tolerancia cultural, religiosa e ideológica, donde la discriminación racial no tiene cabida”. Ese donde rechaza el subdesarrollo y la subordinación, y reitera que Chile es “un país que…nunca ha dejado de cumplir con sus obligaciones internacionales y hoy cultiva relaciones amistosas con todos los países del mundo. Es cierto que con algunos de ellos tenemos diferencias, pero no hay ninguna que no estemos dispuestos a discutir, utilizando los instrumentos multilaterales o bilaterales que hemos firmado. Nuestro respeto a los tratados es invariable”.

En el campo internacional con Clodomiro Almeyda a la cabeza de la Cancillería, el gobierno de la UP restableció relaciones con Cuba y estableció relaciones con China (además fue un gran promotor de su reconocimiento en la ONU), Corea del Norte, Vietnam del Norte, Alemania Oriental y otros países del bloque soviético. Allende, en función de los intereses nacionales, además viajó: en julio de 1971, visitó Salta-Argentina y entre agosto y septiembre también visitó Colombia, Ecuador y Perú; entre noviembre y diciembre de ese año realizó giras por México, EE.UU., la Unión Soviética y Cuba; y en mayo de 1973 asistió a la asunción del presidente Héctor Cámpora en Argentina.

El principio de autodeterminación (en el espíritu de la declaración de Bandung de 1955 del Movimiento de Países No Alineados) y un sistema sólido de cooperación entre iguales, estaban en el centro de la visión internacional del presidente Allende. Chile no pretendía estar en la órbita de nadie. Así, por ejemplo, Allende desde sus distintos cargos y su colectividad (el Partido Socialista) tal como habían condenado la intervención de EE.UU. en la región, condenaron en noviembre de 1957 la presencia en Hungría de tanques y tropas de la Unión Soviética. Lo mismo ocurrió con la invasión soviética de la ex Checoslovaquia en agosto de 1968. El Chile de Allende asume en su política exterior como temas prioritarios de la inserción internacional la autodeterminación, la cooperación entre iguales y el fortalecer la paz para la convivencia de todos los Estados, a la vez de exigir respeto de los demás: “El pueblo de Chile se reconoce dueño único de su propio destino. Y el gobierno de la UP, sin la menor debilidad, garantizará este derecho”.

Allende fue también un gran integracionista de la “Patria Grande”, aquella que asumieron diversos líderes desde Simón Bolívar con el Manifiesto de Cartagena de 1812 y en la Carta de Jamaica del 6 de setiembre de 1815, José Antonio Sucre, José Martí hasta el abogado y economista socialista Felipe Herrera, fundador del Banco Interamericano de Desarrollo. Allende se declaraba “un hombre de América Latina, que se integra con los demás habitantes del continente en los problemas, en sus anhelos y en las preocupaciones comunes. Por eso en este momento ofrezco mi saludo…a los hermanos latinoamericanos, esperando que algún día se cumpla el mandato de nuestros antepasados ​​y tengamos una sola y gran voz continental”. En este marco, se planteó ser “un aporte decisivo a la proyección de América Latina al mundo” en función de garantizar un desarrollo colectivo, la cooperación y la paz.

Sin embargo y tal como lo relata Juan Somavía, exdirector de la Organización Internacional del Trabajo, donde Allende desplegó su mayor energía y creatividad fue en las ONU y en temas de desarrollo. Algunos ejemplos: a) Chile celebra la III Conferencia de las ONU sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD), con la participación de alrededor de un centenar de países. Las conclusiones reflejaron muchos de los valores de su gobierno y que fueron reconocidos por el propio Allende al decir que “Hay que reemplazar un orden económico-comercial obsoleto y profundamente injusto”, concepto que inspiró las propuestas de la ONU para un nuevo Orden Económico Internacional años después; b) Promovió el concepto de “pluralismo ideológico” como fundamento de la unidad en la diversidad en América Latina. Cincuenta años después, este concepto es parte de la política exterior progresista en la región; c) El Consejo Económico y Social (ECOSOC) aceptó por unanimidad la propuesta chilena para que la ONU estudiara el impacto económico y político de las corporaciones transnacionales en los países en vías de desarrollo, tras la intervención de la ITT y Kennecott en la política chilena; d) Chile rechazo las pruebas nucleares francesas en Mururoa acorde con el sentido de desnuclearización del Tratado de Tlatelolco de 1967; e) Premonitoriamente Chile tuvo una fuerte participación en la Conferencia sobre Medio Ambiente de Estocolmo en 1972, y que mostró el camino hacia el desarrollo sostenible; f) Siguiendo la senda de la Declaración de Zona Marítima de 1952 entre Chile Ecuador y Perú (Comisión Permanente del Pacífico Sur), en el contexto de la Convención sobre el Derecho del Mar, Chile promovió que el mar fuera de la jurisdicción nacional fuese patrimonio común de la humanidad.

En julio de 1972 y percibiendo la polarización política, Allende envió una carta a los jefes de los partidos de la UP alegando como inconcebible e inconveniente ignorar “el sistema institucional que nos gobierna”, documento que fue respondido individualmente al no haber acuerdo. Allende, en la soledad del mando, estaba en medio de una encrucijada histórica: sabía que impulsar el proyecto original era imposible por correlación de fuerza; ceder ante la oposición de izquierda rompería el marco institucional que el defendía; gobernar con militares era romper la coherencia de la política en Chile, además de la resistencia a colaborar porque los ponía medio de la crisis; resistir el golpe con las fuerzas a su disposición era iniciar una nueva guerra civil (tenía el “pueblo detrás de él y un buen número de soldados democráticos);” declarar rota la UP era declarar su fracaso; y forjar una alianza alternativa resultaba extemporáneo en este momento.

Ante este panorama el “compañero presidente” propuso la idea de un plebiscito, que fue apoyado activamente por el cardenal Silva Henríquez y rechazado de plano por el ex Presidente Frei (Frei estaba jugado por el golpe tal como lo deja ver en su conversación con Prats 2 días – Rodolfo Schmal y Reinaldo Ruiz). El 9 de septiembre, Allende informó al Comandante en Jefe y a otros generales del Ejército que había decidido convocar a un plebiscito el 11 de ese mes (lo iba a anunciar en la UTE – USACH hoy), con el fin de encontrar una salida democrática a la crisis. Sin embargo, ante el temor a la legitimación que el plebiscito pudiera otorgar al Gobierno en un contexto de “creciente” adhesión electoral de la UP y del respeto institucional que aún “imperaba” (cultura presidencial y el respeto a la autoridad se da históricamente en Chile), los líderes golpistas aceleraron los acontecimientos para ese día. 

El conflicto básico en Chile fue la distancia ideológica y la desconfianza con el supuesto sentido refundacional que había expresado en el proyecto de la UP (el clivaje original), más que las características institucionales de un régimen presidencialista o la formación de un gobierno no mayoritario como el de Allende. El régimen militar instalado en Chile en 1973 intentaría eliminar el estancamiento político a través de dos mecanismos: la normalización de la economía destruyendo el Estado social de derecho que se pretendía y el “restablecimiento” de un orden refundado. Jorge Arrate (2004) lo explica adecuadamente cuando afirma que “el autoritarismo político y el mercantilismo económico son los dos rasgos del régimen de Pinochet que, en oposición simétrica al proyecto de Allende, establece el matrimonio entre dictadura y capitalismo salvaje en sustitución de democracia y socialismo”. 

Un día como hoy hace 50 años, entonces, se produjo el golpe cívico-militar de derecha que derrocó al gobierno democrático y popular del “compañero presidente Allende” y que lleva a la dictadura pretoriana-ideológica al más completo aislamiento (lo transforma en un gobierno paria como lo describe Heraldo Muñoz). Este y otros golpes de Estado en la región abrieron una nueva era, a partir de la cual se inició una estrategia de integración militar internacional (caracterizada tenebrosamente en el Cono Sur por la llamada Operación Cóndor), cuyo objetivo era erradicar de la región no sólo los conflictos políticos, sociales y culturales o cualquier crítica (el enemigo interno) y reconstrucción de una cultura conservadora 2.0. 

Sin embargo y luego de 50 años del golpe de 1973, y como expresó asertivamente en 2020 el centenario intelectual mexicano Pablo González Casanova: “La figura de Allende es importante, una huella para la política universal, (que) no se reduce a un país y un pasado. Es presente, actual y universal”.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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